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Etiqueta: Hijos

Como mejorar la comunicación con tus hijos
Como mejorar la comunicación con tus hijos

¡Nunca hemos estado tan comunicados, pero nunca tan alejados a la vez!, escuché decir a un a especialista en tecnología al referirse a la familia.  Es la contradicción de estos tiempos.

Al principio me pareció una afirmación exagerada, pero a medida que reflexioné me di cuenta de que tenía razón. 

Nuestra sociedad está viviendo cambios continuos, cada vez hay más medios que le permite a la persona comunicarse con los demás. Paradójicamente,  este intercambio se ha vuelto más difícil.

¿Qué se puede hacer para mejorar la comunicación con nuestros hijos?  Te presento 5 consejos que podrán ayudarte:

  1. Aprender a escuchar

Con todas las distracciones que existen resulta a veces más difícil concentrarse y   poner atención.

Es necesario que cuando se vaya a establecer una plática con alguien nos dispongamos a escuchar.  ¿Cómo se logra esto?    Buscar un lugar que invite a la conversación, que los ruidos externos sean los menos posibles.

Es necesario hacer a un lado los pensamientos que uno tiene ya que estos también son considerados ruidos que obstruyen la comunicación.

Cuando una persona pide tiempo para platicar, es necesario dejar todo aquello que se está realizando y se prepare a escuchar, esto permitirá abrir canales de comunicación y por ende mejorarla.

Por último, no hay que olvidar el tener contacto visual, esto genera confianza y la persona siente que realmente es especial porque se le está escuchando con todos los sentidos.

  1. No dar consejos al menos que los pidan

Algunas personas tienden a querer solucionar los problemas de los demás. A veces se piensa que el dar un consejo puede ser de gran ayuda, pero el hijo no lo pide lo único que se puede generar es que la comunicación se interrumpa. Si se quiere dar un consejo es necesario pedir permiso; en caso de que digan que no, es probable que lo único que quieran es que se les escuche.

Esto puede resultar difícil, a veces es mejor cuestionar a la persona para que ésta encuentre la solución al problema.

  1. Buscar un lugar apropiado

Hay situaciones que requieren de más atención que otras, en caso de que sea algo muy importante se debe de buscar un lugar dónde existan menos distractores. Para lograr una buena comunicación hasta el más mínimo detalle cuenta: la iluminación, que el lugar sea acogedor, privado, que el clima sea bueno, la música sea tranquila y lo más importante que no exista mucho ruido externo que impida una buena conversación.

  1. No minimizar el problema o situación

Generalmente cuando alguien quiere hablar, es porque lo que está viviendo en ese momento es muy importante.    Se puede llegar a pensar que minimizar la situación o el problema puede ayudar a la otra persona a encontrar la tranquilidad o la solución,  sin embargo, lo único que se puede lograr es cortar el canal de comunicación. Se le puede ayudar a dimensionarlo, pero nunca a restarle importancia.

  1. Generar empatía

Para tener una buena comunicación es importante generar una empatía. ¿En qué consiste esto? En realmente comprender lo que tu hijo o hija está viviendo, sin generar juicios, simplemente tratar de ver y sentir lo que la otra persona está viviendo. Comúnmente, se dice ponerse en los zapatos del otro.

Debemos ser conscientes como padres de familia que la comunicación es una fuerza que acerca y une a los miembros de una familia.    En la familia es donde cada uno es aceptado y respetado tal y como es y, en definitiva, si ese niño o adolescente vive un clima de confianza en su casa, tendrá una mayor seguridad en sí mismo y vivirá mucho más feliz.

Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com.   Facebook:  Lucia Legorreta

Tareas y exámenes de nuestros hijos
Tareas y exámenes de nuestros hijos

Una de las tareas más difíciles con las que se enfrentan los padres, y en especial las mamás es la la tarea de nuestros hijos y la preparación para los exámenes.

He escuchado afirmaciones de mamás tales como: mañana tengo examen de historia…están muy difíciles las matemáticas de este año…no he terminado de hacer el trabajo para mañana.    ¡Como si fueran ellas quienes están cursando primaria o secundaria!

No es fácil enseñar a nuestros hijos a estudiar y cumplir con las tareas diarias de la escuela.     Un valor que como padres debemos de fomentar en estos años es la responsabilidad, para que durante los primeros años reciban nuestra ayuda, y que poco a poco aprendan a hacerlo solos.

