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Mientras discutimos sobre el aborto…
Mientras discutimos sobre el aborto…

La discusión sobre el aborto sigue en pie. Los argumentos de los defensores de la mal llamada “libertad de elección” (libertad para decidir la muerte de un hijo) y los argumentos de los defensores de la vida (del hijo y de su madre, porque los dos son iguales en dignidad) repiten una y otra vez sus argumentos, tal vez los mismos durante años y años de debate.

Mientras la discusión continúa, miles, millones de hijos son eliminados, son abortados. Unos, bajo el amparo de las leyes que han despenalizado o liberalizado el aborto. Otros, en la clandestinidad, porque ni siquiera desaparece el aborto clandestino allí donde ha sido legalizado.

Todos, los unos y los otros, mueren, y dejan una herida profunda en el corazón de sus madres.

El dato frío de los millones de víctimas del aborto no debe dejarnos insensibles. No hemos de pensar que será la historia, el mañana, quien juzgue con dureza a la actual generación por haber asistido con frialdad a una masacre de proporciones apocalípticas, con millones y millones de hijos asesinados cada año.

Ya ahora el corazón denuncia que estamos en un mundo injusto y cruel, donde la vida de los más indefensos y pequeños, los hijos, vale muy poco, pues pueden ser eliminados por motivos muy variados: a veces por el simple deseo de tener más tiempo para acabar la carrera, o para no perder el trabajo, o para evitarse un problema en familia, o porque el hijo tenía algún “defecto” que lo convertía en “indigno” de continuar la aventura de la vida.

Mientras discutimos sobre el aborto, en este día, morirán miles de hijos. Su muerte deja un hueco en la historia humana. Sus vidas provocan un vacío no sólo de bocas, de manos, de corazones, sino de libertades, de ideas, de sueños, que no llegaron a ponerse a trabajar porque otros decidieron que no nacieran.

Mientras discutimos sobre el aborto, mientras buscamos cómo convencer a la otra parte de su error, una vida acaba de ser cercenada en sus inicios. Quizá también él querría haber dado su punto de vista, quizá habría dicho que vale la pena respetar a los que ya existen, aunque sean muy pequeños o lleguen en un momento difícil para la mujer o para la familia.

Ese hijo no podrá reprocharnos tanta cobardía, tanto egoísmo, tanto retorcimiento dialéctico cuando todo es mucho más sencillo y claro: cada embrión, cada feto, es un hijo.

Así de sencillo y así de hermoso, así de comprometedor y así de magnífico. Como lo fuimos tú y yo y todos los que ahora respiramos.

Nos corresponde, por eso, poner en marcha un esfuerzo sincero para que todos, en un mundo más justo y más lleno de amor, puedan nacer con la ayuda y la asistencia de quienes vivimos a su lado.

Droga para uso personal: ¿despenalizarla?
Droga para uso personal: ¿despenalizarla?

¿Cómo afrontar el hecho de que muchas personas tengan consigo droga para uso personal? El Estado, ¿tiene la obligación de castigar a quienes poseen pequeñas cantidades de droga? ¿No debería más bien perseguir solo a los traficantes y dejar tranquilos a los consumidores particulares, muchos de ellos víctimas de la drogadicción?

La pregunta se repite en diversos contextos y exige una respuesta, pues según la misma los legisladores y los gobiernos, la policía y los jueces, podrán actuar de modo tempestivo y con la eficacia que se espera para el bien de las personas y de toda la sociedad.

Es oportuno evidenciar que la “droga en el bolsillo” no se reduce a la problemática que pueda tener el consumidor (ocasional o habitual, en sus momentos iniciales o ya sumergido en la dependencia), sino que involucra de modo más o menos directo a otras personas: al productor de droga, al traficante, a los que la venden como “mayoristas” o como minoristas, a los familiares del “consumidor”, a las estructuras sanitarias (que atienden a cientos, incluso miles, de adictos), a los educadores y amigos, a los compañeros de trabajo, etc.

Además, el tema “droga” toca muchas dimensiones, físicas, psíquicas, espirituales, familiares, escolares, sociales, culturales, económicas, políticas, etc. Por lo mismo, hablar sobre el consumo personal de drogas en su dimensión legal, dejando de lado los demás contextos, es siempre algo insuficiente y parcial, aunque resulta útil centrarse en el mismo para analizarlo en profundidad. En ocasiones será posible aludir a otras dimensiones del fenómeno, pero por motivos de brevedad concentraremos la atención en la relevancia jurídica que nace del hecho de tener droga para uso personal.

Partimos de una reflexión a la que se recurre al tocar esta temática. Sabemos que no todo lo éticamente incorrecto debería convertirse en algo punible por la ley. Al mismo tiempo, todo lo que sea o pueda llegar a ser peligroso para terceras personas, y en algunos casos también para uno mismo, es no solo éticamente incorrecto, sino también algo que va contra la justicia y el orden social, por lo que las autoridades tienen la obligación de intervenir para impedir daños y para castigar a quienes promueven o ejecutan actuaciones de ese tipo.

