Por: Fernando nañez Delgadillo
La conciencia
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente.
El ser humano es la única criatura en el cosmos que puede conocer y entender su entorno, y no solamente conocer lo externo sino también conocer su interioridad, conocerse a sí mismo.
Este era el epitafio escrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos y desde la antigüedad los griegos proponían esta máxima como el mejor exponente de la racionalidad humana. Es por medio del conocimiento de sí mismo que el ser humano se conoce como un “yo”, un ser individual dotado de dignidad y valor. En este yo el ser humano se reconoce a sí mismo como sujeto y objeto de sus propias acciones, reconociendo un deber moral sobre sus acciones y constituyéndose a sí mismo como juez y parte del juicio ético de su obrar según la recta razón.
La mayoría de los seres vivos encuentran su perfección natural desde los pocos meses de crecimiento, sin embargo, el ser humano necesita décadas para poder desarrollar su capacidad natural racional en un constante perfeccionamiento de su naturaleza.
La naturaleza humana está basada en dos componentes fundamentales que hacen al hombre el culmen y centro de lo creado: Conciencia y libertad. Son estas dos capacidades humanas las que fundamentan la objeción de conciencia y así mismo sobre las cuales se cimentan la ética y el derecho. Cada vez que el ser humano obra según su razón y su libertad toma conciencia de sí y se perfecciona en su humanidad.
En este capítulo expondremos tres temas de gran consideración para entender el fundamento filosófico de la objeción de conciencia: A) Qué es la conciencia. B) La noción de la objeción de conciencia.
- Qué es la conciencia
La conciencia o autoconciencia es un término desarrollado por múltiples pensadores y filósofos a lo largo de la historia de occidente. El Ser humano es el único animal capaz de hacer una representación introspectiva de sí mismo y reconocerse como un “yo” individual. Esta capacidad es la que alza al hombre sobre los demás animales y le dota de dignidad y personalidad. Por esta capacidad intelectiva humana el ser humano conserva la unidad de su persona a través de los cambios temporales, logrando así satisfacer el problema primitivo del uno y múltiple en el hombre mismo.
El hecho de que el hombre pueda tener una representación de su yo le realza infinitamente por encima de todos los demás seres que viven sobre la tierra. Gracias a ello es el hombre una persona, y por virtud de la unidad de la conciencia en medio de todos los cambios que pueden afectarle es una y la misma persona, esto es, un ser totalmente distinto, por su rango y dignidad, de las cosas, como son los animales irracionales, con los que se puede hacer y deshacer a capricho.
El proceso de la conciencia o autoconciencia se da por un complejo sistema mental humano ad intra en donde el hombre reconociéndose como un “Yo” hace una abstracción de sí mismo haciéndose producto de su pensamiento a la manera de un objeto reconociéndose a sí mismo como otro “Yo” es decir un “Él”. El primer “Yo” se erige como juez de las acciones de su abstracción, juzgando su proceder y emitiendo una sentencia sobre su acción según sus propias convicciones sobre la propia ética (concepción propia del bien y el mal). Es decir que se convierte en juez y parte de su propio juicio, naciendo así la ética.
Yo soy consciente A) de mí mismo como sujeto pensante B) de mí mismo como objeto de mi intuición. La autoconciencia de la intuición y del pensamiento, se conjuga en una representación, esta es la conciencia, y el imperativo al cual el intelecto se somete (conócete a ti mismo) es el principio de hacer un concepto del propio sujeto como objeto de la intuición, o así mismo de subordinarlo a eso.
La persona es un absoluto en sí mismo, el ser humano se desarrolla en su personalidad a través del tiempo por medio de la conciencia de sí mismo, logrando así su identidad existencial. Es por ello que el derecho y la ética exigen el respeto a la dignidad humana en el libre uso de su derecho de identidad y conciencia de sí. El hombre posee la capacidad de autogobernarse a sí mismo por medio del ejercicio de su inteligencia y voluntad y por ello sólo en el respeto a su libertad de conciencia de creencias tanto éticas como religiosas se podrá respetar verdaderamente su dignidad y derechos.
