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DISCUSIONES EN LA PAREJA: ¿ALEJAN O ACERCAN?

Seguramente has escuchado que nunca hay que irse a la cama enojados, que discutir fortalece la relación, o bien, que una pareja que discute con frecuencia está condenada al fracaso.

Lo importante es realmente a donde los lleva cada discusión, y si al hacerlo se alejan, o se acercan entre sí; si la relación se fortalece, o bien se debilita.

Somos dos personas diferentes en la forma de ser, educación y forma de pensar, por lo que discutir es algo inevitable.

Puede servir para exponer un tema que está causando problema y es mejor resolverlo; mostrar una inconformidad y hacer acuerdos; expresar un desacuerdo y tratar de entender y ser entendido por el otro.

Para mostrar los sentimientos y emociones de cada uno y que el otro los valore e irnos conociendo cada vez más; reparar una relación que se ha dañado; comunicarnos abiertamente, negociar y perdonarnos mutuamente.

Discutir y su resultado depende mucho de cómo se haga y de la intención real con la que se inicie una discusión.  Es importante que ambos muestren una actitud positiva y abierta, y de ser posible buscar el lugar, el momento y las circunstancias adecuadas.

Una discusión podría derivar en la comprensión y negociación de diferencias, o bien, podría irse por el camino de la generación de un problema, el desborde emocional, terminando en una pelea en la que uno ataca y el otro defiende.

Pelear en sí mismo, no ayuda a la gente a vincularse. Resolver problemas con soluciones en las que ambos estén de acuerdo, logra que la relación se fortalezca.

Veamos entonces: ¿una discusión en pareja aleja o acerca?  Estarán más unidos cuando se abre la posibilidad de la reparación, de conocer y comprender al otro, buscando el mejor acuerdo posible.

Los aleja, cuando se trata de demostrar al otro que se tiene la razón; cuando lo que se busca es dominar al otro; el objetivo es únicamente ganar todo argumento y menospreciar al que pierde.  O bien, aprovechar el momento para desquitarse, sacar a la luz resentimientos, situaciones o inconformidades del pasado, humillar y criticar al otro.

Una crisis bien resuelta, mediante una sana discusión, definitivamente hará que tu relación de noviazgo o matrimonio sea cada vez más sólida y fuerte.

 

LUCIA LEGORRETA DE CERVANTES.  Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer.  cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com

LOS ABUELOS:  UNA AMISTAD ESPECIAL
LOS ABUELOS: UNA AMISTAD ESPECIAL

El mundo está cambiando y nuestra expectativa de vida va en aumento; y como en todo,  existen ventajas y desventajas, oportunidades y retos. El día de hoy quiero enfocarme a una de las grandes oportunidades que tenemos al convertirnos en personas mayores, y me refiero al hecho de ser abuelos.

He escuchado decir que son la cereza del pastelel postre de la vida,  lo que si es un hecho es que la convivencia actual de tres o hasta cuatro generaciones juntas dan lugar a una de las relaciones más simples, profundas e importantes: los niños y sus abuelos. Esta estrecha relación se origina desde el día en que nace el nieto, los abuelos establecen una conexión única ya que este pequeño es parte de su hijo o hija y es la continuidad y crecimiento de la familia.

Por otro lado, la llegada de los nietos ocurre en una etapa muy distinta a cuando ellos fueron padres. Ese período vital, en el que recogen sus años vividos, facilita la relación con los hijos de sus hijos.

