Twitter response:

Mes: octubre 2017

Alternativas ante embarazos problemáticos
Alternativas ante embarazos problemáticos

¿Qué alternativas existen cuando una adolescente no casada empieza un embarazo? Para algunos, existen dos alternativas: tener el hijo, con las diversas problemáticas que ello implica en la vida de la adolescente; o provocar el aborto, que también conlleva secuelas y consecuencias sumamente graves, sobre todo porque el aborto es siempre un acto injusto que suprime la vida de un hijo inocente.

Plantear así la cuestión es insuficiente. Porque existe una tercera alternativa: dar al hijo en adopción. Si no queda abierta esta puerta, muchas adolescentes sentirán que el mundo se les viene encima ante un test positivo de embarazo, y sufrirán presiones de todo tipo para que comentan el gesto dramático de eliminar la vida del propio hijo.

En el horizonte de esta temática, hay un punto que conviene no perder de vista: siempre que inicia un embarazo nos encontramos ante una nueva vida. Esa vida, ese hijo, existe desde un padre y una madre. Serán dos personas muy jóvenes, quizá no estarán preparadas para lo que significa atender a su hijo, tal vez serán adultos abrumados por un sinfín de problemas personales y laborales. En cualquier situación, no podemos olvidar lo más importante: ha empezado a vivir un ser humano indefenso, pequeño, pobre, que necesita ser acogido, ayudado y amado.

Por eso, la sociedad está llamada a ofrecer ayudas concretas y eficaces para asistir a las mujeres más jóvenes (y también a las adultas), solteras o casadas, con o sin trabajo, para que la noticia de un embarazo no se convierta en una carrera contra reloj en la que muchos piden algo sumamente injusto: el aborto del hijo. Al contrario, los padres de familia, los amigos, los tutores, los ginecólogos, y las diversas personas implicadas, pueden hacer mucho para dar una nueva perspectiva a la situación.

Frente a quienes prefieren empujar a las mujeres a abortos presentados en muchas ocasiones como algo fácil y casi automático, hay que responder con una cultura de la responsabilidad y del amor en la que nadie pueda ser excluido, sobre todo si ese alguien es un hijo pequeño, indefenso, en camino hacia ese día magnífico, siempre magnífico, del nacimiento.

Esa cultura explorará caminos y abrirá posibilidades éticamente válidas y, sobre todo, justas, para que la adolescente embarazada o la mujer adulta pueda vivir con más serenidad y paz los meses del embarazo, para que encuentre la mejor manera de atender y cuidar a ese hijo que lleva dentro de sus entrañas, para que sepa afrontar la situación no como un peso, sino como una misión en la que el amor y la esperanza permitan encontrar las mejores alternativas para ella y para el hijo.

Fuente: Fernando Pascual

Bioética a la vista
Bioética a la vista

Cuando compramos unos zapatos queremos que sean buenos, que duren, que no dañen nuestros pies. Cuando tomamos un jugo, esperamos que nos siente bien. Cuando aceptamos un billete de dinero, suponemos que es auténtico.

¿Y qué queremos cuando vamos al médico? Queremos saber cómo está nuestra salud. Si tenemos alguna enfermedad, nos gustaría ser curados cuanto antes. Si la enfermedad es crónica, pedimos al doctor que nos ayude a sobrellevarla con serenidad, de modo digno. Si nos toca prepararnos para recoger velas, para dejar esta vida y acercarnos a la otra… Nos gustaría que se nos dijese la verdad, aunque duela, y poder contar con la ayuda necesaria para llegar al final de un modo digno y humano.

Los enfermos esperan mucho de los médicos. Los médicos lo saben. Por eso desde hace muchos siglos se han establecido normas de comportamiento que pedían al médico la máxima honradez y el compromiso más completo en favor de sus enfermos.

Entre los griegos se hizo famoso el juramento de Hipócrates, un médico que vivió entre los siglos V y IV a.C. En este juramento podemos leer, por ejemplo, frases como esta: “Me serviré, según mi capacidad y mi criterio, del régimen que tienda al beneficio de los enfermos, pero me abstendré de cuanto lleve consigo perjuicio o afán de dañar”.

Los médicos, sin embargo, pueden equivocarse. Incluso algunos han actuado francamente mal. Un caso tristemente famoso, en el siglo XX, fue el de algunos médicos alemanes que colaboraron con los nazis en la eliminación de enfermos o ancianos, o que hicieron experimentos salvajes con prisioneros en los campos de concentración.

