Autor: Luis David Suárez de la Cruz
“Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.”
la Granja” (1945, p. 89)1 , es un perfecto resumen de lo que pretende exhibirse en este escrito; el intento de los más privilegiados (y de sus seguidores) por justificar sus privilegios.
La desigualdad ha existido desde antes de que existieran siquiera las sociedades humanas, y ambas han evolucionado prácticamente de la mano. Hoy en día, ésta se manifiesta entre las distintas clases sociales, sexos, etnias, naciones, en fin… no es ningún secreto que la lucha por la igualdad es constante en el mundo contemporáneo, ni que la gran mayoría de las personas la considera una lucha justa, noble. Estamos viviendo una crisis de valores en la que predominan la falta de empatía y el relativismo. No pretendo repetirle al lector lo que ya escucha todos los días en los medios, sino indagar en aquello que no le dicen; no voy a hablar de la desigualdad descarada y evidente que tantas personas enfrentan día con día, sino de aquella que pasa desapercibida, silenciosa, o incluso disfrazada de justicia.
Mucho se habla, y con toda razón, de la injusticia que sufren las mujeres en Latinoamérica y Medio Oriente por el simple hecho de ser mujeres, o de cómo el color de piel de los afroamericanos los ha convertido en los sospechosos de facto de cualquier crimen violento, o de la supuesta inferioridad del trabajador extranjero frente al nacional. Pero nadie menciona que los requisitos de aptitud física de las mujeres para enlistarse en el ejército de los Estados Unidos son menores que los de los hombres, o que el ex-presidente de los Estados Unidos Barack Obama recibió el premio Nobel de la paz a pesar de autorizar más de 10 veces más ataques con drones que su antecesor George Bush. La lista podría seguir, pero ése no es el punto. El punto es, ¿por qué no se habla de esto? En primer lugar, porque son hechos poco divulgados. No fueron algo que resonara en las noticias. Pero, ¿y qué hay de aquellos que sí lo saben? La respuesta es sencilla: temen ser tachados de sexistas, racistas, xenófobos, y tantas otras palabras que se han puesto de moda en el léxico del siglo XXI. Hemos llegado a un punto en el que el juicio sobre la moralidad de los actos humanos se aplica de forma distinta a cada persona y el fin pareciera justificar los medios: un punto en el que, absurdamente, se pretende alcanzar la justicia mediante la privilegiación y la opresión.
Muchos podrían pensar que estos son problemas menores y que no tiene mucho caso dedicarles un escrito; justamente por lo poco que se abordan es que me parece prudente abordarlos. Si lo vemos como un “taijitu” (el famoso símbolo del “Yin-Yang”), en donde el yang (el blanco) representa a los privilegiados y el negro (el yin) a los oprimidos (que, por mucho tiempo, la historia caracterizó con esos mismos colores a la piel de los hombres), el escrito estaría enfocado en el yin dentro del yang y en el yang dentro del yin; en la opresión dentro del privilegio y el privilegio dentro de la opresión.
En los párrafos siguientes, me doy a la tarea de profundizar en algunos de estos casos y buscar las razones para que dos personas o dos grupos sean juzgados de distinta manera al afrontar la misma situación, y cómo se transgiversa la ética social al hacer dichas comparaciones.
Hablemos de política
10 de diciembre del 2009. Barack Obama, entonces presidente de los Estados Unidos, acepta el premio Nobel de la paz, otorgado por “his extraordinary efforts to strengthen international diplomacy and cooperation between peoples” [sus extraordinarios esfuerzos por fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos] (NobelPrize.org, 2009, p.1)2. No había pasado ni un año desde que asumió la presidencia, y su discurso sobre un mundo sin armas nucleares y “guerra justa” ya había capturado los corazones de millones de personas. Él mismo reconoció que no se sentía digno del premio, y lo veía más como un “llamado a la acción” que una recompensa. Recordemos que una de sus principales promesas de campaña fue terminar con la guerra en Irak. Siete años después, la administración de Obama acumulaba 26,172 bombas lanzadas en ese año (nótese que la imagen tiene un error en el título, la suma sigue siendo 26,172) , en su mayoría en Siria e Irak (Zenko, 2017, p. 2)3. En el transcurso de esos años, la violencia en Medio Oriente no hizo más que aumentar.Figura 1: número de bombas lanzadas por los Estados Unidos
a otros países en 2016. Disponible en internet en la dirección
https://www.independent.co.uk/news/world/americas/us-president-barack-obama-bomb-map-drone-wars-strikes-20000-pakistan-middle-east-afghanistan-a7534851.html (acceso 12 de mayo del 2020)
La situación del actual presidente, Donald Trump, no es demasiado diferente; tras sus reuniones con el dictador norcoreano Kim Jong-un (que lo convertirían en el primer presidente norteamericano en ejercicio en cruzar la “línea” que separa a las dos Coreas) en 2019, muchos de sus seguidores argumentaron que esto lo volvía digno candidato al premio recibido por su antecesor. Sin embargo, dichas reuniones, aunque lucían prometedoras, no llegaron a ningún acuerdo de desnuclearización. Por otro lado, es bien sabido que Donald Trump autorizó varios ataques con misiles dirigidos a Medio Oriente, el más prominente el del 3 de enero de este año, que acabó rápidamente con la vida del mayor general iraní Qasem Soleimani.