“El cuidado que ha de tener el Estado en no inmiscuirse en las cosas de la religión no significa que, en cuanto se entre en el terreno moral o religioso, sea preciso que el Estado se mantenga al margen y sea reducido a la mera inercia. El Estado no tiene autoridad para imponer o prohibir el fuero interno de la conciencia una creencia religiosa cualquiera”
- La noción de objeción de conciencia
La RAE define la objeción de conciencia como: Negativa a realizar actos o servicios invocando motivos éticos o religiosos.
En efecto las circunstancias o ámbitos donde se plantea la objeción de conciencia se desarrollan cuando una ley que impone un hacer o no hacer daña las creencias tanto personales como religiosas de una persona, es entonces cuando la persona entra en un conflicto interno entre la obediencia al Estado el cual por medio de la coacción de las leyes le impone una conducta o la obediencia a sus convicciones más profundas tanto éticas como religiosas en contra de esa conducta que el Estado por medio de las leyes le impone.
En este apartado expondremos dos problemáticas para aclarar la noción de la objeción de conciencia: 1.- Las leyes injustas 2.- El derecho a ir en contra del derecho.
La ley positiva es la creación humana escrita que da certeza jurídica y ofrece un justo medio a los dos polos que se constituyen en toda sociedad: autoridad y gobernados. Por medio de las leyes se facilita la convivencia social y se exponen las normas de comportamiento que de ser transgredidas el poder coactivo del Estado tiene como objeto juzgar y castigar. Sin embargo, a pesar de ser estas leyes bien instituidas por medio del debido proceso, pueden ir en contra del bien común, de la sociedad y por ende en contra de la persona misma, por lo que se convertirían en leyes autoritarias y despóticas. Estas leyes serán pues leyes injustas o anti leyes, por lo cual es obligatoria su desobediencia.
Es por ello que desde la antigüedad pensadores y juristas han defendido la existencia de una ley no escrita, una ley que está inserida en todos los seres humanos y forma parte de nuestra naturaleza, hablamos de la ley natural. La ley natural es encontrada en la conciencia y es en ella donde los seres humanos encuentran los principios claves de su obrar racional, considerando en ella sus acciones como buenas o malas. Por esto el derecho humano a la libertad y objeción de conciencia es fundamental, pues en el ejercicio de este derecho los hombres encuentran su libertad y el desarrollo de su persona.
Los pensadores y juristas del derecho natural pueden ser divididos en dos grandes grupos según su época histórica: el Iusnaturalismo trascendente y el iusnaturalismo inmanente. El iusnaturalismo trascendente es aquel que hunde sus bases en una ley natural dada por la divinidad, en ella encontramos a los pensadores clásicos griegos y a los juristas romanos junto con los pensadores de tradición judeo-cristiana. El iusnaturalismo inmanente es aquel que no se fundamenta en la existencia de una divinidad para dar dignidad al ser humano, sino que hunde sus bases en el hombre mismo y en su naturaleza racional, en ella encontramos a los pensadores ilustrados del siglo XVIII y XIX los cuales influyeron notablemente en la constitución de la declaración universal de los derechos humanos de 1948.
El iusnaturalismo trascendente y la objeción de conciencia.
Platón en su libro sobre las leyes expone que estas fueron instituidas por los dioses para lograr con ellas la semejanza del hombre y de dios. Es por ello que toda ley debe exponer los más grandes ideales que hagan al ser humano más humano rigiéndose por cuatro pilares fundamentales que son: la prudencia o sabiduría, la justicia, la fortaleza y la templanza o dominio de sí y de los instintos, logrando así la justicia perfecta.
Toda ley debe estar basada en la ley natural, siendo esta la ley no escrita que contiene el conjunto de hábitos y costumbres que desde tiempos ancestrales los hombres más sabios han descubierto en la propia naturaleza humana, es de esta ley no escrita de donde emana la ley escrita. Platón define la ley natural como el orden racional que desde tiempos arcaicos los hombres más sabios han enseñado a la humanidad, proponiendo que si por la perversidad de los legisladores estas leyes inmutables cambiaran, se demolería el edificio de la sociedad.
