I. Retos “clásicos” de la bioética
1. Vida sexual y fecundidad humana
La transmisión de la vida es posible desde la relación sexual potencialmente fecunda entre un hombre y una mujer. Como sabemos, la vida humana tiene no sólo una larga gestación (alrededor de 9 meses), sino que implica un proceso de atenciones y de responsabilidades que involucran por mucho tiempo a los padres después del parto, debido al hecho de que cada hijo nace en una situación muy indigente, necesitado de casi todo.
Los retos bioéticos relativos a la esfera sexual son enormes. Vamos a situarlos en el contexto cultural que viven millones de seres humanos en muchos lugares del planeta.
a. Nos encontramos con sociedades que trivializan la sexualidad y que incluso la fomentan casi sin límites entre los adolescentes, los jóvenes y los adultos.
Por ejemplo, existen programas de “educación sexual” que se limitan casi a una simple información fisiológica, con muy pocos contenidos éticos, y orientados a una meta errónea: “disfruta de tu cuerpo, pero sin violencias y sin correr peligros para tu salud”. En muchos ambientes familiares los padres aceptan este modo de pensar, y lo transmiten a los propios hijos.
En esta perspectiva, parece que los objetivos más importantes a alcanzar serían los siguientes: evitar los embarazos en las adolescentes, y evitar las enfermedades de transmisión sexual (ETS).
Las consecuencias de esta mentalidad están a la vista de todos: adolescentes acostumbrados al disfrute sexual sin responsabilidad, jóvenes incapaces de noviazgos maduros, embarazos de chicas jóvenes, matrimonios frágiles, aumento de las ETS, y la terrible opción de muchas mujeres que “solucionan” un embarazo no deseado a través del aborto.
b. De la mano de lo anterior se ha desarrollado la cultura anticonceptiva, en la cual se busca vivir el “sexo seguro” (sin hijos y sin enfermedades), o se controla al máximo la llegada de un hijo para el momento planeado por la pareja (o por la mujer “single”).
La cultura anticonceptiva ha llevado a los siguientes resultados: trivialización del sexo, vida matrimonial en crisis, retraso excesivo en la llegada del primer hijo, fuerte disminución de la natalidad (en algunos países se ha llegado ya al “invierno demográfico” y ha empezado a ser visible la disminución de la población), daños reales sobre todo en la mujer (que no consigue tener hijos cuando lo desea, bien por lo avanzado de su edad, bien como consecuencia de todo el arsenal de sustancias y de técnicas anticonceptivas usadas durante años y años).
c. La ideología de género (se usa con frecuencia el término gender) está marcando profundamente el modo de ver la sexualidad humana, hasta distorsiones que ofuscan su sentido genuino. Según esta ideología, lo sexual dependería de cada uno y estaría desligado de su base natural y de su orientación hacia la vida familiar y hacia la procreación humana. Se llega a este modo de pensar cuando se acoge una incorrecta visión sobre el ser humano y cuando se adopta una actitud de rechazo hacia la ley moral natural.
d. Desde los países más ricos diversos grupos de poder financian y apoyan campañas en los países pobres o en vías de desarrollo para que nazcan menos hijos, como si de esta manera se promoviese un mundo más rico y más justo. Tales campañas no se quedan en la simple información, sino que llevan a distribuir preservativos, a ofrecer y colocar espirales en las mujeres. En algunos casos, a través de presiones más o menos directas, se obliga a las mujeres a esterilizarse, o las esterilizan sin su consentimiento. No faltan quienes incluyen, en estas campañas, el recurso al aborto como si se tratase de un método válido para evitar el nacimiento de los hijos.
e. Frente a esta situación, la bioética está llamada a descubrir las raíces antropológicas correctas con las que mostrar y justificar los valores relativos a la procreación y a la sexualidad, para enseñar la importancia de la “ecología del hombre”. Para ello, hace falta proponer una educación en la que la virtud de la castidad sea vista como ayuda para vivir en su verdadero sentido la condición sexual de los hombres y de las mujeres. Al mismo tiempo, resulta urgente defender el valor del matrimonio y de la familia como lugares propios para la transmisión de la vida, algo que no se limita a la grandeza y maravilla de la procreación, sino que conlleva una serie de tareas educativos a diversos niveles (humano, intelectual, higiénico, social, religioso) durante los primeros años (y no sólo en esos años) de vida de los hijos.
Categoría:Bioética
Etiquetas: Adolescentes, Adultos, Bioética, Bioética para todos, Ética, ETS, Jovenes, Vida Sexual
Los adolescentes y los jóvenes son un mundo en ebullición. Los cambios físicos se unen a cambios sociales. La psicología atraviesa numerosos conflictos a la hora de adaptarse a los nuevos horizontes y a las alternativas abiertas ante la vida de cada adolescente.
Hay dos características en los adolescentes y jóvenes que tienen un gran peso a la hora de tomar decisiones que luego pueden dejar muy marcada toda la existencia futura.
