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Categoría: Bioética

Aborto
Aborto

2.- Aborto

Las ideologías que han promovido el desenfreno sexual, que han visto el embarazo como una carga para las mujeres, que han considerado el nacimiento de hijos como causa de la pobreza en muchas familias, han fomentado en casi todo el mundo la mentalidad pro aborto.

A partir de la mitad del siglo XX, el mundo moderno ha visto una tendencia creciente a favor de la legalización del aborto.

La estrategia seguida para lograr el aborto mal llamado seguro y legal (no puede ser llamado “seguro” un acto que busca la muerte de un hijo) ha sido parecida en algunos países. Primero se pedía despenalizar el aborto en los casos extremos (cuando la mujer había sido violada o cuando corría grave riesgo de morir por el embarazo). Luego se aprobaba el aborto para más casos (de tipo psicológico, económico, etc.), sobre todo para combatir el aborto clandestino y sus secuelas (por ejemplo, la muerte de mujeres que abortaban en lugares sin los requisitos higiénicos necesarios).

Al final se solicitaba el aborto legalizado (incluso a veces financiado con dinero del estado) para la mayor parte de los casos. En algunos países se ha llegado a pedir el aborto totalmente libre durante las primeras semanas del embarazo, es decir, sin tener que aducir ningún motivo para solicitarlo. No han faltado lugares donde el aborto ha sido impuesto desde el gobierno como medio para detener el aumento de la población, con la consiguiente supresión masiva de miles y miles de inocentes. En otros lugares el aborto se ha convertido en práctica ordinaria para eliminar a los fetos femeninos, porque los padres preferían tener un hijo y no una hija.

En muchos países del “mundo libre”, es posible abortar por los motivos más triviales. Hay quien aborta para poder ir de vacaciones, o para conservar la línea, o si el hijo tiene labio leporino, o si tiene una raza que pondría en graves apuros la fama de la madre. La mayoría de las veces los motivos parecen más “serios”, pero nunca un ser humano debería solucionar los propios problemas a través de la eliminación de otro ser humano, especialmente si ese “otro” es el propio hijo.

La situación ha llegado a extremos insospechados. No resulta fácil determinar cuántos millones de abortos (legales y clandestinos) se producen al año en el mundo. A la vez, hay organismos no gubernamentales y organismos internacionales que trabajan de modo sistemático para que sea legalizado el aborto en aquellos estados que todavía tutelan la vida de los hijos antes de nacer. Todo ello hace que el aborto se haya convertido en un auténtico desastre mundial, además de ser un drama que deja secuelas profundas en millones de mujeres que han llevado a la muerte a un hijo (a veces a varios).

La bioética no puede limitarse a describir esta situación. Necesita promover una reflexión sana y unos principios éticos justos para revertir la tendencia que ha llevado a la difusión del aborto, y para lanzar campañas de información y de ayuda a todos, especialmente a las mujeres, para reconocer el valor de la vida; es urgente poner en marcha más ayudas concretas y eficaces para aquellas mujeres que viven el embarazo en situaciones de especial dificultad.

Al mismo tiempo, es urgente mejorar la asistencia (todavía muy insuficiente) a quienes ya han incurrido en el aborto, de forma que puedan sanar su corazón y orientar sus energías interiores para promover el bien y para ayudar eficazmente a otras mujeres que viven con dificultad la propia experiencia del embarazo o de la maternidad.

Fuente: Fernando Pascual

Mujer, derechos humanos y aborto
Mujer, derechos humanos y aborto

Los derechos humanos tienen su raíz y fundamento en la naturaleza humana. Basta con existir como hombre, como mujer, para que los derechos básicos de cada uno deban ser garantizados y tutelados por la sociedad.

Algunos, sin embargo, buscan caminos para manipular los derechos humanos. Sobre todo cuando piden que se garantice el “derecho” de la mujer a un aborto seguro y legal.

La simple definición del aborto nos hace ver que no puede ser visto nunca como un derecho humano.

¿Qué es el aborto? Es la eliminación de una vida humana en el seno materno. En otras palabras, es la supresión de una existencia que, en cuanto humana, merece ser protegida y tutelada.