Vemos a dos presidentes de la unánime nación más poderosa del mundo, que mucho ladraron y poco mordieron; que prometieron acabar con una guerra, y acto seguido la continuaron. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Que, a comparación de las críticas que recibe Trump todos los días, las de Obama son inexistentes; que, cuando la economía norteamericana va mal, Trump es un incompetente, pero cuando va bien, es gracias a lo que le dejó Obama. ¿Realmente fue mucho mejor presidente Obama de lo que ahora es Trump? ¿O se les juzga con distinta severidad por el partido al que pertenecen, o peor aún, por su color de piel? De ser así, ¿es el color de piel el equivalente moderno del “Anillo de Giges”, “un anillo mágico que hace invisible a su portador al girarlo” (Cortina, 2013, p. 258)4, eximiendo a su portador de las consecuencias de sus actos? ¿Está Obama exento de toda crítica por ser el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos? Una sociedad sin consecuencias, en la que la conciencia moral o nuestra “voz interna” no nos dice que lo que estamos haciendo está mal, podría desbaratar el orden de la civilización y hacerla descender a la anarquía.
Hablemos de igualdad de género
Analicemos otro caso: las dichosas cuotas de género. Estoy seguro que muchos estarán de acuerdo conmigo cuando digo que un trabajo se le debe asignar al aplicante más capacitado, independientemente de su sexo, edad, nacionalidad, clase social, o cualquier otro motivo (siempre, claro, dentro de los confines de la ley), y el sueldo debería ir acorde a dicha capacitación. Pero en la realidad, no siempre es el caso. Rara vez, de hecho. Un ejemplo interesante es el de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, para la cual, los requerimientos para pasar el examen de aptitud física son distintos para hombres y mujeres (y también varían por edades).
Tabla 1. Requerimientos para flexiones/dominadas
Male Marine Pull-up Standards/Age |
Female Marine Pull-up Standards/Age |
||||
Age Group | Minimum | Maximum | Age Group | Minimum | Maximum |
17-20 | 4 | 20 | 17-20 | 1 | 7 |
21-25 | 5 | 23 | 21-25 | 3 | 11 |
26-30 | 5 | 23 | 26-30 | 4 | 12 |
31-35 | 5 | 23 | 31-35 | 3 | 11 |
36-40 | 5 | 21 | 36-40 | 3 | 10 |
41-45 | 5 | 20 | 41-45 | 2 | 8 |
46-50 | 5 | 19 | 46-50 | 2 | 6 |
51+ | 4 | 19 | 51+ | 2 | 4 |
Fuente. Stew Smith. Marine Corps Physical Fitness Test (PFT). Disponible en internet en la dirección https://www.military.com/military-fitness/marine-corps-fitness-requirements/usmc-physical-fitness-test (acceso 12 de mayo del 2020)
Para muchas personas, esto tiene sentido; después de todo, hombres y mujeres son biológicamente distintos, y el hombre promedio es más fuerte que la mujer promedio. Sin embargo, muchos otros, y en ellos me incluyo, creemos que es injusto y hasta estúpido: hablando estrictamente del ejército, uno quiere que su unidad sea lo más eficiente posible, y rebajar sus estándares reducirá invariablemente su eficiencia. Pero no por esto creo que las mujeres no puedan o no deban pertenecer a las fuerzas armadas si así lo desean; más bien, creo que los requisitos deberían ser iguales para todos. Seas hombre o mujer, deberías ser capaz de cargar a tu compañero de 80 kilogramos si es herido y debe retirarse del campo de batalla. Muchas mujeres se han mostrado a favor de esta postura, argumentando que bajarles los requisitos por ser mujeres las hace quedar como el sexo débil. Aún así, muchos lo ven como una postura sexista, pues esto aumentaría la dificultad de una mujer para obtener el mismo puesto que un hombre; sin embargo, podemos verlo desde el extremo opuesto, actualmente, a los hombres se les exige un mayor rendimiento para el mismo puesto que a una mujer.
Considero prudente hacer aquí la distinción entre igualdad (tratar a todos por igual) y equidad (tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales); ambos conceptos tienen su lugar y momento en la sociedad, pero al confundirlos y aplicar uno cuando debe aplicarse el otro lleva a polémicas como ésta: en la que se aplica equidad cuando, en mi opinión, debería aplicarse igualdad.
Conclusión
Como estos casos hay muchos más, y revisarlos todos va más allá del alcance del presente ensayo. De cualquier forma, creo que no hace falta hacerlo, pues considero que el mensaje es claro: la lucha por la igualdad, la equidad, y la justicia debe continuar, sí; pero debe pelearse en todos los frentes, incluso aquellos que parezcan abandonados o sin importancia. Tenemos una obligación hacia nosotros mismos y hacia los demás de no callar ante lo injusto y luchar por lo que es correcto: “El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad… pero es un buen arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.” (Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, 2004, p. 167)5. De no hacerlo, la lucha se verá fracturada, incompleta; contraria al fin último del hombre de buscar la perfección y la felicidad, pues sabemos que un hombre que no es íntegro y congruente con lo que él mismo piensa y considera sagrado, no puede ser feliz. Pelear sólo cuando y donde nos conviene nos hace cómplices de la desigualdad que, supuestamente, queremos abolir; nos vuelve infelices; y, como el cerdo Napoleón en “Rebelión en la Granja”, nos terminamos convirtiendo en aquello que tanto odiamos y juramos destruir.
Categoría: Bioética
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