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Vacuna éticamente controversial
Vacuna éticamente controversial

Dra. Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte
Profesora e investigadora de la Facultad de Bioética
Universidad Anáhuac México

Desde hace un par de semanas se ha comenzado la aplicación de la esperada vacuna contra el coronavirus y, a pesar de las bondades que conlleva, existen algunas inquietudes éticas respecto de su admisibilidad ética en función de que algunas de ellas, han sido creadas, a partir de líneas celulares de embriones abortados, levantando así la interrogante moral sobre la cooperación al mal.

Algunas consideraciones valen la pena ante esto. Lo primero es que, en efecto, la mayoría de las vacunas desde la de la rubeola y sarampión hasta la de hepatitis y varicela se generan a partir de líneas celulares de embriones abortados en las décadas de los años sesenta y setenta. Concretamente son dos las más comúnmente usadas: la primera, WI-38,  proveniente de un pulmón de un feto femenino abortado en 1964 y la MRC-5 de células de pulmón de un feto masculino abortado y desarrollada en 1966.

Para el caso de la vacuna contra el COVID, las dos líneas celulares usadas son: 1) HEK293 desarrollada en Holanda en 1973 a partir del riñón de embrión abortado  y 2) PERC6 desarrollada en 1985 a partir de tejido de retina de un embrión abortado.

Ahora bien, las vacunas actuales ya no conllevan las células originales de estos embriones abortados y tampoco requieren más abortos para generar otras líneas celulares, lo que implica que los abortos cometidos en su momento, distan mucho de ser abortos actuales.

Con lo anterior y en el terreno del análisis moral, se puede decir entonces que, la cooperación al mal puede ser de dos maneras: formal o material. La formal se refiere a la intención mientras que la material a los medios o circunstancias que ayudan a ejecutar la intención. En el caso de quienes deseen vacunarse, cabe aclarar, que no se tiene la intención manifiesta de cometer un aborto para utilizar al embrión y que, en la mayoría de los casos, tampoco se aprueba esta conducta si no que se busca el bien mayor de la protección de la salud y de la vida. Por ende, la cooperación no es formal así como tampoco material ya que quien se aplica la vacuna no participó ni ayudó directamente a quien cometió el aborto. Por ende, no hay responsabilidad ética, moral o religiosa en aplicarse la vacuna.

También es importante mencionar que la persona que se vacuna no coopera de forma próxima con el aborto ya que, como dijimos antes, las células utilizadas actualmente distan más de 50 años de las células originales.

Una consideración más, recae en el terreno de la cooperación pasiva al mal que se ha cuestionado mucho en el caso de la vacuna contra el COVID y ante lo cual hay que mencionar que, lo que se espera de quienes tengan convicciones religiosas que concuerden con que la persona humana no debe ser utilizada como medio para conseguir ningún fin deben 1) manifestar expresamente su rechazo a los medios en que esas vacunas fueron generadas y exigir a la comunidad científica el descubrimiento y creación de otros medios que no utilicen células de embriones humanos y 2) aplicarse estas vacunas SÓLO si no existen otras en cuyo proceso no se hayan utilizado líneas celulares humanas. Con esto, no hay cooperación pasiva si no todo lo contrario: el acto se denuncia y se expresa la necesidad de utilizar medios que no pongan a la persona al servicio de la ciencia si no viceversa.

Lo anterior y con el propósito de despejar cualquier duda sobre la licitud ética de la aplicación de las vacunas sugiero la lectura de dos documentos de autoridad: el primero redactado en 2005 llamado “Reflexiones morales acerca de las vacunas preparadas a partir de células provenientes a partir de fetos abortados” emitido por el entonces presidente de la Academia Pontificia para la Vida, Monseñor Elio Sgreccia y el segundo en 2017, emitido también por la Academia Pontificia para la Vida titulado “Note on italian vaccine issue”, ambos disponibles en la web.

Por último, cabe decir que, cada persona tendrá la responsabilidad, apelando a su conciencia, de decidir si se aplica o no la vacuna considerando sus factores de riesgo y circunstancias particulares así como las de quienes le rodean; no obstante, el acto de vacunación representa una responsabilidad social de cara al bien común y se constituye, así, en un acto de autocuidado y cuidado mutuo contribuyendo al bien común de la sociedad.