Por eso se hace necesario un esfuerzo eficaz y continuo para que se garantice el derecho a la vida de los hijos antes de nacer. Muchos de esos hijos, vale la pena recordarlo, son mujeres. No tiene sentido decir que el aborto sería un derecho de la mujer cuando en realidad millones y millones de mujeres mueren, son asesinadas en el seno materno, por culpa del aborto.

Vale la pena cualquier esfuerzo cultural, social y político para que se respeten íntegramente los derechos humanos como fuente de justicia y como promoción de una convivencia humana solidaria y auténticamente respetuosa de todos.

Vale la pena, sobre todo, garantizar la protección y asistencia a las madres y a sus hijos, para que ninguna mujer sea obligada o presionada a abortar, para que el embarazo y el parto cuenten siempre con una buena asistencia sanitaria y social.

I. Retos “clásicos” de la bioética – Vida sexual y fecundidad humana
I. Retos “clásicos” de la bioética – Vida sexual y fecundidad humana

I. Retos “clásicos” de la bioética

1. Vida sexual y fecundidad humana

La transmisión de la vida es posible desde la relación sexual potencialmente fecunda entre un hombre y una mujer. Como sabemos, la vida humana tiene no sólo una larga gestación (alrededor de 9 meses), sino que implica un proceso de atenciones y de responsabilidades que involucran por mucho tiempo a los padres después del parto, debido al hecho de que cada hijo nace en una situación muy indigente, necesitado de casi todo.

Los retos bioéticos relativos a la esfera sexual son enormes. Vamos a situarlos en el contexto cultural que viven millones de seres humanos en muchos lugares del planeta.

a. Nos encontramos con sociedades que trivializan la sexualidad y que incluso la fomentan casi sin límites entre los adolescentes, los jóvenes y los adultos.

Por ejemplo, existen programas de “educación sexual” que se limitan casi a una simple información fisiológica, con muy pocos contenidos éticos, y orientados a una meta errónea: “disfruta de tu cuerpo, pero sin violencias y sin correr peligros para tu salud”. En muchos ambientes familiares los padres aceptan este modo de pensar, y lo transmiten a los propios hijos.

En esta perspectiva, parece que los objetivos más importantes a alcanzar serían los siguientes: evitar los embarazos en las adolescentes, y evitar las enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Las consecuencias de esta mentalidad están a la vista de todos: adolescentes acostumbrados al disfrute sexual sin responsabilidad, jóvenes incapaces de noviazgos maduros, embarazos de chicas jóvenes, matrimonios frágiles, aumento de las ETS, y la terrible opción de muchas mujeres que “solucionan” un embarazo no deseado a través del aborto.

b. De la mano de lo anterior se ha desarrollado la cultura anticonceptiva, en la cual se busca vivir el “sexo seguro” (sin hijos y sin enfermedades), o se controla al máximo la llegada de un hijo para el momento planeado por la pareja (o por la mujer “single”).

La cultura anticonceptiva ha llevado a los siguientes resultados: trivialización del sexo, vida matrimonial en crisis, retraso excesivo en la llegada del primer hijo, fuerte disminución de la natalidad (en algunos países se ha llegado ya al “invierno demográfico” y ha empezado a ser visible la disminución de la población), daños reales sobre todo en la mujer (que no consigue tener hijos cuando lo desea, bien por lo avanzado de su edad, bien como consecuencia de todo el arsenal de sustancias y de técnicas anticonceptivas usadas durante años y años).

c. La ideología de género (se usa con frecuencia el término gender) está marcando profundamente el modo de ver la sexualidad humana, hasta distorsiones que ofuscan su sentido genuino. Según esta ideología, lo sexual dependería de cada uno y estaría desligado de su base natural y de su orientación hacia la vida familiar y hacia la procreación humana. Se llega a este modo de pensar cuando se acoge una incorrecta visión sobre el ser humano y cuando se adopta una actitud de rechazo hacia la ley moral natural.