Los abuelos son, en la mayoría de los casos, personajes inolvidables en la vida de los niños. Comparto contigo la descripción de niños de 8 años que de forma muy graciosa pero real, definen como son sus abuelos:

  • Cuando salimos a pasear con ellos, se detienen para enseñarnos cosas bonitas como hojas de diferentes formas, un ciempiés de muchos colores o la casa del lobo.
  • Los abuelos son una señora y un señor que como no tienen niños propios les gustan mucho los de los demás.
  • Son unos señores que para leer usan anteojos, siempre los pierden y cuando me he quedado a dormir con ellos usan unas ropas bien cómicas.
  • Un abuelo es una abuela pero hombre.
  • Los abuelos son gente que no tiene nada que hacer, solo están ocupados cuando nosotros los vamos a visitar.
  • Los abuelos son personas con las que es bien divertido salir de compras. Ellos no nos dicen ¡apúrate!
  • Nos responden preguntas como: ¿por qué Dios no está casado? o ¿por qué es que los perros persiguen a los gatos?.
  • No les importa contarnos el mismo cuento varias veces y les encanta leernos historias.
  • Todo el mundo debe buscarse unos abuelos, son las únicas personas grandes, que siempre están contentas de estar con nosotros.
  • Ellos saben que podemos comer algunas chucherías antes de acostarnos, les encanta rezar con nosotros y nos besan y consienten aunque nos hayamos portado un poco mal.

En esta amistad especial, el beneficio es mutuo:  el niño aporta una visión hacia lo joven, hacia el dinamismo  de la vida y la alegría que muchas veces olvidamos los adultos.   Los abuelos aportan seguridad, tranquilidad y contención a sus nietos;  estos últimos ven en sus familiares mayores un ejemplo, una forma de hablar y de elevar la voz, distinta a los padres, que a veces están sobrepasados por el trabajo y las circunstancias. Crean un sentido de pertenencia a la familia.

En nuestro mundo que envejece rápidamente, las personas mayores y en especial los que son abuelos desempeñarán un papel cada vez más importante.

 

LUCIA LEGORRETA DE CERVANTES.  Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer.  cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.comYouTube  LuciaLegorretaOFICIAL.   Lucy_Legorretalucialegorretadecervantes

Sensibilidad Rasgada: Un llamado a abrazarnos por dentro
Sensibilidad Rasgada: Un llamado a abrazarnos por dentro

Por: Andrea Rodríguez A
@morrasmag

Mi abuela me enseñó que no importa si estás sufriendo, siempre hay que darle buena cara al marido y ser fuerte por los hijos. Mi mamá me enseñó que no importan las mariposas que tenga en el estómago, él me tiene que hablar primero. En la escuela me enseñaron, que una niña no debe enojarse, mucho menos reclamar. En mis clases de ballet me enseñaron que no debo llorar. Y lo único que pasó fue que lloré más. Y me sentí débil por ello.

Las mujeres estamos en la batalla más importante de nuestras vidas. Y no me refiero únicamente a la lucha para que seamos escuchadas, tomadas en cuenta, y protegidas por la ley. Me refiero a que estamos en una lucha interna y permanente por descubrir nuestra propia identidad. Porque no nos hemos conformado con lo que nos han dicho que significa ser una niña.

Estamos en una lucha ambigua, rompiendo paradigmas y gritando, incluso con nuestro silencio. Estamos descubriendo nuevas formas y estilos de ser, encontrando nuestro papel en la sociedad y actualizando nuestro papel en la familia. Estamos construyendo una nueva sociedad. Quizá vamos demasiado rápido, o quizá nos tardamos mucho en empezar, pero ya estamos aquí, entonces sigamos construyendo puentes de diálogo y haciéndole caso a ese instinto que tú y yo conocemos muy bien, aunque no podemos poner en palabras.

Pero antes de seguir con nuestra lucha, te quiero confesar, hermana, que tengo mucho miedo. Miedo de que tú, como algún día yo, tengas miedo a sentir. Que el enojo nos ciegue tanto, que olvidemos voltear a nosotras mismas para transformar todo desde ahí antes de transformarlo en nuestra sociedad, cayendo en el eco de nuestros propios gritos, y no en el significado de nuestras palabras. Miedo de que sigamos confundiendo valentía, con no poder llorar. Miedo a que confundamos libertad, con no amar. Miedo a que confundamos independencia con no entregarnos a los demás. Miedo a que endurezcamos nuestro corazón, tan lastimado por tanto tiempo. Porque si hacemos eso, ya todo está perdido: seguiremos buscando fuera, lo que necesitamos encontrar primero adentro.