Expliquemos más a fondo esta idea. Existen miles de comportamientos erróneos e inmorales sobre los que el Estado no tiene que intervenir. Por ejemplo, si uno es egoísta y en casa escoge siempre la fruta más sabrosa y deja la peor a los demás, si no ayuda en las tareas familiares porque prefiere “navegar” en internet, si no hace los deberes universitarios, si grita al vecino porque tiene un perro que ladra mucho…

Esas y otras muchas situaciones parecidas tienen un peso social reducido, no dañan la justicia de modo relevante. Sería absurdo proponer intervenciones policiales y juicios en los tribunales (de por sí ya saturados, en muchos países, por todo tipo de querellas) para eliminar ese tipo de comportamientos. Nadie irá a un juzgado porque no visitó a un amigo enfermo, aunque éticamente es bueno no dejar solos a quienes necesitan más ayuda. Pedir que el Estado intervenga en comportamientos de este estilo llevaría, además, a una inflación del poder público que llegaría a asfixiar casi por completo la legítima libertad de las personas y de los grupos sociales.

Otros comportamientos, en cambio, implican daños sociales de importancia, hieren derechos de otras personas, promueven el desorden, alimentan la delincuencia, socavan los cimientos en los que se construye la sociedad. Ante los mismos el Estado tiene la obligación de intervenir con leyes concretas y con acciones “represivas”, en orden a impedir tales comportamientos y a castigar a quienes los ejecuten.

Apliquemos lo anterior a un tema concreto: la posesión de armas de fuego. ¿Es lícito adquirirlas libremente, conservarlas en el propio hogar, o incluso llevarlas consigo en la calle, en el trabajo, en lugares públicos?

En Estados Unidos, con ciertos límites, se ha dado una respuesta más bien afirmativa a algunas de estas preguntas. Los resultados, sin embargo, no son muy halagüeños. En otros lugares, la respuesta ha sido claramente negativa en la mayoría de los casos, para evitar situaciones de peligro. Los Estados “prohibicionistas” tienen que combatir, desde luego, la posibilidad de un tráfico ilegal de armas, que se concreta allí donde exista una mayor “demanda” de posesión de tales armas.

Añadimos, porque es algo que algunos olvidan y que aplicaremos al tema de la droga, que el simple hecho de legalizar la posesión de ciertas armas de fuego no elimina el tráfico y la venta ilegales de las mismas. Existen muchos productos legalizados (un caso clásico es el del tabaco) sobre los que existe todo un mundo sumamente rentable de ventas clandestinas.

El criterio de fondo en este tipo de intervenciones legislativas y jurídicas es el siguiente: el Estado no puede permitir que los individuos, amparados en presuntos derechos personales, tengan pertenencias o realicen comportamientos (inclusive a través del simple uso de la palabra: es delito en muchos lugares la apología del terrorismo o del racismo) que implican peligros potenciales o daños concretos a la salud, a la vida, a la fama y a otros derechos fundamentales de algunos seres humanos. Por lo mismo, allí donde un comportamiento o un objeto particular signifique un primer paso para el desorden social, para el daño (de relevancia) de otros (a veces, también, de un mismo), es plenamente lícito, incluso es un deber ineludible, intervenir de modo represivo, sea evitando las situaciones de peligro, sea castigando a quienes violan las leyes (en el caso de las armas, a través de la tenencia, producción y comercio de armas ilícitas).

Con la reflexión que acabamos de ofrecer podemos afrontar ahora el tema de la droga, y volvemos a las preguntas iniciales. ¿Es lícito que el Estado establezca leyes prohibitivas y penalice el hecho de poseer droga para uso personal? ¿No sería mejor que las leyes permitiesen a las personas particulares llevar consigo “cantidades mínimas” de drogas (estupefacientes, psicotrópicos, etc.) para uso y consumo personal?

Para agilizar el desarrollo de las reflexiones, hablaré de “droga personal” para referirme a cantidades de droga en posesión de una persona que se supone sirven solo para el propio uso y consumo.

El camino hacia la respuesta supone una reflexión atenta sobre la posible peligrosidad social del consumo de drogas. Ha quedado claro que el Estado no interviene (no debería intervenir) en aquellas situaciones éticamente reprobables que no tengan relevancia social. ¿Es tan peligrosa la “droga personal” como para justificar una intervención “represiva” contra la misma?

Es oportuno poner ante nuestros ojos los distintos niveles del problema droga. Uno de ellos sería el nivel fisiológico: analizar los componentes de las diversas drogas y sus efectos en el organismo humano. Otro sería el nivel psicológico: estudiar los efectos de las drogas en el desarrollo o “involución” de la personalidad de quienes las consumen, especialmente cuando provocan dependencia psicológica (que puede o no estar acompañada de dependencia fisiológica). Otro sería el nivel social: evidenciar en qué sentido el consumo de drogas modifica las relaciones con los demás, enrarece las relaciones familiares y de otro tipo, llevando a situaciones de enorme daño para las distintas personas que están más o menos cerca de quien vive esclavo del mundo de la droga.

El nivel social incluye también la actividad económica que permite la adquisición de la “droga personal”, actividad que, en cuanto demanda, despierta en algunas personas interesadas y hábiles el deseo de corresponder a esa demanda con la “oferta” de drogas, obtenidas por caminos, en muchos países, ilegales, con lo que implica de fomento de la criminalidad organizada (narcotraficantes, grupos terroristas financiados a través de la droga, mafias de diverso tipo, etc.). Además, el consumidor de drogas, sobre todo si se encuentra en una fase de dependencia aguda (estado de drogadicción) puede incurrir en delitos más o menos graves para conseguir el dinero que necesita para seguir comprando drogas.

