Dra. Marieli de los Rios Uriarte
Profesora de la Facultad de Bioética
Universidad Anáhuac México
El dilema al que nos enfrentamos como sociedad y como país en estos momentos acerca del gradual regreso a la “nueva normalidad” presenta la será dificultad de considerar reabrir los comercios y los locales a costa ¿de salvaguardar la vida y la salud de las personas; ¿sin embargo, necesariamente tiene que ser una u otra?
El valor de una vida, del que hablo aquí, no es numérico ni cotiza en el mercado si no en la esencia misma de cada persona. La dignidad es, precisamente, el valor intrínseco de todo ser humano que no queda sujeto ni a su reconocimiento por parte de otros ni a las características físicas que manifiestan a la persona frente a los demás. Así, podemos decir que hay dos niveles en toda persona: en primer lugar, uno que llamaré ontológico aludiendo al sentido filosófico de la palabra, es decir, que se sitúa en un plano independiente de lo material y de lo físicamente visible y que le confiere un valor insustituible e inalterable compartido por todos sólo por el hecho de ser personas y, en segundo lugar, un nivel que denominaré axiológico refiriéndome, igualmente, al sentido filosófico de la palabra que remite a la raíz etimológica “axios” que significa “valor” y, por ende, aquí se pueden atribuir valores que recaen sobre las acciones de las personas. Así, mientras que en el nivel ontológico todos poseemos un valor que es la dignidad y éste no puede ser ni más ni menos, ni se gana ni se pierde si no que permanece siempre con total independencia de lo que se piense de tal o cual persona o de su comportamiento, el nivel axiológico admite gradación, por ello, permite ejercer un juicio sobre las acciones, comportamientos, hábitos, etc, de las personas que pueden ser catalogados como buenos o malos según determinados parámetros.
Con esto, podemos afirmar que todos somos igual de dignos como personas, pero las acciones de cada cual son mejores o peores, buenas o malas; puedo decir que somos dignos pero nuestras acciones pueden no serlo de igual modo. Es, pues, nuestra dignidad donde descansa nuestra vida.
Con lo anterior, si analizamos el debate entre economía o vida nos daremos cuenta que si bien la economía favorece el despliegue de las dimensiones humanas y constituye una actividad importante para las personas, ésta debe, necesariamente, descansar sobre el nivel ontológico de tal suerte que la dignidad es la piedra angular de la economía y ésta tiene su más profundo sentido de ser gracias a la primera.
De nada sirve tener una economía abierta y reactivándose si con ello se van perdiendo vidas humanas que no van a poderse recuperar ni siquiera con una economía fortalecida y en crecimiento. Sin embargo, también es cierto que, de no abrir el mercado, las personas caen en ámbitos de necesidad que pueden, también, afectar su vida. Por ello, en realidad el debate entre estas dos nociones, economía y vida/dignidad, es un falso debate pues no se trata de elegir una u otra si no de hacerlas converger armónica y ordenadamente para que la dignidad se conserve y defienda como anclaje fundamental de la actividad económica.
Se puede y se debe pensar en estrategias de seguridad que salvaguarden la vida e integridad de las personas y que promuevan, al mismo tiempo, una economía que permita condiciones de vida dignas para todos. Abrir los comercios sólo con el fin de reactivar la economía olvidándose de la vida y dignidad de las personas es un acto genocida; por ello, no se trata de elegir una u otra si no de ser lo suficientemente creativos para encontrar maneras de proteger la dignidad humana y, con ello, procurar una economía en recuperación.
Categoría:Vida
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, dilema, Economía, Ética, nueva normalidad, recuperacion, Salud, Vida
Me gustaría platicarte del estudio más largo que se ha llevado a cabo en el tema de la felicidad. Se trata del estudio Grant llevado a cabo como parte de la investigación en Desarrollo Adulto de la Escuela de Medicina en la Universidad de Harvard en los Estados Unidos.
¿En qué consiste? Por 75 años se le ha dado seguimiento a la vida de 754 hombres, año tras año, preguntándoles sobre su trabajo, vida familiar, su salud, y por supuesto sin saber que iba a suceder con sus vidas.
Este tipo de estudios son muy raros, ya que la mayoría de ellos se terminan en unos diez años, las personas que los iniciaron dejan de investigar, cambian de dirección o fallecen; el dinero se termina y con este la información.
En este caso, la suerte y la perseverancia de los investigadores a través de varias generaciones ha hecho que el estudio sobreviva y arroje resultados. Han sido cuatro los directores del estudio y se está empezando a estudiar a más de 2,000 hijos y nietos de estos hombres.
Inicio en el año del 1938 siguiendo la vida de dos grupos de hombres: un 40% fueron estudiantes universitarios de Harvard que estaban terminando su carrera, y el 60% restante provino de niños entre 12 y 16 años de edad provenientes de suburbios muy pobres, con familias en desventaja y de escasos recursos.
Al iniciar el estudio hace 75 años se les hicieron exámenes médicos, se les entrevistó a ellos y a sus padres y cada dos años se les volvió a contactar: escaneando sus cerebros, realizándoles pruebas de sangre, hablando con sus esposas e hijos acerca de sus inquietudes y logros.
Actualmente están vivos el 60% de estos hombres y los mayores tienen poco más de 92 años.
Después de catalogar y analizar miles y miles de hojas con la información recabado durante estos años, los resultados obtenidos no han tenido que ver con dinero, fama o trabajo duro.
