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Cuidados paliativos: del curar al cuidar.
Cuidados paliativos: del curar al cuidar.

Cuidados paliativos: del curar al cuidar.

Autor: Dra. Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte

Profesora e investigadora de la Facultad de Bioética

Universidad Anáhuac México

La OMS estima que, anualmente, 40 millones de personas requieren cuidados paliativos en el mundo y de ellos, sólo el 14% reciben dicha asistencia. Las razones pueden obedecer a razones económicas, culturales o ambas pero, en cualquier caso, se ha evidenciado la carencia en este rubro de atención médica en los últimos meses y la crisis actual nos invita a fortalecer las estrategias de salud pública con enfoque en las enfermedades incurables que requieren un abordaje distinto.

Los cuidados paliativos, según la OMS es el: “enfoque que mejora la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento por medio de la identificación temprana e impecable evaluación y tratamiento del dolor y otros problemas, físicos, psicológicos y espirituales”. Su historia data de la Edad Media con la figura de los hospicios que albergaban peregrinos que llegaban, en muchas ocasiones, enfermos. Posteriormente su surgimiento público se remonta hacia 1967 con el Hospicio St. Christopher en Londres fundado por Cicely Saunders.

Los cuidados paliativos son entonces un tipo de atención médica enfocado ya no en el curar si no en el cuidar, de ahí que, etimológicamente, su raíz venga de “pallium” que significa manto aludiendo al acto de aliviar o asistir. Así, los cuidados paliativos entran en el proceso de enfermedad cuando ésta resulta incurable y avanzada dejando al enfermo en una situación terminal.

En México los cuidados paliativos cobran auge a partir de la reforma al artículo 166 Bis de la Ley General de Salud en 2009 en donde se procura atención médica a los pacientes diagnosticados en etapa terminal para garantizarles una muerte natural.

Ahora bien, es preciso entender que si bien se ha contemplado esta posibilidad como parte fundamental del derecho a la salud, no hay una eficiente puesta en práctica de los mismos en el sistema de salud, en parte, por razones económicas que implican invertir en la formación en este campo así como en unidades hospitalarias y medicamentos para asistir a los pacientes, pero, por otro lado,  hay una razón más de fondo que es cultural y tiene que ver con el poco entendimiento y los muchos mitos que se han generado en torno a los cuidados paliativos.

Por mencionar algunas de estas falsas creencias está, por ejemplo, la idea de que los cuidados paliativos son para el “final de la vida”; esto es incorrecto puesto que pueden ser administrados desde el inicio del diagnóstico y hasta por meses antes de ocurrir el momento del fallecimiento, por ende, no hay que esperar a que al paciente el queden horas de vida para acudir a ellos si no que hay que remitirlos desde el momento del diagnóstico inicial, lo que me lleva a mencionar que otro gran mito es creer que no sirven para nada, esto obedece a que, cuando la muerte está próxima y es cuestión de horas, los síntomas que presenta el paciente son muchos y muy variados y, en general, de muy difícil control, por lo que a veces el equipo de cuidados paliativos tarda mucho en encontrar los medicamentos apropiados y en las dosis específicas para cada paciente.

Otro aspecto que es muy importante a considerar es que no sólo alivian el dolor como generalmente se les ha asociado si no que constituyen una estrategia de atención integral al enfermo y a su familia de tal manera que, además de brindar la asistencia médica, acompañan los aspectos psicológicos, emocionales y espirituales del paciente y de su familia ayudando en el proceso de entendimiento y aceptación de la enfermedad y de la muerte.

A pesar de su inmensa bondad y pertinencia, aún falta mucho por hacer para impulsar una cultura que acoja los cuidados paliativos con agrado, un gobierno asigne un presupuesto a este rubro de atención, así como más políticas públicas que fortalezcan su puesta en práctica y su exigencia como derecho humano.