Twitter response:

Etiqueta: Aborto

Aborto y salud de la mujer
Aborto y salud de la mujer

Para defender la legalización del aborto se usan diversos argumentos. Nos fijamos ahora en uno: la legalización del aborto quirúrgico permitiría proteger la salud de la mujer.

¿Cómo elaboran este argumento los defensores del aborto legal? El aborto quirúrgico implica una intervención acompañada de peligros importantes y con posibles consecuencias inmediatas o a largo plazo para la mujer. Si las leyes prohíben el aborto, las mujeres que deseen abortar, especialmente las que viven en situaciones de pobreza, tenderían a buscar la ayuda de algún centro clandestino. De este modo, correrían riesgos mayores, incluso la posibilidad de morir en la operación o después de la misma.

El argumento “atrae” porque se fija en algunos graves peligros del aborto clandestino. Por eso algunos consideran que sería no sólo necesario, sino incluso obligatorio evitar tales peligros, en función del derecho a la salud que toda mujer tiene.

Pero el argumento cae en un doble error. El primero: considerar el aborto desde un punto de vista unilateral. Porque el aborto no es un asunto privado de la mujer, algo entre ella y ella. En cada aborto una madre busca (o ha sido obligada a buscar) la muerte de su hijo. Es decir, estamos ante el caso en el que un ser humano desea provocar la muerte de otro ser humano.

El derecho a la salud de la mujer no puede ir contra el derecho a la salud del hijo. Mucho menos puede ser usado contra el derecho a la vida del hijo. Por eso hay que denunciar que en todo aborto se viola gravemente uno de los derechos fundamentales de todo ser humano: el derecho a la vida. Nunca será justo usar un derecho humano para pisotear otro derecho humano.

El segundo error es pensar en el aborto clandestino como si fuese algo inevitable. “Si una mujer quiere abortar, tarde o temprano lo hará, y lo mejor sería ayudarla a hacerlo bien”, repiten los defensores del aborto. Pero el fatalismo no existe: nadie hará lo que “está escrito” en las estrellas. Los actos humanos nacen de la libertad: ningún ser humano está obligado a optar en favor de la injusticia.

El punto central no es, por lo tanto, cómo ayudar a las mujeres a realizar abortos seguros, sino cómo disuadirlas (y librarlas) de un acto tan injusto. La pregunta necesita orientarse en ese sentido: ¿cómo ayudar a las mujeres, a los médicos, a la sociedad, para que ninguna mujer se siente impulsada, presionada o instigada a terminar con la vida de su hijo?

La respuesta implica toda una revolución cultural. Porque grupos de poder bien financiados han presionado durante años y siguen presionando para presentar el aborto como solución, cuando en realidad es uno de los crímenes más radicales de las sociedades mal llamadas “modernas”.

Sólo cuando reconozcamos que todo aborto es siempre una violación de los derechos humanos empezaremos a construir una sociedad realmente justa. De este modo pondremos los presupuestos necesarios para trabajar en favor del respeto de la vida de cualquier ser humano, sin discriminaciones.

Será posible, entonces, ayudar, acompañar y ofrecer tratamientos y consejos a todas las mujeres que tengan problemas durante el embarazo. Será posible responsabilizar a los hombres para que no se desentiendan nunca de sus hijos (detrás de cada nueva vida hay también un padre) y apoyen en todo a las mujeres embarazadas. Será posible combatir la pobreza y la falta de higiene que tantos riesgos implican para la vida de la madre y del hijo. Será posible, en definitiva, trabajar en serio por la salud de dos seres humanos muy necesitados: una madre y un hijo.

Voto popular y derechos humanos
Voto popular y derechos humanos

Hay lugares del planeta donde todo parece ir al revés. Si un referéndum popular o un parlamento aprueba una ley a favor del aborto o del mal llamado “matrimonio entre personas del mismo sexo”, casi nadie está dispuesto a parar esas leyes, como si fuera suficiente el voto “democrático” para justificarlas.