Lo más increíble es el mensaje publicado y que se resume en tres grandes lecciones:
- RELACIONES CERCANAS: los hombres de ambos grupos que reportaron estar más cerca de su familia, amigos o comunidad, tienen una vida más feliz y saludable que los otros.
También han vivido más tiempo en comparación a aquellos que reportaban sentirse solos.
La experiencia de vivir o sentirse solo ha resultado ser tóxica. Las personas que están más solitarias de lo que les gustaría estar son menos felices, su salud se deteriora en la vida de adultez media, el funcionamiento de su cerebro disminuye y viven menos años.
Y lo más triste es que muchas personas, aunque viven en familia o comunidad, dicen sentirse solas. Puedes sentirte solo-a en una multitud o en un matrimonio.
- Segunda lección: calidad y no cantidad de relaciones. No depende el número de amigos que tienes, tampoco si estás o no comprometido en una relación, lo que cuenta es la “calidad” de esa relación.
Por ejemplo: se ha demostrado que vivir en un constante conflicto en la familia o en el matrimonio es dañino para la salud, hasta más que el divorcio o la separación. Al vivir en relaciones cálidas y en armonía, surge en sentimiento de pertenencia.
Para los jóvenes de 20 años el número de relaciones amistosas o amorosas es importante, pero después de los 30 años lo que realmente importa es la calidad de estas relaciones.
- Y la tercera gran lección que ha resultado de este estudio acerca de las relaciones y el bienestar de la persona, es que no solo protege al cuerpo, sino que protege también al cerebro.
Sucede que, al estar en una relación segura y cercana con otra persona a la edad de 80 años, ambos se sienten protegidos, saben que cuentan con la otra persona en momentos difíciles, y por lo tanto su memoria se mantiene activa por más tiempo.
Por el contrario, las personas que llegan a los ochenta años sin contar con una relación cercana, (no tiene que ser amorosa), experimentan un declive en su memoria.
Y no significa que estas relaciones tengan que ser cordiales en todo momento, se pueden experimentar discusiones y roces entre las personas, pero de base saben que cuentan unos con otros.
¿Por qué si parece tan sencillo no lo hacemos? Porque somos humanos y nos complicamos la vida.
Te invito a que reflexiones sobre esto, lo que realmente vale en la vida no cuesta dinero y es muy sencillo.
Resultado de este estudio de 75 años: “BUENAS RELACIONES NOS MANTIENEN MÁS FELICES Y SALUDABLES. PUNTO”
¿Qué te parece?
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
De un día para otro nuestra vida cambió, se detuvo; un virus contagioso que parecía lejano y que surgió en China se fue acercando hasta llegar a nuestro país, a nuestra casa.
Llevamos más de dos meses sin salir de casa: ¿Qué ha sucedido con la relación de pareja? ¿Se ha visto afectada? Reflexionemos sobre este tema.
Llevo casada casi 39 años, tengo un buen matrimonio, con las dificultades normales de una relación. Sin embargo, la convivencia diaria con mi esposo, al igual que la de gran cantidad de matrimonios es mucho más intensa desde que inició la pandemia, de solo algunas horas, ahora son las veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
Esta realidad, nos ha planteado tanto retos como oportunidades para que la relación se fortaleza y mejore.
Comparto algunos consejos que pueden ayudarles como matrimonio en estos momentos:
- Organizar tareas y actividades del hogar: en forma equitativa, que todos colaboren para que no recaiga en una sola persona. Esto ayudará a establecer una rutina en la familia.
- Reorganizar el tiempo y las actividades con los hijos: clases en línea, tiempo ante las pantallas, diversiones, tiempo libre.
- Horario de trabajo y espacio de ambos: ponerse de acuerdo para que cada uno realice sus actividades de trabajo en un espacio adecuado; contar con una hora de inicio y fin para llevarlas a cabo. Son importantes las actividades que tiene cada uno y deben respetarse.
- Vida social individual: no sentirse mal si nuestra pareja realiza llamadas, envía mensajes o se conecta con su familia o amigos. Lo podemos hacer juntos o separados.
- Romper con la monotonía: constantemente nos quejamos de la falta de tiempo. Mejor aprovecharlo ahora que lo tenemos: cocinar, leer, ver buenas películas, juegos de mesa, arreglar la casa, disfrutar de recuerdos familiares, entre otras muchas posibilidades.
- Tiempo para hablar: vernos a los ojos para compartir pensamientos y sentimientos, siempre con sentido del humor, respeto y prudencia.
- Selección de lo que vemos y escuchamos: estamos sobre informados, por lo que tenemos que elegir el tiempo y la calidad de las noticias que queremos recibir.
- Crear momentos de intimidad: planear una cena, elegir una buena película, bailar juntos, fomentar encuentros sexuales.
- Saber decir lo que te molesta: es mejor decir las cosas con las cuales no estamos de acuerdo, antes de que se acumulen y exploten. Siempre con respeto y considerando las circunstancias adecuadas.
- Verse bien: es muy importante la imagen personal, bañarse, arreglarse, pintarse para agradar al otro.
- Controlar los enojos: la convivencia intensa que estamos viviendo puede generar discusiones y pleitos muy fácilmente. No conviene pelear por tonterías y mejor analizar la importancia de nuestras diferencias.
- Solución de conflictos: saber identificar el problema, analizarlo y ver las posibles soluciones a implementar. Para que un conflicto termine se necesita de dos personas.
- Empatía: ¿qué siente el otro?, ¿qué le está sucediendo?, ¿qué emociones está experimentando?
- Ver lo positivo: reflexionar sobre cuales son nuestras bendiciones: salud, familia, trabajo, amigos y escribirlas.