Por mucho tiempo tuve miedo de mi propia sensibilidad. Me hacía sentir débil, e incluso usada por los demás. A los 20 años me diagnosticaron depresión clínica, ansiedad y trastornos de alimentación, y aunque creí que todo estaba perdido, ocurrió algo mágico: me permití sentir. Me permití llorar, abrazarme y dejarme abrazar. Me permití amar, pero sobre todo amarme a mí misma. Me permití sentirme vulnerable y eso me hizo encontrarme realmente con los demás, sin máscaras. Me permití sentirme enojada, y darme mi lugar, pero no frente a los demás, sino conmigo misma. Aprendí a decepcionarme, para después escoger un camino diferente. Aprendí a conocerme realmente. Pero lo más importante, descubrí una belleza en la sensibilidad que nos hace únicas a ti y a mí. Desde ahí se fue el miedo, y cada paso, fue un paso en seco hacia una reconciliación conmigo misma, porque entendí que esa reconciliación que tanto necesito con el mundo, la necesitaba encontrar primero dentro de mí.

Porque es verdad que una sociedad con mujeres que sufren abuso sexual, violencia, acoso, maltrato, opresión y situaciones que dañan nuestra integridad, sobre todo emocional, necesita crear conciencia sobre la importancia de la salud mental, y el bienestar psicológico, y si los demás no lo hacen, tenemos que empezar nosotras. Porque no quiero seguir permitiendo que exista un país donde la primera causa de discapacidad en las mujeres sea la depresión. Porque me hace sentir impotente que el suicidio siga siendo una opción, y más aún que de las personas que intentan suicidarse en el mundo, dos terceras partes, somos nosotras las mujeres. Porque quiero que iniciemos esta revolución con una mirada profunda hacia nosotras mismas, abracemos nuestros sentimientos sin obstáculos y creemos belleza como lo hacemos con todo lo que tocamos. No podemos seguir avanzando, primero tenemos que estar enteras.

Y todo esto empieza por abrazar nuestra sensibilidad, tan rasgada por nuestro sufrimiento, porque será la única forma de repararla. Empieza con llorar “como niñas” y sentirnos orgullosamente “hormonales”; ser tiernas, sensuales, pero firmes; enojarnos, y escoger nuestras batallas; pero sobre todo amar sin miedo. Ser principalmente honestas con nosotras mismas, y no tener miedo de pedir ayuda. Es momento de hacer una pausa y preguntarnos primero ¿cómo estoy? Porque no solucionaremos el problema, si no abrazamos primero aquello que nos hace más únicas, aquello que el mundo de hoy más necesita. Y entonces sí podremos luchar porque nuestra voz sea más escuchada y nuestras vidas protegidas.

Y una vez que hagamos esto, cada una y entre todas, ahora si podré estar realmente lista para ser fuerte como mi abuela, paciente como mi mamá, generosa con los demás y nunca rendirme, pero sobre todo no castigarme por no cumplir estereotipos, y entonces sí, ser mujer.

Bioética y Psicología
Bioética y Psicología

La bioética es la rama de la ética dedicada a proveer los principios para la conducta más apropiada del ser humano con respecto a la vida, tanto de la vida humana como del resto de seres vivos, así como al ambiente en el que pueden darse condiciones aceptables para la misma. La psicología es la ciencia que estudia el comportamiento , la mente y los procesos cognitivos de las personas. Los psicólogos tratan con personas y su meta es mejorar la calidad de la salud mental de sus pacientes, y por ende se deben de aferrar a una serie de reglas éticas y morales, respetando así la bioética y la integridad humana de las personas.