También en el mundo “libre” y “democrático” ha habido médicos que han actuado de modo injusto. Por ejemplo, en un hospital de New York, durante varios años (1965-1971), se introdujo el virus de la hepatitis en niños minusválidos, simplemente para experimentar y sin que nada supieran sus padres. En el pasado y en el presente hay médicos que practican la esterilización forzada, o, incluso, el aborto. Algunos también aplican la eutanasia, con o sin permiso de los pacientes, con o sin el apoyo de las leyes…

Junto al problema de la ética de los médicos y de quienes les asisten, la medicina se hace cada vez más complicada, y el tomar decisiones no es nada fácil.

Pongamos un ejemplo de la vida real: a un hospital llegan dos enfermos que necesitan urgentemente un trasplante de pulmón. Se analizan los casos, y resulta que sólo hay disponible un pulmón para el trasplante. ¿Quién lo recibirá? Los dos enfermos son compatibles respecto de ese pulmón, entonces… Después de mucho discutir, se optó por hacer el trasplante sobre el candidato más joven, padre de familia de unos 30 años. El otro, un médico que tenía poco más de 60 años y que era muy querido por la gente, moría a los pocos días. Había que optar y, como es obvio, salvar a uno implicaba dejar morir al otro. Decisiones como estas no son fáciles, y muestran hasta qué punto es casi imposible tomar decisiones que satisfagan a todos.

Para promover la ética de los médicos, para defender a los enfermos de cualquier forma de abuso, para solucionar nuevos casos que la técnica va presentando, para afrontar problemas y urgencias mundiales, como la contaminación, el equilibrio ecológico, el hambre en el mundo, etc., ha “nacido” la bioética, que depende en mucho de la ética clásica de los médicos, y que va más allá de la misma ante la aparición de situaciones hasta ahora nunca imaginadas.

El inventor de la palabra bioética fue Van Rensselaer Potter (1911-2001), un oncólogo que trabajaba en los Estados Unidos. Para Potter, la bioética debería establecer un puente entre científicos y humanistas, para garantizar la supervivencia de la especie humana.

Potter observaba cómo los científicos se encerraban cada vez más en sus especializaciones. Uno sabe mucho de las células de la mano, otro sabe casi todo de las escamas del cocodrilo, otro se dedicaba a crear un arroz super potente… Sin embargo, era (y es) urgente que alguien ayude a todos a ver el conjunto. Para eso sirven las ciencias humanísticas, aunque muchos expertos en filosofía, literatura o sociología, parecen poco competentes a la hora de analizar un descubrimiento científico.

Para sobrevivir, decía Potter, habría que establecer un puente entre los dos lados de estas ciencias, las experimentales y las humanísticas.

Por desgracia, en ambos lados encontramos personas de todos los “colores”: buenos y malos científicos, buenos y malos humanistas. ¿Cómo hacer un puente que valga la pena, que “funcione”? La tarea es difícil, pero no imposible. La bioética, una ciencia con mucha historia pero ahora renovada, quiere dar respuestas. Serán buenas respuestas si defienden sanos principios éticos. Serán malas respuestas (y el mismo Potter dio respuestas muy equivocadas, por ejemplo al defender el aborto) si van contra la justicia y el respeto que merece cada ser humano.

Nos toca a todos, con espíritu crítico y responsable, valorar lo que nos pueda ofrecer la bioética con una simple pregunta: este experimento, esta operación, este sistema económico, ¿respeta al hombre y su dignidad o no?

Tendremos bioética “buena” si sirve para ayudar y defender al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres. Tendremos bioética “mala” si sirve para permitir injusticias como el aborto, el abandono de los enfermos de SIDA o de lepra, o la desnutrición de los niños pobres.

Nosotros, ¿qué bioética queremos?

Fuente: Fernando Pascual

Transhumanismo
Transhumanismo

En este tiempo, somos testigos de cómo la ciencia y especialmente la tecnología, ofrecen
alternativas extraordinarias para mejorar sustancialmente la vida de las personas que sufren de
alguna discapacidad.

Algunos ejemplos loables son las prótesis avanzadas que incluso permiten a algunos atletas
participar en competencias casi sin ninguna desventaja o las nuevas tecnologías que dan
oportunidad a los sordos para oír y a los ciegos para ver.

No obstante, el Transhumanismo es otra cosa. Este sugiere, antropológicamente, que estaríamos
en una etapa de “transición” entre el homo sapiens y el homo technologicus, el cual dependería
más de la ingeniería genética, la manipulación embrionaria y fetal, la medicación, que de su propia
naturaleza y biología.

Esto, que parecería parte de la Ciencia Ficción se impulsa y desarrolla. Es el sueco Nick Bostrom,
profesor de la Universidad de Oxford y Presidente de la Asociación Transhumanista Mundial es
uno de sus grandes promotores partiendo de Darwin y de los fundamentos de la Ingeniería
Genética.