La importancia de la Bioética
La importancia de la Bioética

Nos encontramos en el siglo XXI donde el progreso científico es lo primordial para el ser humano; los avances científicos se encuentran por encima de todo y la globalización en todo rincón. Podríamos decir que nos encontramos en un capitalismo violento desinteresado por el hombre y solo que importa es el dinero y las humanidades van perdiendo el sentido para el mismo ser humano.

Para poder hablar de bioética podremos iniciar desde la ética; y ésta se convierte en la reflexión crítica sobre los valores y principios que guían nuestras decisiones y comportamientos. Pareciera oportuno explicar que la ética ya no es tan valorada en la civilización posmoderna por todo lo que estamos viviendo en estos momentos de crisis de racionalidad llegando al grado de comportarnos como animales. La ética en este sentido propondrá un límite a la persona partiendo desde su dignidad humana; con ello la rescatamos desde la filosofía que deriva la antropología, el personalismo, la ética y la moral.

Ahora que hay cambios modernos y el avance tecnológico está a cualquier precio, llegamos a decir que la vida de la persona no cuesta, no tiene valor y llegamos a tal problema que, en el tiempo de la segunda guerra mundial, los alemanes asesinaron a miles de judíos en las cámaras de gas. Utilizamos nuestras herramientas científicas para asesinar.

El nacimiento de la bioética se debe a estos cambios exagerados que resurgen para si como problemas bioéticos, donde le compete analizar y criticar. Este concepto engloba la disciplina que combina con el conocimiento biológico con el de los valores humanos. Se interesa en las cuestiones de las ciencias de la vida, como por ejemplo el aborto, la biomedicina, la eutanasia, la pena de muerte y sobre el cuidado sanitario, todo se debió a un dialogo antropológico entre la medicina y la ética renovando así una ética médica tradicional.

Podremos llegar a decir que el nacimiento de la bioética de debió al surgimiento de una civilización posmoderna regenerando con sigo el progreso científico y sus principales problemas atendida desde la medicina, pero pareciera un gran cambio económico y tecnológico que llega a un punto de que se convierte en colectivismos o individualismo, tanto como uno y otro son extremos por el motivo que se convierte en un anti humanismo. Actualmente este año 2020 estamos viviendo una enfermedad que se ha vuelto pandemia (covid-19)  y sobre todo el país de México está sufriendo un problema bioético.

Se está presentando una desvalorización del ser humano, donde el dinero para los insumos se convierte en casas lujosas de los mismos gobernadores, dónde el trato es como si fueran animales y en todos los noticieros mencionan un gran numero de marchas por la falta de presupuesto para los doctores y enfermeros y falta de insumos.

La bioética se preocupa por la dimensión moral de la vida humana, su significado de vida (bio) se vive a muerte, así es, la muerte que se genera por el aborto y que muchas personas están a favor, el valor del cuerpo humano y la dignidad de la misma persona han decaído, la sexualidad está transgirversado por culpa de las ideologías de la muerte y las relaciones interpersonales se viven en individualismos, ya no hay una civilización del amor que es una esperanza que muchos esperan.

La civilización evoluciona rápidamente y solo nos queda seguir reconstruyendo una nueva sociedad con la necesidad de recuperar los valores que cimienten toda civilización. La importancia de la bioética es el interés por la propia naturaleza humana, vista desde su plenitud  y una segunda visión es bajo la responsabilidad del trato a nuestra casa común, la tierra. El principio es el respeto al desarrollo que el hombre está produciendo en aumento los recursos que la tierra nos proporciona y sobre todo la defensa de los animales.

Solo depende de ti que no te dejes llevar con las ideologías que van en contra con la dignidad humana porque todo lo que vives se convierte en un dilema bioético, si eres enfermera, doctor o algún especialista de medicina debes de tener un cuidado sobre tu paciente, te debe de interesar sobre el derecho a la salud, pero esta parte no solo son para los médicos, sino para todos.

