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Etiqueta: Muerte

Los niños y la muerte.
Los niños y la muerte.

Escuché hace poco a un padre decir:  ha muerto mi madre y no sé como decírselo a mi hija que tiene seis años.   No quisimos que la viera y le hemos dicho que está de viaje y ella pregunta con frecuencia acerca de cuando viene la abuela pues tenía muy buena relación con ella.

Nos preparamos para la muerte de un ser querido, pero no nos preparamos para ayudar a nuestros hijos en este tema.

Es importante explicar en forma clara a nuestros hijos lo sucedido.  No es bueno decir que la persona fallecida se ha ido de viaje, ni decir que se ha dormido.   Ambas afirmaciones crean en los niños la idea de que esa persona retornará de su viaje o despertará de su sueño.

Se sabe además de algunos niños que temen dormirse porque han identificado el sueño con la muerte.   No se debe temer al uso de palabras como muerte o muerto que, en los niños darán una idea clara de lo que ha sucedido.

No es bueno abundar en detalles sobre cómo se produjo la muerte del ser querido, la explicación debe ser breve y clara.

Se debe estar atento y escudriñar los sentimientos de los niños ya que, los más pequeños, suelen tener la sensación de ser culpables de la muerte del ser querido.   Se les debe explicar en forma clara que lo que ellos hayan dicho o pensado no ha provocado la muerte del ser querido.

Los niños, según sus edades, entienden la muerte de diversas maneras.  Por lo general lo chicos no entienden el significado de la muerte hasta los tres años.

Entre los tres y los cinco años suelen considerar a la muerte como un estado reversible y temporal. Después de los cinco años entienden que la muerte es un estado definitivo, pero hasta los diez años no creen que pueda pasarles a ellos.

Luego de los diez años suelen entender que la muerte es un estado definitivo y que necesariamente todos llegamos a ella.  Claro que esto no es matemático y muchos de los niños que ya han pasado por la triste experiencia que significa perder a un ser querido, suelen ser muy adelantados en la comprensión de este fenómeno.

No debe impedirse que participen del velatorio y sepelio, aunque tampoco se les debe obligar a participar de ello.   En el caso de que ellos quieran hacerlo, se les debe explicar con anterioridad lo que van a ver en ese momento.

Al participar de estos eventos les damos la posibilidad de experimentar la sensación de una despedida definitiva.

No debemos temer llorar delante de nuestros hijos, ellos comprenderán y nos acompañarán en el dolor, pero debemos evitar las situaciones de gritos escandalosos y signos de desesperación, pueden dejar en ellos una imagen sumamente negativa y desesperanzada.

Si los niños sienten deseos de expresar su dolor, no debemos impedirlo.   Quizás lo mejor es ayudarles a que lo hagan comunicándoles que nosotros también compartimos esa pena.     Cuando el dolor no se exterioriza puede manifestarse de maneras no conscientes  (pesadillas, dificultades en la escuela, entre otros)

Los niños se sienten mas consolados con un abrazo que con palabras sentidas.

Si se tiene fe y se cree en la vida eterna, la cuestión será más sencilla, menos penosa.   Porque esa separación definitiva, se transforma en la esperanza de reunirnos con la persona amada al final de nuestros días.

Un niño entiende perfectamente esto, lo que le parece una injusticia es que después de esta vida no haya nada.   No olvidemos que los niños al ser más puros, tienen más facilidad para llegar a las verdades esenciales del ser humano.

Muchas veces a los que nos crea un problema es a los padres, porque no vivimos de acuerdo con la verdad de que después de esta vida hay otra.

Se les quiere ocultar a los hijos la verdad sobre el destino del hombre y lo único que se consigue es hacerles daño a ellos y, de paso a nosotros.

La educación en los momentos duros de la vida es muy importante,   nuestros hijos deben saber y nosotros demostrarles que no todo es color de rosa, y que habrá situaciones dolorosas y tristes.

