El 19 de octubre de 2005 era aprobada, en la Conferencia general de la UNESCO, una “Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos”.
Esta Declaración contiene una serie de principios (artículos 3-17) entre los que encontramos el principio de “respeto de la vulnerabilidad humana y la integridad personal” (artículo 8). El texto de este artículo es el siguiente:
“Al aplicar y fomentar el conocimiento científico, la práctica médica y las tecnologías conexas, se debería tener en cuenta la vulnerabilidad humana. Los individuos y grupos especialmente vulnerables deberían ser protegidos y se debería respetar la integridad personal de dichos individuos”.
Surge espontánea la pregunta: ¿quiénes son los “individuos y grupos especialmente vulnerables”?
En una primera respuesta, podríamos decir que son todos aquellos que cuentan con pocos medios para defender sus propios derechos. Lo cual ocurre, principalmente, por dos motivos: o porque carecen por sí mismos de hacer valer su voz; o porque otros han decidido marginarlos, discriminarlos, maltratarlos o perseguirlos.
Sin ser exhaustivos, podemos recordar cuántos son los seres humanos “especialmente vulnerables” por uno o por los dos motivos anteriormente mencionados a la vez: los bebés, los niños, los enfermos (especialmente los enfermos mentales), los ancianos, los pobres, los refugiados, las mujeres en muchos lugares del planeta, etc.
A la lista anterior habría que añadir un grupo de seres humanos cada vez más abandonados y desprotegidos: los embriones y los fetos.
Tanto en el seno materno como en muchos centros de reproducción asistida (embriones recién producidos o embriones congelados), estos seres humanos viven en una situación de especial vulnerabilidad. En muchos países, porque es legal su eliminación a través del aborto, sea por decisión de la madre, o sea por decisión de otras personas que obligan a la madre a abortar. En otros países, porque sin ser legal, muchos recurren al aborto clandestino.
Respecto de la reproducción asistida (artificial), hay que recordar que en algunas de las técnicas usadas suelen morir uno o varios embriones por cada hijo que llega a nacer. En ocasiones, algunos de esos embriones son eliminados por una mentalidad discriminatoria que desecha las vidas de quienes puedan tener defectos genéticos o no reúnan características deseadas por sus padres.
Además, miles y miles de embriones están congelados en muchos centros de reproducción asistida. El riesgo de daños en esos embriones cuando sean descongelados es muy alto: están en una situación de alta vulnerabilidad. No faltan grupos de presión que desean usarlos para el “progreso” científico, como si se tratase de material biológico disponible para la investigación, lo cual significa olvidar la dignidad que tienen esos embriones en cuanto seres humanos.
Hay que promover, por lo tanto, una cultura de respeto hacia el ingente número de embriones y fetos que hoy se encuentran desamparados, sin protección legal dentro o fuera del seno materno. Esos embriones y fetos pertenecen al “grupo” de seres “especialmente vulnerables” que han de ser protegidos. No sólo porque lo diga la UNESCO en su “Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos”, sino porque lo exige la justicia. Sobre todo, porque lo exige, de un modo mucho más profundo y más rico, el amor hacia cada uno de nuestros hijos, especialmente los más pequeños y vulnerables: los embriones.
Fuente: Fernando Pascual
Doña María Altagracia, es una mujer de 107 años que vive en una comunidad del Estado de Chiapas a la que entrevistaron por la televisión debido a los sismos que han ocurrido en nuestro país. Aun en su silla de ruedas, hablaba de su andadera, que no tenía en ese momento a la mano. A pesar de su edad y de su condición de salud, muy buena, la señora se veía alegre, alegre por su amor a la vida.
También hemos podido ser testigos de los enormes esfuerzos que se están haciendo para salvar una vida, una sola vida de entre los escombros de edificios dañados. Autoridades y sobre todo la sociedad civil concuerdan en hacer lo posible por rescatar a esas personas sin importar tiempo, esfuerzo o recursos.
En lo personal, he tenido la oportunidad de colaborar en los últimos días en un Centro de Acopio. Cadenas de cientos de personas que durante horas y horas recogen y cargan víveres, medicinas, ropa para enviar a las comunidades más necesitadas. Salvar vidas el objetivo, la meta, la ilusión y esperanza de cada uno de ellos.