Como escribe Juan Manuel Burgo en su proyecto humanista, es una dialogización entre antropología y un enfoque personalista desde una existencialidad.

Recordemos: la persona se convierte en el centro de la bioética y que a su vez se convierte en una regularización de la conducta humana en el campo de la vida y la salud bajo los principios éticos, recuperemos todos el valor de la vida humana, juntos construyamos un mundo mejor y guiemos las futuras generaciones. La persona no es objeto, es persona. No somos animales, somos personas de naturaleza racional y espiritual.

Autor: Irving Alberto Torres Menchaca

Vacuna contra el COVID-19: ¿asumiremos el riesgo de acelerarla?
Vacuna contra el COVID-19: ¿asumiremos el riesgo de acelerarla?

Es evidente que todos, a nivel mundial, clamamos por que los científicos encuentren, lo antes posible, una vacuna que prevenga de contraer la enfermedad del siglo que tantos estragos ha provocado en la vida de los países. Sin embargo, la urgencia de detener los contagios nos puede llevar a cometer atrocidades de las que, después, nos podamos arrepentir.

A nivel ético y bioético, existe el principio de precaución que nos exhorta a que, ante acciones, tratamientos, terapias o cualquier intervención sobre la que no conozcamos sus efectos secundarios ni consecuencias, lo mejor es no realizarlas. De igual manera, existe otro principio que es el de proporcionalidad que consiste en medir los riesgos y los beneficios de una determinada acción y si los primeros no sobrepasan los segundos, entonces proceder a actuar.

Tomando en cuenta estos dos principios conviene preguntarnos si estaríamos dispuestos asumir los riesgos de comercializar una vacuna que lo mismo puede curar o dañar.

Consideremos que, el desarrollo de una vacuna, pasa por tres etapas:

  • De exploración: aquí se empiezan a descubrir los antígenos naturales o sintéticos que pueden servir para la fabricación de la vacuna.
  • Preclínica: estos antígenos se comienzan a probar en animales, generalmente ratones, para observar cuáles podrían ser algunas de las reacciones en humanos.
  • Clínica: esta etapa a su vez se subdivide en tres: a) fase I en donde se estudia la seguridad de la vacuna aplicándosela a un grupo no mayor a 100 personas sanas y que, por ende, no sean poblaciones de riesgo, b) fase II en donde se prueba la vacuna en un grupo mayor de personas y se introducen grupos placebo con la finalidad de comprobar si la vacuna es eficiente o no y c) fase III donde se aplica a un grupo mucho mayor de individuos con inclusión de grupos de riesgo y poblaciones vulnerables, esto para comprobar tanto la seguridad como la eficacia en poblaciones de riesgo y ver si se comporta igual que en poblaciones sanas.

Si queremos obtener un resultado de una vacuna que sea segura y que además provoque los anticuerpos precisos para combatir una infección por coronavirus, tendríamos que someternos a los tiempos de cumplimento de estas fases, que, normalmente duran entre 10 y 15 años. Provocar el adelanto de los resultados sólo por la urgencia de sacar la vacuna nos llevaría a saltarnos alguna de estas fases y arriesgar la vida de aquellos sujetos que decidieron contribuir a esta experimentación y hasta provocar daños irreparables con el comercio de la misma.

Hay que tener presente que, internacionalmente, existen documentos que regulan las investigaciones y experimentaciones con sujetos humanos para brindarles la máxima protección posible.. Basta recordar los experimentos cometidos con los presos en los campos de concentración Nazi por del Dr. Mengele que fueron verdaderos actos de terror o la triste historia del experimento de Tuskegee en Estados Unidos donde más de 600 sujetos fueron inoculados con sífilis con el propósito de observar la evolución normal de la enfermedad hasta la muerte de la persona.

Así las cosas, si por principio de precaución se debe proteger a la persona de actos que le provoquen un daño y por principio de proporcionalidad se le debe resguardar de aquellas acciones que produzcan más riesgos que beneficios, quizá sea más seguro por ahora y por los meses que están por venir, atenernos a las máximas indicaciones de seguridad y protección de contagios que presionar al gobierno de cada país y a los organismos internacionales a sacar una vacuna al mercado que, sabemos que, de no pasar por las fases y los tiempos establecidos, podrán producir otros efectos adversos que, pudieran, incluso, ser más mortales que el mismo coronavirus.