Como padres debemos de aprender a hablar de la muerte con naturalidad desde que nuestros hijos son pequeños.   Recordemos que lo único que tenemos seguro en nuestra vida todos los seres humanos es que vamos a morir.

Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com.   Facebook:  Lucia Legorreta

Pensamientos desde mi Ermita Polanco C19 En tiempos del Coronavirus…
Pensamientos desde mi Ermita Polanco C19 En tiempos del Coronavirus…

Colonia Polanco, Ciudad de México, 28 de marzo de 2020

Queridos amigos, amigas y familiares de México y del extranjero, os hago llegar algunas reflexiones personales en el confinamiento de mi casa, mi “ermita Polanco C19”, en este tiempo de Coronavirus (COVID 19, C19), donde estoy con mi esposa y nuestra hija.

En primer lugar, quiero recordar a Antonia M. Q., magnífica mujer, tía y madrina de mi esposa, que ha fallecido hoy en Barcelona por el Coronavirus. Descanse en paz. Finalmente, si queréis reenviar mis reflexiones a alguien a quien le pueda interesar, podéis hacerlo con libertad.

Ahí van algunos pensamientos:

  1. Nos equivocamos al creer que dominábamos la naturaleza. Desde el siglo XIX, el hombre se autoendiosó pensando que lo dominaba todo. Rechazó a Dios (A. Comte, L. Feuerbach, K. Marx, F. Nietzsche, S. Freud) y se erigió en ser todopoderoso, por encima del cual no había nada. Son muchos los que desde entonces nos han dicho que eso no es cierto, que somos criaturas, no creadores, que no somos dios, pero apenas se les ha escuchado (G. Fessard, K. Barth, J. Ellul). Sin duda, uno de los grandes logros de la Modernidad ha sido la autonomía (I. Kant), nuestra mayoría de edad, esto es, saber que podemos regirnos por nosotros mismos sin esperar a averiguar lo que debemos hacer en textos sagrados, pero el gran error ha sido creer que ya no teníamos Padre. Seguimos siendo hijos. La vida sigue siendo un don inmerecido. La naturaleza sigue siendo un regalo que se nos ha dado, no una máquina que controlamos a la perfección. El C19 nos recuerda que no tenemos un poder absoluto sobre la naturaleza. Un minúsculo virus está acabando con la vida de muchas personas (poderosas o no), resquebrajando el sistema sanitario (público y privado), haciendo caer las bolsas, dejando los aviones en tierra, posponiendo la Eurocopa y los Juegos Olímpicos, cerrando los parlamentos, vaciando las calles, cerrando colegios y universidades, cines, teatros y centros comerciales.

 

  1. Somos una sola humanidad. Nunca dejará de sorprenderme cómo nos identificamos más con colectividades que con nuestra condición humana. Moriré sin haberlo entendido. Es obvio que todos formamos parte de una sola humanidad, y sin embargo lo que vertebra nuestra vida es una colectividad, o varias: “los progresistas”, “las feministas”, “los americanos”, “los judíos”, “los musulmanes”, “los ecologistas”, “los soberanistas”… La lista es larguísima. Nos sentimos arropados en nuestro colectivo y miramos con desprecio o con odio a otros colectivos. El nuestro tiene la razón; los otros se equivocan. Nos ponemos las gafas de nuestro colectivo y lo miramos todo, sin excepción, a través de esa lente, con lo cual no hacemos sino confirmar una y otra vez lo que ya creíamos, y así nuestro pensamiento no avanza.  En realidad, somos una sola humanidad. Es mucho más profundo y radical lo que nos une que lo que nos separa. En tiempos de bonanza, tendemos a olvidarlo; en tiempos de pandemia, recuperamos esa identidad humana que habíamos olvidado porque la dábamos por supuesta.