d. Desde los países más ricos diversos grupos de poder financian y apoyan campañas en los países pobres o en vías de desarrollo para que nazcan menos hijos, como si de esta manera se promoviese un mundo más rico y más justo. Tales campañas no se quedan en la simple información, sino que llevan a distribuir preservativos, a ofrecer y colocar espirales en las mujeres. En algunos casos, a través de presiones más o menos directas, se obliga a las mujeres a esterilizarse, o las esterilizan sin su consentimiento. No faltan quienes incluyen, en estas campañas, el recurso al aborto como si se tratase de un método válido para evitar el nacimiento de los hijos.

e. Frente a esta situación, la bioética está llamada a descubrir las raíces antropológicas correctas con las que mostrar y justificar los valores relativos a la procreación y a la sexualidad, para enseñar la importancia de la “ecología del hombre”. Para ello, hace falta proponer una educación en la que la virtud de la castidad sea vista como ayuda para vivir en su verdadero sentido la condición sexual de los hombres y de las mujeres. Al mismo tiempo, resulta urgente defender el valor del matrimonio y de la familia como lugares propios para la transmisión de la vida, algo que no se limita a la grandeza y maravilla de la procreación, sino que conlleva una serie de tareas educativos a diversos niveles (humano, intelectual, higiénico, social, religioso) durante los primeros años (y no sólo en esos años) de vida de los hijos.

Retos de la bioética
Retos de la bioética

La bioética se encuentra en estado de asedio. La investigación avanza con rapidez, abre fronteras, promete conquistas. La bioética va “detrás”, con buena voluntad y con no pocos obstáculos.

¿Cómo valorar los descubrimientos que se suceden con rapidez vertiginosa? ¿Cómo estar al día ante las novedades de los laboratorios y las prisas de los periodistas?

Esta situación de asedio no debería apartar a la bioética de su vocación original: tratar argumentos y problemas que quizá a algunos parecen “viejos”, pero que tocan la vida de millones y millones de personas. Anticoncepción, aborto, comportamientos peligrosos, alcohol, droga, epidemias, desnutrición, uso de medicinas, esterilidad, son temas que conservan una actualidad rabiosa y en los que la bioética tiene que hacer oír su voz, sin quedar atrapada en los problemas de última hora.

Necesitamos, por lo tanto, una bioética de amplio respiro, capacitada para estudiar los temas más novedosos, sin dejar por ello de ofrecer la justa atención a los temas “clásicos” que afectan a la mayoría de la población. El ambiente y la ecología, el sistema sanitario y la relación entre el médico y el enfermo, la diferencia entre tratamientos proporcionados y desproporcionados, han de ser afrontados y discutidos al mismo tiempo que se ofrece un juicio de valor sobre la clonación, sobre la transferencia nuclear de material genético humano a óvulos de animales, sobre la ingeniería genética aplicada a los cereales, etc.

Queremos ahora reflexionar sobre algunos importantes retos de la bioética, de hoy y de siempre, porque la bioética no puede quedar encerrada en los temas de última hora, en la noticia que acaba de salir en la prensa mundial. Tiene que afrontar, como algo prioritario, los problemas que más tocan a la vida de la gente, esos de cada día, de cada hora, en la familia y en el trabajo, en el hospital y en la calle.

Consideraremos primero los retos más generales, comunes, “clásicos”, en el contexto del mundo actual. En segundo lugar, veremos algunos nuevos retos de la bioética, “de frontera”, según los avances científicos que son objeto de atención en el mundo periodístico y que tienen gran interés para muchos laboratorios y para los gobiernos, pero que tardarán años, quizá muchos años, antes de llegar a ofrecer aplicaciones concretas para la gente.

Fuente: Fernando Pascual

El aborto no es nunca solución
El aborto no es nunca solución

Cuando una mujer aborta lo hace por miedo, o por defender proyectos personales, o por un extraño rechazo hacia las responsabilidades ante la vida del hijo, o por otros motivos más o menos conscientes.

La opción por el aborto se convierte en una marcha desesperada hacia una meta, acabar con la vida del bebé no nacido, porque la madre piensa que tal vez así solucionaría tantos problemas…

Ese es uno de los más grandes engaños del aborto. Porque el corazón de cada hombre, de cada mujer, sabe que nunca un acto malo puede convertirse en la verdadera “solución” para algo. A lo sumo, “parece” terminar con un “problema”, ofrecer alguna ganancia (si “ganancia” puede ser llamado el acto con el que se elimina una vida humana).

