Por: Dora García Fernández
El extraordinario y apremiante desarrollo de la tecnología en las ciencias de la salud ha hecho de su regulación una necesidad imperiosa. Dicha tecnología ha introducido en la sociedad del siglo XXI una especie de “medicalización de la vida” y por tanto una “juridicidad de la sociedad”, entrelazando estrechamente a la Bioética y al Derecho en una especie de “simbiosis bidisciplinaria”.
Es así que el Derecho y la Bioética se han unido para dar pie a una nueva disciplina jurídica que sistematiza y da coherencia jurídico-ética a las nuevas realidades que emergen del ámbito de la conducta humana. Dicho en otras palabras, el Bioderecho es una disciplina que estudia la conducta de los seres humanos desde el punto de vista de la ética y de la ciencia jurídica, y, ante el desarrollo científico tecnológico que ha alcanzado la humanidad, se encarga de establecer límites y regulaciones en el ámbito de las ciencias de la vida y de la salud.
Siguiendo los lineamientos establecidos en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, estas regulaciones deben estar fundadas en los valores universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y debe basarse en los principios de la democracia y del Estado de Derecho, creando un espacio de justicia, libertad y seguridad, al situar a la persona humana en el centro de toda actuación, con el respeto a la vida como valor supremo. Por ello es tan importante reforzar la protección de los derechos humanos en el marco de la evolución de la sociedad y de los avances científicos y tecnológicos.
De ello se encargará el Bioderecho basándose en las siguientes premisas:
1) La premisa científica: Si algo puede hacerse, alguien sin duda lo hará (por tanto habría que regularlo).
2) La premisa bioética: No todo lo técnicamente posible es moralmente admisible.
3) La premisa jurídica: Toda actuación humana deberá estar sustentada por la Ley, respetando siempre los derechos fundamentales de la persona humana: su vida y su dignidad.
Por lo tanto, la investigación acientífica y los avances tecnológicos siempre deberán subordinarse a las normas jurídicas y éticas que protegen a la persona humana. Dicho de otro modo, el límite de nuestros actos, además de la responsabilidad, será el respeto la vida y a la dignidad humana.
Dora García Fernández
Los seres humanos tenemos necesidades, intereses y opiniones distintas uno del otro, pero existe un momento en el que debemos decidir sobre dilemas que se nos presentan en la vida, la dignidad, la salud y el medio ambiente y se requiere de cierta orientación para la toma de decisiones. Es aquí donde entra la bioética para apoyar y orientarnos en estas situaciones, y sin lugar a duda, el tema central de la bioética es y siempre será la persona humana.
La bioética es la ética aplicada a todos los aspectos de la vida y por ello la importancia de que todos la conozcamos. Se afirma que fue Van Rensselaer Potter, bioquímico y oncólogo estadounidense, quien en 1970 quien utilizó por primera vez la palabra “bioética” y le dio el sentido de aplicación como nueva disciplina, aunque recientes investigaciones afirman que en 1927 Fritz Jahr, teólogo y filósofo alemán ya había acuñado la palabra en uno de sus artículos. De cualquier forma es un área del conocimiento que vio la luz en el siglo pasado, lo que la convierte en una disciplina relativamente nueva. Y más que una disciplina, lo correcto sería hablar de una multidisciplina, ya que se compone de conocimientos de tres áreas, principalmente: derecho, medicina y filosofía.
En la vida diaria se nos pueden presentan diversos cuestionamientos y dilemas éticos, como, por ejemplo:
¿En caso de peligro se debe salvar la vida de la madre o la del bebé?
¿Debo permitir desconectar la máquina que mantiene vivo a mi ser querido o debo dejarlo seguir viviendo?
¿Debo respetar los deseos de un ser querido en etapa terminal o aceptar o rechazar los tratamientos invasivos cuando está en juego su vida? Pero, si su enfermedad ya no tiene remedio, ¿vale la pena seguir permitiendo que lo entuben y lo conecten a aparatos para mantener su vida artificialmente?
¿Firmo o no el consentimiento informado que me está dando mi médico?
¿Tener un hijo es un derecho o un don? ¿Debo acudir a las técnicas de reproducción asistida si no he podido tener un hijo?
¿Se vale dejar embriones congelados? ¿Son personas estos embriones?
¿Debo respetar la dignidad de mis empleados por encima de mis propios intereses
¿Se deben proteger las especies en peligro de extinción aun cuando esos animales alimentan a una población sin recursos?