- Rezar juntos, teniendo fe en que esto terminará y que saldremos beneficiados.
- Pensar en los posibles escenarios: ¿qué hacer si nuestros hijos entran a la escuela más tarde de lo planeado?, ¿qué hacer si el trabajo en casa continúa?, entre otras preguntas. No ser alarmistas, pero si ser realistas y aceptar que puede suceder.
- Planear para cuando esto termine: ¿qué quiero cambiar personalmente?, ¿cómo pareja?, ¿cómo familia?
Cuida mucho tu matrimonio en estos momentos y no permites que la relación se deteriore y mucho menos que el amor disminuya.
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
Ahora que he investigado y estudiado sobre lo que hace que una persona sea más feliz que otra, me he encontrado con la importancia de saber perdonar.
Quiero que pienses en este momento en alguna persona que te ha hecho algún daño o herido, y contesta honestamente que actitud tienes hacia él o ella:
- ¿Quiero que pague por lo que me hizo?
- ¿Me mantengo tan alejado como es posible de ella?
- Me gustaría que algo malo le sucediera
- Vivo como si esa persona no existiera
- No confío más en ella
- Quiero que la vida le de lo que merece
- Me cuesta mucho trabajo ser amable con ella
- La evito
- Voy a vengarme de ella
- Ya no tengo ningún tipo de relación
- Quiero verla dañada o miserable
- Me alejo de ella
Si la mayoría de tus respuestas fueron afirmativas, quiero decirte con tristeza que eres alguien que no sabe perdonar.
Que estás lleno de rencores y resentimientos, que vuelves a sentir eso que te hicieron hace poco o mucho tiempo, que no lo has olvidado. Y sabes lo más importante: ¡que el más afectado eres tu mismo!
El perdón es vivir el presente sin rencores ni resentimientos, es vivir con amor; es liberarte de esa atadura negativa hacia otra persona, es el mejor regalo que puedes darte a ti mismo.
Y vamos a ver el porque:
Los estudios científicos demuestran que al no perdonar tu salud física y mental se ve afectada, empiezas a enfermarte tanto por dentro como por fuera.
Las personas que saben perdonar viven más tiempo y tienen mejores relaciones con los demás.
En la comunidad: familia, escuelas, colonias y ciudades, tenemos que fomentar mucho más el perdón entre unos y otros. Esto nos permitirá vivir en armonía y paz.
Y el resultado: las personas que han sabido perdonarse a si mismas o a alguien más son en definitiva más felices.
No sabes como hacerlo, te sugiero tres ejercicios muy sencillos:
- Antes de hacer el ejercicio de perdonar a otra persona, piensa un instante en un momento en el cual TU hayas sido perdonado. Recuerda el momento en que le hiciste daño a alguien más (con tu pareja, amigo o familiar). Si alguno de estos te perdono: ¿como te lo comunicaron? ¿Cuál fue tu respuesta? ¿Porque lo hizo? ¿Le ayudó a esa persona el perdonarte? ¿Mejoró su relación?
Esto podrá ayudarte para que reflexiones en la importancia de saber perdonar, y te puedas pensar en como hacerlo.
- Imagina el perdonar: identifica a una persona que piensas que te ha ofendido. Después haz un ejercicio de imaginación en donde te acercas y empatizas con ella para ofrecerle tu perdón. Que le dirías, ¿que emociones se despiertan en ti? ¿Cuáles serían tus expresiones faciales? ¿Que sentiría tu cuerpo?
- Carta de perdón: intenta que todo tu enojo, rabia y demás sentimientos salgan y escríbelo en una carta. ¡Por favor !no la envíes!
Piensa en todas aquellas personas que te han hecho daño en tu vida, que te han lastimado y que nunca has perdonado.
¿Piensa si estas experiencias, y el no haber perdonado valen la pena? ¿Si te está impidiendo ser más feliz y vivir más tranquilo?
Si la respuesta es que si, es mejor que empieces a trabajar y perdones a esa persona: describe a detalle la ofensa que te hicieron, en que te afecto, de que otra manera de gustaría que la persona hubiese actuado y termina con una afirmación de que la entiendes y la perdonas. Recuerda: la carta no se envía.
Son tres ejercicios muy sencillos, pero profundos e importantes, trata de hacer alguno de ello. ¡Te invito el día de hoy a ya no cavilar más, a no seguirle dando vueltas a las cosas que te hicieron o dejaron de hacer!
La vida es corta y el tiempo pasa rápido, y si de algo no te vas a arrepentir nunca, es el haber perdonado a otra persona que consciente o inconscientemente te ha lastimado.
Recuerda, solo se necesita una persona para perdonar, cuando son dos se llama reconciliación.
Hoy lo puedes hacer, y sin duda alguna serás más feliz.
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes / Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
Colonia Polanco, Ciudad de México, 28 de marzo de 2020
Queridos amigos, amigas y familiares de México y del extranjero, os hago llegar algunas reflexiones personales en el confinamiento de mi casa, mi “ermita Polanco C19”, en este tiempo de Coronavirus (COVID 19, C19), donde estoy con mi esposa y nuestra hija.
En primer lugar, quiero recordar a Antonia M. Q., magnífica mujer, tía y madrina de mi esposa, que ha fallecido hoy en Barcelona por el Coronavirus. Descanse en paz. Finalmente, si queréis reenviar mis reflexiones a alguien a quien le pueda interesar, podéis hacerlo con libertad.