La primera se refiere a un cierto sentimiento de invulnerabilidad. Es normal que los adultos (padres, educadores) avisen y prevengan a los hijos sobre los peligros que van a encontrarse. Emborracharse, empezar a fumar, ciertas fiestas donde se vive un ambiente de desenfreno, el inicio precoz de una vida sexual descontrolada, conllevan numerosos peligros. Pero el joven, con no poca inconsciencia, piensa que a él los peligros no le van a tocar, mientras que sólo se concentra en vivir nuevas aventuras. Luego llega la hora de las sorpresas: la vida se impone con todo su realismo, a veces con la noticia de una enfermedad grave o por medio de un accidente; o, en nuestro caso, con una dependencia muy difícil de cortar.
La segunda característica es la búsqueda de identidad a través del grupo. El adolescente se siente inseguro, inestable, necesitado de apoyos. El grupo le permite en parte perderse, delegar la responsabilidad en la masa, y en parte aferrarse a quien lleva la voz cantante al orientar y “dirigir” el comportamiento de los que tienen una psicología más débil. La búsqueda de ser aceptado en el grupo, de ser considerado como “grande”, lleva muchas veces a transgresiones de normas y a aventuras más o menos peligrosas, así como al consumo de ciertas sustancias “prohibidas” o excitantes, especialmente del tabaco.
Estas dos características tienen una mayor incidencia cuando el joven se encuentra ante el mundo de las drogas, del alcohol, y del tabaco. La situación es más compleja respecto del alcohol y del tabaco por el hecho de que se trata de sustancias aceptadas normalmente en el mundo de los adultos, mientras que todavía persiste en muchos ambientes un rechazo a las drogas.
Por lo mismo, cada año miles de jóvenes son introducidos en el mundo del humo, en la dependencia (mayor o menor) del tabaco.
Las campañas basadas sólo en la información sobre los peligros del humo son muy importantes, pero no son suficientes, por lo que acabamos de decir acerca de la psicología del adolescente. Un joven de 18 años, fumador incontrolado, se reía cuando los demás le aconsejaban que dejase el tabaco. ¿Qué respondía? Que su padre, médico, también fumaba y estaba tan sano…
No faltan, es verdad, jóvenes maduros que comprenden el peligro y se apartan del cigarro. Pero la mayoría se siente bastante desprotegido, y cede con facilidad a la imitación de lo que observan en sus coetáneos.
Una campaña de prevención, por lo tanto, tiene que ir más a fondo. Interpela a toda la sociedad, desde los niveles más altos de liderazgo hasta la familia y los amigos.
A nivel general, ayuda mucho el ofrecer modelos (“ídolos”) que no fuman. Si los cantantes que arrastran a miles de adolescentes son vistos con el cigarrillo en la mano, la influencia de este gesto es enorme. Si, en cambio, en conciertos de jóvenes, en películas y programas televisivos, en los campos de juego, etc., el cigarrillo resulta prácticamente invisible, se podrá controlar mucho la imaginación más o menos consciente de los jóvenes a la hora de apreciar la atracción del humo.
A un nivel más cercano, la familia y la escuela juegan un papel decisivo. Si el padre y la madre, si los profesores, fuman, sus consejos al hijo o al estudiante para que no entre en el mundo de la dependencia tendrán muy poco valor, serán escuchados como palabras casi huecas. Si, en cambio, los padres y educadores no fuman o, al menos, se esfuerzan por no hacerlo ante los hijos o los alumnos, al menos sus consejos estarán acompañados por un ejemplo que ensalza en mucho el valor de las palabras.
Pero el punto central es siempre el mismo joven. Si al inicio de estas líneas subrayamos su complejo de invulnerabilidad y su dependencia del grupo, no por ello hemos de minusvalorar su libertad, su capacidad de comprensión y su apertura a los valores.
Si el adolescente no ha fumado y tiene un temperamento más independiente, basta con que haya recibido una buena información para que diga no a quienes le invitan a entrar en el mundo del tabaco. En cambio, si ya se ha acostumbrado al gusto de la nicotina, o piensa que si deja los cigarrillos empezará a engordar (una idea que pueden tener no pocas muchachas), necesitará una mayor fuerza de voluntad para cortar con aquello a lo que ya se ha iniciado. Sobre todo, necesitará convencerse de que lo que ahora hace por gusto pronto lo hará por dependencia, y entonces su libertad (el gran tesoro de cualquier joven o adulto) empezará a debilitarse bajo las cadenas de la adicción.
Con un buen conocimiento de la psicología del joven, de sus modelos y comportamientos, de los influjos que recibe, será posible hacer un trabajo más incisivo para apartarlo de la dependencia del tabaco. Quizá podrá parecer algo difícil, más cuando hay actitudes de rebeldía hacia los padres y los educadores. Pero con paciencia y afecto, las dos llaves que todo joven acoge en su corazón, podrá aceptar aquellos consejos que le damos por su bien. Vale mucho su salud, y vale mucho ese autodominio de quien se libera de cadenas que dañan a base de ofrecer satisfacciones pasajeras y poco saludables.
Fuente: Fernando Pascual