Ahora que inicia el año escolar, comparto contigo algunos consejos prácticos para ayudar a tus hijos a que cumplan con las obligaciones de la escuela:

  1. Busca un lugar apropiado: un espacio iluminado, agradable, limpio, con un escritorio y una silla cómoda. De preferencia, que sea en el mismo lugar.
  2. Decoren juntos el lugar: se recomienda que si es posible lo pintes de amarillo, porque es un color que estimula la actividad cerebral; colocar recipientes de colores para el material y ya sea una planta o un florero, que sea un lugar especial.
  3. Coloca una repisa: es importante tener un espacio especial para libros de referencia y consulta, como el diccionario o libros de consulta. Es conveniente conservar algunos libros de los hermanos mayores para que sean reutilizados.    Imprime el calendario escolar para que le sirva de guía.
  4. Tiempo específico: el niño debe saber que cuenta con un tiempo determinado; un reloj cerca puede ser de gran ayuda para que se de cuenta de cuanto tiempo le queda.
  5. Establece un horario específico: se recomienda ya sea después de comer o poco más tarde, pero tener un momento para hacer la tarea.
  6. Detalles: asegúrate que antes de empezar, se haya lavado los dientes, las manos y haya ido al baño para evitar que se esté levantando.
  7. Evita aparatos electrónicos: televisión, celular, video juegos, música o alguna otra distracción, que los impida concentrarse en su tarea.
  8. Utiliza la computadora: cuando ya tengan la edad suficiente puede ser una herramienta poderosa y de gran ayuda para los niños y los papás.
  9. Prepárate para el uso de nuevas herramientas electrónicas: como papás no debemos quedar rezagados para poder apoyarlos en la ejecución de sus tareas y trabajos.
  10. Evita celulares: permitir llamadas solo si son empleadas para preguntar algo sobre el examen o la tarea.
  11. Elimina las distracciones posibles durante el tiempo de estudio: observa que hace que tu hijo o hija se distraiga para que puedas quitarlo de su vista. Cada niño es diferente.
  12. Ten artículos escolares en la casa: pon a su alcance lo que vaya a necesitar: colores, tijeras, pegamento, hojas. Los niños buscan cualquier excusa para no hacer la tarea o estudiar.
  13. Permanece cerca cuando hacen la tarea o estudian: solo vigila, es muy importante que NO la hagas tu, sino ellos.
  14. Enseña a tu hijo-a a ser organizado: esto ayudará a que haga la tarea más rápido y a que sepa como estudiar.
  15. Se ejemplo para tus hijos: mientras hacen la tarea, lee o haz algún trabajo para que se dé cuenta que también realizas disciplinadamente tus cosas.

Cuando son pequeños debemos ayudarlos, y alrededor de los diez años, en cuarto de primaria, debemos irlos soltando para que sean ellos quienes aprendan a cumplir y no nosotras.

Recuerda, la responsabilidad la aprenden en esta etapa de la vida, y de ella dependerá su actitud ante el trabajo cuando sean adultos.

La tarea es de nuestros hijos, no de los padres.

Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer.

Correo: cervantes.lucia@gmail.com

Sitio web: www.lucialegorreta.com  

Facebook:  Lucia Legorreta

Vacaciones: Una oportunidad de unión familiar
Vacaciones: Una oportunidad de unión familiar

Sin duda, una de las temporadas que producen mayor inquietud en las madres y padres que trabajan, es la de las vacaciones escolares. Y es que aún cuando las han atrasado un poco, el momento llegará pronto.

Ante esto, seamos honestas y respondamos ¿me gusta que mis hijos estén de vacaciones?, o ¿mi preocupación durante el trabajo es mayor sabiendo que están en casa?

A unas semanas de que inicien, hay tiempo de planear la situación. Si tienes posibilidad de dejar el trabajo por unos días, ¡házlo! Las vacaciones pueden ayudar mucho a la familia si están bien organizadas.  Al salir de la rutina, tenemos la oportunidad de relajarnos, convivir y conocer más de nuestros hijos. Para ello, no hay porqué salir a un lugar lejano o caro, lo importante es hacer algo diferente en familia, que guste y divierta a todos.

Si el trabajo no te permite salir, es recomendable buscar actividades para los hijos: cursos de verano, actividades deportivas, clases de música, pintura; o en caso de ser ya adolescentes algún trabajo relacionado con sus estudios que les ayude a mejorar como personas.

Al sugerir una convivencia más estrecha con la familia, es posible que surjan algunas reflexiones como: ¿Qué tanto me comunico con mis hijos?,  ¿Qué tanto los conozco de verdad: sus gustos, miedos, aspiraciones y preocupaciones?, o bien hasta reconocer que son mis hijos, los quiero mucho, pero son lejanos a mí. Parte de estos cuestionamientos se pueden resolver identificando el tipo de comunicación que hay en el núcleo familiar.