Los seres humanos por definición somos seres bio-psico-sociales y tenemos derecho a ser tratados con dignidad, respetando todos los aspectos de la vida, incluidos los aspectos psicológicos. un buen profesional de psicología debe cumplir con criterios como los siguientes: beneficencia, fidelidad y responsabilidad, integridad, justicia y respeto por los derechos y la dignidad de todas las personas, reconociendo y respetando las diferencias culturales e individuales, incluyendo las relativas a la edad, el género, la etnia y la cultura, el origen nacional, la religión, la orientación sexual, la discapacidad, el estatus socio-económico, etc. El acuerdo entre un paciente de psicoterapia y un psicólogo debe de ser igual que aquel entre un paciente médico y un fisiólogo: se debe buscar hacer mayor bien respetando el valor y la integridad de la vida.

Los dilemas éticos que se generan en el campo de la salud mental son muy amplios y complejos e incluyen desde las dificultades de pensar en la aplicación del consentimiento informado en personas con autonomía e independencia disminuida.

Erich Fromm, en su obra “Ética y Psicoanálisis”, afirma que la ética no puede desvincularse del estudio de la persona puesto que los juicios de valor que elaboramos determinan nuestras acciones, y sobre estas descansan nuestra salud mental y nuestra felicidad.

Fromm ve una relación directa entre ética y psicología, hasta el punto de sostener que los síntomas neuróticos que muchas personas sufren son expresiones específicas de un conflicto moral.

De esta manera, la ética incide sobre la psicología, pero también sucede lo contrario: para el éxito de la terapia será determinante la capacidad del terapeuta para comprender el problema moral del paciente y de esa manera poder solucionarlo.

Es sumamente importante adherirse a una serie de reglas éticas y morales en observancia con la bioética para asegurarse que el tratamiento e intervención psicológica que se ofrece a las personas respete la vida y la dignidad del paciente. La bioética nos ayuda a pensar.

Nos puede enseñar a razonar con rigor, de tal manera que podamos explicar y argumentar por qué tomamos esta decisión y no otra. También nos va a facilitar el análisis de por qué nos hemos equivocado en una determinada actuación. La formación en ética clínica nos proporciona herramientas intelectuales para someter nuestras razones a la prueba de la crítica.

La bioética debe de ser una gran parte del conocimiento  intelectual y moral de respeto al ser humano para evitar que, al cuidar de su salud, caiga en las garras de intereses particulares, científicos o económicos, lo cual, Es decir la bioética y la psicología deben de estar al servicio de la dignidad humana de cada uno de los pacientes.

Autor: Santiago Gorozpe Camargo

Medicina y etica
Medicina y etica

Uno de los principales campos de trabajo de la bioética (no el único) es el de la medicina.

Al hablar de medicina a algunos nos viene a la mente diversas imágenes: el médico de familia (donde todavía exista), el cirujano, el dentista, el pediatra, el farmacéutico. Recordamos a aquel doctor que nos libró de la bronquitis, o al que nos operó de un cáncer de piel, o al que nos aconsejó una alimentación más equilibrada.

Todos, más o menos, tenemos nuestra pequeña historia médica, y agradecemos a tantos alumnos de Hipócrates (o de las modernas escuelas) sus atenciones y sus aciertos. También, alguna vez, les perdonamos sus errores, si fueron sin culpa y con la mejor voluntad del mundo…

Al hacer este recuerdo agradecido podemos caer en un error: creer que el protagonista de la medicina es el médico. La verdad es un poco más complicada, pues el médico es sólo un “servidor”, una persona que pone toda su ciencia y su buena voluntad (esperamos) para que el enfermo se cure o, al menos, esté muy bien atendido.

En otras palabras, el verdadero protagonista de la medicina es el enfermo con su enfermedad. Esto no significa que el médico sea una especie de esclavo que hace todo lo que pida su paciente, sobre todo cuando éste exige algo injusto o contra las reglas de la ética. El protagonismo y la libertad del paciente terminan allí donde también el médico tiene que respetar unas reglas éticas que valen para todo ser humano.

La medicina es un actuar de un hombre libre sobre otro hombre libre. Por lo mismo, necesita una ética propia, se desarrolla según principios de comportamiento. Esta ética es recogida, normalmente, en documentos que reciben el nombre de “códigos deontológicos” (o códigos éticos).