Distinguir los niveles ayuda, ciertamente, a clarificar las reflexiones y a discutir de modo ordenado. Pero en el ser humano esos niveles se dan relacionados: lo que ocurre en la propia sangre o en las neuronas lleva consigo consecuencias psicológicas y comportamentales, que repercuten en la vida social, etc. Al revés, una situación de tensión familiar o de desazón psicológica puede preparar a una persona a introducirse en el mundo de la droga o del abuso de bebidas alcohólicas, provocando así reacciones en cadena que pueden agravar y empeorar la situación.

Fijémonos ahora en el nivel fisiológico. Sabemos que un alimento normal, tomado en cantidades excesivas o según la situación particular en la que se encuentre una persona concreta, puede convertirse en fuente de enfermedades o incluso provocar la muerte. El diabético, por ejemplo, es consciente de que no debe tomar azúcar u otros alimentos. ¿Son las drogas sustancias que pueden ser vistas como alimentos o sustancias “normales” para la gente en general, y solo peligrosas para algunas personas concretas?

No es fácil responder ante la gran variedad de drogas que existen y las que puedan aparecer en el futuro. Sintéticamente podemos dar una respuesta negativa: las drogas provocan importantes alteraciones en el organismo, daños a corto o a largo plazo en el cerebro, estados de alteración más o menos graves en el comportamiento. Conllevan, además, el peligro de inducir a una creciente dependencia o al paso de drogas “menos peligrosas” a drogas más peligrosas. Añadimos aquí que la distinción entre “drogas blandas” y “drogas duras” ha sido puesta en discusión y se prefiere más bien clasificar las drogas según los efectos farmacológicos y psicológicos que cada sustancia produce en el organismo humano.

Por lo que respecta a las alteraciones psicológicas y comportamentales que produce la droga, vemos cómo en muchos casos son asimilables a las que produce el exceso de alcohol. Si reconocemos que el abuso de bebidas alcohólicas ya está ampliamente penalizado en muchos lugares del mundo precisamente por la peligrosidad social que se genera a causa de las borracheras, entonces es fácil concluir que la “droga personal”, en cuanto sustancia peligrosa, exige una intervención penal en vistas a apartar a las personas de su consumo y a evitar los daños sociales que se siguen del mismo.

Desde luego, la penalización del consumo de droga implica automáticamente la prohibición de su venta, de su comercialización y de su producción, siempre que tales actividades estén orientadas a abastecer el mercado de la “droga personal”. No se excluye, lo cual toca decidir a las autoridades después de haber escuchado a los expertos en medicina, el que algunas drogas concretas puedan ser usadas (producidas, comercializadas) como sustancias farmacéuticas y con un estricto control médico y social, para evitar el que lleguen a ser vendidas con otros fines.

Por todo lo expuesto, creemos posible dar respuesta a la pregunta inicial: ¿el Estado tiene obligación de castigar a quienes poseen pequeñas cantidades de droga? Sí, porque la “droga personal” no solo provoca graves daños personales, a nivel fisiológico y comportamental, sino que lleva a graves daños sociales, en dos niveles. Un nivel de daños surge desde la misma alteración fisiológica y psíquica: quien consume drogas llega con facilidad a situaciones de semi-inconsciencia o de euforia que afectan, incluso gravemente, a otras personas.

Otro nivel nace del simple hecho de que consumir droga solo es posible después de haber comprado droga (una sustancia ilegal); es decir, la compra de drogas alimenta y sostiene el mundo de la delincuencia, una delincuencia sumamente peligrosa, como se está demostrando en la existencia de mafias y de grupos terroristas alimentados con el tráfico de drogas, y que han alcanzado un poder económico tan elevado que puede poner en peligro la vida y la estabilidad de algunos Estados del planeta.

Bastaría este segundo nivel (sin dejar de lado el primero) para prohibir la “droga personal”. Porque una persona llega a conseguir un producto ilegal si lo ha comprado (directamente o a través de otros) en el mundo de la delincuencia y la ilegalidad, en el reino del poder del narcotráfico. Este simple motivo, sin desconocer todos los daños personales y sociales que genera la drogadicción, y sin dejar de lado los enormes costos sanitarios que suponen para la administración pública tener que crear y mantener estructuras para atender a los drogadictos, bastaría para considerar necesario la intervención punitiva contra quienes colaboran con la criminalidad al adquirir “droga personal”.

En conclusión, ¿hay que despenalizar la droga para uso personal? No. Lo que sí es urgente es promover una sociedad con valores y principios claros, que permita a jóvenes y adultos vivir sanamente, y que les aparte de las redes de las dependencias (droga, alcohol, prostitución, etc.) que provocan enormes daños individuales y sociales, y que alimentan un mundo de delincuencia que no puede coexistir con un Estado sano.

Prohibir la “droga personal” es solo un aspecto, importante ciertamente, de la lucha contra la droga. Saber integrarlo con otras acciones, según una visión equilibrada sobre lo que significa la vida humana y sobre las virtudes que llevan a un desarrollo integral de la propia personalidad, es uno de los grandes retos que deben asumir todos los que, de cualquier forma, intervienen en la tarea educativa.

Fuente: Fernando Pascual.

Emplear el dinero para la vida
Emplear el dinero para la vida

Empresas, corporaciones, personas particulares, entregan su dinero a grupos que promueven el aborto, a quienes buscan la muerte de los hijos antes de nacer.