 

  1. Ante la muerte, todos somos iguales, porque ya lo éramos en vida. La muerte no es sino la fotografía de la vida, decía Karl Rahner, no sé si tomando ese pensamiento de otro autor, quizás de M. Heidegger, lo ignoro. Cuando miramos la realidad humana, en seguida se nos hace patente la desigualdad, que ha existido en muchos siglos de la historia humana y que hoy es más evidente y dramática que nunca. Poco tiene que ver el rico de Beverly Hills con el pobre del Chad; poco tiene que ver mi ermita C19 en la colonia Polanco con la condición en la que están hoy muchos mexicanos en el Estado de México, para los que no lo saben, la periferia de Ciudad de México. Sin embargo, somos iguales. Ricos y pobres murieron en la I Guerra Mundial, en la II Guerra Mundial, en la guerra de Vietnam, en la guerra del Golfo, en la Peste, en la Gripe Española, en la crisis del Sida y ahora en la crisis del C19. Sin duda, los ricos tienen, tenemos, muchos mecanismos de autoprotección que no tienen los pobres, pero al final la muerte acaba llamándonos a todos, y nos llama por nuestro nombre, no por nuestros títulos ni por nuestras cuentas bancarias, como en los entierros de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, en la Edad Media y también siglo después. Por ello, la muerte, que forma parte de la vida, nos une.

 

  1. El pensamiento único está desapareciendo. La Globalización, desde los años 90, había creado la ficción de que había un solo modo de vida y una sola forma de pensar: el American way of life, en versiones distintas en función de la latitud. Unos lo aceptaban abiertamente, “los neoliberales”, y otros decían criticarlo, pero en realidad lo imitaban con su vida, “los progresistas” o “los antisistema”. Mirad cómo viven Felipe González, Daniel Ortega o Pablo Iglesias. En ese único modo de vida supuestamente digno, la felicidad consistía en tener mucho dinero, vivir confortablemente, tener buena fama, viajar mucho, tener tecnología punta, poder llevar a los hijos a las mejores universidades de Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, consumir mucho Internet, obtenerlo todo ya ahora, un modo de vida donde el tiempo y el espacio tendían a cero, como bien analizan Bjung-Chul Han y Hartmut Rosa, autores que conozco gracias a mi buen amigo Albert Florensa. La crisis del C19 nos está mostrando que es posible otro modo de vida. No cabe duda de que estar encerrados en casa con los abuelos y los niños pequeños no es precisamente el paraíso, por razones psicológicas. Somos humanos. Necesitamos salir, movernos, respirar, y eso está muy complicado ahora. Sin embargo, el C19 nos ha mostrado otras dimensiones de la vida que teníamos adormecidas: la creatividad, la pasividad, la solidaridad (aunque sea a distancia), la comunicación de lo negativo (y no solo de lo positivo, como se suele hacer en la redes) (como decía mi maestro Fernando Manresa, S.J., cuando yo, de joven, estaba en plena crisis, con mis ojos humedecidos: “compartir la negatividad nos une a los demás”), la contemplación, la reflexión. Aparte de las bromas simpáticas que corren estos días por las redes sobre el C19, hay también muchos mensajes de familiares y amigos que me hacen ver que el espíritu está aflorando por doquier. Estamos descubriendo que somos espiritualmente más ricos de lo que creíamos, y estamos descubriendo que se puede ser persona con otros modos de vida y con otros valores distintos a aquellos que creíamos únicos.

 

  1. Una pregunta importante: ¿qué puedo hacer ahora por los demás? No cabe duda de que en tiempo del C19 la primera pregunta que nos viene es: “¿cómo puedo protegerme a mí mismo, y a los míos más cercanos?”. Es normal. Hay que hacerlo, no solo por nosotros, sino también por los otros que se podrían contagiar a través de nosotros. No obstante, en seguida hay una segunda pregunta que debería aflorar a nuestro espíritu: “¿qué puedo hacer por los demás?”. Por ejemplo, somos muchos los que vamos a seguir cobrando el mismo salario (al menos, de momento) a pesar de la crisis del C19, porque seguiremos trabajando desde casa. Pero hay trabajos que no se cobran si no se realizan presencialmente. Echemos una mano económicamente a este colectivo. La señora que nos viene a limpiar la casa: digámosle que se quede en su casa, y sigamos pagándole lo mismo. Seguro que se os ocurren otras iniciativas. Esto es como el virus, pero en bueno. Si a cada uno se le ocurre apoyar a dos o tres personas, estamos salvados.

