Los adolescentes y los jóvenes son un mundo en ebullición. Los cambios físicos se unen a cambios sociales. La psicología atraviesa numerosos conflictos a la hora de adaptarse a los nuevos horizontes y a las alternativas abiertas ante la vida de cada adolescente.
Hay dos características en los adolescentes y jóvenes que tienen un gran peso a la hora de tomar decisiones que luego pueden dejar muy marcada toda la existencia futura.
La primera se refiere a un cierto sentimiento de invulnerabilidad. Es normal que los adultos (padres, educadores) avisen y prevengan a los hijos sobre los peligros que van a encontrarse. Emborracharse, empezar a fumar, ciertas fiestas donde se vive un ambiente de desenfreno, el inicio precoz de una vida sexual descontrolada, conllevan numerosos peligros. Pero el joven, con no poca inconsciencia, piensa que a él los peligros no le van a tocar, mientras que sólo se concentra en vivir nuevas aventuras. Luego llega la hora de las sorpresas: la vida se impone con todo su realismo, a veces con la noticia de una enfermedad grave o por medio de un accidente; o, en nuestro caso, con una dependencia muy difícil de cortar.
La segunda característica es la búsqueda de identidad a través del grupo. El adolescente se siente inseguro, inestable, necesitado de apoyos. El grupo le permite en parte perderse, delegar la responsabilidad en la masa, y en parte aferrarse a quien lleva la voz cantante al orientar y “dirigir” el comportamiento de los que tienen una psicología más débil. La búsqueda de ser aceptado en el grupo, de ser considerado como “grande”, lleva muchas veces a transgresiones de normas y a aventuras más o menos peligrosas, así como al consumo de ciertas sustancias “prohibidas” o excitantes, especialmente del tabaco.
Estas dos características tienen una mayor incidencia cuando el joven se encuentra ante el mundo de las drogas, del alcohol, y del tabaco. La situación es más compleja respecto del alcohol y del tabaco por el hecho de que se trata de sustancias aceptadas normalmente en el mundo de los adultos, mientras que todavía persiste en muchos ambientes un rechazo a las drogas.
Por lo mismo, cada año miles de jóvenes son introducidos en el mundo del humo, en la dependencia (mayor o menor) del tabaco.
Las campañas basadas sólo en la información sobre los peligros del humo son muy importantes, pero no son suficientes, por lo que acabamos de decir acerca de la psicología del adolescente. Un joven de 18 años, fumador incontrolado, se reía cuando los demás le aconsejaban que dejase el tabaco. ¿Qué respondía? Que su padre, médico, también fumaba y estaba tan sano…
No faltan, es verdad, jóvenes maduros que comprenden el peligro y se apartan del cigarro. Pero la mayoría se siente bastante desprotegido, y cede con facilidad a la imitación de lo que observan en sus coetáneos.
Una campaña de prevención, por lo tanto, tiene que ir más a fondo. Interpela a toda la sociedad, desde los niveles más altos de liderazgo hasta la familia y los amigos.
A nivel general, ayuda mucho el ofrecer modelos (“ídolos”) que no fuman. Si los cantantes que arrastran a miles de adolescentes son vistos con el cigarrillo en la mano, la influencia de este gesto es enorme. Si, en cambio, en conciertos de jóvenes, en películas y programas televisivos, en los campos de juego, etc., el cigarrillo resulta prácticamente invisible, se podrá controlar mucho la imaginación más o menos consciente de los jóvenes a la hora de apreciar la atracción del humo.
A un nivel más cercano, la familia y la escuela juegan un papel decisivo. Si el padre y la madre, si los profesores, fuman, sus consejos al hijo o al estudiante para que no entre en el mundo de la dependencia tendrán muy poco valor, serán escuchados como palabras casi huecas. Si, en cambio, los padres y educadores no fuman o, al menos, se esfuerzan por no hacerlo ante los hijos o los alumnos, al menos sus consejos estarán acompañados por un ejemplo que ensalza en mucho el valor de las palabras.
Pero el punto central es siempre el mismo joven. Si al inicio de estas líneas subrayamos su complejo de invulnerabilidad y su dependencia del grupo, no por ello hemos de minusvalorar su libertad, su capacidad de comprensión y su apertura a los valores.
Si el adolescente no ha fumado y tiene un temperamento más independiente, basta con que haya recibido una buena información para que diga no a quienes le invitan a entrar en el mundo del tabaco. En cambio, si ya se ha acostumbrado al gusto de la nicotina, o piensa que si deja los cigarrillos empezará a engordar (una idea que pueden tener no pocas muchachas), necesitará una mayor fuerza de voluntad para cortar con aquello a lo que ya se ha iniciado. Sobre todo, necesitará convencerse de que lo que ahora hace por gusto pronto lo hará por dependencia, y entonces su libertad (el gran tesoro de cualquier joven o adulto) empezará a debilitarse bajo las cadenas de la adicción.
Con un buen conocimiento de la psicología del joven, de sus modelos y comportamientos, de los influjos que recibe, será posible hacer un trabajo más incisivo para apartarlo de la dependencia del tabaco. Quizá podrá parecer algo difícil, más cuando hay actitudes de rebeldía hacia los padres y los educadores. Pero con paciencia y afecto, las dos llaves que todo joven acoge en su corazón, podrá aceptar aquellos consejos que le damos por su bien. Vale mucho su salud, y vale mucho ese autodominio de quien se libera de cadenas que dañan a base de ofrecer satisfacciones pasajeras y poco saludables.