Ahí van algunos pensamientos:
- Nos equivocamos al creer que dominábamos la naturaleza. Desde el siglo XIX, el hombre se autoendiosó pensando que lo dominaba todo. Rechazó a Dios (A. Comte, L. Feuerbach, K. Marx, F. Nietzsche, S. Freud) y se erigió en ser todopoderoso, por encima del cual no había nada. Son muchos los que desde entonces nos han dicho que eso no es cierto, que somos criaturas, no creadores, que no somos dios, pero apenas se les ha escuchado (G. Fessard, K. Barth, J. Ellul). Sin duda, uno de los grandes logros de la Modernidad ha sido la autonomía (I. Kant), nuestra mayoría de edad, esto es, saber que podemos regirnos por nosotros mismos sin esperar a averiguar lo que debemos hacer en textos sagrados, pero el gran error ha sido creer que ya no teníamos Padre. Seguimos siendo hijos. La vida sigue siendo un don inmerecido. La naturaleza sigue siendo un regalo que se nos ha dado, no una máquina que controlamos a la perfección. El C19 nos recuerda que no tenemos un poder absoluto sobre la naturaleza. Un minúsculo virus está acabando con la vida de muchas personas (poderosas o no), resquebrajando el sistema sanitario (público y privado), haciendo caer las bolsas, dejando los aviones en tierra, posponiendo la Eurocopa y los Juegos Olímpicos, cerrando los parlamentos, vaciando las calles, cerrando colegios y universidades, cines, teatros y centros comerciales.
- Somos una sola humanidad. Nunca dejará de sorprenderme cómo nos identificamos más con colectividades que con nuestra condición humana. Moriré sin haberlo entendido. Es obvio que todos formamos parte de una sola humanidad, y sin embargo lo que vertebra nuestra vida es una colectividad, o varias: “los progresistas”, “las feministas”, “los americanos”, “los judíos”, “los musulmanes”, “los ecologistas”, “los soberanistas”… La lista es larguísima. Nos sentimos arropados en nuestro colectivo y miramos con desprecio o con odio a otros colectivos. El nuestro tiene la razón; los otros se equivocan. Nos ponemos las gafas de nuestro colectivo y lo miramos todo, sin excepción, a través de esa lente, con lo cual no hacemos sino confirmar una y otra vez lo que ya creíamos, y así nuestro pensamiento no avanza. En realidad, somos una sola humanidad. Es mucho más profundo y radical lo que nos une que lo que nos separa. En tiempos de bonanza, tendemos a olvidarlo; en tiempos de pandemia, recuperamos esa identidad humana que habíamos olvidado porque la dábamos por supuesta.
- Ante la muerte, todos somos iguales, porque ya lo éramos en vida. La muerte no es sino la fotografía de la vida, decía Karl Rahner, no sé si tomando ese pensamiento de otro autor, quizás de M. Heidegger, lo ignoro. Cuando miramos la realidad humana, en seguida se nos hace patente la desigualdad, que ha existido en muchos siglos de la historia humana y que hoy es más evidente y dramática que nunca. Poco tiene que ver el rico de Beverly Hills con el pobre del Chad; poco tiene que ver mi ermita C19 en la colonia Polanco con la condición en la que están hoy muchos mexicanos en el Estado de México, para los que no lo saben, la periferia de Ciudad de México. Sin embargo, somos iguales. Ricos y pobres murieron en la I Guerra Mundial, en la II Guerra Mundial, en la guerra de Vietnam, en la guerra del Golfo, en la Peste, en la Gripe Española, en la crisis del Sida y ahora en la crisis del C19. Sin duda, los ricos tienen, tenemos, muchos mecanismos de autoprotección que no tienen los pobres, pero al final la muerte acaba llamándonos a todos, y nos llama por nuestro nombre, no por nuestros títulos ni por nuestras cuentas bancarias, como en los entierros de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, en la Edad Media y también siglo después. Por ello, la muerte, que forma parte de la vida, nos une.
- El pensamiento único está desapareciendo. La Globalización, desde los años 90, había creado la ficción de que había un solo modo de vida y una sola forma de pensar: el American way of life, en versiones distintas en función de la latitud. Unos lo aceptaban abiertamente, “los neoliberales”, y otros decían criticarlo, pero en realidad lo imitaban con su vida, “los progresistas” o “los antisistema”. Mirad cómo viven Felipe González, Daniel Ortega o Pablo Iglesias. En ese único modo de vida supuestamente digno, la felicidad consistía en tener mucho dinero, vivir confortablemente, tener buena fama, viajar mucho, tener tecnología punta, poder llevar a los hijos a las mejores universidades de Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, consumir mucho Internet, obtenerlo todo ya ahora, un modo de vida donde el tiempo y el espacio tendían a cero, como bien analizan Bjung-Chul Han y Hartmut Rosa, autores que conozco gracias a mi buen amigo Albert Florensa. La crisis del C19 nos está mostrando que es posible otro modo de vida. No cabe duda de que estar encerrados en casa con los abuelos y los niños pequeños no es precisamente el paraíso, por razones psicológicas. Somos humanos. Necesitamos salir, movernos, respirar, y eso está muy complicado ahora. Sin embargo, el C19 nos ha mostrado otras dimensiones de la vida que teníamos adormecidas: la creatividad, la pasividad, la solidaridad (aunque sea a distancia), la comunicación de lo negativo (y no solo de lo positivo, como se suele hacer en la redes) (como decía mi maestro Fernando Manresa, S.J., cuando yo, de joven, estaba en plena crisis, con mis ojos humedecidos: “compartir la negatividad nos une a los demás”), la contemplación, la reflexión. Aparte de las bromas simpáticas que corren estos días por las redes sobre el C19, hay también muchos mensajes de familiares y amigos que me hacen ver que el espíritu está aflorando por doquier. Estamos descubriendo que somos espiritualmente más ricos de lo que creíamos, y estamos descubriendo que se puede ser persona con otros modos de vida y con otros valores distintos a aquellos que creíamos únicos.