En cambio, si un referéndum o un parlamento aprueba una ley que dice que sólo existe matrimonio entre un hombre y una mujer, la elección democrática es puesta en discusión, la voluntad popular es rechazada por algunos grupos de presión como injusta y como inválida, y se recurre a los tribunales para neutralizarla.

La realidad es que una votación popular no puede decir que lo blanco es negro y que lo justo es injusto. A veces, como ocurrió en California al votar sobre el matrimonio, y como ha ocurrido varias veces en Irlanda al votar contra el aborto, la mayoría de los votantes defienden lo justo, lo correcto, lo bueno. Otras veces, los votantes dicen que es bueno lo malo (por ejemplo, que el aborto “está bien”), o que es malo lo bueno…

Frente a estas paradojas, las autoridades, los líderes de opinión, los jueces, los médicos, y todas las personas de buena voluntad, han de saber alzar su voz para que nunca sea reconocido como legal un crimen (el aborto); y para que nunca la palabra “matrimonio” se aplique a lo que matrimonio no puede ser (como en las uniones entre personas del mismo sexo).

La voluntad popular no vincula a nadie cuando los votos van contra la ley natural. Y la voluntad popular es indiscutible cuando defiende la ley natural, no porque lo digan los votos, sino porque lo que avalan es correcto.

Los votos nunca deciden ni lo justo ni lo injusto. Pero una votación que defiende la justicia merece el máximo respeto. Y una votación que promueve el crimen sobre inocentes merece ser condenada y, si existen jueces sensatos y honestos, debe ser invalidada.

No podemos vivir en un mundo que vaya al revés. Las sociedades se autodestruyen cuando atentan contra los derechos humanos fundamentales. Las sociedades se regeneran cuando saben defender los derechos básicos de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables, los hijos antes de nacer; y cuando tutelan el valor del matrimonio y de la familia como unidad básica de toda la vida social.

Fuente: Fernando Pascual.

A favor de la mujer, contra el aborto
A favor de la mujer, contra el aborto

La mujer necesita ser defendida de cualquier tipo de violencia. Nadie debe insultar, despreciar, marginar, perseguir, dañar físicamente a las mujeres. Nadie debe negar el acceso de la mujer al mundo de la cultura, del trabajo, de la política, de la ciencia. Nadie debe caer en actitudes de desprecio hacia ninguna mujer por ser mujer.

La mujer tiene un derecho básico a la vida, que sostiene y permite la existencia de los demás derechos. Por eso, nadie puede realizar ningún acto que implique herir, mutilar, asesinar a las mujeres.

Precisamente por eso, no existe derecho alguno al aborto. Porque en el aborto es eliminado, es asesinado, un hijo en el seno de su madre. Y porque de cada 100 abortos, el 50% (a veces más del 50%) son mujeres en la primera etapa de su existencia humana.

Sabemos que hay estados, como en La India o en China, en los que son eliminadas miles y miles de hijas antes de nacer, simplemente por el hecho de ser mujeres. Lo cual implica una discriminación enorme y una injusticia contra la que no puede dejar de protestar ningún movimiento que sea auténticamente “feminista”.

Pero también sabemos que en otros países, considerados “libres” y “democráticos”, se cometen millones de abortos en los que son asesinados embriones masculinos y femeninos, hijos e hijas.

Necesitamos recordar que ser mujer no es algo que inicia con el parto. Ser mujer inicia con la concepción. La defensa de la mujer y de sus derechos, por lo tanto, ha de aplicarse a la fase prenatal, debe llegar a la promoción y defensa del derecho a la vida de cada mujer en los meses en que se desarrolla hasta llegar al día del parto.

Estar a favor de las mujeres implica estar en contra del aborto. Cualquier grupo que defienda el mal llamado derecho al aborto promueve, simplemente, una discriminación y una injusticia contra la mujer (también contra el varón: no podemos callar ante los abortos que eliminan a millones de embriones y fetos masculinos).

Defender la vida de los embriones humanos, masculinos y femeninos, nos lleva a implementar políticas eficaces a favor de las millones de madres que no abortarían si hubieran sido ayudadas y acompañadas a lo largo de los meses de embarazo.