Autor: Dra. Marieli de los Rios Uriarte

Hacia una solidaridad universal
Hacia una solidaridad universal

Nadie se salva solo. Esta sentencia parece estar recorriendo nuestras mentes y corazones desde el inicio de la pandemia del coronavirus y, sin embargo, las medidas de contención obligan a estar solos, confinados en casa, en el mejor de los casos rodeados de la familia y, en el peor, en la soledad que desgarra.

¿Cómo resolver esta contradicción entre la necesidad de los otros y la obligación de aislarnos de ellos? Quizá haya que echar mano de un nuevo concepto que ha estado surgiendo en las conversaciones de los dirigentes de diversos países y de los organismos internacionales: una solidaridad universal.

Estar cerca del otro no necesariamente conlleva una cercanía física, lo hemos descubierto con el uso de las tecnologías que nos acercan y hasta nos permiten pasar un cumpleaños virtual con muestras de cariño que, quizá de forma presencial, no hubiéramos podido sentir. El estar en casa obliga a estar en las pantallas, es decir, no hay pretextos para no estar, para ausentarse, para evadir las llamadas, los compromisos, la responsabilidad. Estas en casa y tienes tiempo, de hecho, todo tu tiempo está disponible, a veces debatiéndose entre las obligaciones laborales y las necesidades familiares pero de que hay tiempo, eso, nadie lo puede negar.

La nueva solidaridad que proponen tendría que trascender la capacidad de estar físicamente tal como lo hemos trascendido todos desde hace varios meses, encontrar la manera de atender las necesidades de los otros –sin olvidar las nuestras- desde las trincheras de las nuevas tecnologías y de la distancia social, que no emocional.

Ante la constatación del fracaso de los sistemas gubernamentales y del colapso mayor o menor de los sistemas de salud mundiales, muchos se han cuestionado sobre la posibilidad de recurrir a un nuevo orden con una nueva gobernanza mundial que, entre otras cosas, dictara los procesos de protección de la salud de las poblaciones a nivel mundial.

Profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.

Pensándolo a fondo no parece una mala idea considerando que una voz líder creíble y confiable, digna de seguirse por su congruencia personal y rigurosidad científica hubiera sido deseable hace varios meses, no obstante, el riesgo de centralizar las leyes y darle univocidad implica asumir el deterioro de las libertades individuales, de las democracias particulares y de la vida en común según los contextos culturales de cada país.

Ahora bien, tal vez haya que pensar esa nueva gobernanza mundial no como una persona o grupo de personas si no como un precepto: el llamado urgente a la solidaridad.

Después de constatar que lo que afecta en un lado del planeta termina por afectarnos a todos y que, en realidad y a pesar de los ideales de la modernidad, no existen las razones individuales si no los sentires comunitarios, repensar nuevas formas de vivir después de la pandemia, será incorporar a nuestros hábitos y modos de vida la actitud solidaria de saber estar más allá de las barreras físicas.

La indiferencia, el egoísmo y el odio no pueden seguir siendo los cánones que rijan la vida postpandemia, hay que dejarles paso a la compasión, a la generosidad, a la preocupación por el otro y a la atención solícita de todos y cada uno de los que habitamos la Casa Común.

Esto no significa destruir la vida política de cada país ni suplantar las autoridades locales, si no más bien, abrir la posibilidad a crear políticas públicas que tengan un enfoque mundial en donde todos los gobiernos se sientan comprometidos no ya por el bien de su país y de sus ciudadanos si no por el bien del mundo y de todos.

No hay cabida para delinear fronteras, la pandemia ha dejado claro que esto no sirve más que para generar motivos de guerra y destrucción, es necesaria una acción global que no sólo frene esta crisis mundial si no que prevenga otras que pueden acontecer en un futuro.