- Una pregunta importante: ¿qué puedo hacer ahora por los demás? No cabe duda de que en tiempo del C19 la primera pregunta que nos viene es: “¿cómo puedo protegerme a mí mismo, y a los míos más cercanos?”. Es normal. Hay que hacerlo, no solo por nosotros, sino también por los otros que se podrían contagiar a través de nosotros. No obstante, en seguida hay una segunda pregunta que debería aflorar a nuestro espíritu: “¿qué puedo hacer por los demás?”. Por ejemplo, somos muchos los que vamos a seguir cobrando el mismo salario (al menos, de momento) a pesar de la crisis del C19, porque seguiremos trabajando desde casa. Pero hay trabajos que no se cobran si no se realizan presencialmente. Echemos una mano económicamente a este colectivo. La señora que nos viene a limpiar la casa: digámosle que se quede en su casa, y sigamos pagándole lo mismo. Seguro que se os ocurren otras iniciativas. Esto es como el virus, pero en bueno. Si a cada uno se le ocurre apoyar a dos o tres personas, estamos salvados.
Continuaré, espero.
Autor: Dr. José Sols Lucía
Universidad Iberoamericana
Categoría:Vida
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, coronavirus, covid-19, Ética, Humanidad, Muerte, Naturaleza, polanco, Vida
Mucho he pensado en las últimas semanas tras experimentar durante 14 días el miedo a haber sido contagiada después de haber estado, en dos ocasiones, expuesta por contacto con personas que han dado positivo al COVID-19.
Después de experimentar la rabia primero y el pánico después, he empezado a asentar los sentimientos y a ubicarlos, a reconocer las mociones interiores y a nombrarlas pero también y, sobre todo, a ponerlas delante de Dios y orarlas.
El miedo ha sido mucho y con él, viene el deseo de, como diría San Ignacio con el mal espíritu, mostrarle mucha cara para ver si disminuye o, al menos, se amedrenta de la misma forma en que lo hace conmigo, la valentía y bravuconería ayudan, momentáneamente, a sentirme invencible y capaces de luchar contra quién sabe qué, quién sabe cómo. Pero esto viene de mi humanidad, de mi muy herido ego que se empeña en enfatizar mi autosuficiencia y grandeza. Aún no me había abierto a la gracia.
Seguido a esta primera etapa entro en un momento de resignación, en donde me doy cuenta de que ni mis 37 años han acumulado sabiduría ni astucia suficiente para luchar contra este virus, inmune a cualquier cura, tan camaleónico como para adherirse a superficies que a diario toco y con las que a diario mis pies tienen contacto, un virus incapaz de morirse y resistente a todo! Y a todos! Y así poco a poco voy experimentando la frustración y el sabor del fracaso, la sensación que carcome la otrora fuerza y resiliencia, y caigo en el mar de la tempestad donde reconozco que, haga lo que haga, sigo expuesta y que no hay medida suficiente para prevenirlo, que tarde o temprano todos estaremos enfermos sin importar las medidas que tomemos.
En este momento todo se ve oscuro y me siento hundir, sólo me queda esperar a que llegue, a que aparezca la fiebre y la dificultad para respirar, a que mis sueños se vengan abajo y mis ilusiones vuelen con el viento de la tarde, caigo en el aletargamiento que experimentan los que ven la batalla perdida y sólo aguardan la declaratoria final.
Sin embargo, a ratos mi fe se sobresalta, hace un intento por revivir y me recuerda que un hombre de 83 años, en la soledad y el silencio del dolor y de la muerte, se encamina hacia el altar, con la firmeza de quien está siendo impulsado por el Espíritu, no duda en seguir caminando bajo la lluvia y cuando resuena su palabra, no es él quien habla, hay alguien más y él sólo es su instrumento.
Sus palabras resuenen en el más absoluto silencio, palabras que declaran que no hay cabida al fracaso ni lugar para la desolación por que Jesús está en nuestra barca y confía en el Padre. Cada frase parece resurgir de las tinieblas, iluminar el cielo mientras su frágil figura se sumerge en la noche de Roma. Y ahí está, ahora ha aparecido la esperanza, el sabernos en la misma barca y con Jesús en la proa y algo se va abriendo en mí: sigo escuchando y experimento el pasar, poco y sutilmente, de la resignación al abandono.
Si la resignación me llevaba a la ausencia de esperanza, el abandono me abre a la dimensión de la fe donde todo es posible. La resignación no nos deja ver porque nos nubla e impone la trampa de la tentación de sentir la tempestad y creer que nos hundimos, de sacar a Jesús de nuestra barca y confiar en las fuerzas humanas más que en la gracia divina. En cambio, el abandono nos remite a la confianza y a la esperanza, a creer que estamos en las manos del más experimentado de los capitanes y que, aunque arrecie la tormenta y a ratos perdamos el rumbo, Él va con nosotros y no nos dejará naufragar.