También y hay que decirlo, se han presentado abusos y rapiña. Sorprendentemente a los pocos minutos del sismo del día 19 de septiembre, delincuentes asaltaban a transeúntes y automovilistas aprovechando la situación caótica en las calles.
La naturaleza con todo su poder y la condición humana herida por el mal. No obstante, la mayoría, casi todos los mexicanos unidos, solidarios y activos…luchando por la vida.
Nuestro país ha sido lastimado gravemente en estos días, los daños son muchos y recuperarnos será un proceso de mucho tiempo. La solidaridad y subsidiaridad deben ser un ejercicio de largo plazo, más allá de los primeros momentos.
Sin embargo, México demuestra que ama a la vida. Ama a la vida humana. La de Doña María Altagracia y la de los niños y personas que han sido rescatadas. México se duele de los pequeños que murieron en un colegio de la Ciudad de México.
Los mexicanos, tenemos un alto valor Bioético, los mexicanos valoramos la vida. Toca ahora levantar la mano de la misma forma, con el misma generosidad y entrega por los miles de niños que mueren, victimas del aborto.
Ojalá que este momento de prueba, sirva para aclarar la conciencia de todos.
Ya nos veremos queridos lectores la próxima semana, con un nuevo tema y una nueva reflexión.
MBPP
La sexualidad humana se construye sobre un binomio muy concreto: hombre y mujer. Las diferencias entre ambos polos inician con una base genética que, en la gran mayoría de los casos, fundamenta las diferencias entre hombres y mujeres en los niveles genital, hormonal, fisiológico y psicológico.
La sexualidad, sin embargo, no es sólo algo biológico: se encuadra en el contexto de la cultura. La historia nos muestra cómo las relaciones entre hombres y mujeres han variado enormemente a lo largo de los siglos. Han existido situaciones de poligamia o de poliandria. Algunos pueblos han defendido el valor de la castidad premarital, mientras otros han despreciado tal valor. Muchos han aceptado el divorcio o lo han defendido como algo normal, mientras otros lo han condenado o han puesto numerosas barreras para limitar su difusión. Se ha castigado el adulterio o ha sido tolerado, aceptado o incluso promovido. Ha habido pueblos que han visto como algo normal, incluso como necesario, el que exista la prostitución, mientras otros la han perseguido. Se ha castigado cualquier violación, o la violación ha sido vista como algo de poca importancia; se ha llegado incluso al extremo de instigar a violar a mujeres como si se tratase de un castigo contra pueblos o grupos vencidos. Hay quienes han condenado las relaciones homosexuales y quienes las han admitido como algo aceptable. Se ha promovido el uso de medios anticonceptivos o abortivos para evitar hijos no deseados, o se ha condenado socialmente el recurso a estos métodos.
La lista podría alargarse, lo cual nos muestra que la sexualidad humana no ha sido vivida de una manera igual a lo largo de los siglos ni entre las distintas culturas o grupos humanos. Podemos, entonces, preguntarnos: ¿alguna de esas maneras puede ser vista como más correcta que las demás, o todas pueden colocarse como igualmente “aceptables” según las diferentes épocas y culturas?
La mayoría (no todos, por desgracia) rechazaría aquellos usos de la sexualidad que impliquen violencia, engaño, desprecio o “uso” denigrante del otro o de la otra. Este punto, pues, resulta un patrimonio aceptable por quien quiera ser verdaderamente respetuoso de los demás: nadie puede ser usado como objeto, nadie puede ser reducido a simple instrumento para el placer de otros.
Pero podríamos dar un paso ulterior: existe una relación sexual que va más allá de la simple búsqueda del placer y que se encuadra en una relación personal mucho más profunda y rica. Se trata de una vida sexual integrada en un proyecto de amor en el que él y ella se aceptan y se dan mutuamente en el pleno respeto de todas las riquezas propias del ser hombre y del ser mujer, sin rechazar ninguna dimensión (genética, física, hormonal, psicológica, espiritual). Esta aceptación implica un darse y un recibirse total, pleno, que excluiría la que consideramos actitud de rechazo de la propia fertilidad.
