Los gobiernos y los parlamentos han intervenido, en ocasiones con poca competencia técnica y con escasa atención a los principios éticos en juego, para regular este nuevo ámbito de la medicina. La línea seguida en muchas leyes ha sido la de contentar al mayor número posible de personas, dejando de lado el respeto debido a la vida o la salud de los embriones, u olvidando cuál sea la modalidad correcta de ayudar (no sustituir) a los padres en su dimensión procreadora.
En esta carrera por contentar todas las peticiones, no se ha ofrecido la suficiente atención al tema que sería más importante: el problema de la esterilidad. La mayor parte de las técnicas usadas no curan la esterilidad, sino que establecen un dominio del laboratorio sobre la generación de nuevas vidas humanas.
Los resultados han sido y siguen siendo dramáticos. Aunque han nacido miles y miles de niños gracias a la fecundación in vitro, se calcula que en muchos casos por cada niño nacido con la FIVET o la ICSI han fallecido, en el camino, unos nueve embriones. Se ha llegado a peticiones absurdas y discriminatorias: se pide un niño de una raza determinada, o con un ADN concreto; o incluso, el caso fue real, se llegó a solicitar la “producción” de un hijo que fuese completamente sordo para contentar a una pareja de lesbianas que también eran sordas.
Cientos de miles de embriones están congelados a más de 190 grados bajo cero en espera de lo que decidan sus padres, o se encuentran en estado de completo abandono. Se crean debates jurídicos sumamente complejos, por ejemplo si un hijo quiere saber quién fue su padre (un donador anónimo de esperma), o si una lesbiana exige ser pagada por el padre (legalmente anónimo) de un hijo obtenido a través de inseminación artificial, o si una mujer que donó sus óvulos quiere luego conocer la identidad de los hijos nacidos gracias a ella.
Ante esta situación, es necesario un esfuerzo serio y eficaz, a través de una educación capilar y de leyes bien elaboradas, para que ningún hijo empiece a existir como simple resultado de la intervención técnica, y para que nunca sean usados, en la procreación, gametos de donadores anónimos. En otras palabras, hace falta una campaña orientada a suprimir las técnicas de fecundación extracorporal (sobre todo las más usadas, FIVET e ICSI) y a prohibir la donación de esperma o de óvulos.
Presentar de modo adecuado por qué muchas técnicas de fecundación artificial violan el respeto debido al embrión en su vida/salud y en el modo correcto de transmitir la vida (en el matrimonio, como fruto del amor, entre los esposos) es uno de los grandes retos de la bioética. Al mismo tiempo, será de gran ayuda educar a los jóvenes y a los adultos en el respeto hacia la fecundidad, indicando qué comportamientos pueden dañar el funcionamiento correcto del propio sistema reproductivo, y cuáles permiten conservarlo en buenas condiciones, lo cual llevaría a una disminución notable de la esterilidad y de la infertilidad. Ello no implica dejar de lado la investigación sobre aquellas técnicas que permitan curar a las parejas que no pueden tener hijos, siempre que tales técnicas respeten el sentido genuino de la procreación humana.
De la mano de lo anterior, es urgente mejorar los sistemas de adopción de forma que pueda ofrecerse a tantos miles de hijos abandonados el cariño de parejas que los acogerán con un profundo sentido de responsabilidad, según un criterio que recomiendan algunos especialistas en el tema: la adopción es dar un hijo a unos padres, pero sobre todo es dar unos padres a un hijo.
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Vamos ahora a ofrecer una visión ágil de algunos problemas “de frontera”, de temáticas que han surgido desde los progresos de la investigación científica y que, sin que toquen a números grandes de la población (aunque a veces sí afectan a muchas personas), son objeto de atención continua en los debates bioéticos por la presión de algunos grupos de investigadores y compañías farmacéuticas, apoyados por los medios de comunicación, y por las esperanzas que se han generado en la sociedad desde las informaciones casi constantes sobre los nuevos horizontes de la medicina. De modo especial, nos centraremos en los temas que se refieren a la fase inicial de la vida humana y a los últimos descubrimientos en el ámbito de la medicina reparadora.
1. La fecundación artificial
No buscamos ahora esbozar un cuadro global de los continuos progresos que se han dado en el ámbito de la reproducción artificial, sobre todo desde que se empezó a aplicar la fecundación “in vitro” a la especie humana, una práctica que tiene como punto de arranque simbólico el nacimiento de la primera “bebé probeta” (Louise Brown) en 1978.
Una vez que la técnica se ha introducido ampliamente en el mundo de la procreación humana y que ha generado grandes esperanzas entre quienes desean tener un hijo, millones de personas han recurrido y siguen recurriendo a las clínicas de fertilidad. En muchos casos, se trata de parejas (casadas o en unión libre) afectadas por diversos problemas de esterilidad. En otros casos, sobre todo desde hace pocos años, también acceden parejas que no quieren tener un hijo con una enfermedad genética determinada, o que desean conseguir con certeza un hijo dotado de ciertas características escogidas previamente (según motivos “médicos” o de otro tipo).
Para contentar al mayor número posible de personas, los investigadores ofrecen diversos caminos para alcanzar el resultado solicitado por los padres (o por una mujer en solitario). La lista de posibilidades técnicas es larga: inseminación artificial (homóloga o heteróloga), fecundación in vitro (con la posibilidad de congelar a los “embriones sobrantes”) con sus diversas variantes (ZIFT, TET, ICSI, SUSM), diagnóstico preimplantatorio, donación de embriones y de óvulos, etc.
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