Es posible, es urgente, cambiar una tendencia mundial que ha presentado el aborto como “derecho” y ha olvidado que se trata de un “delito”.

Es posible, es urgente, promover una cultura de la solidaridad, de la justicia, del amor, donde cualquier mujer sea respetada y amada desde su concepción hasta la llegada de la hora de su muerte. Lo merece simplemente en cuanto ser humano, y ello es suficiente para que la miremos y la protejamos con eficaces instrumentos de asistencia jurídica, médica, social y, sobre todo, con mucho amor.

Fuente: Fernando Pascual

Las contradicciones del aborto legal
Las contradicciones del aborto legal

La mayoría de las leyes que permiten el aborto establecen una serie de trámites que deben ser realizados antes de acoger la petición de quien desea abortar.

Por ejemplo, a veces se debe realizar un análisis para conocer el tiempo de embarazo, el número de semanas de vida del embrión o feto; según el resultado, se permite o se prohíbe el aborto. En otras leyes, se exige recurrir a una especie de consultorio para la mujer, con el fin de dialogar con ella y ver cuáles son sus motivaciones o problemas y si existan alternativas al aborto. En algunos casos, se solicita un certificado psicológico que compruebe la situación de angustia o la existencia de traumas, certificado que permitiría realizar el aborto en pleno respeto de la “legalidad” vigente.

A pesar de estas leyes, la gente percibe, y a veces la prensa denuncia, que no se respetan las normas ni los trámites que han sido establecidos para que se dé un “aborto legal”.

En ocasiones, surge la protesta ante los abortos realizados “fuera de la ley”. ¿Qué pensar de una clínica en la que, sin consultar con ningún psicólogo, se usan certificados ya firmados previamente por algún titulado en psiquiatría? ¿Cómo juzgar lo que ocurre en otros lugares donde no se ofrece ninguna alternativa al aborto a pesar de que la ley lo exija?

Ante estos escándalos, algunos piden que se respeten las leyes, que se apliquen las medidas previstas para disuadir a la mujer, para ayudarla, para permitirle un parto más sereno. Si luego, después de todo, ella insiste en pedir el aborto, habría que respetar la normativa vigente para que todo sea “legal”.

El deseo, incluso la exigencia de que se respeten las normas ante el aborto nace, en ocasiones, de una intención buena: usar los instrumentos previstos por la ley para que el aborto no se convierta en algo trivial, y para que no se salten normativas que habían sido pensadas precisamente para disminuir el número de abortos.

Pero, en realidad, los engaños y trucos de algunas clínicas abortistas, los certificados preparados de antemano, la violación de las normas de garantía que salvarían (hipotéticamente) la vida de muchos hijos, son parte de la misma mentalidad a favor del aborto, son un instrumento “coherente” con el mismo hecho del aborto.

Porque si todo aborto es un crimen, en cuanto elimina la vida de un hijo antes de nacer, ¿cómo exigir a quien comete abortos que respete otras normas legales, cuando ya en su corazón y desde sus manos va contra un principio básico de la vida social, que consiste en el respeto de la vida de los inocentes?

En otras palabras, violar las normas que regulan el aborto es, simplemente, vivir en la mentalidad abortista, acoger y practicar la cultura en la que vence el deseo del mal por encima de la justicia, de la solidaridad, de la ayuda a los indefensos (a la madre y a su hijo).

No tiene sentido, por lo tanto, vigilar y exigir que se respeten las leyes que regulan el aborto, porque lo único que reflejan esas leyes es una mentalidad en la cual se prepara el gesto que permite la injusticia como si fuera un derecho.

Lo urgente, entonces, es suprimir esas leyes, erradicar la mentalidad que las ha promovido, y ofrecer, con un esfuerzo eficaz y bien coordinado, ayudas a todas aquellas madres que tienen dificultades en su embarazo.

De este modo, podremos salvar no sólo dos vidas (la de una madre y la de su hijo), sino, sobre todo, ese ideal de justicia que permite construir un mundo un poco mejor, más incluyente y realmente comprometido a favor de los más débiles e indefensos: los hijos antes de nacer.

Fuente: Fernando Pascual.