Continuaré, espero.

Autor: Dr. José Sols Lucía

Universidad Iberoamericana

¿Hasta cuándo debe lucharse para conservar la vida?
¿Hasta cuándo debe lucharse para conservar la vida?

Recuerdo vívidamente la tristeza y frustración de mi hija, al comentarnos aquella primera vez en que fue testigo de la muerte de un paciente en el hospital en el que realizaba sus primeras prácticas de medicina. No podía comprender como médicos y enfermeras detuvieron todo esfuerzo por reanimar a la persona.

La medicina es para curar y los médicos para defender la vida, pero ¿Hasta dónde es bueno, llevar este esfuerzo?

Nos aferramos naturalmente a la vida, es el medio para trascender y procurar la felicidad. Amamos la vida como el mayor de los dones, pero la muerte, es tan natural como la vida. Llegará inexorablemente a cada uno de nosotros, cuando así deba ser. Es un gran misterio, pero misterio que hay que aceptar con toda humildad.

Es por ello, que la Bioética procura una atención especial a los tratamientos médicos que se practican, sobre todo en personas que sufren de enfermedades crónicas o terminales.

Siempre será el primer criterio, pensar en la persona y no en la enfermedad. Hay circunstancias en que será más valioso procurar la mejor calidad de vida, mientras esta se conserva, que luchar por prolongarla.

De lo contrario, sin juicio de la intención que motive a médicos o familiares, se cae en el gran riesgo de prolongar inútilmente la vida a costa de un mayor sufrimiento del paciente enfermo a través de la aplicación de tratamientos excesivos, experimentales o artificiales (tratamientos extraordinarios). A esto llamamos, ensañamiento terapéutico.

¿Cómo juzgar, si un esfuerzo terapéutico es excesivo o no?, es complicado. No hay recetas y depende estrictamente de cada caso, no obstante, será necesario considerar:

A). La condición de edad y salud del paciente. Si se trata de un enfermo crónico (enfermedad incurable, progresiva e irreversible) o terminal (las mismas condiciones del enfermo crónico, agravadas por un pronóstico de vida menor a seis meses).

B). El beneficio que el paciente ha de obtener, equiparado a las molestias y reacciones colaterales que ha de sufrir con el tratamiento.

C). La disposición del paciente para recibir el tratamiento (sin que esto suponga acceder a un deseo de muerte).

Si bien estos criterios son de carácter bioético, la legislación mexicana las observa, especialmente en la NOM-011-SSA3-2014, Criterios para la atención de enfermos en situación terminal a través de cuidados paliativos.

Cabe aclarar, que debido al temor de caer en el ensañamiento (obstinación) terapéutico, algunos países han legislado sobre el derecho de las personas para decidir de manera anticipada sí su voluntad es recibir o no tratamientos extraordinarios (especialmente resucitación y conexión a ventiladores). Es ya el caso de la Ciudad de México, que cuenta con la Ley de Voluntades Anticipadas, que en la actualidad es demasiado ambigua, no obstante, esto lo trataremos de manera más profunda en un artículo posterior.

MBPP.

El final de la Vida…. ¿Cuándo morimos?
El final de la Vida…. ¿Cuándo morimos?

Principio y final de la vida, temas trascendentales para la persona humana que le interesan a cada uno de nosotros. Todos hemos llegado al mundo y algún día tendremos, inexorablemente que irnos. Es por ello que la Bioética, debe considerarlos fundamentales.