Cierto, el abandono no quita el miedo pero nos permite experimentarlo distinto, no como miedo si no como temor porque reconocemos que la oscuridad, la lluvia y el silencio no tienen la última palabra. Con el abandono, la fragilidad se torna milagro y penetramos en el misterio de la Cruz. Un sufrimiento que pudo haber sido evitado y que, sin embargo, se vivió desde la convicción más íntima de sabernos hijos amados.
Así, mientras que veo como algunos pasan del miedo a la resignación, yo voy encontrándome con el abandono y quisiera que todos vivieran así: serenamente abandonados en las manos del Padre, porque la tempestad seguirá pero la tempestad interior cederá, sea cual sea nuestro destino, contraer el virus o no, será para la mayor gloria de Dios como lo fue la muerte y resurrección de Lázaro, mientras hay algunos que dudan como los judíos, como la misma Martha en su diálogo con Jesús, yo hoy decido creer y decido conservar la esperanza de que, con Él a nuestro lado, no hay cabida para el miedo ni para la desolación.
Autor: María Elizabeth de los Ríos Uriarte
Categoría:Vida
Etiquetas: abandono, Bioética, Bioética para todos, coronavirus, covid-19, Dios, Ética, resignacion, Salud
No puedo evitar que mi piel se erice al ver las imágenes de la marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México. Una sociedad organizada y con un fin en común, no sólo mujeres si no hombres: papás, hermanos, novios, esposos, amigos que se unen para reconocer la urgencia de un problema que nos aqueja a todos pero principalmente a las mujeres: la violencia.
Al tiempo que sigo la marcha y me uno desde mi trinchera el paro convocado el día de mañana tampoco puedo evitar que haya una pregunta merodeando mi cabeza: ¿qué va a pasar después?
¿Una marcha más?, ¿una manifestación más para exigir respuestas y justicia? ¿un movimiento mas? Ojalá que no!
Por primera vez desde hace muchos años, estamos presenciando un momento histórico; tenemos una sociedad organizada, tal vez por hartazgo, tal vez por indignación o por pura solidaridad pero al fin encontramos algo que nos une a todos: mujeres y hombres, mexicanos y extranjeros, de todas las clases sociales, de todas las razas, de todos los orígenes y de todas las etnias.
El objetivo es sólo uno: hacer visible lo que, por años, ha permanecido invisibilizado, minimizado, ignorado o ni si quiera nombrado: nuestra dignidad, como mujeres, como personas, como seres humanos.
Ese logramos tener la atención incluso de quienes se burlan de nuestro movimiento e ignoran nuestra indignación, hoy marcamos un antes y un después en la historia de nuestro país. Los periódicos y medios de comunicación llevan ya días ofreciendo datos de lo alarmante que es una violencia ejercida hacia sectores específicos de la población, hoy hacia las mujeres pero mañana podría ser hacia adultos mayores, niños, hombres, indígenas o empresarios.
No perdamos de vista que igual de indignante es la violencia en contra de las mujeres que la ejercida en contra de cualquier persona, lo importante no es hacia quién va dirigida si no el acto mismo de violentar, lastimar, amedrentar y matar.
Ojalá que mañana y pasado y el siguiente mes y las próximas estaciones y los siguientes años el 8M día no se vuelva memoria si no constante y perpetua voluntad de lucha, permanente condición insatisfecha.
Recordar ese día no tiene ningún sentido porque no es un día lo que hay que recordar si no un despertar de mujeres, si, pero también, de una sociedad y de una humanidad que rechaza la marginación, el desprecio, el descarte, que clama justicia y solidaridad, que niega cualquier forma de descarte y que se pronuncia a favor de la vida, ¿de cuál vida? De TODA VIDA.
No nos quedemos sólo en el 8M, hoy apenas comenzamos, el camino es largo aún, el sol quema y la lluvia arrecia, el paraje a veces será desierto e inhóspito, duro el caminar en estas condiciones pero que si para algo ha de servir este día sea para recobrar el aliento y animar el espíritu porque justo cuando el andar sea cuesta arriba es cuando más hay que apretar el paso.
Que este día no quede en “ese día” si no en “siempre”. No olvidemos también que, en ese “siempre” existen muchas mujeres que no aparecieron en la escena pública, que no van a parar sus actividades y que siguen sumergidas en la aceptación resignada de su condición.
Que nuestra lucha, la de quienes si podemos salir a las calles a manifestarnos, la de quienes si podemos unirnos al paro nacional del 9M, la de quienes sí podemos tener una voz, no sea nuestra si no de ellas porque para eso somos mujeres y para eso somos personas: para levantar la voz por quienes no la quieren o pueden tener.
Hoy somos testigos de un reclamo social no sólo de los mexicanos si no de todos y todas: la paz es nuestro sueño y las conquistas son de quienes, un día, se atrevieron a soñar.
¡Que no pare aquí! ¡Que nuestra lucha no se desvanezca nunca!
Autor: Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte
Profesora de la Facultad de Bioética
Universidad Anáhuac México
Categoría:Vida
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, Ética, HacenFalta, Mujeres, UnDiaSinMujeres
He reflexionado mucho sobre el tema de la violencia hacia las mujeres, y la iniciativa de empresas, organizaciones de la sociedad civil, hombres y mujeres: un día sin nosotras.
Estoy convencida de que la violencia hacia las mujeres debe terminar cuanto antes. Según datos del INEGI durante el segundo semestre del año pasado el 27.2 de las mujeres de 18 años y más que viven en zonas urbanas fue víctima de al menos un tipo de acoso personal y/o violencia sexual en lugares públicos. ¡Más de la cuarta parte de las mujeres!