Y así podríamos seguir indefinidamente… La bioética y sus principios nos pueden ayudar a encontrar respuestas a estos interrogantes y nos orientarán en la toma de difíciles decisiones.
Así mismo podemos acercarnos a los bioeticistas quienes son especialistas en la materia que podrán ayudarnos en estos casos.
DR. RAFAEL RIVERA MONTERO.
(rafael_rivemon@yahoo.com)
En la actualidad se han proclamado los derechos humanos en todos los órdenes. Sin embargo, sabemos que de manera cotidiana se atropellan los más elementales derechos y, entre tantas manifestaciones de violencia, nuestra sociedad sufre de la falta de respeto más común en nuestros días, que es la del intento del engaño y del engaño propiamente dicho.
Dentro de las causas más frecuentes por las que el hombre de hoy practica la MENTIRA es por el desconocimiento, olvido o tergiversación del conceptverao y noción de lo que es la PERSONA, cuya consecuencia es que los humanos perdemos valores y no respetamos la DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA.
Lo peor de todo, es que en estos tiempos, existe la tendencia a evitar el valor del sentido de la VERACIDAD, tanto a nivel de reconocer su existencia como de aceptar que el hombre miente con mucha facilidad.
La MENTIRA está integrada por la inadecuación entre lo pensado y lo exteriorizado y además, la intención de engañar.
Nuestra realidad nos indica que la MENTIRA es muy utilizada en los diferentes ámbitos de la vida y la política no escapa a ella.
Lamentablemente, en ocasiones, el discurso político cada día va aumentando su contenido de falsedad, a tal grado que no es raro que se acerque al cinismo.
La VERACIDAD en el discurso político es un requisito indispensable para que la confianza exista y para que la convivencia social sea posible, en virtud de que todo hombre tiene el derecho a no ser engañado.
Si el discurso político está contaminado por la MENTIRA, es porque está oscura la noción de la VERACIDAD como consecuencia de la pérdida del concepto más fundamental del sentido del “bien” y del “mal”; lo cual es debido a que nuestra sociedad insiste en vivir con un relativismo ético, confundiendo la moralidad con la legalidad, cuyo común denominador es la pérdida del sentido de la DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA, traducido ello en una gran falta de respeto a los semejantes anteponiéndose los intereses personales o de grupo.
Autor: Dr. Rafael Rivera Montero
Categoría:Bioética
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, Dignidad, Discurso político, Ética, Mentira, Veracidad
Imaginemos que un profesor ha puesto la siguiente pregunta en un examen: ¿creen ustedes que todos los seres humanos son personas? Entre las respuestas, quizá podríamos encontrar algunas como estas: “Sólo son personas los blancos”. “Sólo son personas los negros”. “También son personas los orangutanes”. “No son personas los fetos”. “Son personas sólo los que acaban de nacer”. “Dejan de ser personas los que no pueden entender ni razonar de un modo normal”. “No sé qué significa ser persona”. “Los varones no son personas”. “Los chicos no son personas”. Y las posibilidades se podrían alargar hasta el infinito.
Desde luego, si alguien nos dijese que ser persona es el resultado de creencias subjetivas, pues no todos pensamos lo mismo. Si además afirmase que hay algunos hombres que son personas y otros que no lo son, las consecuencias podrían ser trágicas. Seríamos capaces de repetir páginas de la historia tan tristes como el Holocausto de los judíos, el genocidio de los armenios, la esclavización de los negros, la opresión de la mujer, el sacrificio de los prisioneros de guerra a los dioses, el infanticidio como sistema para eliminar los defectos en los recién nacidos, y el uso del aborto como “método” para evitar que nazcan seres humanos no deseados.
Es cierto que algunos se dedican a discutir por discutir, y son capaces de afirmar que no es posible saber lo que significa la palabra “persona”. Pero no podemos quedarnos en la pura discusión, pues al político, al parlamentario, al médico y al ciudadano normal nos interesa establecer con la mayor precisión posible quiénes son personas y quiénes no lo son. Tal vez podríamos concordar en algunos parámetros objetivos para llegar a un acuerdo. Incluso, para empezar, podemos dejar de lado por un momento el uso de la palabra “persona” y fijarnos solamente en lo que significa el pertenecer a la especie humana.