Esto ocurre porque esas corporaciones y esas personas no saben que la asociación “X”, que el centro “Y”, que la ONG “Z”, defienden y usan el dinero donado para la muerte.

Gracias a ese dinero, y al dinero de quienes trabajan sin descanso para que el aborto aumente en el mundo, existen tantas iniciativas llevadas a cabo por grupos abortistas para engañar a las personas, para promover la mal llamada “salud sexual” (si fuera salud, no incluiría nunca el aborto), para difundir publicaciones sobre “educación sexual” que deseducan y destruyen los auténticos valores, etc.

Por eso es urgente abrir los ojos y ver a dónde va nuestro dinero. No podemos permitir que personas de buena voluntad sean engañadas y ofrezcan donativos a grupos que van contra la vida, contra la salud, contra la educación, contra la justicia, porque promueven uno de los actos más injustos que existe actualmente en el mundo: el aborto.

Frente a esta situación, es urgente individuar qué grupos están a favor del aborto y desvelar cómo promueven sus proyectos asesinos. Una vez individuados, hay que informar a las personas honestas y a las asociaciones para que no sean engañadas por esos grupos, para que nunca vuelvan a darles donativos.

Al mismo tiempo, hay que promover a los grupos, asociaciones o personas particulares que trabajan día a día para ayudar a las madres, para cuidar a los bebés en las zonas más pobres, para defender la verdadera salud (porque salud es lo más contrario que existe al aborto), para difundir una sana y auténtica educación sexual en la familia, para que ninguna mujer sea presionada a abortar, sino que todas sean ayudadas a llevar adelante el embarazo.

Es triste constatar la cantidad de dinero con la que son apoyados grupos enemigos del hombre y de la vida, y la falta de medios económicos en la que trabajan grupos que dicen sí a la vida y a los derechos humanos más elementales.

Decía Quevedo que “poderoso caballero es don dinero”. El movimiento abortista empezará a perder la fuerza con la que ha logrado embaucar a millones de personas y a difundir el crimen del aborto en tantas ciudades y naciones cuando deje de recibir dinero de todos aquellos ciudadanos honestos y asociaciones que hasta ahora han sido engañados y han dado su dinero para el mal.

A la vez, el mundo volverá a respirar con un pulmón distinto cuando ese dinero sirva para lo que tiene que servir: para el bien. Y cuando más y más corazones reconozcan lo que todos sabemos pero muchos no llegan a ver ofuscados por el engaño o las pasiones: que cada vida humana, desde que inicia en el seno materno hasta que termina sus días, es siempre algo maravilloso, que merece nuestros mejores esfuerzos y nuestro cariño.

Fuente: Fernando Pascual

¿Por qué creo que eres persona?
¿Por qué creo que eres persona?

Imaginemos que un profesor ha puesto la siguiente pregunta en un examen: ¿creen ustedes que todos los seres humanos son personas? Entre las respuestas, quizá podríamos encontrar algunas como estas: “Sólo son personas los blancos”. “Sólo son personas los negros”. “También son personas los orangutanes”. “No son personas los fetos”. “Son personas sólo los que acaban de nacer”. “Dejan de ser personas los que no pueden entender ni razonar de un modo normal”. “No sé qué significa ser persona”. “Los varones no son personas”. “Los chicos no son personas”. Y las posibilidades se podrían alargar hasta el infinito.

Desde luego, si alguien nos dijese que ser persona es el resultado de creencias subjetivas, pues no todos pensamos lo mismo. Si además afirmase que hay algunos hombres que son personas y otros que no lo son, las consecuencias podrían ser trágicas. Seríamos capaces de repetir páginas de la historia tan tristes como el Holocausto de los judíos, el genocidio de los armenios, la esclavización de los negros, la opresión de la mujer, el sacrificio de los prisioneros de guerra a los dioses, el infanticidio como sistema para eliminar los defectos en los recién nacidos, y el uso del aborto como “método” para evitar que nazcan seres humanos no deseados.

Es cierto que algunos se dedican a discutir por discutir, y son capaces de afirmar que no es posible saber lo que significa la palabra “persona”. Pero no podemos quedarnos en la pura discusión, pues al político, al parlamentario, al médico y al ciudadano normal nos interesa establecer con la mayor precisión posible quiénes son personas y quiénes no lo son. Tal vez podríamos concordar en algunos parámetros objetivos para llegar a un acuerdo. Incluso, para empezar, podemos dejar de lado por un momento el uso de la palabra “persona” y fijarnos solamente en lo que significa el pertenecer a la especie humana.

El primer parámetro fundamenta todo lo demás: todo individuo de la especie humana debe ser respetado en sus derechos, por el simple hecho de que es individuo de la especie humana, sin mayores especificaciones. No podemos fijarnos en su tamaño (si mide un metro, dos metros o 3 centímetros), ni en su coeficiente intelectual, ni en su sexo, ni en la situación económica de su familia, ni en la claridad u oscuridad de su piel, ni si entra en una mezquita o en una iglesia o en una asociación de ateos. Basta con que sea hombre para que podamos defenderlo en su dignidad. Por desgracia, no todos llegan a esta convicción básica sobre la que puede construirse un derecho mínimamente justo, pues las discriminaciones y los juicios sumarios sobre grupos distintos del propio son algo tan viejo y tan actual como los moretones en las cabezas de los niños.