Esto vale no sólo para la mujer (de la que hablamos antes) sino para el mismo hombre. Su virilidad conlleva el poder fecundar, normalmente, a una mujer en una relación sexual. En la donación total, interpersonal, tal fecundidad es parte de la plenitud de aceptación, la cual se da de modo definitivo y total en el matrimonio.
El esposo acepta su riqueza sexual y la de su esposa; la esposa acepta la propia riqueza sexual y la de su marido. Tal aceptación, repetimos, se coloca en un contexto mucho más amplio, que implica la aceptación plena, total, exclusiva, del otro y de la otra, en el tiempo, hasta la muerte.
La relación sexual fuera del matrimonio encierra un enorme número de riesgos y de errores. Quizá el mayor es el miedo a la fecundidad del otro, que, en el fondo, es rechazo de algo fundamental de la persona. De este modo, el amor no puede ser pleno, sino parcial. Un amor así no puede realizar plenamente una vida humana. A lo sumo será un momento de emoción o de placer, pero siempre existirá un cierto miedo a que asome la cabeza un hijo que nos recuerde la seriedad de la vida sexual humana.
Lo peculiar de la mujer
En este sentido, conviene subrayar otro aspecto de la vida sexual, que marca una asimetría muy particular. Hoy por hoy, en el ejercicio de su sexualidad sólo las mujeres pueden quedar embarazadas. Mientras no pueda prepararse un útero artificial o un útero trasplantado en varones con capacidades gestacionales, por ahora los niños podrán nacer sólo después de haber transcurrido diversos meses en el seno de una mujer.
Las mujeres viven con especial profundidad esta característica exclusiva. Ante ella pueden tomar diversas actitudes. Una consiste en rechazar la propia fertilidad, en verla como un obstáculo, como algo no deseado o como un peligro para ciertos proyectos personales (de ellas mismas o de otros que giran alrededor de ellas).
Tal rechazo puede ser sólo emocional, o puede llevar a decisiones concretas que impidan, de modo temporal o definitivo, cualquier concepción de un hijo en su seno, a través del recurso a métodos anticonceptivos o, incluso, por medio de una esterilización más o menos irreversible. Si fracasan los métodos anticonceptivos, o si no han sido usados y se produce el embarazo, puede sentir un deseo más o menos intenso a abortar esa vida iniciada “fuera de programa”.
Una actitud radicalmente opuesta a la anterior lleva a la aceptación de la propia fecundidad de modo maduro y consciente. La mujer vive, entonces, la posibilidad de un embarazo no como un peligro o como una amenaza, sino como una riqueza, como un privilegio. En cierto sentido, esta actitud es la que ha permitido el nacimiento de miles de millones de seres humanos, la que explica esa profunda sonrisa que irradia una mujer cuando abraza a su hijo recién nacido, la que la hace caminar en el mundo con una alegría íntima, a veces envidiable, mientras lleva un carrito con un niño que es apenas un proyecto de futuro y de esperanza.
Una mujer que vive en esta segunda actitud necesita, sin embargo, vivir su vida sexual con una seriedad particular, lo cual nos vuelve a poner ante las reflexiones anteriores. Defender la integridad de su cuerpo, defender la propia fecundidad, significa velar para que ningún hombre pueda “usarla” como instrumento de placer o como compañera de juego en unos momentos de fiesta. Significa no prestarse a ser amiga frágil de quien dice amarla sin un compromiso serio hacia la vida que pueda ser concebida en su seno. Significa pensar en el bien del hijo a la hora de escoger quién va a ser el centro de su corazón, el compañero de su vida, su esposo para siempre.
Programas de verdadera educación sexual
Sin embargo, algunos adultos creen que las chicas (y los chicos que giran alrededor de ellas) serían incapaces de reconocer el valor de la propia fecundidad. Por lo mismo, promueven la difusión entre ellas de una amplia gama de métodos anticonceptivos y abortivos, a veces llamados con una fórmula muy genérica: servicios de salud reproductiva. Este planeamiento parte de un error de base. Sólo una chica puede pensar en la “necesidad” de la anticoncepción si está dispuesta a tener relaciones sexuales y si reconoce la fertilidad propia de su condición femenina, lo cual implica un mínimo de madurez y de responsabilidad. Orientarla sólo a la negación de tal fecundidad es, en el fondo, impedirle tomar una opción seria en favor de la plena aceptación de sí misma. Es señal de desprecio hacia las chicas (y, en el fondo, también hacia los chicos) creer que no son capaces de pensar y de tomar compromisos profundos en estos temas.