El Transhumanismo no está tan lejos de nosotros. Tomemos como ejemplo el caso de algunos
medicamentos que están “de moda” para potenciar las capacidades de estudio en los jóvenes.
También las operaciones estéticas extremas o los implantes que animalizan a las personas.
Este fenómeno se centra en lo material y lo funcional, dejando de lado todas las características
trascendentales de la Persona humana y por tanto su dignidad.

Debemos estar muy atentos a las implicaciones bioéticas de estos procedimientos y propuestas,
de lo contrario, queridos lectores, probablemente estaríamos enfrentando el exterminio del
hombre, por el hombre fundamentado en una utopía.

Nos veremos la próxima semana con un nuevo artículo y una nueva reflexión.

MBPP

Bioética y comportamientos peligrosos
Bioética y comportamientos peligrosos

La bioética, en cuanto reflexión ética sobre la vida, tiene que hablar sobre aquellos comportamientos elegidos libremente que implican peligros para la salud o para la vida de las personas.

En concreto, la bioética debe pronunciarse sobre la seguridad en el trabajo, sobre la sana alimentación, sobre cómo comportarse en las carreteras, sobre el abuso de sustancias como la droga y el alcohol, sobre los “deportes extremos”, y un largo etcétera.

Numerosos comportamientos ponen en peligro no sólo la propia integridad física, sino también la de otras personas. Por eso hace falta promover una cultura de la prudencia, de la seguridad, del cuidado, que venza la inercia de sociedades en las que el riesgo llega a ser presentado incluso como un reto o como un camino para la autoafirmación.

Al mismo tiempo, la bioética tiene que seguir con atención de qué manera el mundo del trabajo puede ganar en seguridad para evitar accidentes y situaciones de peligro que dejan miles y miles de heridos y de muertos cada año.

Un capítulo importante se refiere al abuso de sustancias que provocan la pérdida de la propia conciencia y responsabilidad moral, además de producir enormes daños a nivel físico, psíquico y social. La droga y el alcohol necesitan una atención más incisiva y eficaz por parte de los estudiosos de bioética, para poder indicar a la sociedad pautas y estímulos que ayuden a erradicar los males del alcoholismo y de la drogadicción en millones de seres humanos.

Estos temas tocan en lo profundo toda la vida social. No basta con avisar de los peligros y denunciar los actos que dañan a la gente. Hay que saber dialogar con las autoridades públicas, con los educadores, con las familias, para que se transmitan valores y virtudes que preparen a los niños y adolescentes a ser responsables y a evitar comportamientos que luego se pagan a un precio excesivamente alto.

Al mismo tiempo, hay que ofrecer la asistencia necesaria a tantas personas que han sucumbido por causa de un accidente o por vicios arraigados, de forma que la sanidad pública y los grupos sociales puedan ayudarles y acompañarles a alcanzar la curación (donde sea posible) o a convivir con la enfermedad de modo digno y adecuado.

La prevención ante los comportamientos peligrosos será mucho más eficaz si está acompañada de una buena enseñanza sobre la higiene, el deporte, las maneras correctas de comer, etc. Millones de personas en algunos países pobres sufren por enfermedades debidas a una nutrición poco balanceada o al consumo de agua en malas condiciones. Otros caen en el extremo opuesto, de forma que una alimentación excesiva y desordenada ha convertido a la obesidad en uno de los mayores problemas sanitarios en algunos países “desarrollados”.

Tener presente esta dimensión de la bioética puede llevar a un cambio radical en los estilos de vida de las personas y de las sociedades. De este modo, será posible trabajar por mejoras profundas en pueblos y aldeas donde ahora se sobrevive de modo muy precario. Habrá menos accidentes de trabajo y de tráfico. Y los jóvenes y los adultos aprenderán a tomar las debidas distancias ante sustancias y comportamientos peligrosos que pueden destruirlos en su vida física y en su integridad personal.

Fuente: Fernando Pascual

Qué eres tú, bioética?
Qué eres tú, bioética?

Muchos hablan de Bioética, pero no todos saben exactamente de qué se trata. ¿Qué es la bioética?

Existen varias definiciones sobre esta ciencia. Entre ellas podemos fijarnos en la que ofrece la “Encyclopedia of Bioethics” preparada por Warren T. Reich. En la segunda edición (1995) Reich dice que la Bioética “puede ser definida como un estudio sistemático de las dimensiones morales (se incluyen la visión moral, las decisiones, la conducta y las opciones políticas) de las ciencias de la vida y la salud, usando distintas metodologías éticas en una visión interdisciplinar”. Para tranquilidad de algunos, aclaramos que Reich usa aquí los términos “ética” y “moral” como sinónimos.