El segundo parámetro debería ser la consecuencia lógica del primero: si ser individuo de la especie humana es la fuente del respeto y del valor de cada uno, entonces cualquier discriminación que vaya contra ese respeto es una injusticia. Es claro, lo repetimos, que existen las diferencias. No habla igual un chileno que un japonés, ni tienen el mismo color de ojos un niño ruso y un niño africano. Son distintos los pasteles en Alaska y en Filipinas, y la camiseta que usa un futbolista no sirve para vestir a Susanita que acaba de cumplir tres años.

Soñar con que todos seamos iguales es algo absurdo, porque existen millones de diferencias entre unos y otros. Pero las diferencias que nos separan no quitan la unidad profunda: el embrión y el anciano, el canadiense y el sudanés, el rico y el pobre, un famoso actor de cine y el hombre que vive en cavernas del Suroeste de África, son igualmente dignos, igualmente valiosos, igualmente personas, y nadie puede cometer ninguna injusticia contra otro ser humano, aunque uno sea un rico encorsetado y el otro un pobre más lleno de parches que de bolsillos.

Por lo tanto, y ese es el tercer parámetro, una sociedad verdaderamente justa será aquella que sepa respetar a cada ser humano en sus derechos más elementales. El primero de esos derechos, el que permite defender los demás, es el derecho a la vida. Como toda vida empieza antes del nacimiento (porque sería un milagro que sólo empezase cuando vimos la luz al terminar el embarazo), el aborto es un acto injusto, es un crimen.

No todos acepten esta verdad evidente (también es evidente que los “indígenas” son seres humanos, y no han faltado “hombres de cultura” que han dudado de esta evidencia…), pero no por ello deja de ser válida. Dos más dos serán cuatro aunque alguno siga diciendo que son tres, sobre todo a la hora de presentar sus cuentas al estado.

Como toda vida necesita un poco de comida y de protección (casa, vestidos, cariño), es injusto cualquier sistema económico que impida a algunos lo necesario para vivir mientras otros dejan pudrirse toneladas de alimentos “sobrantes”. Como toda vida humana está llamada a crecer y a desarrollarse de modo racional y responsable, habrá que eliminar cualquier forma de imposición o de amenaza que impida el acceso a la educación y al uso correcto y ordenado de la libertad, en el respeto que siempre merecen los demás.

Podríamos seguir con toda una lista de derechos y de deberes que nacen del punto de partida: todos los hombres somos concebidos con una misma dignidad, y nadie, amparado en ninguna ideología o visión totalitaria o eugenismo discriminatorio, podrá eliminar esa dignidad, aunque lo pretenda de palabra o con comportamientos o leyes llenas de injusticia y de maldad.

A la pregunta inicial respondemos con seguridad: creemos que todos los seres humanos somos personas. Esperamos, además, que este milenio, que ha iniciado con la marca de injusticias y violencias (guerras, atentados terroristas, hospitales que practican el aborto, economías que privilegian sólo a los ricos, rencores hacia quienes son de otra raza o de otra cultura) pueda cambiar de ruta para empezar a vivir aquello que se firmó en las Naciones Unidas un 10 de diciembre de 1948: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…” (art.1).

Fuente: Fernando Pascual.

Animales de Laboratorio
Animales de Laboratorio

Durante los últimos años, ha proliferado la tendencia por parte de algunos sectores sociales sobre dejar de utilizar a los animales en los laboratorios para la investigación científica y el desarrollo de técnicas, tratamientos y vacunas que contribuyan a la cura y prevención de enfermedades en las personas.

Para poder hacer un juicio sobre este tema, habrá que partir de distintos puntos, los comparto con ustedes:

1.- A través de la historia de la humanidad, la experimentación científica en animales ha permitido desarrollar los medios necesarios para salvar a millones de personas de enfermedades terribles, sin necesidad de exponer a ninguna sola en su salud o en poner en riesgo su vida.

En otros tiempos, era permitida la experimentación en criminales y proscritos, situación que éticamente sabemos inadmisible ya que la salud y la vida de una persona no puede ser sacrificada por las de otros, ya que todos gozamos de la misma dignidad.

Es así que la experimentación y desarrollo de tecnologías médicas, usando como medio a animales de laboratorio, constituye el mal menor, ya que no conocemos en la actualidad ningún otro medio para hacerlo.

Es por ello que en beneficio de la salud y vida del género humano es legítimo y justificado el experimentar con animales de laboratorio.

2.- No obstante, lo anterior y para que esta legitimidad se confirme, es necesario que los animales de laboratorio estén sujetos a un trato adecuado que satisfaga las necesidades básicas de estos animales y no suponga ningún tipo de abuso o ensañamiento en la investigación.

Cumplir con ello, es reflejo del nivel ético de la persona sobre el resto de la naturaleza, habla de lo que somos frente a los demás seres, especialmente los vivos.

Investigando un poco al respecto, encontré la NOM-062-ZOO-1999 (Norma Oficial Mexicana: Especificaciones técnicas para la producción, cuidado y uso de los animales de laboratorio).

He quedado gratamente sorprendido del cuidado y esmero con la que se ha elaborado este documento, que norma sobre:  la crianza, selección, alimentación, trato, hábitat, cuidado y muerte en estos animalitos.

Para aquellos tan preocupados por el tema y que desean que no se utilicen más en beneficio de la humanidad es conveniente su lectura y ver lo que el ser humano puede hacer para lograr un buen trato, incluso en los seres que son utilizados para este fin, necesario para nuestra raza humana.