No hay tiempo para discutir de quién es la cura o quién sacará primero la vacuna, lo que urge ahora es trabajar por el bien común y esto exige la renuncia a la fama y a las riquezas, tan perseguidas en nuestra época posmoderna, y velar, más bien, por la satisfacción de sentirnos hermanados en el sufrimiento pero salvados por la solidaridad universal.

Autor: Dra. Marieli de los Rios Uriarte

La violencia en la familia y el Covid
La violencia en la familia y el Covid

Han pasado ya varias semanas, que estando todos en casa parece que transcurren más lentamente.  Para mi no ha sido fácil, y estoy segura que para ti tampoco: de un día para otro nuestra vida se detuvo; para cuidar de nuestra salud y la de los otros debemos quedarnos en casa y no salir.

Quiero compartir contigo algunos consejos que puedes hacer con tu familia y así evitar  pleitos, discusiones, malas palabras, violencia verbal y física que tanto daño nos hace, y que tristemente sabemos ha aumentado mucho en estas semanas de pandemia:

  • Agradece algo: lo pueden hacer juntos antes de dormirse: que cada uno diga algo bueno que tuvo ese día y que quiere agradecer.
  • Recen juntos: pedir por los enfermos, por los contagiados y para que esta situación termine pronto.
  • Mantente informado: sigue las noticias en pequeñas dosis, ten empatía con lo que sucede alrededor del mundo y platícales a tus hijos de la gran cantidad de personas que están ayudando; doctores, policías, donadores, héroes.
  • Platiquen de otros temas: ¿qué quieres ser de grande? ¿qué es lo mejor que te ha pasado, y lo más difícil?. ¿qué pasa cuando los jóvenes se drogan o toman?….
  • Hablen de cómo se siente cada uno: tengo miedo, incertidumbre…ansiedad…aburrimiento…
  • Vean alguna película buena en la televisión y después platíquenla en familia.
  • Sé un buen vecino: si tienes algún/a vecina de la tercera edad, manteniendo una buena distancia ofrécele ayuda.
  • Haz algún proyecto en familia que tengas pendiente: pintar un cuarto entre todos, arreglar una zona de la casa.
  • Jueguen juntos: aprovechar este tiempo para jugar lotería, dominó, cualquier juego de mesa en familia.
  • Aprendan más sobre la historia familiar: cuéntales a tus hijos sobre sus abuelos, tíos o primos. Cuando hablen por teléfono con ellos pregúntenles sobre la familia.
  • Busca fotografías de la familia, que tengas en tu casa o en el celular. Tómense fotos y diviértanse compartiéndolas.
  • Lee y motiva para que tus hijos lean: aprovecha para leer algún libro que tienes guardado. Si tienes hijos pequeños léeles en voz alta.
  • Si te es posible ayuda a los demás o dona a alguna institución que lo necesite.

Sabemos muy bien que la violencia es una cadena: el papá agrede a su esposa; esta a su vez es violenta con sus hijos; y como consecuencia los niños en la escuela serán agresivos con sus compañeros. Como un círculo que da vueltas y vueltas.

Estoy convencida de que si cada uno de nosotros empezamos por trabajar en nuestra familia, fortaleciendo los valores humanos, nuestra sociedad sería menos violenta y más segura. Te invito a ser muy sincero y reflexionar como es tu ambiente familiar.

Leía yo esta frase que me gustó mucho del escritor Jan Blaustone: “Nunca se siente más seguro un niño que cuando sus padres se respetan”

Recuerda, lo más valioso que tenemos en la vida es nuestra familia.  Cuídala mucho en estos momentos y no permites que haya violencia ni malos tratos.

Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.comFacebook:  Lucia Legorreta

Pensamientos desde mi Ermita Polanco C19 En tiempos del Coronavirus…
Pensamientos desde mi Ermita Polanco C19 En tiempos del Coronavirus…

Colonia Polanco, Ciudad de México, 28 de marzo de 2020

Queridos amigos, amigas y familiares de México y del extranjero, os hago llegar algunas reflexiones personales en el confinamiento de mi casa, mi “ermita Polanco C19”, en este tiempo de Coronavirus (COVID 19, C19), donde estoy con mi esposa y nuestra hija.