La definición es interesante. Nos dice, en primer lugar, que la Bioética estudia las dimensiones morales de las ciencias de la vida y de la salud. Aunque es verdad que una ciencia empírica como la biología describe datos, y esto parece que no tiene que ver con la ética, también es verdad que existe una “ética de la investigación”.

En nombre de la investigación ningún científico debería matar a un niño para estudiar su cerebro, ni destruir embriones para ver si sus células troncales sirven para algo, ni quemar las plantas de una montaña para experimentar los cambios de comportamiento de los animales que allí vive. Ni tampoco es lícito inventar datos, engañar a la opinión pública, patentar descubrimientos de modo egoísta o, incluso, robar a investigadores jóvenes sus resultados para publicarlos bajo el nombre de otra persona ya con fama internacional…

Más en profundidad, la Bioética se centra en esas dimensiones éticas de quienes tocan, de un modo u otro, la vida. Por eso son innumerables los campos de acción de la Bioética. Van desde qué tipos de caricias son convenientes para la salud de los hijos hasta complicados planes nacionales para la distribución de las aguas de una región, un país o incluso un continente.

La Bioética interesa al jurista y al político (¿cómo legislar para que ninguna mujer llegue al drama del aborto?), al panadero (¿puedo usar harina en malas condiciones?), al campesino (¿puedo usar semillas genéticamente modificadas?), al industrial (¿cómo evitar la contaminación del ambiente?), y, como es lógico, a todos los médicos y sus pacientes.

Por otra parte, la definición de Reich reconoce que hay distintas visiones éticas. El problema está en que algunos piensan que su visión es “ética” (buena), cuando, en realidad, es profundamente perversa.

¿Se puede hablar de “ética nazi” o de “ética esclavista” o de “ética abortista”? Es claro que allí donde una persona o un grupo creen en principios perversos no tenemos ética, sino “antiética”, aunque ellos digan que tienen un punto de vista ético distinto de los demás.

Por eso, conviene aclarar que no toda visión que usurpe la palabra “ética” es, por eso mismo, apta para la Bioética. O, si cualquiera puede hablar de bioética, nos encontraremos con que hay bioéticas “buenas” (basadas sobre principios éticos justos) y bioéticas “malas” (basadas sobre una perversión ética profunda).

Existen otras definiciones de Bioética. Hay una que puede ser útil por su claridad y sencillez de Elio Sgreccia: “la bioética estudia la licitud de las intervenciones del hombre sobre el hombre y sobre el ambiente humano”. Es decir, la Bioética estudia todo aquello que “hacemos” sobre nuestros familiares, vecinos, amigos, conocidos y desconocidos, y aquello que hacemos en este mundo en el que vivimos.

No es indiferente tirar un cigarrillo y provocar un incendio. No es “bioético” golpear a una persona y dejarla inválida para toda la vida. No es justo negar el acceso a la comida a millones de seres humanos que no saben si mañana vivirán o si serán un número más en las estadísticas de los muertos por hambre de este año…

Estamos ante una disciplina importante, la Bioética. Es importante estudiarla con atención, para promover el valor de la vida, para respetar la dignidad de cada hombre que vive.

La vida es algo muy delicado como para jugar con ella. Pero “la vida” no es algo abstracto: no existe separada de los seres vivos. La bioética se preocupa de seres vivos, niños y viejos, plantas y animales; y también se preocupa del aire y del agua, que deben ser limpios para que no dañen a los vivientes.

Por eso nos interesa mucho que la Bioética sea buena, sea “ética”. Para nuestro bien y el de las generaciones que vendrán sobre nuestro inquieto y maravilloso planeta tierra.

Fuente: Fernando Pascual

Bioética y ecología
Bioética y ecología

Un día de descanso. Tomamos el coche y empezamos a salir de la ciudad.

A los pocos minutos, estamos atrapados en una cola interminable. Tensiones, ruidos, tal vez un aire contaminado y triste. Después de una hora logramos salir al campo abierto.

Pasa el tiempo y llegamos al “paraíso” soñado: una playa. Cientos de personas luchan por lograr un buen lugar en el estacionamiento.

Media hora después, con el coche ya “seguro”, vamos hacia el mar. La arena está llena de papeles, chicles, incluso algún pedazo de botella. Entramos, por fin, al agua, y notamos que el alquitrán acaba de pegarse a nuestros pies…

Fuera de lo anecdótico, problemas como estos, y problemas mucho más serios, nos hacen pensar en la importancia del ambiente. Además, nos llegan continuamente noticias sobre incendios, pájaros que se extinguen, nubes tóxicas y alimentos peligrosos para la salud de los niños o de los adultos.

Para la Bioética la ecología es algo fundamental. La especie humana, gracias a su inteligencia, ha sido capaz de vivir en muchos tipos de paisajes y de climas. Pero también muchos miles de hombres y mujeres han muerto por culpa de la contaminación, las infecciones, las sequías, el frío o el calor.