3.- En este sentido, debemos aceptar que vivimos en un tiempo en que las personas se reconocen tan poco en sí mismas, que menospreciando la dignidad de la que todos gozamos, somos capaces de ponernos, ya no a la par, sino, en segundo término, frente al resto de los seres de la naturaleza.

Resulta muy poco comprensible que mientras que se invierte tiempo, dinero y esfuerzo en la defensa (ignorante) de otros seres (ya vimos que hay regulación) existan decenas de miles de embriones humanos congelados; niños, jóvenes y adultos afectados por enfermedades y personas en pobreza extrema, todos en un inexorable estado de vulnerabilidad.

Ojalá querido lector que esta reflexión sirva para que cada uno de nosotros tomemos conciencia de quienes somos, los problemas que nos aquejan y de la responsabilidad que tenemos, primero de nosotros y después de los demás seres que nos rodean. De otro modo, el esfuerzo será no solo infructuoso, sino poco legítimo.

Nos vemos la próxima semana, con un nuevo tema y una nueva reflexión.

MBPP

La Bioética y las Leyes
La Bioética y las Leyes

La ciencia avanza a pasos agigantados y los medios que va desarrollando con el apoyo de la tecnología, abren posibilidades extraordinarias en beneficio de la Persona Humana.

No obstante, si la aplicación de estos medios es prematura, sin el debido estudio y reflexión de sus repercusiones que no siempre son las adecuadas, su efecto se revierte, y actúa en lugar de a favor en contra de la Persona Humana.

De ahí la necesidad, como hemos dicho ya en otros artículos, de la Bioética como herramienta indispensable para, desde todas las disciplinas analizar la bondad de los procedimientos médicos apoyados por la tecnología.

Del mismo modo, fundamentados en estas reflexiones y desde la propia evidencia, se hace necesaria una adecuada legislación que establezca criterios y límites en la aplicación de estos procedimientos, promoviendo una adecuada praxis.

Hoy por hoy, estamos lejos de que esto sea una realidad. Las leyes actuales, relacionadas a los temas de la vida son ambiguas y pareciera que existe un enorme desconcierto del legislador sobre las bases que debieran considerarse para regular adecuadamente la aplicación de estos avances y el manejo de sus consecuencias.

Quepa mencionar solamente el ejemplo del manejo de los embriones humanos, que es indiscriminado, fundamentado exclusivamente en situaciones prácticas y económicas, sin que la legislación aporte una normativa clara.

El legislador, para verdaderamente responder de manera adecuada y eficiente a las necesidades actuales, deberá efectivamente considerar las nuevas oportunidades que la ciencia aporta, pero también el que estas se fundamenten en una ética intrínseca, es decir que busque el bien de la Persona Humana, en su integralidad. Esto necesariamente repercutirá en una mejor sociedad.

Quede aquí, queridos lectores la reflexión de esta semana y ya nos veremos la próxima vez con un nuevo tema que nos ayude a todos a tener un criterio adecuado, sobre los temas que afectan nuestra vida.

MBPP

Alternativas ante embarazos problemáticos
Alternativas ante embarazos problemáticos

¿Qué alternativas existen cuando una adolescente no casada empieza un embarazo? Para algunos, existen dos alternativas: tener el hijo, con las diversas problemáticas que ello implica en la vida de la adolescente; o provocar el aborto, que también conlleva secuelas y consecuencias sumamente graves, sobre todo porque el aborto es siempre un acto injusto que suprime la vida de un hijo inocente.

Plantear así la cuestión es insuficiente. Porque existe una tercera alternativa: dar al hijo en adopción. Si no queda abierta esta puerta, muchas adolescentes sentirán que el mundo se les viene encima ante un test positivo de embarazo, y sufrirán presiones de todo tipo para que comentan el gesto dramático de eliminar la vida del propio hijo.

En el horizonte de esta temática, hay un punto que conviene no perder de vista: siempre que inicia un embarazo nos encontramos ante una nueva vida. Esa vida, ese hijo, existe desde un padre y una madre. Serán dos personas muy jóvenes, quizá no estarán preparadas para lo que significa atender a su hijo, tal vez serán adultos abrumados por un sinfín de problemas personales y laborales. En cualquier situación, no podemos olvidar lo más importante: ha empezado a vivir un ser humano indefenso, pequeño, pobre, que necesita ser acogido, ayudado y amado.

Por eso, la sociedad está llamada a ofrecer ayudas concretas y eficaces para asistir a las mujeres más jóvenes (y también a las adultas), solteras o casadas, con o sin trabajo, para que la noticia de un embarazo no se convierta en una carrera contra reloj en la que muchos piden algo sumamente injusto: el aborto del hijo. Al contrario, los padres de familia, los amigos, los tutores, los ginecólogos, y las diversas personas implicadas, pueden hacer mucho para dar una nueva perspectiva a la situación.

Frente a quienes prefieren empujar a las mujeres a abortos presentados en muchas ocasiones como algo fácil y casi automático, hay que responder con una cultura de la responsabilidad y del amor en la que nadie pueda ser excluido, sobre todo si ese alguien es un hijo pequeño, indefenso, en camino hacia ese día magnífico, siempre magnífico, del nacimiento.