La comunicación con mis hijos

La comunicación es un proceso dinámico que hacemos todos los días: comunicamos ideas, sentimientos, pensamientos, emociones. Parece fácil pero, según terapeutas reconocidos, el 90% de los problemas familiares son por  falta de una buena comunicación.

No es sólo transmitir información: ¿Cómo te fue hoy? ¿Qué hiciste?,  Mañana tienes que ir a…  o hacer tal cosa. Es realmente saber decirle al otro lo que piensas o sientes y recibir del otro aquello que siente o piensa.

Existen niveles de comunicación en las familias:

– Nivel superficial: viven juntos pero no coinciden, ven televisión pero no hablan o discuten,  los temas que se hablan son banales: ¿Qué tal el clima? ¿Hay mucho tráfico?; el papá trabaja todo el día, la mamá trabaja ya sea en la casa o fuera de ella,  cada hijo anda por su lado.   No hay unión.

– Nivel intermedio: aparentemente están unidos, a veces comparten conversaciones, consejos y opiniones,  no existe intimidad,  cada quien está en su “parcela”.

 – Nivel profundo: se vive en familia, comparten por lo menos una comida al día, hay reuniones familiares, se escuchan, se ayudan y se tienen confianza.

Nuevamente con honestidad, respondamos ¿Cómo es la comunicación con mis hijos?: superficial, intermedia o profunda. Una vez reconocido el modelo, es posible mejorarlo. He aquí algunos consejos para una buena comunicación:

  • Compartir gustos, aficiones, experiencias
  • Hablar con calma
  • Escuchar primero
  • Estar disponible
  • Que todos opinen
  • Corregir a los hijos a solas
  • Alegría y buen humor
  • Respetar a cada miembro de la familia
  • Dar las gracias y pedir las cosas por favor
  • Ser cariñosos y expresivos
  • Ver poco tiempo la televisión
  • Hablar en positivo, evitar las críticas
  • Celebrar fiestas familiares
  • Organizar excursiones, vacaciones y juegos juntos
  • Comer juntos por lo menos una vez al día

Es importante evitar la práctica de ciertas actitudes hacia nuestros hijos como son: burlas, insultos, amenazas, sermones, discusiones sin sentido, juicios, castigos físicos o morales fuertes,  portazos, gritos, caras largas, groserías, callar al otro, o bien, actitudes de indiferencia o superioridad. Estas acciones sólo harán que nuestra comunicación sea cada vez más difícil y lejana.

Con todo esto, te invito a que aproveches el próximo periodo de vacaciones para acercarte más a ellos, para conocer realmente su forma de pensar y de sentir, y que ellos conozcan la tuya,  para que en lugar de que sea una temporada de inquietud, añoremos esta magnífica oportunidad de unión familiar.

Autora: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer.

Correo: cervantes.lucia@gmail.com  

Sitio web: www.lucialegorreta.com

Facebook:  Lucia Legorreta

Mientras discutimos sobre el aborto…
Mientras discutimos sobre el aborto…

La discusión sobre el aborto sigue en pie. Los argumentos de los defensores de la mal llamada “libertad de elección” (libertad para decidir la muerte de un hijo) y los argumentos de los defensores de la vida (del hijo y de su madre, porque los dos son iguales en dignidad) repiten una y otra vez sus argumentos, tal vez los mismos durante años y años de debate.

Mientras la discusión continúa, miles, millones de hijos son eliminados, son abortados. Unos, bajo el amparo de las leyes que han despenalizado o liberalizado el aborto. Otros, en la clandestinidad, porque ni siquiera desaparece el aborto clandestino allí donde ha sido legalizado.

Todos, los unos y los otros, mueren, y dejan una herida profunda en el corazón de sus madres.

El dato frío de los millones de víctimas del aborto no debe dejarnos insensibles. No hemos de pensar que será la historia, el mañana, quien juzgue con dureza a la actual generación por haber asistido con frialdad a una masacre de proporciones apocalípticas, con millones y millones de hijos asesinados cada año.

Ya ahora el corazón denuncia que estamos en un mundo injusto y cruel, donde la vida de los más indefensos y pequeños, los hijos, vale muy poco, pues pueden ser eliminados por motivos muy variados: a veces por el simple deseo de tener más tiempo para acabar la carrera, o para no perder el trabajo, o para evitarse un problema en familia, o porque el hijo tenía algún “defecto” que lo convertía en “indigno” de continuar la aventura de la vida.

Mientras discutimos sobre el aborto, en este día, morirán miles de hijos. Su muerte deja un hueco en la historia humana. Sus vidas provocan un vacío no sólo de bocas, de manos, de corazones, sino de libertades, de ideas, de sueños, que no llegaron a ponerse a trabajar porque otros decidieron que no nacieran.

