¿Qué es el embrión? Un jurista puede situarlo en dos categorías que se excluyen mutuamente: es una cosa (un objeto, un bien) o es una persona (un sujeto). Si es una cosa, su valor depende de parámetros establecidos por otros: el parlamento, el mercado, los padres, los científicos. Si es persona, tiene un valor intrínseco, sus derechos merecen ser respetados por encima de la prepotencia o de los abusos de cualquier otro sujeto.
Es cierto que tener derechos no garantiza su ejercicio. Muchos miles de seres humanos están privados del derecho a la salud, al trabajo, a la educación, a la casa. Pero el reconocer que cualquier ser humano tiene los mismos derechos que los demás seres humanos es el primer paso para el esfuerzo individual y colectivo en favor de la tutela y de la promoción de tales derechos.
Los embriones humanos, hoy por hoy, se encuentran sumamente desprotegidos, hasta el punto que en algunos lugares está penalizada la destrucción de huevos de ciertos animales mientras se puede practicar el aborto o destruir embriones sin incurrir en ningún delito.
¿Por qué ocurre esto? Porque algunos estados y modelos sociales han olvidado o negado el estatuto humano del embrión durante las primeras semanas (a veces durante los primeros meses) de su vida en el seno materno o en el laboratorio. Porque el embrión humano ha sido puesto en manos de científicos que pueden producirlos, seleccionarlos, congelarlos, transferirlos, usarlos o destruirlos según criterios que varían mucho entre estado y estado. Porque ha sido abandonado a su suerte en numerosas legislaciones que han legalizado o despenalizado el aborto provocado. Porque el embrión humano ha sido dejado de lado u olvidado en el horizonte de miles de hombres y mujeres de buena voluntad que luchan por los derechos civiles de otros seres humanos, pero que olvidan al más pequeño y más indefenso miembro de nuestra especie.
Frente a visiones insuficientes del derecho, frente a la ausencia de una sana antropología, hace falta una reflexión serena y seria sobre lo que inicia desde que se unen un óvulo y un espermatozoide. ¿Cuál es el resultado de este complejo y magnífico acontecimiento?: es una nueva realidad biológica, es un ser que se autoorganiza en vistas a seguir su desarrollo, es una vida que está en continuo diálogo con el ambiente que lo rodea, es un individuo que avanza poco a poco, si no hay enfermedades u obstáculos, hacia nuevas etapas. En cierto modo, y a su nivel, actúa como actuará apenas nazca, cuando cumpla 2 años, cuando vaya al kinder, cuando inicie las siguientes etapas: como alguien que modifica el ambiente y que es modificado por aquello que lo rodea.
El mundo jurídico necesita acoger los datos de la ciencia y la reflexión antropológica. Aunque es verdad que los datos científicos no pueden decir si algo/alguien sea “sujeto”, sea persona con derechos, también es verdad que la ciencia permite identificar cuándo inicia una nueva vida humana, cuáles son las condiciones para hablar de un ser que existe con una individualidad propia.
De este modo, el derecho podrá reconocer en cada embrión a un “alguien”, a un sujeto que merece ayuda en cuanto sujeto débil, en camino hacia nuevas etapas de desarrollo, con un proyecto orientado a la conquista de la plena realización.
En cierto modo, lo anterior vale para cualquier individuo humano, también para el adulto: tener 40 años no implica “detenerse”, dejar de buscar metas, interrumpir el camino de la vida. Resulta obvio que el modo de actuar de un adulto es distinto del de un embrión. El adulto (si no está afectado por ciertas enfermedades o por otras situaciones sumamente dramáticas) decide, desde el ejercicio de su inteligencia y su voluntad, qué hará para alcanzar su objetivos existenciales. El embrión, en cambio, no tiene la posibilidad actual de realizar actos libres ni de mostrar un pensamiento maduro. Pero ello no significa que su etapa de desarrollo pueda ser catalogada como menos digna de respeto.
Numerosos países del mundo han sabido erradicar, en los últimos dos siglos, la terrible injusticia de la esclavitud, en la que unos eran vistos como subhumanos o, en el mejor de los casos, como seres humanos subordinados y sometidos en casi todo a otros seres humanos, a los que se autodeclaraban “superiores”, “civilizados”, auténticamente hombres. Llega el momento de acometer una reflexión profunda sobre el embrión humano que permita reconocer que todo embrión humano, desde el momento de su concepción, es ya un sujeto tutelar de aquellos derechos básicos que corresponde a cualquier existencia humana, empezando por el derecho a la vida y a la integridad física.
Las Naciones Unidas, la Unión Europea, y cada uno de los estados, pueden dar un paso decisivo en este sentido. De este modo, el aborto, la producción de embriones en laboratorio, su destrucción en experimentos abusivos, serán vistas como tratamientos injustos y discriminatorios. Algo que será posible cuando no sólo se reconozca el estatuto de sujeto jurídico que merece el embrión humano sino, sobre todo, cuando toda la sociedad se comprometa a una acción positiva en favor de la tutela de su vida, de su salud, en el primer ambiente natural que le sabrá acoger de la mejor manera posible: el seno de la propia madre.
Fuente: Fernando Pascual