Esto se refiere a situaciones tales como: le dijeron piropos groseros u ofensivos de tipo sexual o sobre su cuerpo que a usted le molestaron u ofendieron; alguien intentó obligarle o forzarle usando la fuerza física, engaños o chantajes a tener relaciones sexuales sin su consentimiento, o en contra de su voluntad; le ofrecieron dinero, regalos u otro tipo de bienes a cambio de algún intercambio de tipo sexual; le enviaron mensajes o publicaron comentarios sobre usted, insinuaciones sexuales, insultos u ofensas sexuales, a través del celular, correo electrónico o redes sociales, entre otras muchas.
Lugar público se refiere a la calle, transporte público, parque, lugar recreativo (cine, antro, etc.), o en otro lugar público como iglesia, centro comercial, mercado o plaza pública.
Tristemente los números suben considerablemente si nos vamos al ámbito de los matrimonios o uniones libres: 47 de cada 100 mujeres de 15 años o más que viven con su pareja sufren algún tipo de violencia: física, psicológica, económica o sexual. Únicamente un 19.1% de estas mujeres se atreve a denunciar.
Esto nos tiene que llevar a reflexionar sobre los diversos patrones sociales y culturales que durante años hemos aceptado como normales en nuestro país.
La dinámica familiar ha cambiado. Hace solo unas décadas el hombre era el proveedor económico de la familia, y la mujer quien educaba a los hijos y cuidaba del hogar. Actualmente, la mayoría de los hogares mexicanos dependen de dos salarios: papá y mamá.
Sin embargo, si analizamos la economía formal, encontramos que la participación laboral femenina es muy baja. Entre los 36 países miembros de la OCDE, México es el segundo con menos participación de la mujer en el ámbito laboral, solo superado por Turquía. Esto fomenta que las mujeres dependan económicamente de sus padres o parejas, condición que las mantiene vulnerables a una situación de abuso.
Sé que no es fácil cambiar esto de un día para otro. Me parecieron muy acertadas las sugerencias publicadas por Jorge Suárez-Vélez en su artículo del periódico Reforma: cambiar la unidad de fiscalización de familia a individuo, para evitar que se eleve la tasa marginal de impuesto cuando la mujer trabaja; incrementar el acceso a guarderías y estancias infantiles, mejorar su calidad, subsidiarlas y hacer deducible su costo; hacer extensivo el pago de semanas de maternidad a hombres, y obligar a que la tomen.
Promover que mujeres estudien carreras técnicas y de ciencia; fomentar la permanencia de las mujeres en las empresas, para que puedan realizar carreras gratificantes, ofreciendo flexibilidad de horarios y condiciones que permitan trabajar desde casa. Incluir a mujeres en puestos directivos y en consejos de administración, así como ofrecer el pago de remuneraciones iguales para ambos.
Estoy convencida de que un cambio de conducta es trabajo de todos, hombres y mujeres. Terminar con el abuso y la violencia hacia la mujer es obligación de todos nosotros.
Hombres y mujeres tenemos la misma dignidad como personas, somos dos caras de la misma moneda.
Debemos respetarnos unos a otros, para convivir como iguales y tener una sociedad sana y fuerte.
¡Unámonos para lograr un México mejor!
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
En nuestro país febrero se considera el mes del amor y la amistad, en concreto el día 14. Semanas antes empieza el bombardeo de publicidad y la mercadotecnia se pone en práctica. Yo me pregunto: ¿Realmente febrero es el único mes para dar amor, amistad y regalos a los seres que más amamos?
En las tiendas comerciales encontramos ofertas y regalos para nuestra pareja; en las escuelas, los alumnos llevan regalos para intercambiar con su grupo; en el trabajo aparece constantemente el mensaje de: feliz día del amor y la amistad.
Chocolates, osos de peluche, cenas, comidas, flores (cuyo costo sube considerablemente este día), son comunes entre los mexicanos. Unos días antes y en especial el 14, las tiendas y las calles luces abarrotadas de regalos. Muchas personas salen a comprar un detalle para regalarlo a quien consideran que es el amor de su vida y a sus mejores amigos.
No es que yo esté en contra de este día, pero si me cuestiono: ¿entendemos bien la fecha? El amor es el sentimiento más poderoso y puro del ser humano, gracias a él decidimos compartir nuestra vida con otra persona, formamos una familia y brindamos ese amor a los demás: hijos, padres, familiares; somos leales y queremos a nuestros amigos y compañeros de trabajo.
Y en esta fecha lo que más se brinda y se comparte son regalos; quizá sea una manera de expresar el amor, pero lo que sientes por otras personas se puede expresar perfectamente cualquier día del año y no necesariamente con obsequios.
Hablemos del matrimonio, el cual debe cultivarse día tras día: el amor no es estático, crece con el tiempo, o puede disminuir. El amor no es un sentimiento, es un acto de la voluntad, es decir, me levanto todos los días y quiero quererte cada vez más.
Al reflexionar sobre el amor que les tenemos como padres a nuestros hijos, me atrevería a decir que es un amor incondicional. Pase lo que pase durante su vida, o hagan lo que hagan seguiremos amando a nuestros hijos profundamente.
No así, el amor de ellos hacia nosotros; tristemente un hijo puede dejar de amar a su padre o a su madre si lo que ha recibido de parte de ellos ha sido violencia, falta de respeto o abandono.
El amor filial entre hermanos también debe cultivarse. Es una conexión que no se tiene con nadie más. Nuestros papás nos dejan cuando aún somos jóvenes, nuestros esposos e hijos aparecen más tarde. Son nuestros hermanos quienes nos acompañarán durante todo el camino de nuestra vida. Debemos de cuidar y mantener esta relación.