Esa cultura explorará caminos y abrirá posibilidades éticamente válidas y, sobre todo, justas, para que la adolescente embarazada o la mujer adulta pueda vivir con más serenidad y paz los meses del embarazo, para que encuentre la mejor manera de atender y cuidar a ese hijo que lleva dentro de sus entrañas, para que sepa afrontar la situación no como un peso, sino como una misión en la que el amor y la esperanza permitan encontrar las mejores alternativas para ella y para el hijo.

Fuente: Fernando Pascual

Bioética a la vista
Bioética a la vista

Cuando compramos unos zapatos queremos que sean buenos, que duren, que no dañen nuestros pies. Cuando tomamos un jugo, esperamos que nos siente bien. Cuando aceptamos un billete de dinero, suponemos que es auténtico.

¿Y qué queremos cuando vamos al médico? Queremos saber cómo está nuestra salud. Si tenemos alguna enfermedad, nos gustaría ser curados cuanto antes. Si la enfermedad es crónica, pedimos al doctor que nos ayude a sobrellevarla con serenidad, de modo digno. Si nos toca prepararnos para recoger velas, para dejar esta vida y acercarnos a la otra… Nos gustaría que se nos dijese la verdad, aunque duela, y poder contar con la ayuda necesaria para llegar al final de un modo digno y humano.

Los enfermos esperan mucho de los médicos. Los médicos lo saben. Por eso desde hace muchos siglos se han establecido normas de comportamiento que pedían al médico la máxima honradez y el compromiso más completo en favor de sus enfermos.

Entre los griegos se hizo famoso el juramento de Hipócrates, un médico que vivió entre los siglos V y IV a.C. En este juramento podemos leer, por ejemplo, frases como esta: “Me serviré, según mi capacidad y mi criterio, del régimen que tienda al beneficio de los enfermos, pero me abstendré de cuanto lleve consigo perjuicio o afán de dañar”.

Los médicos, sin embargo, pueden equivocarse. Incluso algunos han actuado francamente mal. Un caso tristemente famoso, en el siglo XX, fue el de algunos médicos alemanes que colaboraron con los nazis en la eliminación de enfermos o ancianos, o que hicieron experimentos salvajes con prisioneros en los campos de concentración.

También en el mundo “libre” y “democrático” ha habido médicos que han actuado de modo injusto. Por ejemplo, en un hospital de New York, durante varios años (1965-1971), se introdujo el virus de la hepatitis en niños minusválidos, simplemente para experimentar y sin que nada supieran sus padres. En el pasado y en el presente hay médicos que practican la esterilización forzada, o, incluso, el aborto. Algunos también aplican la eutanasia, con o sin permiso de los pacientes, con o sin el apoyo de las leyes…

Junto al problema de la ética de los médicos y de quienes les asisten, la medicina se hace cada vez más complicada, y el tomar decisiones no es nada fácil.

Pongamos un ejemplo de la vida real: a un hospital llegan dos enfermos que necesitan urgentemente un trasplante de pulmón. Se analizan los casos, y resulta que sólo hay disponible un pulmón para el trasplante. ¿Quién lo recibirá? Los dos enfermos son compatibles respecto de ese pulmón, entonces… Después de mucho discutir, se optó por hacer el trasplante sobre el candidato más joven, padre de familia de unos 30 años. El otro, un médico que tenía poco más de 60 años y que era muy querido por la gente, moría a los pocos días. Había que optar y, como es obvio, salvar a uno implicaba dejar morir al otro. Decisiones como estas no son fáciles, y muestran hasta qué punto es casi imposible tomar decisiones que satisfagan a todos.

Para promover la ética de los médicos, para defender a los enfermos de cualquier forma de abuso, para solucionar nuevos casos que la técnica va presentando, para afrontar problemas y urgencias mundiales, como la contaminación, el equilibrio ecológico, el hambre en el mundo, etc., ha “nacido” la bioética, que depende en mucho de la ética clásica de los médicos, y que va más allá de la misma ante la aparición de situaciones hasta ahora nunca imaginadas.

El inventor de la palabra bioética fue Van Rensselaer Potter (1911-2001), un oncólogo que trabajaba en los Estados Unidos. Para Potter, la bioética debería establecer un puente entre científicos y humanistas, para garantizar la supervivencia de la especie humana.

Potter observaba cómo los científicos se encerraban cada vez más en sus especializaciones. Uno sabe mucho de las células de la mano, otro sabe casi todo de las escamas del cocodrilo, otro se dedicaba a crear un arroz super potente… Sin embargo, era (y es) urgente que alguien ayude a todos a ver el conjunto. Para eso sirven las ciencias humanísticas, aunque muchos expertos en filosofía, literatura o sociología, parecen poco competentes a la hora de analizar un descubrimiento científico.

Para sobrevivir, decía Potter, habría que establecer un puente entre los dos lados de estas ciencias, las experimentales y las humanísticas.

Por desgracia, en ambos lados encontramos personas de todos los “colores”: buenos y malos científicos, buenos y malos humanistas. ¿Cómo hacer un puente que valga la pena, que “funcione”? La tarea es difícil, pero no imposible. La bioética, una ciencia con mucha historia pero ahora renovada, quiere dar respuestas. Serán buenas respuestas si defienden sanos principios éticos. Serán malas respuestas (y el mismo Potter dio respuestas muy equivocadas, por ejemplo al defender el aborto) si van contra la justicia y el respeto que merece cada ser humano.

Nos toca a todos, con espíritu crítico y responsable, valorar lo que nos pueda ofrecer la bioética con una simple pregunta: este experimento, esta operación, este sistema económico, ¿respeta al hombre y su dignidad o no?