En efecto, son vínculos que unen todo el orden político situados en el medio de todas las leyes que se dieron, se dan y se darán por escrito, realmente como usos ancestrales y muy arcaicos, que, si están bien establecidos como costumbres, protegen y conservan plenamente las leyes que se han promulgado por escrito hasta ese momento, pero en caso de que con desorden se aparten de lo bello, como los apeos en los edificios que levantan los constructores, se derrumban desde el centro y hacen que todo se precipite hacia el mismo punto
El mayor exponte de la contradicción entre las leyes humanas y la ley natural la encontramos en el caso de Antígona, tragedia griega contenida en el libro de Esquilo “los siete contra Tebas” y de Sófocles “Antígona” en donde la ley del rey va en contra de los usos y costumbres ancestrales, haciendo una ley positiva contraria al derecho natural.
En la tragedia Antígona enfrenta al legislador diciéndole que hay una ley por encima de su autoridad, una ley a la que todos los seres humanos le deben obediencia antes que a las del Estado, y que su incumplimiento tiene peores consecuencias que aquellas que el poder coactivo y coercitivo del Estado puedan proporcionar. El caso de Antígona puede ser la más antigua exposición del derecho humano al derecho a la objeción de conciencia, si bien fue condenada a muerte en la tragedia griega.
Sí, porque no es Zeus quien ha promulgado para mí esta prohibición, ni tampoco Niké, compañera de los dioses subterráneos, la que ha promulgado semejantes leyes a los hombres; y he creído que tus decretos, como mortal que eres, puedan tener primacía sobre las leyes no escritas, inmutables de los dioses. No son de hoy ni ayer esas leyes; existen desde siempre y nadie sabe a qué tiempos se remontan. No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes. Sabía muy bien, aun antes de tu decreto, que tenía que morir, y ¿cómo ignorarlo? Pero si debo morir antes de tiempo, declaro que a mis ojos esto tiene una ventaja.
En la época romana podemos encontrar al más grande jurista y maestro del derecho que la cultura romana ha dado a la humanidad. Marco Tulio Cicerón expone en varios tratados sobre las leyes y los deberes la existencia de una ley interior al hombre, la cual no es otra que su racionalidad natural, Es esta sabiduría humana lo más divino que el ser humano posee, y aquello que lo asemeja más a los dioses.
Categoría:Bioética
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, conciencia, Ética, filosofos, Humanos
Dra. Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte
Profesora e investigadora Facultad de Bioética
Universidad Anáhuac México
En medio de tantos casos de muertes y de sufrimiento humano en el último año, la propuesta transhumanista de crear una nueva especie humana libre de dolor, envejecimiento, y con capacidades intelectuales y cognitivas superiores a las actuales, suena apetecible y más realista que nunca; sin embargo, hay que advertir los riesgos que esta corriente conlleva en su práctica al implicar, entre otras cosas, nuestra propia desaparición como humanos.
El Transhumanismo es un movimiento científico, filosófico y cultural que parte de la idea de mejorar la especie humana para convertirla en una mejor, carente de la invalidez en que el límite humano nos sumerge como el envejecer, el sentir dolor, morir, o experimentar el detrimento progresivo de nuestras capacidades físicas y cognitivas.
Afirma que la evolución no ha terminado y que aún es posible, con la ayuda de la tecnología y de la ingeniería genética ir transitando hacia una especie mejor, abandonar el límite humano y convertirnos, primero en transhumanos y, luego, en posthumanos.
Los transhumanos son los individuos que han sido modificados a nivel genético para no desarrollar ciertas enfermedades o con la incorporación de las biotecnologías para potenciar capacidades físicas como la vista, la audición o la memoria. El problema ético fundamental que comporta este deseo es que el ansia de querer siempre más es incontrolable y una vez que probamos los efectos de una pastilla para mantenernos alerta y lúcidos, de una operación láser para ver más nítidamente o de usar ciertas tecnologías para ganar juegos deportivos, no sentir miedo ante peligros inminentes, aprobar exámenes difíciles, etc, no hay vuelta atrás, siempre querremos más y más. Existe una hybris, o deseo incontrolado en el ser humano incapaz de diferenciar cuándo es importante curar una condición o mejorar una capacidad para que la persona pueda desempeñarse mejor en sus actividades diarias y cuándo se trata solamente de un deseo de perfeccionamiento tan improbable como lo es la idea misma de perfección. La diferencia entre curar y mejorar es diáfana cuando en el horizonte se dibuja la perfección.