Un programa de educación sexual que respete en su integridad a cada hombre, a cada mujer, no puede prescindir de estas verdades. La sexualidad no es un juego: es algo serio. No sólo porque, por desgracia, un “uso” excesivo de la misma pueda llevar a adquirir alguna enfermedad no deseada (las famosas ETS o “enfermedades de transmisión sexual”). Sino, sobre todo, por la intrínseca relación que existe entre sexualidad, amor y vida.
Si respetamos esta relación podremos lograr, sobre las riquezas y los valores de nuestros adolescentes, la promoción de una sexualidad que valore plenamente a cada ser humano, en su profundidad espiritual y en sus valores físicos. Valores físicos que incluyen ese enorme misterio y riqueza de la fecundidad que ha permitido el nacimiento de cada uno de nosotros. Una fecundidad que permitirá la venida al mundo de los hombres y mujeres del mañana, hijos de unos padres que se aman en la plena aceptación y el respeto más profundo de sí mismos y del otro.
Fuente: Fernando Pascual.
Dos escenas en un mismo país. Primera escena: un miércoles cientos de personas participan en una manifestación autorizada. Algunos manifestantes compran miles de copias de un famoso periódico. En una plaza habilitada para hacer barbacoas, y con las “normales” medidas de precaución para estos casos, incendian esas copias. Además, gritan slogans agresivos contra ese periódico, como señal de rabia, de disconformidad, de rebeldía.
Segunda escena: ese mismo miércoles, han sido citadas ocho mujeres en una clínica famosa. Van para lo mismo: un aborto. Todo se realizará de acuerdo con la ley, en el respeto de las normas “higiénicas” establecidas por organismos nacionales e internacionales que supervisan este tipo de “operaciones”.
¿Cuál de las dos escenas nos preocupa más? ¿Es más grave quemar periódicos o abortar hijos? Estamos seguros al cien por cien de que la primera noticia aparecería en la televisión, la radio, los otros periódicos, el periódico cuyo nombre ha sido insultado y “quemado”, con grandes titulares, con editoriales, con señales de preocupación.
Escucharíamos comentarios de este estilo: “ataque a la libertad de prensa”, “la vuelta de las hogueras”, “la intolerancia reaparece”, “¿ha resucitado la Inquisición con su afán por quemar libros?” o cosas parecidas. Los periodistas verían en ese incendio un gesto sumamente grave, un peligro a la libertad de expresión. Levantarían las plumas para defenderse con todas sus armas. Darían a la noticia una importancia mayúscula.
La eliminación de los ocho hijos, sin embargo, sería vista como un hecho rutinario. Todos los miércoles la clínica “X” realiza abortos “legales”. La gente lo sabe, no es noticia. No interesa a los medios informativos, más preocupados por defender la libertad de prensa que por defender la vida de los que el día de mañana podrían expresar sus opiniones.
El periodismo no debería convertirse en una profesión encerrada en la defensa de sus propios intereses. Es cierto que no nos extraña que, cuando asesinan a un periodista, todos los medios den amplio espacio a la noticia. Pero sí nos extraña que se silencie, casi sistemáticamente, el que se eliminen otras vidas humanas. Como las vidas de los hijos no nacidos.
Se nos dice, y es una triste realidad, que el aborto está regulado por leyes democráticas, leyes que es realidad son inicuas, pues van contra la defensa del derecho básico para que se dé un mínimo de justicia: el derecho a la vida. No porque el aborto sea legal deja de ser siempre un crimen de guante blanco, algo que hiere la dignidad de tantas mujeres que esperaban apoyo en su embarazo y que se han encontrado con indiferencias y con presiones de todo tipo para que abortasen cuanto antes.
