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Femenina o Feminista
Femenina o Feminista

No cabe duda que los esfuerzos realizados por lograr una mayor igualdad entre la mujer y del hombre han sido muchos y necesarios.   Pero yo me pregunto,  ¿ha sido positivo este cambio?  ¿somos más felices las mujeres de hoy que las que vivieron décadas atrás?    Es algo difícil de responder ya que, por un lado, vemos a mujeres en puestos públicos y privados, egresadas de universidades y superándose cada día más, y por el otro, observamos que las depresiones, adicciones, divorcios y suicidios en mujeres incrementan día a día.

Vale la pena recapacitar sobre lo que está ocurriendo, sobre todo, porque es evidente que el papel del hombre a lo largo de los años ha sido el mismo.  Somos nosotras quienes hemos cambiado e incidido, sin duda alguna, en la dinámica social

Los años dedicadas al estudio y al trabajo por y para la mujer mexicana, me han llevado a concluir que el tipo de feminismo que realmente valora tanto a la mujer como al hombre y, por tanto, el que más beneficia a nuestra sociedad, es el feminismo en equilibrio, donde las mujeres en lugar de buscar una óptica feminista,  luchamos por una óptica femenina en la cual se contempla al hombre y a la mujer como un todo.

Reconocemos que la mujer necesita del hombre y viceversa, por lo que ella lo debe involucrar en la paternidad, en la educación de los hijos, para que su intervención no sea solo biológica, sino total.   La mujer y el hombre somos un complemento, no una competencia; con igualdad de derechos y responsabilidades.

En este mundo lleno de cambios y oportunidades para nosotras, tenemos el gran reto de crear una figura de mujer, que, en contraposición con las formas radicales de feminismo, desarrolle en toda su amplitud y armonía las riquezas de la auténtica feminidad en los diferentes papeles que a cada una le ha tocado vivir:   como esposa, madre, soltera; como profesionista o estudiante,  como hija, amiga y como ciudadana.

Debemos sentirnos orgullosas de ser mujeres, no hacer a un lado nuestra esencia, ni mucho menos negar nuestras cualidades:

  • Feminidad: mostrar que eres mujer en el vestir, hablar y actuar.  Es un error pensar que para ser más moderna se tiene que ser menos femenina.
  • Comprensión: la mujer posee una gran empatía hacia los demás, sabe ponerse en su lugar y entender lo que está viviendo el otro.
  • Intuición: ese sexto sentido que nos indica cuando algo no está bien.  Es la voz que nos hace decir:  no me late, no lo creo, no me gusta.
  • Atención a lo concreto: dirigirse más  a lo profundo, al detalle.
  • Creatividad e ingenio: capacidad de presentar lo cotidiano, con un toque de alegría y satisfacción.
  • Generosidad: una especial entrega hacia los demás, tanto cercanos como lejanos.
  • Compromiso: la mujer pone su corazón en lo que hace.
  • Capacidad de escucha: ella no oye palabras, sino corazones
  • Servicio: amor, disponibilidad, dedicación y entrega a los demás.

La mujer humaniza de manera natural los ambientes donde se desarrolla:  la familia, la oficina, la escuela.   No debe negarse la posibilidad de imprimir ese toque por competir con los hombres y adoptar sus características.

El hombre y la mujer tenemos la misma dignidad:  somos dos caras de una única moneda que es el ser humano.   Por lo tanto, es importante dejar de equiparar el significado de diferente con calificativos como mejor o peor. Y es que la persona existe de dos modos:  el femenino y el masculino.

Necesitamos de hombres y mujeres para vivir y hacer crecer plenamente nuestras cualidades;  aprovechemos estas diferencias para crecer juntos como personas y mejorar así la sociedad.

Los desafíos son muchos, pero hay que afrontarlos.  Tenemos el gran reto de vivir nuestra feminidad en un mundo en el cual ya no se exige ser femenina.  Tenemos el gran reto de ser madres y enseñar a ser madres, en un mundo en el cual ya no se valora la maternidad.  Tenemos el gran reto de ser mujeres que vivan su vida en equilibrio y tranquilidad.

Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com.   Facebook:  Lucia Legorreta

Derechos de las personas con discapacidad
Derechos de las personas con discapacidad

El 3 de mayo de 2008, después de haber sido firmada por más de 100 países y ratificada por 20 gobiernos o parlamentos, entró en vigor la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. La Convención había sido aprobada por la Asamblea general de las Naciones Unidas en diciembre de 2006.

Estamos ante un esfuerzo notable para ayudar a millones de personas discapacitadas. Pero surge una pregunta inquietante: ¿qué sentido tiene aprobar esta Convención sin garantizar, al mismo tiempo, la integridad física y la misma existencia de los embriones y fetos humanos con alguna discapacidad?

La vida de cualquier ser humano antes de su nacimiento merece un cuidado especial. Si esa vida ha iniciado con heridas o daños, genéticos o de otro tipo, necesita mayores atenciones durante el embarazo e inmediatamente después del parto.

