Ha ocurrido y ocurre con cierta frecuencia. Una pareja, o una mujer sola, llega a la clínica. Pide un test para conocer el sexo del embrión. Si es niña, solicita inmediatamente el aborto.
El aborto selectivo de niñas suscita en muchos una reacción profunda de repulsa. Querer eliminar a los embriones o fetos simplemente porque son femeninos supone una mentalidad discriminatoria injusta, en la que el deseo de tener un hijo varón lleva a rechazar y abortar a las hijas no deseadas.
No faltarán voces (deberían ser todas) entre los grupos feministas contra este tipo de abortos discriminatorios, orientados precisamente contra la mujer.
Pero aquí surge una pregunta: ¿por qué suscita desdeño y condena el aborto cuando busca eliminar embriones femeninos, y son menos las voces que condenan el aborto “ordinario”, que busca “simplemente” eliminar un embrión sin conocer cuál sea su identidad?
En otras palabras, resultaría sumamente paradójico que el aborto orientado a eliminar a niñas fuese visto como un aborto “peor”, incluso un aborto que debería ser prohibido por la ley y no realizado en los hospitales, y que el aborto “ordinario” fuese visto como “mejor”, porque simplemente elimina al hijo sin saber qué características tenía.
La realidad es que cualquier aborto elimina una vida humana, destruye la existencia de un hijo. Poco importa si el eliminado era varón o mujer, sano o enfermo, blanco o negro, deseado por el padre y rechazado por la madre o al revés.
Las circunstancias en las que se produzca su muerte provocada, ciertamente, muestran hasta qué punto puede llegar la mentalidad de los adultos que deciden acabar con la vida de los más indefensos, los hijos antes de nacer. Pero un aborto no es “peor” si el cirujano introduce sus instrumentos de muerte para matar a alguien de quien sabe que era “femenino”, y empieza a ser “mejor” si no sabe cómo era la víctima de su gesto asesino.
Todo aborto es siempre una injusticia grave, un atentado contra la vida de un hijo inocente. Si queremos defender de verdad los derechos humanos y promover un mundo donde nadie sea marginado o destruido en la etapa más débil y más necesitada de ayuda de la existencia humana, tenemos que trabajar con mucha decisión para que termine el aborto en todas sus formas y variantes.
Lo cual es lo mismo que trabajar para que cualquier mujer sea ayudada y asistida con una medicina de altura y con sociedades solidarias durante los meses magníficos del embarazo y durante los primeros años de vida de cada uno de sus hijos.
Fuente: Fernando Pascual