En la película Limitless, el personaje se adentra en un camino sin fin cuando descubre una pastilla que le permite una lucidez mental tal que es capaz de escribir un libro sin detenerse hasta que su adicción a la misma comienza a tener consecuencias indeseables. Por su parte, Lucy, el personaje de ciencia ficción que es potenciada cuando ciertas sustancias explotan en su interior, termina por convertirse en un USB con información privilegiada que es entregado al final de su existencia como prueba de su paso por este mundo. Ambos personajes fueron mejorados hasta la perfección, pero ésta terminó por no ser lo que ambos aspiraban.
El segundo estrato al que aspiran los transhumanistas es al posthumano, un ser humano que viva al menos 500 años, con un IQ el doble de lo más alto conocido a la actualidad y, por supuesto que no sea amenazado por fenómenos naturales o patógenos que pongan su vida en peligro, es decir, un ser humano no humano.
La salud sólo se entiende a partir de su contrario: la enfermedad, y entre ellas hay un nexo inseparable. Si lo que se quiere erradicar es lo segundo, al hacerlo, lo primero carece de sentido. En el esquema planteado, hablar de salud sería tan impráctico como el mismo ideal de perfeccionamiento al que anhelan.
El uso de las biotecnologías y de la ingeniería genética es altamente deseable y debe siempre procurarse con el objetivo de aliviar y prevenir enfermedades, de brindar una mayor calidad de vida, de erradicar condiciones amenazantes para la supervivencia, pero advierte, en sí mismo, algunos riesgos como el querer transformar la especie humana en algo tan perfecto que de tanto serlo, deje de ser humana. Quizá sea precisamente nuestra fragilidad, nuestro dolor y sufrimiento, nuestro límite y vulnerabilidad lo propio de la condición humana y lo que nos hace verdaderamente humanos.
Categoría:Bioética
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, Ética, Humanos, no humanos, posthumanos, Transhumanismo
Las abejas son una especie que trabaja en conjunto como sociedad. Y a su vez favorece a otras especies que se encuentran en su entorno: como las flores, y al mismo humano. Cada una de ellas, dentro de la colmena, están dispuestas a jugar el papel que se les ha sido asignado. Su sociedad es como un reloj suizo que lleva un ritmo preciso para poder alcanzar los objetivos. Juntos como sociedad trabajan, como diría Emilie Durkheim con una solidaridad mecánica, donde se dividen y se estructuran a partir de su funcionalidad. Trabajando como engranes para que al final la sociedad de las abejas se mueva hacia una armonía de todos para todos.
La reina tiene un trabajo especial, siendo única dentro de la sociedad, es quien se reproduce tantas veces sea necesario para las necesidades de la colmena.
Por otra parte, encontramos a las obreras, estas son la fuerza del grupo, y las que buscan la homeostasis social. Son las que salen en busca de polen y las que construyen y mantiene la colmena.
Por último, pero no menos importante, están los zánganos, abejas que dan su vida para la reproducción de más abejas obreras.
Podemos ver que todas tiene sus papeles —una subsidiaridad social—, y en conjunto forman el integrante más importante, la colmena. Es el más importante porque se conforma de todos y todos se conforman de ella, sin ella no podrían estar protegidos ni de los demás ni de ellos mismos.
La colmena es una armadura perfectamente estructurada, en la que no se conforma ni por cuadrados, ni por círculos, si no por hexágonos; una nueva vertiente de pensamiento donde las cosas no son de un todo absoluto ni relativo. Sino que es una unidad de pensamiento basada en el respeto y el trabajo en equipo.