Existen códigos de deontología médica que sirven para un país, y otros que tienen un valor internacional. Podemos ver, por ejemplo, algunas partes de un código reciente:

“* La Medicina es una profesión al servicio del ser humano y de la salud pública, debiendo ser ejercida en el respeto de la vida y de la persona, sin discriminación de ninguna naturaleza.

* El médico debe prestar su concurso a la acción llevada a cabo por las autoridades competentes en vista de proteger la salud y el medio ambiente.

* El médico debe ejercer la Medicina con diligencia, honra y dignidad.

* El médico, al encontrarse en presencia de un enfermo o de un herido en peligro, debe prestarle su asistencia asegurándose que reciba los cuidados de que disponga en el lugar y en el momento.

* El médico debe tratar con la misma conciencia a todos sus enfermos, cualesquiera que sea su condición, su nacionalidad, su credo religioso, su reputación o cualquier sentimiento que le inspire”.

Desde luego, el hecho de que exista un “Código deontológico” no garantiza automáticamente que el médico actúe siempre bien.

En primer lugar, porque algunos códigos han recogido normas injustas. Así, pudimos leer en un código médico, hace no mucho tiempo, que se prohibía al médico atentar contra cualquier vida humana y, en seguida, se apostillaba, “menos en los casos de aborto legal”. Quien elaboró este código parece suponer que el hecho de que se legalice el aborto otorga un permiso para matar a seres humanos indefensos…

En segundo lugar, porque siempre existe el peligro de actuar en contra del código, de engañar a la sociedad o a los enfermos. Sabemos que las leyes nos ayudan a ser buenos ciudadanos, pero no impiden que haya ladrones. Pasa algo parecido en medicina: algunos médicos han recibido una educación excelente, pero no dejan de ser hombres y tienen el peligro de abusar de su saber en contra de los enfermos o de la sociedad.

Por ello, en muchos hospitales se han constituidos comités éticos que ayuden a tomar decisiones justas y a evitar abusos cuya gravedad es mayor cuando las “víctimas” son enfermos que pueden hacer muy poco para defenderse a sí mismos (como ocurre especialmente en los casos del aborto y de la atención a los enfermos terminales). De todos modos, los “comités éticos” también están formados por hombres, y pueden tomar decisiones equivocadas o incluso inmorales…

Hasta ahora hemos hablado, sobre todo, del médico. Pero la ética también toca al enfermo. El enfermo es cada vez más protagonista de su tratamiento, pues se le pide su opinión e, incluso, su permiso, antes de aplicar un método u otro.

A pesar de este protagonismo reconocido, es necesario recordar que el enfermo siempre se encuentra en una doble condición de inferioridad.

Primero, porque es enfermo, y su enfermedad puede dañar en mayor o menor medida su modo de ver las cosas.

Segundo, porque normalmente el enfermo no sabe lo que objetivamente sea mejor para él. Puede saberlo el médico, aunque también puede equivocarse. Incluso si el enfermo es médico, no será un buen juez en su propia causa, pues la angustia de prever una serie de dolores más o menos seguros pueden oscurecer su mente hasta el punto de no aceptar caminos de solución que le presenten los colegas que quieren ayudarle.

Por lo anterior, todo lo que hagamos para defender al enfermo es poco: merece, por parte del médico y de la sociedad, la máxima protección en sus derechos y en su necesidad de ayuda corporal y espiritual.

Medicina y ética necesitan, por lo tanto, vivir íntimamente unidas. Si hemos inventado el término “bioética” es precisamente para dar mayor realce a esta verdad.

Desde la bioética pedimos a los médicos que sean buenos científicos, pero, sobre todo, que sean, simplemente, humanos y honestos. Quizá eso valdrá más que los muchos títulos en las paredes de sus despachos, aunque también su misma honestidad llevará a los médicos a capacitarse continuamente, para el bien de todos aquellos enfermos que se pongan, confiadamente, en sus manos.

Fuente: Fernando Pascual