En realidad, el aborto no es nunca solución, sino sólo el inicio de un drama profundo que puede durar años y años en lo más íntimo de las conciencias.

Las únicas “soluciones” que embellecen la vida humana son las que nacen del amor. Un amor que siempre acoge, defiende, cuida, da lo mejor de uno mismo al más débil, al más necesitado, al más frágil. Un amor que dice “sí” al hijo y a su existencia maravillosa. Un amor que encuentra energías para decir “no” a presiones miserables o a miedos profundos. Un amor que sabe asumir la propia responsabilidad y hacer todo lo humanamente posible en favor de la creatura que ha empezado a existir entre los hombres.

La mejor alternativa al aborto está en una sociedad más madura y más buena. Una sociedad que eduque a los adolescentes y a los jóvenes en la hermosa virtud de la pureza. Una sociedad que nunca permita el desprecio hacia los enfermos o los débiles. Una sociedad que sepa garantizar la igual dignidad del hombre y de la mujer, del niño o del anciano, del no nacido y del que nace con graves defectos físicos, del rico o del pobre.

Todos podemos hacer mucho para ayudar a la mujer embarazada a no dar un paso hacia ese aborto que produce tristezas tan profundas. Existen muchos medios para que su corazón materno se ensanche y viva en plenitud ese deseo que no puede ahogar: hacer el bien al más cercano, al más íntimo, al más inocente de entre los humanos: ese hijo que crece en sus entrañas gracias a la vida y a la esperanza de su madre.

Fuents: Fernando Pascual

Aborto y racismo
Aborto y racismo

Para un racista convencido, quizá ser llamado “racista” no sea un insulto, sino una alabanza.

Para un abortista, ser llamado abortista no será un insulto, sino un motivo de orgullo.

Seguramente, para un abortista ser llamado o comparado con un racista es un insulto gravemente ofensivo. Esto ocurriría en la mayoría de los casos, aunque conviene recordar que ha habido y hay racistas que defienden también el aborto, especialmente de aquellos embriones y fetos de las razas que ellos odian.

Esta reflexión inicial, que recoge algunos datos de tipo sociológico, puede servir para comprender en parte una discusión que aparece de vez en cuando en lo que se refiere al tema del aborto. Para la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, ser un racista es sinónimo de defender ideas injustas y dignas de condena social y política. Por eso la palabra “racista” es un insulto que denota condena hacia quien pueda merecerlo por sus ideas o su conducta.

¿Por qué consideramos al defensor de las ideas racistas como un ser injusto, un intolerante, quizá incluso un posible criminal? Porque promueve una serie de discriminaciones injustas, condenables desde una perspectiva auténticamente humanista.

Sabemos por la historia que un racista puede llegar al extremo de negar la condición de seres humanos dignos de respeto a otros seres humanos por pertenecer a aquellas razas que el racista desprecia; lo cual puede llevarle al deseo (o a la acción) de marginarlos o incluso de aniquilarlos con técnicas y métodos que degradan más a los verdugos que a las víctimas.

Establecer una analogía entre quienes defienden el aborto y quienes defienden ideas racistas plantea, sin embargo, algunos problemas. La crueldad y el salvajismo alcanzado por algunos racistas (por ejemplo, los nazis) toca niveles de degradación que rayan en lo diabólico, cosa que no ocurre, según algunos, en quienes defienden el aborto.

Pero si reconocemos que en el aborto se suprime, se asesina, a un ser humano al que se niega su humanidad, entonces es posible encontrar puntos de semejanza entre abortistas y racistas.

Alguno dirá que entre un embrión o feto y un adulto la diferencia es enorme: de tamaño, de edad, de autonomía. Pero el punto de la discusión no es este. Para un racista, la diferencia que se establece entre pertenecer a una raza o a otra es suficiente para discriminar, marginar o incluso asesinar a algunos: los de la raza despreciada por el racista.