Este último integrante se alimenta del trabajo arduo de las abejas obreras, quienes a pesar de recibir el nombre de “obreras” las vemos como una sociedad en general, de la cual cada uno de los miembros cuenta con un papel fundamental para el cumplimiento de las necesidades de la colmena.
Sin embargo, la colmena tiene una debilidad, sus propios miembros. Por naturaleza, esta está hecha de cera, la cual soporta hasta los 37ºC, después de eso se derrite. Ante este peligro, las abejas obreras se empapan de agua y mantiene fresca la cera que conforma la colmena.
La fuerza de esta estructura no se la da su material, sino los miembros que habitan en ella. Si fuera por ella sola, en pocos días moriría. Son las mismas abejas quienes trabajan por mantenerla viva.
La vida dentro de la colmena se la da el trabajo de las abejas, para que esta se mantenga sana, se requiere de una solidaridad y una aceptación del trabajo de cada una de las ellas.
Autores como Camilo José Cela Conde han publicado y utilizado la metáfora de “La Colmena” como protesta entre clases sociales. Sin embargo, en esta ocasión se utilizará como unión y fortaleza de nuestra sociedad.
No son los obreros los que están abajo, sino los que mantienen la colmena viva. Los obreros somos todos, todos los que nos levantamos día a día en búsqueda de elementos que fortalezcan nuestra sociedad. Que nos levantamos en busca de fortalecer nuestra ética, ya que esta es la única que puede servir como agua para que nuestra colmena no se derrita.
Vemos a una sociedad humana la cual se base en el poder, sin saber cuál es realmente el papel de cada quien. Sin importarnos que todos pertenecemos a la misma colmena, solemos trabajar cada quien por nuestro lado y de forma apática.
Pero hay que darnos cuenta que nuestra colmena está por llegar a los 37º C y después de esto no hay vuelta atrás. Así como la clave de las abejas para que su colmena se mantenerla fresca es trabajar en equipo como una sola, nosotros debemos de empaparnos de los principios éticos que nos permitan refrescar nuestra colmena. Una vez dijo Ayad Akhtar “El secreto de una vida feliz es el respeto. Respeto por ti mismo y respeto hacia otros…” Es por ello que nuestros principios éticos deben de ser de uno para los demás, evitando el mal, obrando con el bien, tratar a los demás como te gustaría ser tratado, aceptar a los demás, evitar juzgar a la persona, pero si a sus actos, entre muchos otros.
Podemos juntarnos y ser más fuertes, no para luchas contra nuestros enemigos, sino para no derretirnos a nosotros mismos.
Autor: María Gabriela Conde Lazos y Mustieles
Categoría:Bioética
Etiquetas: abejas, Bioética, Bioética para todos, colmena de la ética, Ética, Humanos, sociedad
Vivimos en un mundo donde algunos aplican dos pesos y dos medidas. Por ejemplo, cuando se da más importancia a los huevos de águila que a los embriones humanos.
Constatamos, en efecto, la existencia de países en los que los embriones humanos pueden ser abortados si no han cumplido un número de semanas fijados por la ley. Porque, según se dice, todavía no están desarrollados, no son “personas” ni merecen protección legal.
Al mismo tiempo, esos mismos países aprueban normativas que prohíben la destrucción de los huevos fecundados de águila, ni siquiera cuando el desarrollo embrionario de esos huevos apenas está en sus inicios.
Es obvio que resultaría ridículo aprobar una ley para proteger aves en peligro de extinción que tuviese una formulación como la siguiente: “Serán multadas aquellas personas que destruyan huevos fecundados de águilas que tengan más de 10 días de incubación. Cuando sea destruido un huevo fecundado que tenga menos de 10 días de incubación el acto no adquiere responsabilidad penal”.
Los amigos de las águilas y los ecologistas dirían que esa ley es absurda. Y tendrían toda la razón. Para proteger la reproducción de un ave se requiere aprobar normas que garanticen al máximo la integridad de todos sus huevos fecundados.