En primer lugar, quiero recordar a Antonia M. Q., magnífica mujer, tía y madrina de mi esposa, que ha fallecido hoy en Barcelona por el Coronavirus. Descanse en paz. Finalmente, si queréis reenviar mis reflexiones a alguien a quien le pueda interesar, podéis hacerlo con libertad.

Ahí van algunos pensamientos:

  1. Nos equivocamos al creer que dominábamos la naturaleza. Desde el siglo XIX, el hombre se autoendiosó pensando que lo dominaba todo. Rechazó a Dios (A. Comte, L. Feuerbach, K. Marx, F. Nietzsche, S. Freud) y se erigió en ser todopoderoso, por encima del cual no había nada. Son muchos los que desde entonces nos han dicho que eso no es cierto, que somos criaturas, no creadores, que no somos dios, pero apenas se les ha escuchado (G. Fessard, K. Barth, J. Ellul). Sin duda, uno de los grandes logros de la Modernidad ha sido la autonomía (I. Kant), nuestra mayoría de edad, esto es, saber que podemos regirnos por nosotros mismos sin esperar a averiguar lo que debemos hacer en textos sagrados, pero el gran error ha sido creer que ya no teníamos Padre. Seguimos siendo hijos. La vida sigue siendo un don inmerecido. La naturaleza sigue siendo un regalo que se nos ha dado, no una máquina que controlamos a la perfección. El C19 nos recuerda que no tenemos un poder absoluto sobre la naturaleza. Un minúsculo virus está acabando con la vida de muchas personas (poderosas o no), resquebrajando el sistema sanitario (público y privado), haciendo caer las bolsas, dejando los aviones en tierra, posponiendo la Eurocopa y los Juegos Olímpicos, cerrando los parlamentos, vaciando las calles, cerrando colegios y universidades, cines, teatros y centros comerciales.

 

  1. Somos una sola humanidad. Nunca dejará de sorprenderme cómo nos identificamos más con colectividades que con nuestra condición humana. Moriré sin haberlo entendido. Es obvio que todos formamos parte de una sola humanidad, y sin embargo lo que vertebra nuestra vida es una colectividad, o varias: “los progresistas”, “las feministas”, “los americanos”, “los judíos”, “los musulmanes”, “los ecologistas”, “los soberanistas”… La lista es larguísima. Nos sentimos arropados en nuestro colectivo y miramos con desprecio o con odio a otros colectivos. El nuestro tiene la razón; los otros se equivocan. Nos ponemos las gafas de nuestro colectivo y lo miramos todo, sin excepción, a través de esa lente, con lo cual no hacemos sino confirmar una y otra vez lo que ya creíamos, y así nuestro pensamiento no avanza.  En realidad, somos una sola humanidad. Es mucho más profundo y radical lo que nos une que lo que nos separa. En tiempos de bonanza, tendemos a olvidarlo; en tiempos de pandemia, recuperamos esa identidad humana que habíamos olvidado porque la dábamos por supuesta.

 

  1. Ante la muerte, todos somos iguales, porque ya lo éramos en vida. La muerte no es sino la fotografía de la vida, decía Karl Rahner, no sé si tomando ese pensamiento de otro autor, quizás de M. Heidegger, lo ignoro. Cuando miramos la realidad humana, en seguida se nos hace patente la desigualdad, que ha existido en muchos siglos de la historia humana y que hoy es más evidente y dramática que nunca. Poco tiene que ver el rico de Beverly Hills con el pobre del Chad; poco tiene que ver mi ermita C19 en la colonia Polanco con la condición en la que están hoy muchos mexicanos en el Estado de México, para los que no lo saben, la periferia de Ciudad de México. Sin embargo, somos iguales. Ricos y pobres murieron en la I Guerra Mundial, en la II Guerra Mundial, en la guerra de Vietnam, en la guerra del Golfo, en la Peste, en la Gripe Española, en la crisis del Sida y ahora en la crisis del C19. Sin duda, los ricos tienen, tenemos, muchos mecanismos de autoprotección que no tienen los pobres, pero al final la muerte acaba llamándonos a todos, y nos llama por nuestro nombre, no por nuestros títulos ni por nuestras cuentas bancarias, como en los entierros de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, en la Edad Media y también siglo después. Por ello, la muerte, que forma parte de la vida, nos une.