El primer parámetro fundamenta todo lo demás: todo individuo de la especie humana debe ser respetado en sus derechos, por el simple hecho de que es individuo de la especie humana, sin mayores especificaciones. No podemos fijarnos en su tamaño (si mide un metro, dos metros o 3 centímetros), ni en su coeficiente intelectual, ni en su sexo, ni en la situación económica de su familia, ni en la claridad u oscuridad de su piel, ni si entra en una mezquita o en una iglesia o en una asociación de ateos. Basta con que sea hombre para que podamos defenderlo en su dignidad. Por desgracia, no todos llegan a esta convicción básica sobre la que puede construirse un derecho mínimamente justo, pues las discriminaciones y los juicios sumarios sobre grupos distintos del propio son algo tan viejo y tan actual como los moretones en las cabezas de los niños.
El segundo parámetro debería ser la consecuencia lógica del primero: si ser individuo de la especie humana es la fuente del respeto y del valor de cada uno, entonces cualquier discriminación que vaya contra ese respeto es una injusticia. Es claro, lo repetimos, que existen las diferencias. No habla igual un chileno que un japonés, ni tienen el mismo color de ojos un niño ruso y un niño africano. Son distintos los pasteles en Alaska y en Filipinas, y la camiseta que usa un futbolista no sirve para vestir a Susanita que acaba de cumplir tres años.
Soñar con que todos seamos iguales es algo absurdo, porque existen millones de diferencias entre unos y otros. Pero las diferencias que nos separan no quitan la unidad profunda: el embrión y el anciano, el canadiense y el sudanés, el rico y el pobre, un famoso actor de cine y el hombre que vive en cavernas del Suroeste de África, son igualmente dignos, igualmente valiosos, igualmente personas, y nadie puede cometer ninguna injusticia contra otro ser humano, aunque uno sea un rico encorsetado y el otro un pobre más lleno de parches que de bolsillos.
Por lo tanto, y ese es el tercer parámetro, una sociedad verdaderamente justa será aquella que sepa respetar a cada ser humano en sus derechos más elementales. El primero de esos derechos, el que permite defender los demás, es el derecho a la vida. Como toda vida empieza antes del nacimiento (porque sería un milagro que sólo empezase cuando vimos la luz al terminar el embarazo), el aborto es un acto injusto, es un crimen.
No todos acepten esta verdad evidente (también es evidente que los “indígenas” son seres humanos, y no han faltado “hombres de cultura” que han dudado de esta evidencia…), pero no por ello deja de ser válida. Dos más dos serán cuatro aunque alguno siga diciendo que son tres, sobre todo a la hora de presentar sus cuentas al estado.
Como toda vida necesita un poco de comida y de protección (casa, vestidos, cariño), es injusto cualquier sistema económico que impida a algunos lo necesario para vivir mientras otros dejan pudrirse toneladas de alimentos “sobrantes”. Como toda vida humana está llamada a crecer y a desarrollarse de modo racional y responsable, habrá que eliminar cualquier forma de imposición o de amenaza que impida el acceso a la educación y al uso correcto y ordenado de la libertad, en el respeto que siempre merecen los demás.
Podríamos seguir con toda una lista de derechos y de deberes que nacen del punto de partida: todos los hombres somos concebidos con una misma dignidad, y nadie, amparado en ninguna ideología o visión totalitaria o eugenismo discriminatorio, podrá eliminar esa dignidad, aunque lo pretenda de palabra o con comportamientos o leyes llenas de injusticia y de maldad.
A la pregunta inicial respondemos con seguridad: creemos que todos los seres humanos somos personas. Esperamos, además, que este milenio, que ha iniciado con la marca de injusticias y violencias (guerras, atentados terroristas, hospitales que practican el aborto, economías que privilegian sólo a los ricos, rencores hacia quienes son de otra raza o de otra cultura) pueda cambiar de ruta para empezar a vivir aquello que se firmó en las Naciones Unidas un 10 de diciembre de 1948: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…” (art.1).
Fuente: Fernando Pascual.
Estimados lectores, hoy quiero hablarles de un tema de por sí complejo, el aborto: mucho se ha dicho sobre el mismo y no necesariamente de la manera adecuada. Los que promueven el aborto, usan una serie de afirmaciones contrarias al dato científico nos dicen que: lo que hay ahí, no es más que un montón de células; no es un ser humano, mucho menos persona humana; es un pre-embrión; es como quitar un quiste; no tiene implicaciones, no pasa nada… en fin, si de poner excusas se trata, pues nunca terminaríamos.
¿Cuál es la realidad? Decir que lo que está en el vientre materno no es un ser humano, va en contra de toda evidencia científica, por tanto, no es una verdad objetiva. (más…)