Establecer una línea divisoria entre huevos protegidos y huevos no protegidos llevaría a permitir que los enemigos de las aves pudiesen destruir cientos de huevos “prematuros” o de pocos días sin ser castigados por ello, lo cual implicaría gravísimas consecuencias para la supervivencia de la especie que se desea proteger.
Pero no nos damos cuenta de que es mucho más grave el absurdo de aquellas “leyes de plazos” que permiten el aborto de los embriones humanos cuando son muy pequeños, y luego protegen a los embriones cuando están más crecidos. ¿Es que es menos importante un hijo que una cría de águila?
Frente al absurdo de situaciones como las que ya se dan en algunos países que se consideran “progresistas”, “democráticos”, y promotores de los derechos de la mujer, hay que abrir los ojos y despertar las conciencias: nadie, por ningún motivo, debería tratar a otro ser humano como un objeto que pueda ser destruido a placer, y nunca, por ningún motivo, deberíamos aceptar que un animal cuente con más protección legal que un hijo.
Garantizar la oportunidad de nacer a todos los hijos, ayudar a sus madres, promover y aprobar leyes auténticamente justas, es una urgencia mayor que la que algunos sienten por rescatar los huevos de algunas aves consideradas muy valiosas. Porque la vida de un niño siempre será más importante que la vida de un águila, y porque si queremos salvar las aves de nuestro planeta es para que puedan disfrutar de su presencia, algún día, hijos que han sido respetados y amados en su dignidad maravillosa y en sus derechos fundamentales.
Fuente: Fernando Pascual.
Una manifestación de cientos o miles de personas no refleja la mentalidad de un pueblo. Pero puede ser una señal indicativa de los valores aceptados por algunos (o por muchos) miembros de la sociedad.
Ocurre, en algunos lugares del planeta, que se concentran centenares de personas para protestar contra las corridas de toros o contra el modo de tratar a los animales en algunas granjas.
En esos mismos lugares, y a veces cerca de donde pasa la manifestación antitaurina, hay edificios en los que se practica el aborto de embriones y fetos humanos. Frente a esos edificios son escasas, y a veces están prohibidas, las manifestaciones de los grupos pro vida que buscan salvar a seres humanos muy pequeños y desprotegidos.
Como quedó dicho al inicio, la presencia de gente en la calle no refleja la mentalidad de un pueblo. La vistosidad de una manifestación en favor de los animales no es sinónimo de que, para la mayoría, sea más importante la vida de un animal que la vida de los seres humanos.
Pero surge la pregunta: ¿no merecerían los embriones humanos un esfuerzo constante y eficaz por parte de todos los defensores de la justicia para que no se llegue nunca a la opción de abortar a un hijo? ¿No falta una auténtica movilización de las conciencias para contrarrestar la muerte de tantos miles y miles de seres humanos por culpa del aborto?
Para tranquilidad de quienes defienden de modo correcto lo que merecen los animales, el esfuerzo en favor de los embriones humanos no implica despreocuparnos de las palizas que puedan sufrir los perros callejeros, ni tampoco desinteresarnos ante algunos sistemas de explotación excesiva en los que viven animales en las “granjas industriales”.
Pero a la hora de actuar, hace falta descubrir, desde una simple reflexión sobre la dignidad humana, que primero están los seres humanos, y luego los animales. No sólo porque también los seres humanos son “animales” dignos de respeto (aunque, por desgracia, hay quien prefiere estar entre gatos que entre hombres), sino porque en cada hombre y en cada mujer se esconde un tesoro de riquezas y de posibilidades por su apertura al conocimiento y su capacidad de amar.
Una de las urgencias de nuestro mundo consiste en tutelar la vida de los embriones humanos. No es justo ningún pueblo que permite cercenar en sus inicios la existencia de miles de hijos. La vida de esos seres humanos en pequeño merece ser tutelada, acogida, ayudada. Así algún día también ellos podrán tender su mano a otros seres humanos, y aprenderán que el respeto a la vida implica un trato adecuado (aunque nunca igual al que se ofrece a los hombres y mujeres que conviven con nosotros) a los animales que embellecen nuestras ciudades y nuestros campos.
Fuente: Fernando Pascual.