Fuente: Fernando Pascual
“¿Le molesto si fumo?” Una pregunta cortés, educada, a la que normalmente, casi sin pensarlo mucho, solemos responder con un sencillo “no”…
Si nos diésemos cuenta de todo lo que implica el fumar, tanto para el fumador como para nosotros mismos, deberíamos tener valor para decir, con la misma educación con la que fuimos preguntados: “La verdad es que me haría un gran favor si no fumase. Incluso por lo mucho que le aprecio, le pediría el pequeño sacrificio de dejar el tabaco…”
¿De verdad es peligroso el tabaco? Desde que los españoles trajeron a Europa los productos del tabaco muchos han pensado, por años, que no encerraba ningún peligro. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XX, miles de estudios han puesto en evidencia los peligros que encierra el simple gesto de coger un cigarrillo y disfrutar de unas bocanadas de humo.
¿Cuáles son los daños que puede producir el uso habitual y abundante del cigarro? El tabaco favorece la aparición de diversos tipos de cáncer (de los labios, de la cavidad bucal o de la faringe, del esófago, del páncreas, de los pulmones, etc). Aumenta el riesgo de enfermedades cardio-vasculares (hipertensión, diversas enfermedades cardíacas, etc.). Facilita las afecciones respiratorias (bronquitis, enfisema, neumonía, asma, tuberculosis). Si la mujer está embarazada o hay en casa algún niño pequeño, el uso del tabaco puede provocar diversas enfermedades en esa creatura que vive en un hogar de fumadores, o incluso llega a causar la muerte del hijo antes de nacer.
Conviene subrayar que no sólo sufre por culpa del tabaco el fumador empedernido. También es víctima quien se encuentra a su lado (en una fábrica, en una oficina, en un coche o en el mismo hogar). El “humo pasivo” encierra prácticamente los peligros que el “humo activo”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS, en inglés WHO) habla de más de 4 millones de muertes al año por culpa del tabaco (datos del año 2000). Si la situación no mejora, este número podría elevarse hasta 10 millones de muertes al año a partir del año 2025. El tabaco, en los países así llamados “desarrollados”, llega a ser causa de un 25 % de las muertes de los varones entre 35 y 69 años.
A pesar de tantos estudios, a pesar de las campañas de sensibilización de la opinión pública (todos los años, el 31 de mayo, se celebra el “día mundial sin tabaco”), a pesar de que incluso en algunos grandes posters de publicidad de cigarrillos podemos leer “el tabaco mata”, “el tabaco produce cáncer” o frases parecidas, millones de fumadores cogen cada día sus cajetillas, su encendedor, y dedican unos momentos para su desahogo preferido.
Este comportamiento, simplemente, es gravemente inmoral. Es inmoral porque nadie puede poner en peligro la propia salud sólo por concederse un pequeño placer. Es inmoral por los daños que se producen en quienes se encuentran junto a los fumadores.
Aunque son muchos los que reconocen los peligros del fumar, hace falta un paso ulterior para que la voluntad diga un “no” firme y decidido al tabaco. Millones de personas han contraído, desde la adolescencia o la juventud, el hábito de fumar, y viven sometidos a la dependencia que provoca. Les cuesta mucho imaginar un día sin fumar 5, 10 ó 20 cigarrillos. En los momentos de preocupación o de espera, la mano palpa los bolsillos con ansiedad para tomar la cajetilla y empezar el “rito del tabaco”. Parece algo superior a sus fuerzas. Si, además, nos encontramos con médicos que nos mandan severamente dejar de fumar mientras delatan con el olor de su chaqueta que son fumadores empedernidos, su ejemplo contradice sus recomendaciones, y muchos terminan por pensar: si el mismo doctor fuma, no será tan grave…
Millones de vidas humanas pueden salvarse si se promueve, con palabras y con ejemplos, una campaña profunda contra el tabaquismo. No basta con informar: las campañas contra el tabaco o contra las drogas basadas sólo en “asustar” a los adolescentes sobre los peligros futuros dan resultados muy pobres. El adolescente necesita unir, a la información médica y científica, el apoyo y el ejemplo de quienes buscan, sinceramente, lo mejor para él y para quienes vivan a su lado.
Millones de vidas… y quizá mi propia vida, la vida de mis amigos, de mis familiares, de mi esposa o de mi esposo, de los hijos, pueden salvarse si cortamos las alas al vicio del cigarro. Un sacrificio no es difícil si se construye sobre el amor. Amarse a uno mismo implica evitar pequeños placeres innecesarios que, en el fondo, van contra mi salud, mi autonomía, mi integridad moral. Amar a los demás nos lleva a pensar en ellos y en lo mucho que nos quieren a la hora de renunciar, poco a poco o de una vez para siempre, a ese cigarrillo que me parecía imprescindible, y que ponía en peligro mi salud y la de quienes vivían a mi lado.
Si todavía tenemos una voluntad sana, podemos romper con el tabaco. Tal vez la costumbre nos ha encadenado al humo, por lo que a veces será necesario recurrir a algún tratamiento médico para desintoxicarnos y para romper con la dependencia. Costará, es cierto, pero todo lo que vale cuesta. Lo que consigamos, para nuestro bien y el de los que amamos de veras, compensará, con creces, todos los sacrificios realizados.
Fuente: Fernando Pascual