El conocimiento de la anatomía y fisiología del cuerpo humano, que permanentemente descubre alguna maravilla más de nuestros cuerpos permite también el que tengamos una idea más clara de cuando nos vamos.

Antaño, el paro cardiorrespiratorio, era indicio innegable de nuestra partida. Aun y cuando, desde el siglo XVI se hablaba de la “insuflación artificial”, no fue sino hasta 1960, cuando formalmente se reconocen e implementan los procedimientos de Reanimación Cardiopulmonar (RCP), que han permitido desde entonces, salvar muchas vidas.

Entonces, ¿Cuándo sobreviene la muerte? No deja de ser aun un gran misterio.

Actualmente, se considera que la muerte sobreviene cuando el cerebro, el cerebelo y el tallo cerebral han perdido sus funciones. Es el tallo cerebral el que controla las funciones vitales. La circulación de la sangre por acción del corazón y el trabajo pulmonar, dependen de ello. Esto se considera “muerte encefálica”, irreversible del todo.

Sin embargo, es importante distinguir que no siempre que hay un daño cerebral, hay muerte encefálica. El cerebro humano puede perder algunas de sus funciones, incluso a un grado muy profundo, sin que esto suponga la muerte.

Puede ocurrir, por ejemplo, que un paciente presente en un estudio de encefalograma, actividad casi nula, lo que llaman los médicos un “encefalograma en línea”. Esto representa que la corteza cerebral (la parte más superficial del cerebro y que es responsable de las funciones complejas) está dañada, pero no que la persona esté muerta; incluso si los reflejos (reacción de las pupilas) no responden, tampoco representan la muerte.

Nuestra legislación previene con claridad, que, para declarar la muerte clínica de una persona, deberán presentarse al menos dos encefalogramas en línea, falta de reflejos y la imposibilidad de respirar de manera autónoma.

Si bien el cadáver de una persona, siempre debe ser respetado, es una responsabilidad de familiares, equipos médicos y de apoyo sanitario reconocer, que mientras que la muerte clínica no sea declarada, que mientras hay vida, nos encontramos frente a una persona, que por incapacitada que esté, merece todo el respeto a su dignidad.

Quede hasta aquí la reflexión querido lector y hemos de continuar con este tema en los próximos artículos.

MBPP.

Los peligros del tabaco
Los peligros del tabaco

“¿Le molesto si fumo?” Una pregunta cortés, educada, a la que normalmente, casi sin pensarlo mucho, solemos responder con un sencillo “no”…

Si nos diésemos cuenta de todo lo que implica el fumar, tanto para el fumador como para nosotros mismos, deberíamos tener valor para decir, con la misma educación con la que fuimos preguntados: “La verdad es que me haría un gran favor si no fumase. Incluso por lo mucho que le aprecio, le pediría el pequeño sacrificio de dejar el tabaco…”

¿De verdad es peligroso el tabaco? Desde que los españoles trajeron a Europa los productos del tabaco muchos han pensado, por años, que no encerraba ningún peligro. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XX, miles de estudios han puesto en evidencia los peligros que encierra el simple gesto de coger un cigarrillo y disfrutar de unas bocanadas de humo.

¿Cuáles son los daños que puede producir el uso habitual y abundante del cigarro? El tabaco favorece la aparición de diversos tipos de cáncer (de los labios, de la cavidad bucal o de la faringe, del esófago, del páncreas, de los pulmones, etc). Aumenta el riesgo de enfermedades cardio-vasculares (hipertensión, diversas enfermedades cardíacas, etc.). Facilita las afecciones respiratorias (bronquitis, enfisema, neumonía, asma, tuberculosis). Si la mujer está embarazada o hay en casa algún niño pequeño, el uso del tabaco puede provocar diversas enfermedades en esa creatura que vive en un hogar de fumadores, o incluso llega a causar la muerte del hijo antes de nacer.

