Durante los últimos años, ha proliferado la tendencia por parte de algunos sectores sociales sobre dejar de utilizar a los animales en los laboratorios para la investigación científica y el desarrollo de técnicas, tratamientos y vacunas que contribuyan a la cura y prevención de enfermedades en las personas.
Para poder hacer un juicio sobre este tema, habrá que partir de distintos puntos, los comparto con ustedes:
1.- A través de la historia de la humanidad, la experimentación científica en animales ha permitido desarrollar los medios necesarios para salvar a millones de personas de enfermedades terribles, sin necesidad de exponer a ninguna sola en su salud o en poner en riesgo su vida.
En otros tiempos, era permitida la experimentación en criminales y proscritos, situación que éticamente sabemos inadmisible ya que la salud y la vida de una persona no puede ser sacrificada por las de otros, ya que todos gozamos de la misma dignidad.
Es así que la experimentación y desarrollo de tecnologías médicas, usando como medio a animales de laboratorio, constituye el mal menor, ya que no conocemos en la actualidad ningún otro medio para hacerlo.
Es por ello que en beneficio de la salud y vida del género humano es legítimo y justificado el experimentar con animales de laboratorio.
2.- No obstante, lo anterior y para que esta legitimidad se confirme, es necesario que los animales de laboratorio estén sujetos a un trato adecuado que satisfaga las necesidades básicas de estos animales y no suponga ningún tipo de abuso o ensañamiento en la investigación.
Cumplir con ello, es reflejo del nivel ético de la persona sobre el resto de la naturaleza, habla de lo que somos frente a los demás seres, especialmente los vivos.
Investigando un poco al respecto, encontré la NOM-062-ZOO-1999 (Norma Oficial Mexicana: Especificaciones técnicas para la producción, cuidado y uso de los animales de laboratorio).
He quedado gratamente sorprendido del cuidado y esmero con la que se ha elaborado este documento, que norma sobre: la crianza, selección, alimentación, trato, hábitat, cuidado y muerte en estos animalitos.
Para aquellos tan preocupados por el tema y que desean que no se utilicen más en beneficio de la humanidad es conveniente su lectura y ver lo que el ser humano puede hacer para lograr un buen trato, incluso en los seres que son utilizados para este fin, necesario para nuestra raza humana.
3.- En este sentido, debemos aceptar que vivimos en un tiempo en que las personas se reconocen tan poco en sí mismas, que menospreciando la dignidad de la que todos gozamos, somos capaces de ponernos, ya no a la par, sino, en segundo término, frente al resto de los seres de la naturaleza.
Resulta muy poco comprensible que mientras que se invierte tiempo, dinero y esfuerzo en la defensa (ignorante) de otros seres (ya vimos que hay regulación) existan decenas de miles de embriones humanos congelados; niños, jóvenes y adultos afectados por enfermedades y personas en pobreza extrema, todos en un inexorable estado de vulnerabilidad.
Ojalá querido lector que esta reflexión sirva para que cada uno de nosotros tomemos conciencia de quienes somos, los problemas que nos aquejan y de la responsabilidad que tenemos, primero de nosotros y después de los demás seres que nos rodean. De otro modo, el esfuerzo será no solo infructuoso, sino poco legítimo.
Nos vemos la próxima semana, con un nuevo tema y una nueva reflexión.
MBPP
Noticias recientes sobre engaños y actuaciones incorrectas de algunos científicos nos permiten lanzar la pregunta: ¿existen límites éticos que el científico no puede traspasar?
Hay quienes piensan que hablar de “límites éticos” de la ciencia es algo así como caer en formas de censura que no permitan al científico desarrollar todas sus intuiciones. Pero si la ciencia es una actividad humana, que toca a los demás, que beneficia (o perjudica) a otros, que conlleva grandes cantidades de dinero y que puede servir para detener enfermedades o para provocarlas, está claro que debemos poner muros firmes y seguros para que no se dañen a seres inocentes o “culpables” (no nos parece justo que se realicen experimentos sobre criminales o prisioneros, cosa que por desgracia se ha hecho en algunos momentos de la historia).