La prensa ha nacido para defender valores muy altos. El primero de ellos, no lo olvidemos, es el de la justicia. Una justicia que vale también para los embriones, para los hijos más pequeños. Una justicia que hay que promover para que este mundo abra las puertas del amor y del respeto a los más indefensos y pobres, a los más pequeños y desamparados, a los hijos y a sus madres necesitadas de apoyo social, económico, sanitario. En ningún país debería ser más fácil abortar que tener un parto seguro. Lo contrario no es señal de civilización, sino de barbarie.
Defender la libertad de prensa es un gesto importante que no podemos dejar de lado. Hay que defenderla para que la prensa promueva altos valores, busque construir un mundo más justo, denuncie abusos y desprecios a la vida humana. Será entonces una prensa solidaria y buena, porque nos abrirá los ojos ante tantos dramas humanos, como el del aborto, muchas veces olvidados.
Fuente: Fernando Pascual.
Los niños acaban de salir de la escuela. Corren, en grupos desorganizados, hacia el parque. En un instante empiezan a jugar, en medio de un griterío lleno de entusiasmo.
Juanito, Sandra, Pepe, Alfonso, Felipe, Jimena, Marifer, corren entre los árboles, saltan por los jardines. Cada uno se identifica por un nombre, un mote, y unos apellidos. Cada uno tiene una historia, una vida maravillosa, el cariño de sus padres. Cada uno fue un día (¿dejó alguna vez de serlo?) producto de una concepción.
A veces creemos que con el cambio de palabras podemos ocultar la realidad. Pero el sol sigue brillando aunque nos pongamos gafas cubiertas con 30 capas de papel aluminio. La luna existe aunque pase por la dramática etapa de “cuarto creciente”. Y los padres saben que un hijo, aunque sea llamado “producto de la concepción”, es siempre un hijo…
Engañar a la sociedad es posible: se ha hecho miles de veces en el pasado, se hace hoy y se hará, seguramente, mañana. Pero el engaño no cambia la realidad. Porque los indígenas tenían alma, aunque algún cretino dijese que “tal vez no”… Porque los hebreos tienen la misma dignidad que los arios, aunque Hitler tuviese la mayoría de votos en un parlamento de mentiras. Porque el rey está desnudo aunque nadie se atreva a decírselo. Porque el aborto es y será un crimen, aunque sea defendido por quienes primero se autodeclaran defensores de los derechos humanos y luego van contra el derecho básico de la vida social: el derecho a la vida.
Por más engaños y por más mentiras que nos repitan algunos personajes muy respetables y decididos a que el aborto se convierta en un “derecho”, nacen y nacerán miles y miles de hijos desde la misteriosa riqueza de la sexualidad humana. Aunque sean llamados “productos”, aunque sean despreciados por leyes inicuas, aunque sean olvidados por los defensores de la economía libre que están muy preocupados por el mercado de valores mientras se olvidan que la justicia vale también para los pobres.
Juanito acaba de resbalar. Su pantalón nuevo ha quedado marcado para siempre con una “s” despiadada. Su madre, que acaba de llegar al parque para recogerlo, no está preocupada por el pantalón, sino por esa sangre fresca que brota desde la rodilla y baja poco a poco hacia el pie derecho.
Ella sabe que su hijo, un simple “producto de la concepción” según algunos, es un ser maravilloso, un canto al futuro, una página de esperanza. Por eso le limpiará la herida y lo tratará con ese cariño que tienen las madres. Ellas saben ver más allá de las leyes creadas por ideologías asesinas, porque reconocen, en cada hijo, un tesoro inagotable de alegría, de amor y de ternura.
Fuente: Fernando Pascual
El médico explicaba a los esposos algunos detalles de la fecundación in vitro. Les decía que había que provocar a través de diversas hormonas la estimulación ovárica; que se extraerían varios óvulos; que luego se tomaría el semen del esposo obtenido a través de una masturbación; que luego se haría la fecundación in vitro de varios de esos óvulos…
Al llegar a este punto, quiso aclarar que los óvulos fecundados, eran, durante los primeros días, sólo un puñado de células. A ese “algo” muchos lo llaman con el nombre de “pre-embrión”, pues, dicen, todavía no sería ni embrión ni hijo.