La guerra y el aborto
La guerra y el aborto

¿Resulta correcto hacer comparaciones entre la guerra y el aborto? Las diferencias entre ambos hechos son notables, pero también hay puntos de semejanza.

En la guerra luchan entre sí adultos. Dos ejércitos se afrontan directamente, hombres armados combaten entre sí. A veces mueren civiles (les llaman víctimas o daños “colaterales”), pero lo que más buscan los militares es eliminar a los hombres o mujeres armados del bando contrario.

En el aborto se “enfrentan” pocos seres humanos: un “médico”, una mujer y su hijo no nacido. El pequeño es indefenso, no tiene armas, no puede hacer nada frente al deseo de quienes han decidido eliminarlo.

Las guerras provocan muertos y heridos “visibles”, al menos teóricamente. La prensa, la televisión, internet, pueden ofrecer imágenes de los cadáveres, de las víctimas. Los heridos hablan en la radio o en los periódicos. Los familiares y los supervivientes cuentan la historia de lo que está pasando.

El aborto se mueve en un horizonte de pocas imágenes. Nadie parece interesado en ver el cuerpo de la víctima, en saber qué ocurrió con el embrión o el feto asesinado. Una sombra de misterio y de ocultamiento busca que desaparezcan restos y recuerdos de lo ocurrido.

En todas las guerras siempre hay culpables, pues no habría guerra si no hubiera injusticias ni prepotencia. A veces los dos bandos que pelean entre sí son responsables directos, y culpables, del conflicto. Otras veces unos son culpables y otros son inocentes que buscan cómo defenderse ante un agresor injusto. Por desgracia, nadie se autoreconoce como culpable y todos buscan encontrar “justificaciones” para decir por qué atacan a los otros, para decir que la culpa la tienen los enemigos.

En el aborto el hijo es siempre, siempre, siempre, sin condiciones, una víctima inocente. La culpa está en los adultos: en la madre, que no lo acepta. En el padre, que presiona a la madre para que lo elimine. En el médico, que usa la ciencia de la salud para cometer un acto arbitrario, injusto, asesino: para ir contra lo que es la esencia de su profesión.

Existe toda una industria orientada al mundo de la guerra. Produce y vende armas ligeras o pesadas, aviones y torpedos, submarinos y radares. A veces, muchas veces, esa industria es un auténtico negocio de miles de millones de dólares (o de euros), que se invierten para la destrucción, mientras millones de personas no encuentran ayuda para tener comida o agua potable.

El mundo del aborto se ha convertido, para algunas organizaciones nacionales o internacionales, en un negocio triste, con el que obtienen abundantes “beneficios” económicos a costa de eliminar, como en la guerra, la vida de miles de seres humanos.

Miles de personas, organizaciones no gubernativas, reuniones internacionales, trabajan por eliminar las guerras, por paliar los efectos de las mismas, por ayudar a las víctimas, a los refugiados, a los heridos.

También frente al aborto una multitud de hombres y mujeres de buena voluntad ofrece ayudas a las mujeres para que no aborten, para que puedan llevan adelante su embarazo. Cuando una madre ha abortado, la asisten para que supere el síndrome postaborto y para que pueda reorientar su vida hacia horizontes de amor y de justicia.

Son evidentes las diferencias entre las guerras y el aborto, así como también encontramos elementos semejantes.

En ambos casos, guerras y abortos, mueren miles, millones de seres humanos. Seres humanos que no morirían si en el mundo hubiese más justicia, más esperanza, más amor, más respeto, más corazones disponibles a la acogida, a la escucha, a la vida.

La guerra y el aborto son dos productos de la cultura de la muerte, de esa mentalidad que recurre a la fuerza para hacer triunfar los propios proyectos personales a costa de eliminar a los “adversarios”, a quienes pueden exigirnos justicia y respeto.

La guerra y el aborto serán derrotados, serán extirpados, cuando promovamos una cultura de la vida. Hacerlo es una urgencia para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Para que hoy, y mañana, los más débiles, los más vulnerables, los más necesitados, puedan ser acogidos en nuestro mundo, puedan recorrer el camino de la vida en la justicia y en el auténtico respeto de los derechos humanos de todos, especialmente de los hijos más débiles y más pequeños.