Para un abortista lo que «cuenta» es el tamaño del no nacido; o, simplemente, el deseo de algunos adultos (dotados de derechos jurídicos) frente a la condición indefensa y desvalida de su hijo, que no ha conseguido todavía el reconocimiento de sus derechos desde un punto de vista jurídico por no haber llegado al día de su nacimiento.

Sólo será posible evitar injusticias como las del racismo o del abortismo si reconocemos que todo ser humano, desde el momento de su concepción, merece ser respetado en cuanto ser humano.

Nadie tiene derecho a decidir arbitrariamente sobre la vida o la muerte de los demás. Nadie pueda ampararse en su ideología para establecer diferencias entre unos seres humanos con derechos y otros sin los mismos. Nadie, desde su posición, su fuerza, su técnica o sus planes personales, debería ser capaz de determinar quiénes pueden vivir y quiénes están condenados a morir en el silencio y la “higiene” (si se da) de clínicas que deberían defender la vida y no destruirla.

Vencer ideologías como el racismo y como el abortismo nos permitirá vivir en un mundo mejor, donde todos, sin ninguna discriminación, podamos ser amados simplemente como lo que somos: seres humanos merecedores de respeto y de cariño.

Aborto y salud de la mujer
Aborto y salud de la mujer

Para defender la legalización del aborto se usan diversos argumentos. Nos fijamos ahora en uno: la legalización del aborto quirúrgico permitiría proteger la salud de la mujer.

¿Cómo elaboran este argumento los defensores del aborto legal? El aborto quirúrgico implica una intervención acompañada de peligros importantes y con posibles consecuencias inmediatas o a largo plazo para la mujer. Si las leyes prohíben el aborto, las mujeres que deseen abortar, especialmente las que viven en situaciones de pobreza, tenderían a buscar la ayuda de algún centro clandestino. De este modo, correrían riesgos mayores, incluso la posibilidad de morir en la operación o después de la misma.

El argumento “atrae” porque se fija en algunos graves peligros del aborto clandestino. Por eso algunos consideran que sería no sólo necesario, sino incluso obligatorio evitar tales peligros, en función del derecho a la salud que toda mujer tiene.

Pero el argumento cae en un doble error. El primero: considerar el aborto desde un punto de vista unilateral. Porque el aborto no es un asunto privado de la mujer, algo entre ella y ella. En cada aborto una madre busca (o ha sido obligada a buscar) la muerte de su hijo. Es decir, estamos ante el caso en el que un ser humano desea provocar la muerte de otro ser humano.

El derecho a la salud de la mujer no puede ir contra el derecho a la salud del hijo. Mucho menos puede ser usado contra el derecho a la vida del hijo. Por eso hay que denunciar que en todo aborto se viola gravemente uno de los derechos fundamentales de todo ser humano: el derecho a la vida. Nunca será justo usar un derecho humano para pisotear otro derecho humano.

El segundo error es pensar en el aborto clandestino como si fuese algo inevitable. “Si una mujer quiere abortar, tarde o temprano lo hará, y lo mejor sería ayudarla a hacerlo bien”, repiten los defensores del aborto. Pero el fatalismo no existe: nadie hará lo que “está escrito” en las estrellas. Los actos humanos nacen de la libertad: ningún ser humano está obligado a optar en favor de la injusticia.

El punto central no es, por lo tanto, cómo ayudar a las mujeres a realizar abortos seguros, sino cómo disuadirlas (y librarlas) de un acto tan injusto. La pregunta necesita orientarse en ese sentido: ¿cómo ayudar a las mujeres, a los médicos, a la sociedad, para que ninguna mujer se siente impulsada, presionada o instigada a terminar con la vida de su hijo?

La respuesta implica toda una revolución cultural. Porque grupos de poder bien financiados han presionado durante años y siguen presionando para presentar el aborto como solución, cuando en realidad es uno de los crímenes más radicales de las sociedades mal llamadas “modernas”.

Sólo cuando reconozcamos que todo aborto es siempre una violación de los derechos humanos empezaremos a construir una sociedad realmente justa. De este modo pondremos los presupuestos necesarios para trabajar en favor del respeto de la vida de cualquier ser humano, sin discriminaciones.

