Mucho se ha hablado del equilibrio que tiene que lograr la mujer entre su familia y su trabajo, sin embargo, estoy convencida que la lucha por este equilibrio es también tarea del hombre. Incluso, valdría la pena preguntarnos ¿hasta dónde tiene el hombre asumida su propia misión en la familia?
Antes de continuar, cambiaré las palabras de hombre y mujer, por las de papá y mamá. Hecho esto, diré que en nuestro país seguimos pensando y viviendo el viejo modelo de pareja en la que el papá es el proveedor o abastecedor económico de su familia, y es quien delega funciones, entre las cuales se encuentra el que la mamá sea quien debe educar a los hijos.
Sin embargo, tanto el padre como la madre de familia pueden dirigir su trabajo a robustecer su YO, a tener popularidad, dinero, a amar su profesión por encima de todas las cosas, o realizarlo buscando el bien de su familia.
En este sentido, considero que el trabajo debe estar subordinado a la familia y no situarlos al mismo nivel, ya que el motor del trabajo es la familia, pero el motor de la familia es mucho más amplio, es el amor.
De hecho, importa menos fracasar en el trabajo si la persona continúa siendo admirada y apoyada por su propia familia. En cambio, una vez rota la familia se incrementa la probabilidad de fracasar también en el trabajo.
Esto lo digo porque los hijos necesitan, desde que nacen, el apoyo y apego de su padre. La excesiva presencia del padre en el trabajo, no justifica su ausencia en la vida de familia. Hoy en día, esto es un punto importantísimo y considero que muchos de los padres actuales ni siquiera se han planteado el problema.
Se ha demostrado que la ausencia física del padre puede hacer mucho más daño psicológico a su hijo que la natural ausencia que se produce cuando el padre muere.
Algunas de las consecuencias – estudiadas por expertos- ante la ausencia del padre pueden ser: disfunciones cognitivas, déficits intelectuales, privación afectiva, inseguridad, baja autoestima o mal desarrollo de la identidad sexual
Recuerdo lo que dice Aquilino Polaino, gran psiquiatra y profesor universitario, al señalar que: “algunos de mis alumnos tienen problemas y no los tendrían, seguro estoy de ello, si hubieran tenido el necesario afectivo y efectivo contacto con su respectivo padres varones….en muchos de ellos se advierte el hambre de paternidad, que sólo puede satisfacerla su propio padre”.
También en la Universidad de Valencia se ha investigado al respecto. Ahí se llevó a cabo un estudio entre niños de siete y catorce años, preguntándoles cuáles eran las dos cosas que los hacía más felices; casi un 90% contestó: estar con mis papás y tener hermanos.
Reconozcamos que muchas veces los papás estamos inmersos en el trabajo con la idea de generar bienes materiales, pero nos olvidamos de estar con los hijos, en especial, es el hombre quien se pierde de ese gran valor y satisfacción que da el ser un auténtico padre de familia.
En el matrimonio y en el hogar hay dos cabezas que pueden alternarse, suplirse, complementarse, delegarse, o actuar simultáneamente según convenga a los hijos y a la familia.
Sin duda, más allá de la parte económica lo que realmente nos debe importar es el patrimonio vital, esto es, las vivencias que desde niños guardamos en el corazón y que recordamos por siempre.
De ahí que puede ser interesante preguntarnos ¿Qué nos gustaría que nuestros hijos recordaran de nosotros como padres, de la educación que les estamos dando? O simplemente ¿Qué recuerdos tenemos de nuestro papá?
Si tu respuesta no es tan clara, ahora es el momento de hacer cambios que nos haga replantear el significado de la paternidad, vale la pena intentarlo ¿no crees?
Autor: Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.
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