¿Cuáles son los límites mínimos que podemos pedir al científico en su trabajo de investigación? Podemos aplicar un esquema sencillo: límites en los fines u objetivos, en los medios, en los resultados y en los costos económicos y sociales.
Límites en los fines: está claro que una investigación que tenga como objetivo destruir vidas humanas debe quedar totalmente fuera de nuestro horizonte. Por desgracia es algo que se hizo en la Alemania nazi, donde se veían qué gases y qué métodos eran más adecuados para los asesinatos de masa. Y es algo que se sigue realizando cuando se buscan maneras más o menos refinadas para el aborto, el infanticidio, la eliminación de ancianos o de personas enfermas, la construcción de “eficaces” armas de exterminio, etc.
Límites en los medios: una vieja sentencia ética afirma que un fin bueno no puede justificar un medio malo. Curar a una persona que tiene graves problemas de riñones no puede permitir el que se elimine a un enfermo más o menos grave que puede convertirse, así, en donante anónimo de un riñón que hará feliz a otro… Descubrir una vacuna contra el SIDA a costa de recurrir a voluntarios “forzados” que se verán seguramente contagiados por el terrible virus no puede ser lícito, aunque se pueda curar, luego, a miles de enfermos necesitados. Nunca la muerte de un inocente quedará justificada con el posible beneficio de otras personas (aunque sean miles o millones los beneficiados).
Límites en los resultados y en los costos económicos y sociales: cada acto que realizamos implica un pequeño cambio en el planeta. Si existe un riesgo alto por difundir en la especie humana un virus peligroso, el científico sabe que no puede poner en marcha procesos experimentales que podrían escapársele de las manos. Si la búsqueda de una nueva vacuna para pocos implica gastos enormes del presupuesto de un estado que no ha garantizado todavía el acceso al agua potable de miles o millones de sus ciudadanos, es obvio que tal investigación quedará aplazada hasta que se cubran antes necesidades más urgentes. Esto no significa, desde luego, que haya que cerrar los grifos de la financiación a los científicos y dejarles sin ayuda. Lo que sí está claro es que antes que mejorar las técnicas de cirugía estética habría que seguir invirtiendo más y más fondos en la eliminación del cáncer o en asegurar a las mujeres un embarazo sin peligros para la salud del niño y de la madre.
Pero todos estos límites no deben quitar nunca al científico su libertad más profunda: la del buscador de la verdad y del bien. Todo científico tiene, por esencia, vocación a abrir nuevas fronteras para el bien de la humanidad. A pesar de las críticas que todavía se alzan en muchas partes, hay que reconocer que gracias a importantes mejoras en la producción agrícola hoy comen millones de personas que, quizás, se encontrarían sumergidas en el hambre o la desesperación. Y esas mejoras las lograron científicos que, con responsabilidad y con amor, supieron dedicar sus vidas y su mente a descubrimientos que hoy son patrimonio de la humanidad.
A la ciencia hay que darle su lugar, sin que se vea pisoteada por políticos que sólo quieren el aplauso inmediato ni por ideólogos que tal vez se asustan ante la posibilidad de que alguien ayude al trigo a dar más granos con menos desgaste de la tierra. Pero esto no significa permitirle al científico que se considere a sí mismo como si fuese una especie de divinidad que dicte lo que sea bueno y lo que sea malo, que decida quién debe vivir y quién debe morir… En esto, como en todo, hay que seguir dando a la ciencia lo que es de la ciencia, y a la sociedad y a cada conciencia ética lo que les pertenece, especialmente a la hora de juzgar lo que es el bien y lo que es el mal en el mundo de los laboratorios.
Fuente: Fernando Pascual