Será posible, entonces, ayudar, acompañar y ofrecer tratamientos y consejos a todas las mujeres que tengan problemas durante el embarazo. Será posible responsabilizar a los hombres para que no se desentiendan nunca de sus hijos (detrás de cada nueva vida hay también un padre) y apoyen en todo a las mujeres embarazadas. Será posible combatir la pobreza y la falta de higiene que tantos riesgos implican para la vida de la madre y del hijo. Será posible, en definitiva, trabajar en serio por la salud de dos seres humanos muy necesitados: una madre y un hijo.

Voto popular y derechos humanos
Voto popular y derechos humanos

Hay lugares del planeta donde todo parece ir al revés. Si un referéndum popular o un parlamento aprueba una ley a favor del aborto o del mal llamado “matrimonio entre personas del mismo sexo”, casi nadie está dispuesto a parar esas leyes, como si fuera suficiente el voto “democrático” para justificarlas.

En cambio, si un referéndum o un parlamento aprueba una ley que dice que sólo existe matrimonio entre un hombre y una mujer, la elección democrática es puesta en discusión, la voluntad popular es rechazada por algunos grupos de presión como injusta y como inválida, y se recurre a los tribunales para neutralizarla.

La realidad es que una votación popular no puede decir que lo blanco es negro y que lo justo es injusto. A veces, como ocurrió en California al votar sobre el matrimonio, y como ha ocurrido varias veces en Irlanda al votar contra el aborto, la mayoría de los votantes defienden lo justo, lo correcto, lo bueno. Otras veces, los votantes dicen que es bueno lo malo (por ejemplo, que el aborto “está bien”), o que es malo lo bueno…

Frente a estas paradojas, las autoridades, los líderes de opinión, los jueces, los médicos, y todas las personas de buena voluntad, han de saber alzar su voz para que nunca sea reconocido como legal un crimen (el aborto); y para que nunca la palabra “matrimonio” se aplique a lo que matrimonio no puede ser (como en las uniones entre personas del mismo sexo).

La voluntad popular no vincula a nadie cuando los votos van contra la ley natural. Y la voluntad popular es indiscutible cuando defiende la ley natural, no porque lo digan los votos, sino porque lo que avalan es correcto.

Los votos nunca deciden ni lo justo ni lo injusto. Pero una votación que defiende la justicia merece el máximo respeto. Y una votación que promueve el crimen sobre inocentes merece ser condenada y, si existen jueces sensatos y honestos, debe ser invalidada.

No podemos vivir en un mundo que vaya al revés. Las sociedades se autodestruyen cuando atentan contra los derechos humanos fundamentales. Las sociedades se regeneran cuando saben defender los derechos básicos de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables, los hijos antes de nacer; y cuando tutelan el valor del matrimonio y de la familia como unidad básica de toda la vida social.

Fuente: Fernando Pascual.

Salud, un concepto no manipulable
Salud, un concepto no manipulable

Resulta difícil definir qué sea la salud. Porque muchas veces comprendemos la salud como ausencia de enfermedad, y porque la enfermedad es como algo negativo, doloroso, un obstáculo a los propios deseos personales.

Existen, sin embargo, enfermedades que ayudan a crecer en dimensiones importantes de la vida humana. Porque permiten dejar el egoísmo y abrirse a los demás, porque llevar a descubrir un cariño grande en muchos profesionales de la salud, familiares, amigos, porque nos recuerdan que esta vida no lo es todo.

Otras veces la enfermedad se vive como un drama, un fracaso, una ruptura. Los proyectos quedan, por un tiempo o definitivamente, en el cajón. Las atenciones y las energías se concentran en la búsqueda de la deseada salud. Cuando la derrota es inevitable, sólo queda la posibilidad de atender y acompañar al enfermo en su proceso lento, continuo, hacia el desenlace final, hacia la muerte.

Es legítimo trabajar por la salud, cuidarla, promoverla, recuperarla. Es justo crear estructuras y sistemas sanitarios que lleguen a todos, niños, adultos o ancianos. Es urgente mantener e incrementar la capacitación del personal sanitario en todas sus dimensiones (científica, médica, humana, social) para una mejor atención a los enfermos.