Conviene subrayar que no sólo sufre por culpa del tabaco el fumador empedernido. También es víctima quien se encuentra a su lado (en una fábrica, en una oficina, en un coche o en el mismo hogar). El “humo pasivo” encierra prácticamente los peligros que el “humo activo”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS, en inglés WHO) habla de más de 4 millones de muertes al año por culpa del tabaco (datos del año 2000). Si la situación no mejora, este número podría elevarse hasta 10 millones de muertes al año a partir del año 2025. El tabaco, en los países así llamados “desarrollados”, llega a ser causa de un 25 % de las muertes de los varones entre 35 y 69 años.

A pesar de tantos estudios, a pesar de las campañas de sensibilización de la opinión pública (todos los años, el 31 de mayo, se celebra el “día mundial sin tabaco”), a pesar de que incluso en algunos grandes posters de publicidad de cigarrillos podemos leer “el tabaco mata”, “el tabaco produce cáncer” o frases parecidas, millones de fumadores cogen cada día sus cajetillas, su encendedor, y dedican unos momentos para su desahogo preferido.

Este comportamiento, simplemente, es gravemente inmoral. Es inmoral porque nadie puede poner en peligro la propia salud sólo por concederse un pequeño placer. Es inmoral por los daños que se producen en quienes se encuentran junto a los fumadores.

Aunque son muchos los que reconocen los peligros del fumar, hace falta un paso ulterior para que la voluntad diga un “no” firme y decidido al tabaco. Millones de personas han contraído, desde la adolescencia o la juventud, el hábito de fumar, y viven sometidos a la dependencia que provoca. Les cuesta mucho imaginar un día sin fumar 5, 10 ó 20 cigarrillos. En los momentos de preocupación o de espera, la mano palpa los bolsillos con ansiedad para tomar la cajetilla y empezar el “rito del tabaco”. Parece algo superior a sus fuerzas. Si, además, nos encontramos con médicos que nos mandan severamente dejar de fumar mientras delatan con el olor de su chaqueta que son fumadores empedernidos, su ejemplo contradice sus recomendaciones, y muchos terminan por pensar: si el mismo doctor fuma, no será tan grave…

Millones de vidas humanas pueden salvarse si se promueve, con palabras y con ejemplos, una campaña profunda contra el tabaquismo. No basta con informar: las campañas contra el tabaco o contra las drogas basadas sólo en “asustar” a los adolescentes sobre los peligros futuros dan resultados muy pobres. El adolescente necesita unir, a la información médica y científica, el apoyo y el ejemplo de quienes buscan, sinceramente, lo mejor para él y para quienes vivan a su lado.

Millones de vidas… y quizá mi propia vida, la vida de mis amigos, de mis familiares, de mi esposa o de mi esposo, de los hijos, pueden salvarse si cortamos las alas al vicio del cigarro. Un sacrificio no es difícil si se construye sobre el amor. Amarse a uno mismo implica evitar pequeños placeres innecesarios que, en el fondo, van contra mi salud, mi autonomía, mi integridad moral. Amar a los demás nos lleva a pensar en ellos y en lo mucho que nos quieren a la hora de renunciar, poco a poco o de una vez para siempre, a ese cigarrillo que me parecía imprescindible, y que ponía en peligro mi salud y la de quienes vivían a mi lado.

Si todavía tenemos una voluntad sana, podemos romper con el tabaco. Tal vez la costumbre nos ha encadenado al humo, por lo que a veces será necesario recurrir a algún tratamiento médico para desintoxicarnos y para romper con la dependencia. Costará, es cierto, pero todo lo que vale cuesta. Lo que consigamos, para nuestro bien y el de los que amamos de veras, compensará, con creces, todos los sacrificios realizados.

Fuente: Fernando Pascual

Persona y muerte
Persona y muerte

Muy queridos lectores, una semana más y un tema complejo. La muerte de la persona.
Resulta paradójico que en un espacio dedicado a la Bioética se trate el tema de la muerte, pero es que vida y muerte están inexorablemente unidos, son parte del camino que todos debemos recorrer. (más…)