La bioética, como disciplina interdisciplinaria, nace para responder a la necesidad de garantizar que los avances de la ciencia y la técnica respeten principios básicos de humanidad, especialmente en contextos médicos y de investigación. Dos conceptos han marcado esta reflexión: la autonomía y la dignidad humana. Si bien estos conceptos poseen raíces antiguas en la filosofía y la ética, han alcanzado una relevancia central en la bioética contemporánea. 


La autonomía en bioética

La autonomía, derivada del griego autos (uno mismo) y nomos (ley), hace referencia a la capacidad de un individuo para tomar decisiones informadas y responsables sobre su vida y su propio cuerpo. En bioética, esta idea adquiere especial relevancia en contextos donde la persona se enfrenta a decisiones clínicas difíciles, como aceptar o rechazar un tratamiento, participar en un ensayo de investigación o decidir sobre procedimientos al final de la vida.

La autonomía no es simplemente un hecho de voluntad, sino que requiere que la persona disponga de la información clara y comprensible para evaluar opciones, valorar alternativas y tomar una decisión libre de coacciones externas e internas. Por tanto, esta autonomía no es absoluta: requiere un marco de responsabilidad donde la persona, al decidir, respeta también a los demás y al entorno en que vive.

A través de principios como el consentimiento informado, la bioética garantiza que la persona no sea tratada como un medio para un fin, sino como un fin en sí misma. El consentimiento informado es la piedra angular de la autonomía en la práctica sanitaria actual, y representa un requisito ético para que la relación médico-paciente sea verdaderamente respetuosa.

La dignidad humana: fundamento de la bioética

La dignidad humana es un concepto que trasciende la autonomía misma. Se refiere al valor intrínseco e inalienable de cada persona por el hecho de ser humana. Es un concepto presente en diversas corrientes de pensamiento, desde la filosofía de Kant hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

A diferencia de otras cualidades que una persona pueda tener (como la inteligencia, la fuerza o la belleza), la dignidad humana no depende de factores cambiantes. Es una realidad ontológica que no aumenta ni disminuye según la condición física, mental o social de cada individuo. Por ello, desde la bioética, la dignidad humana ofrece un marco para valorar todas las decisiones y acciones, especialmente aquellas que afectan la vida, la integridad y la vulnerabilidad de las personas.

La relación entre autonomía y dignidad humana

Si bien la autonomía destaca la importancia de que cada persona ejerza su libertad para decidir, la dignidad humana garantiza que esta libertad no sea vulnerada ni utilizada para justificar prácticas que menoscaben el valor de la persona. Por ejemplo, una persona podría decidir libremente participar en un ensayo de investigación, pero esta decisión solo será respetada en tanto no vulnere su dignidad humana, exponiéndola a daños, trato degradante o instrumentalización.

Esta relación no siempre es clara en la práctica, especialmente en contextos de vulnerabilidad. Por ejemplo, un paciente en situación de pobreza extrema podría aceptar un procedimiento experimental para obtener una compensación económica. Si bien podría interpretarse que ejerce su autonomía, es necesario preguntarse si esta decisión respeta realmente su dignidad humana o si está determinada por circunstancias que afectan su libertad de elección.

Desafíos actuales en la práctica bioética


La autonomía y la dignidad humana enfrentan desafíos en la era de la inteligencia artificial, la genética y la globalización de la investigación biomédica. Por ejemplo, la edición genética plantea la pregunta de hasta qué punto la autonomía de los futuros sujetos (no nacidos) está garantizada y respetada, y si la manipulación genética respeta la dignidad humana al intervenir en la esencia misma de la persona.

También en la relación médico-paciente se observa esta tensión. El médico, como garante de la dignidad humana, debe garantizar que la autonomía del paciente no sea simplemente formal, sino basada en un consentimiento informado, claro y adaptado a la situación de cada persona. Esto exige no solo competencias técnicas, sino también una actitud de apertura, empatía y responsabilidad hacia la persona atendida.

Es así que…

La autonomía y la dignidad humana no son principios aislados, sino complementarios en la reflexión bioética. Mientras la autonomía garantiza que cada persona pueda decidir sobre su vida y su cuerpo, la dignidad humana ofrece un marco para que esta decisión respete el valor absoluto e inalienable de cada persona.

En un mundo donde la ciencia y la técnica hacen posible intervenir cada vez más en la vida humana, estos principios proporcionan criterios para evaluar qué prácticas son verdaderamente respetuosas con la persona y su entorno social. El reto para la bioética actual es garantizar que la autonomía no derive en un individualismo absoluto ni en una manipulación de la vida humana que socave su dignidad. Por ello, la reflexión sobre estos principios sigue siendo un camino abierto y vital para garantizar que la ciencia y la técnica sirvan a la persona humana, fortaleciendo su autonomía y respetando, en cada momento, su dignidad.

Por: Dora García Fernández

*Este artículo fue escrito con la ayuda de ChatGPT y la revisión de la autora.

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