Todo ello es parte de un correcto esfuerzo por la salud. Pero no podemos mirar con indiferencia cómo algunos usan la palabra salud para promover leyes o comportamientos que van contra el respeto a valores fundamentales del ser humano, o que se convierten en motivo para vivir de modo incorrecto.

Por eso causa sorpresa ver cómo el uso de fórmulas como las de “salud sexual” y “salud reproductiva” se convierte en excusa para promover la promiscuidad sexual, o el libertinaje, o la falta de verdadera educación entre los adolescentes respecto de los principios básicos para una buena vida. Causa, sobre todo, pena, ver el uso de esas fórmulas como puerta de acceso para la difusión de anticonceptivos y para la legalización del aborto, un acto que acaba con la vida de un ser humano inocente, como si tales medidas fuesen medios legítimos para lograr la “salud”.

Nunca será correcto eliminar a un hijo bajo la excusa de trabajar por el bien y la “salud” de la madre. Lo correcto, lo que todo pueblo civilizado necesita, es una atención completa y justa a todas las mujeres que han empezado a ser madres, para que a lo largo del embarazo y después del parto puedan conservar su salud y la de sus hijos, hijos que merecen nacer en un clima de respeto y de amor sincero.

Fuente: Fernando Pascual

A favor de la mujer, contra el aborto
A favor de la mujer, contra el aborto

La mujer necesita ser defendida de cualquier tipo de violencia. Nadie debe insultar, despreciar, marginar, perseguir, dañar físicamente a las mujeres. Nadie debe negar el acceso de la mujer al mundo de la cultura, del trabajo, de la política, de la ciencia. Nadie debe caer en actitudes de desprecio hacia ninguna mujer por ser mujer.

La mujer tiene un derecho básico a la vida, que sostiene y permite la existencia de los demás derechos. Por eso, nadie puede realizar ningún acto que implique herir, mutilar, asesinar a las mujeres.

Precisamente por eso, no existe derecho alguno al aborto. Porque en el aborto es eliminado, es asesinado, un hijo en el seno de su madre. Y porque de cada 100 abortos, el 50% (a veces más del 50%) son mujeres en la primera etapa de su existencia humana.

Sabemos que hay estados, como en La India o en China, en los que son eliminadas miles y miles de hijas antes de nacer, simplemente por el hecho de ser mujeres. Lo cual implica una discriminación enorme y una injusticia contra la que no puede dejar de protestar ningún movimiento que sea auténticamente “feminista”.

Pero también sabemos que en otros países, considerados “libres” y “democráticos”, se cometen millones de abortos en los que son asesinados embriones masculinos y femeninos, hijos e hijas.

Necesitamos recordar que ser mujer no es algo que inicia con el parto. Ser mujer inicia con la concepción. La defensa de la mujer y de sus derechos, por lo tanto, ha de aplicarse a la fase prenatal, debe llegar a la promoción y defensa del derecho a la vida de cada mujer en los meses en que se desarrolla hasta llegar al día del parto.

Estar a favor de las mujeres implica estar en contra del aborto. Cualquier grupo que defienda el mal llamado derecho al aborto promueve, simplemente, una discriminación y una injusticia contra la mujer (también contra el varón: no podemos callar ante los abortos que eliminan a millones de embriones y fetos masculinos).

Defender la vida de los embriones humanos, masculinos y femeninos, nos lleva a implementar políticas eficaces a favor de las millones de madres que no abortarían si hubieran sido ayudadas y acompañadas a lo largo de los meses de embarazo.

Es posible, es urgente, cambiar una tendencia mundial que ha presentado el aborto como “derecho” y ha olvidado que se trata de un “delito”.

Es posible, es urgente, promover una cultura de la solidaridad, de la justicia, del amor, donde cualquier mujer sea respetada y amada desde su concepción hasta la llegada de la hora de su muerte. Lo merece simplemente en cuanto ser humano, y ello es suficiente para que la miremos y la protejamos con eficaces instrumentos de asistencia jurídica, médica, social y, sobre todo, con mucho amor.

Fuente: Fernando Pascual