Resulta un contrasentido promover los derechos de los discapacitados ya nacidos mientras se guarda un silencio cómplice ante la masacre continua y discriminatoria de miles de hijos antes de nacer, abortados simplemente porque tenían alguna discapacidad.

El espíritu que ha llevado a aprobar la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad podría cambiar la situación, si nos llevase a promover un esfuerzo conjunto para evitar las discriminaciones prenatales.

Si leemos el artículo 1 de la Convención se hace evidente cuál sea el objetivo que se busca con ella:

“El propósito de la presente Convención es promover, proteger y asegurar el goce pleno y en condiciones de igualdad de todos los derechos humanos y libertades fundamentales por [para] todas las personas con discapacidad, y promover el respeto de su dignidad inherente”.

En el mismo artículo 1 se explica qué se entiende por “persona con discapacidad”:

“Las personas con discapacidad incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”.

En el artículo 2, dedicado a las “Definiciones”, se explica el sentido de la expresión “discriminación por motivos de discapacidad”:

“Por ‘discriminación por motivos de discapacidad’ se entenderá cualquier distinción, exclusión o restricción por motivos de discapacidad que tenga el propósito o el efecto de obstaculizar o dejar sin efecto el reconocimiento, goce o ejercicio, en igualdad de condiciones, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales en los ámbitos político, económico, social, cultural, civil o de otro tipo”.

Dejamos de lado otros aspectos de la Convención que necesitarían un análisis más detallado. Sólo resulta oportuno notar aquí un punto preocupante: la inclusión en el artículo 25 del confuso concepto de “salud sexual y reproductiva” que para no pocos países es sinónimo, entre otras cosas, del así llamado (abusivamente) “derecho al aborto”.

Dejando de lado lo anterior, sea bienvenido el esfuerzo mundial por ayudar a los cientos de millones de discapacitados en el ejercicio de sus derechos fundamentales. Sea bienvenido el trabajo de los gobiernos y de la sociedad para que nadie sufra daños en su integridad física ni sea marginado en los diversos ámbitos en los que pueda desarrollar sanamente sus proyectos existenciales.

Sea bienvenido, sobre todo, en el espíritu de la Convención, y por encima del silencio que en el texto actual reina sobre el tema, el esfuerzo de todos por erradicar cualquier aborto sobre seres humanos con discapacidades. Ellos, como cualquier otro hijo, tienen derecho a nacer, sin discriminaciones. Tienen, especialmente, necesidad de amor, que es lo más hermoso que los adultos podemos ofrecer a cada uno de los miembros de la familia humana.

Fuente: Fernando Pascual

Derechos del enfermo terminal
Derechos del enfermo terminal

La ley puede otorgar ciertos derechos. Pero hay derechos que existen por encima de la ley.

El derecho a ser curado, a ser atendido como enfermo, es anterior a cualquier ley. Como también es derecho del enfermo el decidir si seguir o no seguir un tratamiento concreto si tiene motivos válidos para pedir una cosa u otra.

Por eso, una ley sobre la suspensión de tratamientos debería limitarse a garantizar el derecho del enfermo a dar su “sí” o su “no” a ciertas intervenciones médicas que, a juicio del enfermo, puedan ser vistas como muy dolorosas o excesivamente pesadas para su situación concreta.

En cambio, una ley sobre un tema tan delicado no debería convertirse en un método sutil para introducir dos delitos: la eutanasia y la asistencia al suicidio.

La eutanasia es siempre un homicidio, porque consiste en producir la muerte de un enfermo. Ningún estado debe permitir que una persona tenga permiso para eliminar a otro, aunque sea un “enfermo terminal”.

Igualmente, el suicidio asistido es también un delito, incluso en algunos casos un homicidio. Será un delito grave, colaboración en un suicidio, si el que “asiste” se limita a dar medicinas u otras ayudas para que el suicida pueda realizar su deseo. Será homicidio si el que “asiste” acaba con la vida de quien desea suicidarse.

El que una persona, sana o enferma, pida a otro que termine con su vida, no otorga ninguna excepción a la regla universal: nadie tiene derecho a eliminar la vida de otro ser humano.

Hemos de garantizar al máximo todos los derechos de cualquier persona que sufra una enfermedad, especialmente si se trata de una enfermedad terminal. Tal persona merece ser atendida en su dolor, merece recibir aquellos tratamientos que ella considere adecuados. Tiene, además, el derecho a decir “no” a una acción médica que sea vista como sumamente dolorosa y que ofrezca muy pocas esperanzas de mejorías.

El enfermo, por lo tanto, tiene derecho a renunciar a aquellos tratamientos que ya no le devolverán la salud y que le resulten sumamente pesados. En ese caso, deberá recibir las atenciones mínimas que merece como ser humano: tratamiento del dolor, alimentación, hidratación. Deberá recibir, sobre todo, cariño y acompañamiento humano, que son las necesidades más profundas que experimenta como persona y como enfermo que camina, lentamente, hacia el final de su existencia terrena.

Fuente: Fernando Pascual