Y al hablar de la amistad, estoy convencida de que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano. No importa cuantos tengas en Facebook o en Instagram, quienes en realidad importan son aquellos que te quieren y aceptan tal y como eres, que están contigo en las buenas y en las malas.
Por lo tanto, si tu eres de los que celebran el 14 de febrero y todo el mes, ¡adelante: disfrútalo!, es una fecha importante para hacer honor al sentimiento más potente que existe. Pero, no te confundas, a veces el mejor regalo para brindar en estas fechas es un momento con esa persona, una carta, o un detalle sin importar su precio.
Aprovecha también para llamar a aquellos amigos o familiares a quienes no ves tan seguido para preguntarles como están y que ha sido de su vida.
Mantente siempre muy cerca de aquellos a quienes amas, y demuéstraselos continuamente.
Recuerda que el amor no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad y de la inteligencia. Por lo que a nuestros seres queridos tenemos que demostrarles nuestro amor con actos y palabras, ya que un amor que no se cultiva, puede terminarse.
¡Feliz día del amor y de la amistad!
Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
Categoría:Vida
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Fue hasta hace poco cuando escuché por primera vez el término de síndrome de la abuela esclava, pero más fue mi sorpresa cuando al investigar sobre éste confirmé que es un fenómeno reconocido por la Organización Mundial de la Salud y considerado ya como una enfermedad grave desde el año 2001.
¿En qué consiste?
Afecta a las mujeres maduras que son sometidas a una sobrecarga tanto física como emocional. Presenta manifestaciones como:
- malestar general, falta de satisfacción
- tristeza, desánimo, falta de motivación
- ansiedad
- algunas veces, sentimientos de culpa por su malestar
- depresión
No cabe duda que la relación abuelos-nietos es una de las más hermosas, gratificantes y fructíferas experiencias humanas. Sin embargo, hay ocasiones en que los abuelos tienen que seguir asumiendo responsabilidades y cargas familiares muy superiores a lo que sus capacidades físicas y mentales pueden soportar.
Cuando se vive esta situación, la mayoría de los hombres declaran abiertamente su incapacidad para asumir cargas excesivas, pero las mujeres, con un gran sentido de responsabilidad, se obstinan en negar y ocultar su propio agotamiento y siguen haciendo más de lo que pueden para no molestar o defraudar a sus propios hijos, que delegan en ellas demasiadas cargas familiares. Y se convierte en una especie de voluntaria esclavitud.
Las razones son diversas:
- La delegación del cuidado de los hijos en la abuela materna es una de las estrategias de compatibilización familia-empleo más utilizadas en nuestro país.
- Ya sea por no contar con recursos económicos para niñera o guardería.
- Porque existen lazos afectivos
- Por comodidad
- Porque es gratis.
Sin embargo, la abuela también tiene estrés y empiezan a aparecer enfermedades físicas y emocionales en ellas. El sobreesfuerzo prolongado puede provocar o agravar diversas enfermedades, que no se curarán adecuadamente hasta que sus propios hijos sean consecuentes y liberen a la abuela de esta llamada esclavitud.
Te preguntarás ¿por qué se sienten comprometidas las abuelas? ¿por qué no se liberan de estas cargas? ¿por qué asumen estas situaciones como suyas? La mayoría de los casos se debe a la educación y valores aprendidos, porque se sienten responsables del permanente cuidado de la familia y porque es una forma de seguir sintiéndose útiles.
¿Quién es la abuela esclava?
- Mujeres que cuidan a sus nietos de forma sistemática.
- Mujeres que cuidan a familiares enfermos de forma sistemática.
- Mujeres que tienen excesivas responsabilidades familiares en función de sus capacidades.
- Mujeres que no tienen libertad para tomar decisiones.
- Mujeres que no disfrutan de su tiempo libre como ellas quisieran.
- Mujeres que apenas tienen relaciones sociales.
- Mujeres que por cuestiones culturales y familiares se sienten obligadas a asumir demasiadas responsabilidades.
- Mujeres que tienen miedo a quejarse por represalias familiares (retirada del cariño, chantaje emocional).
- Mujeres que consciente o inconscientemente saben que se está abusando de ellas, pero no tienen ni los recursos, ni los medios necesarios para hacer frente a estas situaciones.
- Mujeres que posiblemente se sientan maltratadas.
¿Quién es una abuela feliz?
- Aquella que aporta bienestar a la familia.
- Ayuda a sus hijos y familiares en función de sus capacidades físicas y emocionales.
- No tiene responsabilidades directas con sus nietos de forma sistemática.
- Tiene libertad para decidir qué hacer con su tiempo.
Los abuelos poseen una importante influencia en la educación de los nietos, incluso cuando éstos ya son adultos. Son guías y consejeros, trasmiten conocimientos, valores y tradiciones; dan un sentido de patrimonio familiar y estabilidad. Los abuelos proporcionan una ayuda crucial a todos los niveles: económico, emocional, de cuidado.
El síndrome de la abuela esclava cada vez es más frecuente en nuestra sociedad, y los familiares debemos estar atentos a este problema. Para prevenirlo, busca el equilibrio entre las capacidades y responsabilidades de la abuela y fomenta el cariño y la comprensión familiar.
Cuidemos mucho esta relación entre abuelos, hijos y nietos, pero sobretodo NO tengamos en nuestra casa a una abuela esclava, sino hagamos de ella una abuela feliz.
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta