Una manifestación de cientos o miles de personas no refleja la mentalidad de un pueblo. Pero puede ser una señal indicativa de los valores aceptados por algunos (o por muchos) miembros de la sociedad.
Ocurre, en algunos lugares del planeta, que se concentran centenares de personas para protestar contra las corridas de toros o contra el modo de tratar a los animales en algunas granjas.
En esos mismos lugares, y a veces cerca de donde pasa la manifestación antitaurina, hay edificios en los que se practica el aborto de embriones y fetos humanos. Frente a esos edificios son escasas, y a veces están prohibidas, las manifestaciones de los grupos pro vida que buscan salvar a seres humanos muy pequeños y desprotegidos.
Como quedó dicho al inicio, la presencia de gente en la calle no refleja la mentalidad de un pueblo. La vistosidad de una manifestación en favor de los animales no es sinónimo de que, para la mayoría, sea más importante la vida de un animal que la vida de los seres humanos.
Pero surge la pregunta: ¿no merecerían los embriones humanos un esfuerzo constante y eficaz por parte de todos los defensores de la justicia para que no se llegue nunca a la opción de abortar a un hijo? ¿No falta una auténtica movilización de las conciencias para contrarrestar la muerte de tantos miles y miles de seres humanos por culpa del aborto?
Para tranquilidad de quienes defienden de modo correcto lo que merecen los animales, el esfuerzo en favor de los embriones humanos no implica despreocuparnos de las palizas que puedan sufrir los perros callejeros, ni tampoco desinteresarnos ante algunos sistemas de explotación excesiva en los que viven animales en las “granjas industriales”.
Pero a la hora de actuar, hace falta descubrir, desde una simple reflexión sobre la dignidad humana, que primero están los seres humanos, y luego los animales. No sólo porque también los seres humanos son “animales” dignos de respeto (aunque, por desgracia, hay quien prefiere estar entre gatos que entre hombres), sino porque en cada hombre y en cada mujer se esconde un tesoro de riquezas y de posibilidades por su apertura al conocimiento y su capacidad de amar.
Una de las urgencias de nuestro mundo consiste en tutelar la vida de los embriones humanos. No es justo ningún pueblo que permite cercenar en sus inicios la existencia de miles de hijos. La vida de esos seres humanos en pequeño merece ser tutelada, acogida, ayudada. Así algún día también ellos podrán tender su mano a otros seres humanos, y aprenderán que el respeto a la vida implica un trato adecuado (aunque nunca igual al que se ofrece a los hombres y mujeres que conviven con nosotros) a los animales que embellecen nuestras ciudades y nuestros campos.
Fuente: Fernando Pascual.