Mientras discutimos sobre el aborto, mientras buscamos cómo convencer a la otra parte de su error, una vida acaba de ser cercenada en sus inicios. Quizá también él querría haber dado su punto de vista, quizá habría dicho que vale la pena respetar a los que ya existen, aunque sean muy pequeños o lleguen en un momento difícil para la mujer o para la familia.

Ese hijo no podrá reprocharnos tanta cobardía, tanto egoísmo, tanto retorcimiento dialéctico cuando todo es mucho más sencillo y claro: cada embrión, cada feto, es un hijo.

Así de sencillo y así de hermoso, así de comprometedor y así de magnífico. Como lo fuimos tú y yo y todos los que ahora respiramos.

Nos corresponde, por eso, poner en marcha un esfuerzo sincero para que todos, en un mundo más justo y más lleno de amor, puedan nacer con la ayuda y la asistencia de quienes vivimos a su lado.

Cuando el hijo llega enfermo…
Cuando el hijo llega enfermo…

Bentley Glass (1906-2005), un famoso genetista, escribió hace años que no debería nacer ningún hijo con defectos.

En un artículo publicado en una revista científica en 1971, decía literalmente: «En el futuro ningún padre de familia tendrá derecho de cargar a la sociedad con un hijo deforme o mentalmente incapaz». Apoyaba esta idea con la defensa del derecho a nacer con una sana constitución física y mental.

Han pasado más de 30 años de unas afirmaciones que eran, en su tiempo, una provocación, un reto, casi una amenaza. Hoy día, sin embargo, las palabras de Glass están convirtiéndose en una triste realidad: con o sin presiones, muchos padres deciden no acoger la vida del hijo que llega enfermo. Usan, para actuar así, la misma excusa propuesta por Glass: todo niño tendría derecho a nacer sano. Lo cual se ha convertido en negar el derecho a nacer para los hijos enfermos.

Muchas sociedades, hemos de reconocerlo en justicia, han hecho un trabajo enorme para permitir el acceso a los edificios y a la vida comunitaria de personas con lesiones o enfermedades de diverso tipo. Pero ese esfuerzo a favor de los minusválidos convive trágicamente con la eliminación de miles y miles de hijos antes de nacer, porque un test genético o una ecografía descubrió en ellos defectos de mayor o menor gravedad.

En un libro publicado el año 2002, Leon Kass, conocido experto de bioética en los Estados Unidos, exponía esta anécdota. Un médico, acompañado por sus alumnos, visitaba a los pacientes de un hospital anexo a un centro universitario. Se detuvo ante un niño de 10 años que estaba allí por haber nacido con espina bífida, pero que en lo demás era bastante normal. En voz alta, delante del niño, explicó a sus alumnos: “Si este niño hubiera sido concebido hoy día, habría sido abortado”.

Ver al hijo enfermo como una carga, pensar incluso que sería normal o que existiría una “obligación” de eliminarlo, debería provocar una sana reacción de alarma. No podemos permitir que se discrimine, que se margine, que se elimine, a un ser humano por el hecho de tener defectos. Necesitamos movilizarnos, a nivel personal, familiar, social, en el mundo de la cultura y de la medicina, para que nunca una enfermedad o un cromosoma se conviertan en un permiso, o peor aún, en un mandato, para eliminar al hijo.

Las afirmaciones de Bentley Glass viven hoy día entre quienes, a través de la fecundación artificial, buscan “producir” hijos sanos. No nos advierten de la doble injusticia que se esconde en esas “producciones”: por un lado, recurrir a la fecundación artificial, con todos sus peligros y con su tendencia a considerar al hijo como objeto; por otro, escoger, después de un análisis genético, sólo a los embriones (hijos) sanos, mientras los embriones enfermos son eliminados o congelados de modo indefinido.

El progreso de la medicina diagnóstica y de la genética debe ir acompañado por un progreso en la justicia y en el amor hacia todos y cada uno de los seres humanos. Conocer la situación sana o enferma de un hijo tiene sentido humanizante sólo si buscamos cómo curarlo y cómo atenderlo de la mejor manera posible.

Un test nunca debe convertirse en un permiso para matar. Más bien, el test tendrá que ser siempre un medio para ayudar y proteger la vida de cada ser humano. Lo cual será posible sólo si el test está acompañado por una conciencia recta y por un corazón bueno, capaz de reconocer que, siempre, sin condiciones, cada vida humana es algo maravilloso, merecedor de nuestro amor y de la mejor asistencia médica.

Fuente: Fernando Pascual