De este modo, el médico intentaba tranquilizar a los esposos: no “fabricaba” hijos en el laboratorio, sino pre-embriones. Quizá uno o dos de ellos serían transferidos a las trompas de falopio de la mujer, otros serían congelados, otros morirían o serían destruidos por ser de “baja calidad”.
Lo que acabamos de presentar, si bien con algunas diferencias, ha ocurrido y es posible que ocurra más frecuentemente de lo que pensamos. Hay laboratorios que hablan de pre-embriones, y que explican que esos organismos pequeñísimos son simplemente un puñado de células que no merece ser valorado como si fuese un ser humano.
La realidad, sin embargo, no corresponde a lo que se dice en esos laboratorios. Nos bastaría con recordar lo que nos dicen las ciencias biológicas: cuando un espermatozoide penetra en un óvulo, se desencadena toda una serie de reacciones y procesos que son señal del inicio de una nueva vida. Una vida que es distinta tanto de la madre como del padre. Una vida pequeña, sí, formada al inicio por una célula, luego por dos, luego por cuatro, etc.; pero vida con un sistema genético diferente, con una cierta autonomía, con una orientación hacia nuevas etapas de crecimiento.
Decir que “eso” sería simplemente un puñado de células es un error desde muchos puntos de vista. Pensemos, por ejemplo, en nuestros propios cuerpos. Podemos decir, con verdad, que estamos hechos de miles y miles de millones de células. A la vez, sabemos que nuestra unidad es algo más que la suma de todas esas células. Lo mismo ocurre tras la concepción: estamos ante un ser que tiene muy pocas células (al inicio solamente una). Su unidad y su identidad, sin embargo, no depende del número de células, sino de algo distinto que explica cómo esas células se relacionan entre sí y se orientan hacia el desarrollo.
Es cierto, hay que recordarlo, que en los laboratorios es posible hacer cultivos de células humanas sin que tales cultivos sean un ser humano. En esos casos, sí estamos ante un “puñado de células”, que muestran tener funciones y reacciones vitales pero no son individuos humanos, por la sencilla razón de que ni se estructuran ni se orientan hacia las estructuras y hacia el crecimiento que son propios de un individuo autónomo.
En cambio, los mal llamados pre-embriones son seres humanos porque tienen las señales propias de cualquier organismo viviente unitario: un código genético, unas reacciones químicas muy concretas, un desarrollo ordenado y por etapas, una interacción con el medio externo que explicará si puede sobrevivir o si morirá en pocos días.
Hemos de tener valor y mirar a esos embriones de laboratorio como lo que son: hijos. Merecen todo el amor y el respeto de sus padres, de los médicos, de la sociedad. Han sufrido una primera injusticia al ser concebidos en una probeta, fuera del lugar natural que merecen y que sería, para ellos, más seguro: el seno de sus madres. Pero a esa injusticia no podemos añadirle una nueva, más grave todavía: negarles su condición humana y tratarlos como si fuesen “un puñado de células”.
Sólo si los miramos con honestidad, si les damos el nombre que merecen, seremos capaces de reconocer toda la serie de peligros y de amenazas a la vida que se producen desde el momento en el que se promueve la fecundación in vitro, una técnica llena de errores éticos y a la que no debería recurrir ninguna pareja de esposos.
Ante los problemas reales de la esterilidad, hay que promover con urgencia una cultura de la fecundidad que enseñe a conservar y vivir esta maravillosa dimensión del amor humano. Pero cuando sea imposible conseguir una concepción de modo natural, en el respeto que merece la vida del hijo y la dignidad de sus padres, entonces habría que descubrir nuevas dimensiones para la vida matrimonial, quizá a través de la adopción de algún niño abandonado o de otras formas de servicio a tantos miles de personas que desean un poco de cariño y de ayuda.
Ningún embrión puede ser visto simplemente como un “puñado de células”. Cuando abramos los ojos a esta verdad, habremos dado un paso serio para promover una cultura de la verdad, que es el camino mejor para respetar y, sobre todo, para amar, a cada uno de nuestros hijos.