Tendremos bioética “buena” si sirve para ayudar y defender al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres. Tendremos bioética “mala” si sirve para permitir injusticias como el aborto, el abandono de los enfermos de SIDA o de lepra, o la desnutrición de los niños pobres.

Nosotros, ¿qué bioética queremos?

Fuente: Fernando Pascual

Transhumanismo
Transhumanismo

En este tiempo, somos testigos de cómo la ciencia y especialmente la tecnología, ofrecen
alternativas extraordinarias para mejorar sustancialmente la vida de las personas que sufren de
alguna discapacidad.

Algunos ejemplos loables son las prótesis avanzadas que incluso permiten a algunos atletas
participar en competencias casi sin ninguna desventaja o las nuevas tecnologías que dan
oportunidad a los sordos para oír y a los ciegos para ver.

No obstante, el Transhumanismo es otra cosa. Este sugiere, antropológicamente, que estaríamos
en una etapa de “transición” entre el homo sapiens y el homo technologicus, el cual dependería
más de la ingeniería genética, la manipulación embrionaria y fetal, la medicación, que de su propia
naturaleza y biología.

Esto, que parecería parte de la Ciencia Ficción se impulsa y desarrolla. Es el sueco Nick Bostrom,
profesor de la Universidad de Oxford y Presidente de la Asociación Transhumanista Mundial es
uno de sus grandes promotores partiendo de Darwin y de los fundamentos de la Ingeniería
Genética.

El Transhumanismo no está tan lejos de nosotros. Tomemos como ejemplo el caso de algunos
medicamentos que están “de moda” para potenciar las capacidades de estudio en los jóvenes.
También las operaciones estéticas extremas o los implantes que animalizan a las personas.
Este fenómeno se centra en lo material y lo funcional, dejando de lado todas las características
trascendentales de la Persona humana y por tanto su dignidad.

Debemos estar muy atentos a las implicaciones bioéticas de estos procedimientos y propuestas,
de lo contrario, queridos lectores, probablemente estaríamos enfrentando el exterminio del
hombre, por el hombre fundamentado en una utopía.

Nos veremos la próxima semana con un nuevo artículo y una nueva reflexión.

MBPP

Bioética y comportamientos peligrosos
Bioética y comportamientos peligrosos

La bioética, en cuanto reflexión ética sobre la vida, tiene que hablar sobre aquellos comportamientos elegidos libremente que implican peligros para la salud o para la vida de las personas.

En concreto, la bioética debe pronunciarse sobre la seguridad en el trabajo, sobre la sana alimentación, sobre cómo comportarse en las carreteras, sobre el abuso de sustancias como la droga y el alcohol, sobre los “deportes extremos”, y un largo etcétera.

Numerosos comportamientos ponen en peligro no sólo la propia integridad física, sino también la de otras personas. Por eso hace falta promover una cultura de la prudencia, de la seguridad, del cuidado, que venza la inercia de sociedades en las que el riesgo llega a ser presentado incluso como un reto o como un camino para la autoafirmación.

Al mismo tiempo, la bioética tiene que seguir con atención de qué manera el mundo del trabajo puede ganar en seguridad para evitar accidentes y situaciones de peligro que dejan miles y miles de heridos y de muertos cada año.

Un capítulo importante se refiere al abuso de sustancias que provocan la pérdida de la propia conciencia y responsabilidad moral, además de producir enormes daños a nivel físico, psíquico y social. La droga y el alcohol necesitan una atención más incisiva y eficaz por parte de los estudiosos de bioética, para poder indicar a la sociedad pautas y estímulos que ayuden a erradicar los males del alcoholismo y de la drogadicción en millones de seres humanos.

Estos temas tocan en lo profundo toda la vida social. No basta con avisar de los peligros y denunciar los actos que dañan a la gente. Hay que saber dialogar con las autoridades públicas, con los educadores, con las familias, para que se transmitan valores y virtudes que preparen a los niños y adolescentes a ser responsables y a evitar comportamientos que luego se pagan a un precio excesivamente alto.

Al mismo tiempo, hay que ofrecer la asistencia necesaria a tantas personas que han sucumbido por causa de un accidente o por vicios arraigados, de forma que la sanidad pública y los grupos sociales puedan ayudarles y acompañarles a alcanzar la curación (donde sea posible) o a convivir con la enfermedad de modo digno y adecuado.

La prevención ante los comportamientos peligrosos será mucho más eficaz si está acompañada de una buena enseñanza sobre la higiene, el deporte, las maneras correctas de comer, etc. Millones de personas en algunos países pobres sufren por enfermedades debidas a una nutrición poco balanceada o al consumo de agua en malas condiciones. Otros caen en el extremo opuesto, de forma que una alimentación excesiva y desordenada ha convertido a la obesidad en uno de los mayores problemas sanitarios en algunos países “desarrollados”.

Tener presente esta dimensión de la bioética puede llevar a un cambio radical en los estilos de vida de las personas y de las sociedades. De este modo, será posible trabajar por mejoras profundas en pueblos y aldeas donde ahora se sobrevive de modo muy precario. Habrá menos accidentes de trabajo y de tráfico. Y los jóvenes y los adultos aprenderán a tomar las debidas distancias ante sustancias y comportamientos peligrosos que pueden destruirlos en su vida física y en su integridad personal.

Fuente: Fernando Pascual