No cabe duda de que, si bien todo el cuerpo humano es maravilloso en su anatomía y su función, una de sus partes más misteriosas y en la que los científicos han tenido que esforzarse más para conocer y comprender, es el cerebro.
Incontables procesos químicos y eléctricos se llevan a cabo en millonésimas de segundo, para permitir a cada uno mover siquiera un dedo, distinguir un bello paisaje e incluso preparar al cuerpo de una mujer para ser madre.
También es el cerebro, el que permite que conceptualicemos la realidad que percibimos desde los sentidos, llevemos a cabo juicios y tomemos decisiones. Es el centro de nuestra inteligencia y la principal herramienta de nuestra voluntad.
Es también en este órgano en donde se disparan nuestras emociones: ira, alegría, tristeza, sorpresa, etc. Aparentemente es el centro de nuestra personalidad.
No sorprende entonces, que la ciencia y la tecnología se vengan ocupando con gran fascinación del tema, logrado en los últimos tiempos avanzar de manera sorprendente en el conocimiento del cerebro humano y sus características. De ello se ocupan, las Neurociencias.
Hoy por hoy, a través de ellas, es posible tener un mayor conocimiento de graves enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer, brindando mayores esperanzas a las personas afectadas y a sus familiares, en la búsqueda de una cura o en el peor de los casos de cuidados paliativos más convenientes para aliviar el dolor.
No obstante, estos avances también suponen graves riesgos si es que son utilizados con mala intención o sin una reflexión profunda que establezca límites razonables. El primero de ellos será siempre mirar a la persona desde la integralidad y no solamente el órgano, respetando su dignidad.
Cabe señalar como ejemplo los progresos de la Imagenología, que permite observar las reacciones del cerebro frente a ciertos estímulos y que pueden variar de persona a persona, según sus creencias, modos de pensar, etc.
Es así como, en el año de 2002, muy recientemente, se realizó en la ciudad de San Francisco una primera reunión entre expertos de las universidades de Stanford y California en San Francisco para discernir en lo que desde entonces se conoce como Neuroética.
Es entonces que puede decirse que la Neuroética es la parte de la Bioética que de manera multidisciplinaria analiza y reflexiona sobre lo que está bien o está mal con respecto a la aplicación de los avances científicos y tecnológicos que se refieren al cerebro, su funcionamiento y las implicaciones que supone.
El pensamiento de cada persona supone el grado más profundo de intimidad y ninguna persona tiene derecho a pretender conocerlo o manipularlo, quepa aprender del pasado, cuando en ese esfuerzo de poder se han cometido gravísimas acciones en contra de la dignidad de la persona.
Habrá entonces que estar atentos no solamente a estos avances, sino a lo que la Bioética vaya estableciendo.
Quede aquí esta nueva reflexión para la semana. Invitándoles siempre a profundizar en medios confiables que aporten información precisa, documentada y bien intencionada.
Nos vemos la próxima semana con un nuevo tema.
MBPP