Frente a esta situación, estamos llamados a trabajar por un planeta más limpio, más verde, con animales que llamen nuestra atención y den alegría a nuestra insaciable hambre de ciencia y de belleza.

La preocupación por el ambiente, por la ecología, no es algo nuevo. También los antiguos soñaban con un mundo equilibrado, con ciudades bien organizadas y funcionales, con praderas verdes y árboles repletos de frutos. Pero quizá hoy más que nunca nos hemos dado cuenta de que podemos destruir en pocos minutos un bosque que ha crecido durante años o, incluso, siglos; o que somos capaces de eliminar en pocos meses algunas especies de animales o de plantas que querríamos seguir teniendo a nuestro lado.

La Bioética nos orienta e ilumina a la hora de conservar el ambiente en el que transcurre nuestra vida temporal. Lo que hagamos o lo que dejemos de hacer no resulta indiferente ni para los hombres de nuestro tiempo ni para las generaciones futuras. Es algo que nos afecta a todos.

Vale la pena invertir energías y dinero para un mundo mejor. Pero sin olvidarnos nunca del lugar privilegiado que ocupa el ser humano, de las necesidades básicas de millones de personas a los que falta comida, medicinas, cuidados básicos. Una Bioética atenta a lo ecológico sabrá dar el primer lugar a los hombres y mujeres más desamparados, y sabrá promover un ambiente más saludable y más hermoso para todos.

Fuente: Fernando pascual.

Una reflexión sobre la transexualidad
Una reflexión sobre la transexualidad

La existencia humana implica dos planos estrechamente unidos: el corpóreo y el psico-espiritual.

Por el cuerpo somos seres en el mundo. Con una serie de características en buena parte recibidas y sometidas a las leyes del mundo físico: un ADN, un tipo de piel, una estructura ósea, una estatura, un sexo.

El sexo, nos fijamos ahora en esto, permea todo nuestro ser: lo cromosómico, lo gonádico, lo genital, lo hormonal, lo psicológico y lo social; los dos últimos planos, como veremos en seguida, superan lo simplemente corpóreo para entrar en niveles más complejos de la propia personalidad.

Por el espíritu, en cambio, transcendemos y superamos lo simplemente corporal. Podemos, así, tomar decisiones éticas, abrirnos al otro, cerrarnos en una postura egoistica, acoger la vida social como fuente de plenitud o rechazarla con hostilidad. Podemos, incluso, asumir la propia corporeidad con todas sus riquezas y sus límites, o rechazarla con una aversión profunda debida a motivos no siempre bien comprendidos.

A veces se dan serios conflictos entre lo corpóreo y lo psico-espiritual. Fijémonos en el ámbito de la sexualidad, en el que tales conflictos son especialmente intensos. Hay personas que no aceptan su condición sexuada. Algunos porque tienen miedo al sexo, por traumas infantiles, o por ideas pseudorreligiosas. En la antigüedad, por ejemplo, había quienes se castraban para evitar “tentaciones”. Otros, en cambio, aceptan su condición sexuada, pero rechazan lo que sería la orientación natural de la misma, por lo que buscan prevalentemente (o únicamente) relacionarse con personas del mismo sexo. Es lo que llamamos homosexualidad.

Otros desearían poseer un sexo distinto del que tienen. Si son varones se sienten y buscan afanosamente ser mujeres, y si son mujeres se sienten y buscan afanosamente ser varones. En estos casos estamos ante personas con psicología transexual.

Hay diversas maneras de afrontar el fenómeno de la transexualidad (llamada también disforia de género). Algunos la consideran desde una perspectiva dualista: el espíritu (el psiquismo) domina al cuerpo y puede modificarlo según los deseos de cada uno. Esta visión sería válida no sólo para el ámbito sexual, sino para cualquier otro aspecto del propio cuerpo.

Bajo esta perspectiva, las personas “deberían” tener derecho de cambiar su sexo, o su raza, o sus características físicas dominantes (altura, esbeltez, color de los ojos, etc.). Lo corpóreo, en otras palabras, sería visto como algo modificable según los deseos de lo psicoespiritual.

La perspectiva dualista está muy presente, aunque pocos lo hayan percibido, en la “ideología de género”. Esta ideología considera la orientación sexual como algo que no depende de lo simplemente fáctico, de lo corpóreo, sino de las decisiones libres de las personas. Por lo mismo, habría que superar, según los defensores de esta ideología, la “mentalidad tradicional”, que divide al mundo entre hombres y mujeres, para abrirse a un número variable de opciones sexuales: la masculina, la femenina, la homosexual (dividida en masculina y femenina), la bisexual (dividida a su vez en masculina y femenina) y la transexual (dividida en transexual masculino y transexual femenino). La ONU habla ya de más de un centenar de opciones, pero las dejamos de lado por brevedad.

Hay que notar que se da una extraña asimetría en este tema, una fijación en lo sexual en detrimento de otras problemáticas psicocorporales. Mientras algunos promueven el “derecho” al cambio de sexo, incluso con una intervención de dinero público en el complejo proceso de reasignación sexual, muy pocos se fijan en otros conflictos entre lo psíquico y lo corpóreo. Más aún, nos resultaría muy extraño que hubiera presiones para que el estado subvencionase el cambio de raza, el cambio de color de los ojos o el cambio de estatura…

La perspectiva unitarista, en cambio, considera el tema de las personas transexuales (y, en general, toda la temática de la sexualidad humana) desde un punto de vista distinto: el cuerpo no es visto como un simple dato manipulable y usable según la espontaneidad del espíritu o de la psique, sino como algo que toca profundamente a la persona, que la constituye y que merece ser integrado en un proyecto global de realización. En otras palabras, el cuerpo no es “material” usable según las libres opciones de los individuos, sino algo que entra a formar parte del propio ser y que no puede ser usado ni despreciado sin graves daños en el desarrollo de la propia vida.

La perspectiva dualista preferirá, en el tema del transexualismo, secundar y acompañar al transexual para que pueda conquistar aquel cuerpo que desea. En otras palabras, dirá sí a una serie de intervenciones de tipo psicológico, hormonal, quirúrgico y legal (hasta modificar el registro civil y todos los documentos personales) que permitan el cambio de sexo.

Hay que señalar, sin embargo, que tal cambio de sexo nunca podrá ser completo. En primer lugar, porque las operaciones quirúrgicas no son “curativas” (los genitales de los transexuales suelen ser órganos perfectamente sanos) sino “destructivas”. En segundo lugar, porque el enorme esfuerzo por simular genitales externos semejantes al del sexo deseado no llevarán nunca a cambiar el sexo genético, ni permitirán, al menos por ahora, que la persona transexual pueda ser fecunda si llega a “conquistar” una buena apariencia del sexo deseado, pues la fecundidad se pierde completamente en los niveles más agresivos de intervención quirúrgica sobre personas transexuales.

Aunque todavía faltan estudios y tiempo para ver cómo se desarrolla a largo plazo la vida de las personas transexuales que se han sometido a operaciones devastantes, ya han aparecido algunos estudios que nos deberían hacer reflexionar antes de condescender fácilmente ante el deseo de quien quiere cambiar de sexo.

En un artículo publicado basado en los experimentos del Johns Hopkins Hospital (cf. Paul McHugh, Surgical Sex, «First Things» 147, November 2004, 34-38), se ha notado que las operaciones de cambio de sexo suelen ir acompañadas de una mayoritaria sensación de alivio por parte de los interesados: se sienten satisfechos por haber cambiado de sexo a nivel físico. Pero también se ha notado que la satisfacción por haber adquirido un nuevo cuerpo no ha ido siempre acompañada por una mejoría de los propios problemas psicológicos.

Por ello, algunos expertos se han preguntado: ¿no será mejor afrontar el tema de la transexualidad no desde una perspectiva quirúrgica sino desde una perspectiva psicológica? ¿No estamos ante una problemática que es más competencia de los psicólogos y psiquiatras que de los médicos expertos en el funcionamiento del cuerpo?

Por lo mismo, creemos que la perspectiva unitarista será más rica y más completa a la hora de ayudar a las personas transexuales. Resulta reductivo e insuficiente llevarlas al hospital, darles hormonas y empezar el largo proceso del “cambio de sexo” (desde luego, con un fuerte apoyo psicológico, pero sin que tal apoyo lleve a descubrirles que el cuerpo no es el problema). En cambio, resulta algo mucho más rico y profundo descubrir las raíces del conflicto con el propio cuerpo para encontrar un camino de aceptación de aquello que no es un enemigo, sino parte integrante del propio ser: el sexo inscrito profundamente en el propio cuerpo.

Fuente: Fernando Pascual

Dilemas Bioéticos
Dilemas Bioéticos

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), define el término dilema, como: “Argumento formado de dos proposiciones contrarias disyuntivamente, con tal artificio que, negada o concedida cualquiera de las dos, queda demostrado lo que se intenta probar.”

Más claro, un dilema es una duda, una disyuntiva, sobre qué camino tomar, en este caso en temas relacionados con la vida, especialmente de la vida humana.

¿Qué es lo que genera estos dilemas? ¿Por qué en nuestro tiempo es más común que surjan, que tengamos que afrontarlos?

La respuesta es muy clara: cada día conocemos más de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de cómo funciona.

Esto, aunado a la tecnología que propone alternativas, establece la necesidad de reflexionar desde muchos ángulos cual es el camino correcto desde una perspectiva ética (bien y mal).

En esta columna, insistimos siempre en la necesidad de cobrar conciencia de que, durante nuestra vida, debemos tomar decisiones bioéticas constantemente, no solo cuándo se presenta una situación extrema, como pudiera ser una enfermedad.

Hace pocos días se ha anunciado quienes son los ganadores del Premio Nobel de Medicina. Se trata de los doctores: Young, Rosbash y Hall, quienes han descubierto en las “moscas de la fruta” un gen que controla el reloj biológico.

Su descubrimiento plantea que este gen (que posee cada célula del cuerpo de los seres vivos) regula a través de algunas proteínas el comportamiento de la temperatura, el sueño, la presión arterial, el estado de alerta, etc., en función de del ciclo de 24 horas en el que vivimos, el día y la noche.

Obviamente, este reloj biológico, se adapta al lugar en el cual se encuentra la persona en el planeta, es por ello que se presentan fenómenos cómo el Jet Lag cuándo se viajan a lugares distintos al propio y que suponen cambios de horario.

Es así en este caso, que al menos a mí se me presenta un dilema bioético con respecto al tema del cambio de horario.

Si bien es cierto que hay países en lo que los cambios de estación suponen cambios dramáticos en el clima y la duración del día y de la noche, existen otros, como México en el que estos no son casi perceptibles.

¿Es entonces justificable que, en México, haya cambio de horario? ¿Los beneficios obtenidos en la comunicación y la economía se han puesto por encima de la probable afectación en la salud de las personas?

Dos preguntas, para dar respuesta a un dilema bioético que se presenta hoy y ahora con este descubrimiento y que no pretende más que ser un ejemplo de cómo la Bioética está presente en nuestras vidas, más allá de lo que podemos suponer.

Dejo ahí las preguntas a su consideración, ahora a investigar y tomar postura, mientras que nos vemos la próxima semana con un nuevo tema y una nueva reflexión.

MBPP

A vueltas con la anticoncepción
A vueltas con la anticoncepción

No basta con repetir una frase para que se convierta en verdad. Como no deja de ser verdad algo que ha quedado excluido en el mundo de la información.

Muchos creen que la anticoncepción es un beneficio, una conquista, un instrumento valioso para defender los “derechos reproductivos”. ¿Es correcta esta idea repetida una y mil veces en nuestro mundo moderno?

Recordemos que las técnicas anticonceptivas buscan anular la posible fecundidad en las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer.

Si lo anterior fuese algo positivo, una conquista, ¿cuál sería el bien que se obtiene? ¿Qué “ganancia” otorgan las técnicas anticonceptivas? Según sus defensores, el mayor beneficio consiste en evitar un embarazo no deseado. Lo cual permite que la relación sexual entre el hombre y la mujer goce de mayor libertad al no tener que confrontarse con los posibles deberes y responsabilidades que surgen cada vez que se produce una concepción.

Podemos entonces preguntarnos: ¿es bueno que una relación sexual no sea fecunda? ¿Es malo que se produzca un embarazo no deseado?

Sabemos que a lo largo de la historia se han producido y se siguen produciendo miles, millones de embarazos no deseados. Pero también sabemos que miles, millones de esos embarazos no deseados han terminado en un parto, y que entre nosotros viven miles, millones de hombres y de mujeres que empezaron a existir sin ser “queridos”, todo “por culpa” de un embarazo no deseado.

No es bueno vivir sin ser amados. Por eso lo mejor es iniciar el camino de la vida desde una actitud, por parte de la madre y del padre, no sólo de justicia y de respeto (lo mínimo que podemos ofrecer a cualquier ser humano), sino desde el amor.

Cada existencia humana encierra un tesoro de potencialidades y una riqueza profunda que se fundan en su dignidad intrínseca. No somos valiosos porque alguien nos ama. Al revés, porque somos valiosos podemos recibir y “merecer” el ser amados, aunque nadie puede obligar a otras personas a que nos amen.

Si reconocemos la dignidad intrínseca de cada vida humana, reconoceremos también que nunca puede ser vista como mala la llegada de un nuevo hijo en el mundo de los hombres. Porque cada hijo tiene un valor inmenso, porque su vida vale por sí misma, porque tiene unas potencialidades maravillosas.

Si la sexualidad está orientada naturalmente hacia la fecundidad, hacia la llegada de los hijos, no puede ser nunca un “mal” ni un “daño” el que una relación sexual desemboque en un embarazo. Lo que sí puede ser malo es que tal relación sexual se produzca sin amor, sin respeto, sin responsabilidad.