Fuente: Fernando Pascual
Todos hemos visto en alguna ocasión, la escena trágica de una película en la que el médico informa a los familiares de un enfermo grave, sobre su situación y recomendándole no decirle nada…por su bien.
Sin embargo, cuando toca a uno mismo estar en la situación con un enfermo, el dilema es muy fuerte: ¿Debe decírsele la verdad? ¿Será contraproducente para su salud? (más…)
La pregunta parece sencilla. ¿Qué es un embrión humano? La respuesta resulta más sencilla de lo que parece, aunque algunos la hayan hecho compleja.
Como primera respuesta, podemos decir que el embrión es un organismo (uni o pluricelular) dotado de vida. Científicos y filósofos aceptarían, sin graves problemas, esta afirmación. También un niño y un anciano son organismos dotados de vida, pero mucho más complejos y más desarrollados. El embrión y el niño son más pequeños y tienen mucho futuro ante sus ojos. El anciano tiene menos futuro, pero no por ello deja de ser organismo.
La segunda respuesta es también sencilla: el embrión es un organismo humano en sus primeras fases de desarrollo.
Salta a la vista que las diferencias entre el embrión, el niño, el adulto y el anciano resultan notables. Porque un niño tiene corazón y pulmones, cerebro y columna vertebral. El embrión, al menos en los primeros días, no tiene ninguno de los órganos típicos del adulto. Pero ello no implica que no tenga ninguna “organización”: en sus pocas o muchas células hay una estructura compleja que avanza, si nada lo impide, hacia nuevas etapas de desarrollo.
La tercera respuesta va un poco más lejos, y suscita la oposición de diversos pensadores y científicos: es un ser humano digno de respeto.
Para justificar esta respuesta necesitamos recurrir a algo distinto de la ciencia empírica. Porque la idea de dignidad no es asequible ni a las básculas ni al microscopio. No depende ni del color de la piel, ni del hecho de tener más centímetros de altura, ni de la “perfección” del ADN (sin aparentes enfermedades hereditarias), ni de empezar a existir en un país desarrollado.
La idea de dignidad es descubierta desde la filosofía. Gracias a ella, si es usada de modo adecuado, podemos ver en cada ser humano algo que escapa a la observación científica: posee un valor que supera los límites del espacio y del tiempo.
La idea de dignidad se aplica a todo ser humano en sus distintas etapas de existencia: desde que inicia a vivir, tras la concepción, hasta que termina su recorrido terreno, e incluso más allá del mismo.
Volvamos a nuestra pregunta: ¿qué es un embrión humano? Es un ser humano que ha empezado a vivir. Tiene pocas horas o pocos días. Está sano o quizá morirá pronto por culpa de algún defecto genético. Será amado por sus padres o sufrirá una muerte silenciosa.
Lo que le pueda ocurrir no quita en nada su dignidad. Vale lo mismo que tú o que yo; como también necesita lo mismo que tú y que yo: amor, respeto, acogida, alimentos, y un lugar en este planeta de aventuras. Luego, como tú y como yo, con pocos gramos o después de haber visto a los hijos de sus hijos, partirá a otros rumbos.
Por eso, por ser lo que es, sin adjetivaciones, todo embrión humano merece nuestro respeto. Y lo recibirá, seguro, por parte de tantos millones de seres humanos, ya adultos, que también un día fueron embriones; seres humanos que hoy trabajan y se esfuerzan para ayudar y defender a los más débiles y necesitados: los niños, los ancianos, los pobres, los enfermos… y los embriones.
Fuente: Fernando Pascual
Al ser fundada en 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social y no la simple ausencia de enfermedades o de malestar”. Desde luego, a la luz de esta definición, podríamos decir que muy pocos tienen “salud”, pues un completo bienestar en todas las dimensiones enumeradas (física, psíquica y social) resulta algo así como ganar la lotería todas las semanas… (más…)
Bioética para todos, te invita a su primer concurso de fotografía “La bioética está en todo”. Los interesados podrán participar con una fotografía individual o un reportaje de hasta 5 imágenes en los que se refleje cualquier aplicación de alguna temática de la Bioética en la vida diaria. (más…)