Fuente: Fernando Pascual

El mejor antídoto contra el aborto
El mejor antídoto contra el aborto

Las discusiones sobre el aborto no llevarán a ninguna parte si no tenemos ante nuestros ojos el motivo más profundo que lleva a una madre a abortar a su hijo.

¿Cuál es ese motivo? Ver al propio hijo como un obstáculo para los propios proyectos y planes personales, como alguien que no encaja en el momento en el que atraviesa la mujer.

A veces el hijo no es querido porque llega en un momento inesperado, o porque la familia tiene problemas económicos, o porque el matrimonio atraviesa una etapa de fuertes tensiones, o porque el hijo es el resultado de una infidelidad, o porque el embarazo puede llevar a un despido en el trabajo, o porque tiene “defectos” o características no deseadas.

La lista puede ser larga, pero en ella brilla siempre la misma idea de fondo: la madre no desea asumirlo, no desea amarlo, no desea que entre en la propia vida.

Otras veces, por desgracia muchas, una mujer aborta por presiones. En ese caso, son otros los que rechazan al hijo porque no les interesa, no les gusta, no lo aman, no quieren asumir sus propias responsabilidades, no creen que llegue en un “momento adecuado”. Pero si la mujer ama al hijo, si está abierta a la vida y al amor, sabrá buscar ayuda y fuerzas en Dios y en corazones buenos para que su hijo se salve de una muerte injusta.

La perspectiva opuesta, la que lleva a recibir la noticia de un embarazo con alegría y esperanza, tiene también un motivo muy sencillo. El hijo merece ser acogido, ayudado, defendido, amado, simplemente porque vale por sí mismo, y porque el mejor modo de vivir como madre (y como padre: todo embarazo involucra también a un padre) consiste en abrirse generosamente a la vida de los más indefensos, los más pobres, los más necesitados, los más pequeños: los hijos antes de nacer.

Ahí está el mejor antídoto contra el aborto: el amor verdadero, que es generoso, abierto, disponible, fecundo.

Causa una alegría muy honda conocer y tratar a familias abiertas a los hijos que llegan, sean sanos o enfermos, sean varones o mujeres, vengan muy seguidos o muy distanciados, sean pocos o muchos. En esas familias se percibe una actitud maravillosa, bella, de generosidad, de espíritu de sacrificio, de amor. El centro de la propia existencia no son los planes personales, sino lo que la marcha misma de la vida, llevada con responsabilidad, con cariño, y con alegría, va indicando.

Muchas veces esa marcha de la vida pide apretar los espacios del hogar, reducir las posibilidades económicas, incluso (en un mundo sumamente injusto) perder el puesto de trabajo. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, digan lo que digan, la apertura del amor hace posible ese milagro maravilloso que consiste en el sí a la vida del hijo, en un gesto de amor que da sentido al mundo y que ha precedido y acompañado el nacimiento de millones de seres humanos.

El aborto será derrotado definitivamente cuando rompamos la mentalidad egoísta que sólo acoge al hijo cuando cumple unos requisitos y cuando llega según unos planes muy estrechos, fuera de los cuales la supresión de una vida se convierte en el naufragio completo de la vocación humana al amor. Lo cual es lo mismo que decir que el aborto será vencido cuando fomentemos una actitud íntima y radical de apertura y de entrega a los demás.

La falta de amor lleva a la muerte. La plenitud de amor ha permitido, permite y permitirá el nacimiento de millones de seres humanos de un modo maravilloso, fecundo y bueno: desde padres enamorados, generosos, con los brazos siempre abiertos a la llegada de todos y de cada uno de sus hijos.

Fuente: Fernando Pascual

Mientras discutimos sobre el aborto…
Mientras discutimos sobre el aborto…

La discusión sobre el aborto sigue en pie. Los argumentos de los defensores de la mal llamada “libertad de elección” (libertad para decidir la muerte de un hijo) y los argumentos de los defensores de la vida (del hijo y de su madre, porque los dos son iguales en dignidad) repiten una y otra vez sus argumentos, tal vez los mismos durante años y años de debate.