 

  1. El pensamiento único está desapareciendo. La Globalización, desde los años 90, había creado la ficción de que había un solo modo de vida y una sola forma de pensar: el American way of life, en versiones distintas en función de la latitud. Unos lo aceptaban abiertamente, “los neoliberales”, y otros decían criticarlo, pero en realidad lo imitaban con su vida, “los progresistas” o “los antisistema”. Mirad cómo viven Felipe González, Daniel Ortega o Pablo Iglesias. En ese único modo de vida supuestamente digno, la felicidad consistía en tener mucho dinero, vivir confortablemente, tener buena fama, viajar mucho, tener tecnología punta, poder llevar a los hijos a las mejores universidades de Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, consumir mucho Internet, obtenerlo todo ya ahora, un modo de vida donde el tiempo y el espacio tendían a cero, como bien analizan Bjung-Chul Han y Hartmut Rosa, autores que conozco gracias a mi buen amigo Albert Florensa. La crisis del C19 nos está mostrando que es posible otro modo de vida. No cabe duda de que estar encerrados en casa con los abuelos y los niños pequeños no es precisamente el paraíso, por razones psicológicas. Somos humanos. Necesitamos salir, movernos, respirar, y eso está muy complicado ahora. Sin embargo, el C19 nos ha mostrado otras dimensiones de la vida que teníamos adormecidas: la creatividad, la pasividad, la solidaridad (aunque sea a distancia), la comunicación de lo negativo (y no solo de lo positivo, como se suele hacer en la redes) (como decía mi maestro Fernando Manresa, S.J., cuando yo, de joven, estaba en plena crisis, con mis ojos humedecidos: “compartir la negatividad nos une a los demás”), la contemplación, la reflexión. Aparte de las bromas simpáticas que corren estos días por las redes sobre el C19, hay también muchos mensajes de familiares y amigos que me hacen ver que el espíritu está aflorando por doquier. Estamos descubriendo que somos espiritualmente más ricos de lo que creíamos, y estamos descubriendo que se puede ser persona con otros modos de vida y con otros valores distintos a aquellos que creíamos únicos.

 

  1. Una pregunta importante: ¿qué puedo hacer ahora por los demás? No cabe duda de que en tiempo del C19 la primera pregunta que nos viene es: “¿cómo puedo protegerme a mí mismo, y a los míos más cercanos?”. Es normal. Hay que hacerlo, no solo por nosotros, sino también por los otros que se podrían contagiar a través de nosotros. No obstante, en seguida hay una segunda pregunta que debería aflorar a nuestro espíritu: “¿qué puedo hacer por los demás?”. Por ejemplo, somos muchos los que vamos a seguir cobrando el mismo salario (al menos, de momento) a pesar de la crisis del C19, porque seguiremos trabajando desde casa. Pero hay trabajos que no se cobran si no se realizan presencialmente. Echemos una mano económicamente a este colectivo. La señora que nos viene a limpiar la casa: digámosle que se quede en su casa, y sigamos pagándole lo mismo. Seguro que se os ocurren otras iniciativas. Esto es como el virus, pero en bueno. Si a cada uno se le ocurre apoyar a dos o tres personas, estamos salvados.

Continuaré, espero.

Autor: Dr. José Sols Lucía

Universidad Iberoamericana

De la resignación al abandono
De la resignación al abandono

Mucho he pensado en las últimas semanas tras experimentar durante 14 días el miedo a haber sido contagiada después de haber estado, en dos ocasiones, expuesta por contacto con personas que han dado positivo al COVID-19.

Después de experimentar la rabia primero y el pánico después, he empezado a asentar los sentimientos y a ubicarlos, a reconocer las mociones interiores y a nombrarlas pero también y, sobre todo, a ponerlas delante de Dios y orarlas.