Hay que ir más a fondo en este punto. Si la sexualidad se orienta a la transmisión de la vida, y si toda vida humana es siempre digna y nunca debe ser discriminada ni rechazada, cada relación sexual implica una responsabilidad enorme. El hijo que puede surgir gracias a la misma merece apoyo, cariño, protección, y tantas cosas que los buenos padres buscan dar a sus hijos.

Querer destruir la fecundidad, querer que la relación entre un hombre y una mujer no produzca un hijo “temido” y no querido implica alterar, falsear, el sentido genuino de la sexualidad humana, porque considera una riqueza (la apertura a la transmisión de la vida) como un obstáculo, un peligro, incluso como un “mal”.

Ese es uno de los graves errores de la anticoncepción: manipular el propio cuerpo o la orientación natural del acto sexual para que no llegue a existir un hijo, para que no inicie una vida humana.

La actitud correcta, aquella que lleva a vivir la sexualidad de un modo distinto al que domina hoy en muchos ambientes, consiste en verla en el contexto de un amor sincero y pleno, de una donación seria y responsable, y de una apertura generosa, a la llegada de un posible hijo.

Que el amor llegue a esas características es posible en el marco de una estabilidad y de una entrega tan completas que sólo se dan así en el compromiso matrimonial vivido en su sentido más profundo. En otras palabras, sólo dos esposos, si lo son en plenitud y de modo auténtico, saben amarse y saben vivir su vida íntima de tal modo que la relación sexual con la que se dan sin reservas el uno al otro estará siempre abierta a la posible y magnífica noticia: ha iniciado a existir en el mundo un nuevo ser humano, que merece amor y que espera tanto de quienes son simplemente, para él, sus padres.

Fuente: Fernando Pascual

Supervivientes de un aborto
Supervivientes de un aborto

Los supervivientes del aborto son un grito profundo en favor de la justicia y de la vida, un reto que puede destruir los sofismas de los defensores de la mentalidad abortista.

Para quienes defienden el aborto para “tutelar” la libertad de elección de la mujer, pues sólo ella decide sobre su cuerpo y sobre la vida o la muerte de quien crece dentro de ella, el superviviente del aborto llega a convertirse en un “atentado”, una herida, que limita la libertad femenina.

La existencia de ese niño no era querida, no era amada, no era protegida. Tras un aborto fracasado, el superviviente dice a su madre y al mundo que es alguien, que necesita cariño, que vale por sí mismo, que ha logrado pasar la prueba de un proyecto asesino, que también él tiene derecho a elegir, a caminar en el mundo de los vivos.

Para quienes consideran que los médicos tienen un “deber” de realizar un aborto seguro y de calidad si una mujer lo pide dentro del respeto de las “leyes”, el superviviente de un aborto denuncia la impericia o el fracaso de un acto orientado a la muerte. Lo cual lleva al absurdo de pensar que fue “mal médico” quien no consiguió suprimir una vida humana, quien permitió el nacimiento de un niño no deseado, quien en muchos casos dejó cicatrices y heridas más o menos graves en un cuerpo indefenso.

La verdadera medicina, sin embargo, no busca la muerte de nadie ni pretende dañar en su cuerpo a seres humanos muy pequeños. En otras palabras, nunca será un “fracaso médico” el que un embrión o un feto haya sobrevivido al injusto y cruel acto que buscó acabar con su vida. El verdadero fracaso consiste, tristemente, en que sí haya abortos “seguros” y “bien hechos”, en que se use una ciencia destinada a servir la vida para provocar la muerte de un hijo desprotegido.

Para quienes piensan que el aborto sería justo simplemente por el hecho de haber sido autorizado a través de una votación del parlamento o de un referéndum popular, el superviviente de un aborto podría convertirse en un enemigo de la legalidad, un “error” de quienes no supieron respetar las leyes.

¿Es que la existencia de un niño puede ser considerada como una infracción, como un daño a un sistema jurídico, como la privación de un “derecho” de la mujer? ¿No será, más bien, que una sociedad está totalmente desquiciada cuando permite el aborto y promueve el que los médicos usen su saber contra la vida?

Los supervivientes del aborto son seres humanos tan dignos como tú y como yo. Su existencia, tal vez sus heridas, nos piden, nos suplican, nos empujan a trabajar decididamente por terminar con el aborto en todas sus formas.

Por respeto a ese niño, por deseo de ayudar a la madre en su vocación al amor, por sentido de justicia, buscaremos promover leyes y comportamientos solidarios, con hospitales y con médicos al servicio de la salud y de la vida del más indefenso: el ser humano antes del maravilloso día de su parto.

Fuente: Fernando Pascual