Mientras la discusión continúa, miles, millones de hijos son eliminados, son abortados. Unos, bajo el amparo de las leyes que han despenalizado o liberalizado el aborto. Otros, en la clandestinidad, porque ni siquiera desaparece el aborto clandestino allí donde ha sido legalizado.

Todos, los unos y los otros, mueren, y dejan una herida profunda en el corazón de sus madres.

El dato frío de los millones de víctimas del aborto no debe dejarnos insensibles. No hemos de pensar que será la historia, el mañana, quien juzgue con dureza a la actual generación por haber asistido con frialdad a una masacre de proporciones apocalípticas, con millones y millones de hijos asesinados cada año.

Ya ahora el corazón denuncia que estamos en un mundo injusto y cruel, donde la vida de los más indefensos y pequeños, los hijos, vale muy poco, pues pueden ser eliminados por motivos muy variados: a veces por el simple deseo de tener más tiempo para acabar la carrera, o para no perder el trabajo, o para evitarse un problema en familia, o porque el hijo tenía algún “defecto” que lo convertía en “indigno” de continuar la aventura de la vida.

Mientras discutimos sobre el aborto, en este día, morirán miles de hijos. Su muerte deja un hueco en la historia humana. Sus vidas provocan un vacío no sólo de bocas, de manos, de corazones, sino de libertades, de ideas, de sueños, que no llegaron a ponerse a trabajar porque otros decidieron que no nacieran.

Mientras discutimos sobre el aborto, mientras buscamos cómo convencer a la otra parte de su error, una vida acaba de ser cercenada en sus inicios. Quizá también él querría haber dado su punto de vista, quizá habría dicho que vale la pena respetar a los que ya existen, aunque sean muy pequeños o lleguen en un momento difícil para la mujer o para la familia.

Ese hijo no podrá reprocharnos tanta cobardía, tanto egoísmo, tanto retorcimiento dialéctico cuando todo es mucho más sencillo y claro: cada embrión, cada feto, es un hijo.

Así de sencillo y así de hermoso, así de comprometedor y así de magnífico. Como lo fuimos tú y yo y todos los que ahora respiramos.

Nos corresponde, por eso, poner en marcha un esfuerzo sincero para que todos, en un mundo más justo y más lleno de amor, puedan nacer con la ayuda y la asistencia de quienes vivimos a su lado.

Supervivientes de un aborto
Supervivientes de un aborto

Los supervivientes del aborto son un grito profundo en favor de la justicia y de la vida, un reto que puede destruir los sofismas de los defensores de la mentalidad abortista.

Para quienes defienden el aborto para “tutelar” la libertad de elección de la mujer, pues sólo ella decide sobre su cuerpo y sobre la vida o la muerte de quien crece dentro de ella, el superviviente del aborto llega a convertirse en un “atentado”, una herida, que limita la libertad femenina.

La existencia de ese niño no era querida, no era amada, no era protegida. Tras un aborto fracasado, el superviviente dice a su madre y al mundo que es alguien, que necesita cariño, que vale por sí mismo, que ha logrado pasar la prueba de un proyecto asesino, que también él tiene derecho a elegir, a caminar en el mundo de los vivos.

Para quienes consideran que los médicos tienen un “deber” de realizar un aborto seguro y de calidad si una mujer lo pide dentro del respeto de las “leyes”, el superviviente de un aborto denuncia la impericia o el fracaso de un acto orientado a la muerte. Lo cual lleva al absurdo de pensar que fue “mal médico” quien no consiguió suprimir una vida humana, quien permitió el nacimiento de un niño no deseado, quien en muchos casos dejó cicatrices y heridas más o menos graves en un cuerpo indefenso.

La verdadera medicina, sin embargo, no busca la muerte de nadie ni pretende dañar en su cuerpo a seres humanos muy pequeños. En otras palabras, nunca será un “fracaso médico” el que un embrión o un feto haya sobrevivido al injusto y cruel acto que buscó acabar con su vida. El verdadero fracaso consiste, tristemente, en que sí haya abortos “seguros” y “bien hechos”, en que se use una ciencia destinada a servir la vida para provocar la muerte de un hijo desprotegido.