El miedo ha sido mucho y con él, viene el deseo de, como diría San Ignacio con el mal espíritu, mostrarle mucha cara para ver si disminuye o, al menos, se amedrenta de la misma forma en que lo hace conmigo, la valentía y bravuconería ayudan, momentáneamente, a sentirme invencible y capaces de luchar contra quién sabe qué, quién sabe cómo. Pero esto viene de mi humanidad, de mi muy herido ego que se empeña en enfatizar mi autosuficiencia y grandeza. Aún no me había abierto a la gracia.

Seguido a esta primera etapa entro en un momento de resignación, en donde me doy cuenta de que ni mis 37 años han acumulado sabiduría ni astucia suficiente para luchar contra este virus, inmune a cualquier cura, tan camaleónico como para adherirse a superficies que a diario toco y con las que a diario mis pies tienen contacto, un virus incapaz de morirse y resistente a todo! Y a todos! Y así poco a poco voy experimentando la frustración y el sabor del fracaso, la sensación que carcome la otrora fuerza y resiliencia, y caigo en el mar de la tempestad donde reconozco que, haga lo que haga, sigo expuesta y que no hay medida suficiente para prevenirlo, que tarde o temprano todos estaremos enfermos sin importar las medidas que tomemos.

En este momento todo se ve oscuro y me siento hundir, sólo me queda esperar a que llegue, a que aparezca la fiebre y la dificultad para respirar, a que mis sueños se vengan abajo y mis ilusiones vuelen con el viento de la tarde, caigo en el aletargamiento que experimentan los que ven la batalla perdida y sólo aguardan la declaratoria final.

Sin embargo, a ratos mi fe se sobresalta, hace un intento por revivir y me recuerda que un hombre de 83 años, en la soledad y el silencio del dolor y de la muerte, se encamina hacia el altar, con la firmeza de quien está siendo impulsado por el Espíritu, no duda en seguir caminando bajo la lluvia y cuando resuena su palabra, no es él quien habla, hay alguien más y él sólo es su instrumento.

Sus palabras resuenen en el más absoluto silencio, palabras que declaran que no hay cabida al fracaso ni lugar para la desolación por que Jesús está en nuestra barca y confía en el Padre. Cada frase parece resurgir de las tinieblas, iluminar el cielo mientras su frágil figura se sumerge en la noche de Roma. Y ahí está, ahora ha aparecido la esperanza, el sabernos en la misma barca y con Jesús en la proa y algo se va abriendo en mí: sigo escuchando y experimento el pasar, poco y sutilmente, de la resignación al abandono.

Si la resignación me llevaba a la ausencia de esperanza, el abandono me abre a la dimensión de la fe donde todo es posible. La resignación no nos deja ver porque nos nubla e impone la trampa de la tentación de sentir la tempestad y creer que nos hundimos, de sacar a Jesús de nuestra barca y confiar en las fuerzas humanas más que en la gracia divina. En cambio, el abandono nos remite a la confianza y a la esperanza, a creer que estamos en las manos del más experimentado de los capitanes y que, aunque arrecie la tormenta y a ratos perdamos el rumbo, Él va con nosotros y no nos dejará naufragar.

Cierto, el abandono no quita el miedo pero nos permite experimentarlo distinto, no como miedo si no como temor porque reconocemos que la oscuridad, la lluvia y el silencio no tienen la última palabra. Con el abandono, la fragilidad se torna milagro y penetramos en el misterio de la Cruz. Un sufrimiento que pudo haber sido evitado y que, sin embargo, se vivió desde la convicción más íntima de sabernos hijos amados.

Así, mientras que veo como algunos pasan del miedo a la resignación, yo voy encontrándome con el abandono y quisiera que todos vivieran así: serenamente abandonados en las manos del Padre, porque la tempestad seguirá pero la tempestad interior cederá, sea cual sea nuestro destino, contraer el virus o no, será para la mayor gloria de Dios como lo fue la muerte y resurrección de Lázaro, mientras hay algunos que dudan como los judíos, como la misma Martha en su diálogo con Jesús, yo hoy decido creer y decido conservar la esperanza de que, con Él a nuestro lado, no hay cabida para el miedo ni para la desolación.

Autor: María Elizabeth de los Ríos Uriarte

¿Como lavarnos las manos con agua y jabón?
¿Como lavarnos las manos con agua y jabón?