Para quienes piensan que el aborto sería justo simplemente por el hecho de haber sido autorizado a través de una votación del parlamento o de un referéndum popular, el superviviente de un aborto podría convertirse en un enemigo de la legalidad, un “error” de quienes no supieron respetar las leyes.

¿Es que la existencia de un niño puede ser considerada como una infracción, como un daño a un sistema jurídico, como la privación de un “derecho” de la mujer? ¿No será, más bien, que una sociedad está totalmente desquiciada cuando permite el aborto y promueve el que los médicos usen su saber contra la vida?

Los supervivientes del aborto son seres humanos tan dignos como tú y como yo. Su existencia, tal vez sus heridas, nos piden, nos suplican, nos empujan a trabajar decididamente por terminar con el aborto en todas sus formas.

Por respeto a ese niño, por deseo de ayudar a la madre en su vocación al amor, por sentido de justicia, buscaremos promover leyes y comportamientos solidarios, con hospitales y con médicos al servicio de la salud y de la vida del más indefenso: el ser humano antes del maravilloso día de su parto.

Fuente: Fernando Pascual

Pena de muerte y aborto
Pena de muerte y aborto

Quizá parezca un sueño, pero muchos luchan por conseguir una moratoria mundial de la pena de muerte. Grupos políticos, movimientos sociales, personas que pertenecen a distintas religiones, se unen para alcanzar esta meta. Parlamentos de algunos países apoyan el proyecto, y buscan que los organismos internacionales (Unión Europea, Naciones Unidas) asuman un proyecto tan ambicioso. (más…)

¿Puede ser “ilegal” oponerse al aborto?
¿Puede ser “ilegal” oponerse al aborto?

Hay quienes piensan que la ilegalización del aborto va contra el respeto a las democracias, al ir contra lo aprobado por parlamentos que reflejan los deseos de los ciudadanos. Otros afirman que tal ilegalización sería un auténtico atentado a los “derechos humanos” de la mujer, que es la única persona que “decide” sobre lo que ocurre dentro de su cuerpo.

Decir lo anterior supone declarar que la defensa de la vida de los seres humanos no nacidos sería algo ilegal y, por lo tanto, injusto y equivocado. Porque, según algunos, algo se convierte automáticamente en “legal” y “justo” por el simple hecho de ser aprobado por mayorías parlamentarias, por gobiernos o por referéndum.

Sabemos, sin embargo, que ha habido, hay y habrá leyes injustas, leyes que visten de legalidad hechos y actuaciones que dañan o destruyen los bienes o la vida de seres humanos inocentes.

Necesitamos recordar que existe una ley superior, una justicia profunda, que está por encima de las leyes humanas, impuestas a fuerza de votaciones por grupos de poder que hoy, como en el pasado, buscan intereses particulares por encima del respeto de los verdaderos derechos de todos.

Por eso es urgente, hoy como ayer, reconocer que son y serán siempre injustas las leyes que permitan eliminar vidas humanas no nacidas.

Suprimir leyes que permiten el aborto será una señal de progreso cultural y ético, será un signo de coherencia y valor entre quienes combaten contra las discriminaciones basadas en la fuerza de algunos que desean asesinar a los más débiles e indefensos entre los seres humanos: los embriones y fetos.

Son justas sólo aquellas leyes que defienden a los hombres, no las que permiten eliminarlos. No hay legalidad, ni democracia verdadera, ni justicia, allí donde sea permitida cualquier forma de aborto.

Los derechos humanos se hacen realidad cuando el “no” al aborto se convierte en su “sí” decidido para ayudar a toda mujer que ha empezado a ser madre, de forma que pueda acoger y cuidar al hijo que lleva en el seno de sus entrañas. Sólo entonces las leyes cumplen su función de promover y proteger la justicia, para empezar a vivir en una sociedad más humana y más digna.

Fuente: Fernando Pascual