Dra. Marieli de los Rios Uriarte
Profesora de la Facultad de Bioética
Universidad Anáhuac México
El dilema al que nos enfrentamos como sociedad y como país en estos momentos acerca del gradual regreso a la “nueva normalidad” presenta la será dificultad de considerar reabrir los comercios y los locales a costa ¿de salvaguardar la vida y la salud de las personas; ¿sin embargo, necesariamente tiene que ser una u otra?
El valor de una vida, del que hablo aquí, no es numérico ni cotiza en el mercado si no en la esencia misma de cada persona. La dignidad es, precisamente, el valor intrínseco de todo ser humano que no queda sujeto ni a su reconocimiento por parte de otros ni a las características físicas que manifiestan a la persona frente a los demás. Así, podemos decir que hay dos niveles en toda persona: en primer lugar, uno que llamaré ontológico aludiendo al sentido filosófico de la palabra, es decir, que se sitúa en un plano independiente de lo material y de lo físicamente visible y que le confiere un valor insustituible e inalterable compartido por todos sólo por el hecho de ser personas y, en segundo lugar, un nivel que denominaré axiológico refiriéndome, igualmente, al sentido filosófico de la palabra que remite a la raíz etimológica “axios” que significa “valor” y, por ende, aquí se pueden atribuir valores que recaen sobre las acciones de las personas. Así, mientras que en el nivel ontológico todos poseemos un valor que es la dignidad y éste no puede ser ni más ni menos, ni se gana ni se pierde si no que permanece siempre con total independencia de lo que se piense de tal o cual persona o de su comportamiento, el nivel axiológico admite gradación, por ello, permite ejercer un juicio sobre las acciones, comportamientos, hábitos, etc, de las personas que pueden ser catalogados como buenos o malos según determinados parámetros.
Con esto, podemos afirmar que todos somos igual de dignos como personas, pero las acciones de cada cual son mejores o peores, buenas o malas; puedo decir que somos dignos pero nuestras acciones pueden no serlo de igual modo. Es, pues, nuestra dignidad donde descansa nuestra vida.
Con lo anterior, si analizamos el debate entre economía o vida nos daremos cuenta que si bien la economía favorece el despliegue de las dimensiones humanas y constituye una actividad importante para las personas, ésta debe, necesariamente, descansar sobre el nivel ontológico de tal suerte que la dignidad es la piedra angular de la economía y ésta tiene su más profundo sentido de ser gracias a la primera.
De nada sirve tener una economía abierta y reactivándose si con ello se van perdiendo vidas humanas que no van a poderse recuperar ni siquiera con una economía fortalecida y en crecimiento. Sin embargo, también es cierto que, de no abrir el mercado, las personas caen en ámbitos de necesidad que pueden, también, afectar su vida. Por ello, en realidad el debate entre estas dos nociones, economía y vida/dignidad, es un falso debate pues no se trata de elegir una u otra si no de hacerlas converger armónica y ordenadamente para que la dignidad se conserve y defienda como anclaje fundamental de la actividad económica.
Se puede y se debe pensar en estrategias de seguridad que salvaguarden la vida e integridad de las personas y que promuevan, al mismo tiempo, una economía que permita condiciones de vida dignas para todos. Abrir los comercios sólo con el fin de reactivar la economía olvidándose de la vida y dignidad de las personas es un acto genocida; por ello, no se trata de elegir una u otra si no de ser lo suficientemente creativos para encontrar maneras de proteger la dignidad humana y, con ello, procurar una economía en recuperación.
Categoría:Vida
Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, dilema, Economía, Ética, nueva normalidad, recuperacion, Salud, Vida
La ley de la oferta y de la demanda se aplica también en el mundo de la droga. Quizá incluso de una forma más intensa, más dramática, más profunda.
La economía funciona, en buena parte, porque unos desean algo y otros ofrecen ese algo. Lo vemos, por ejemplo, respecto de la comida y de la ropa, de la vivienda y de los electrodomésticos, de los libros y de los coches.
Lo vemos, en muchos lugares del mundo, también respecto de la droga: miles de jóvenes, y también de adultos, desean consumir droga. Y cientos de personas la producen, la comercializan, la venden. Demanda y oferta conviven y se apoyan mutuamente.
La prohibición de la droga puede ayudar, a veces mucho, a controlar gravísimos daños que nacen del hecho de consumirla. Pero no basta: necesita ser acompañada por un proyecto mucho más serio y más eficaz: reducir la demanda.
Para ello, hace falta promover todo un sistema social y educativo en el que el centro de la propia vida no sea el placer, ni lo novedoso, ni lo más excitante, sino principios y virtudes auténticas: la solidaridad, la justicia, el servicio, la abnegación, la austeridad, la firmeza de carácter.
Donde faltan sanos principios educativos, donde se vive bajo la tiranía de los placeres y de los caprichos, será inevitable que exista una demanda fuerte, constante, de droga. Esa demanda inicia cuando la carencia de principios éticos y de voluntades firmes lleva a los jóvenes o adultos a “probar” la droga. Esa demanda aumenta hasta límites insospechados por culpa de los efectos psicológicos y morales que las drogas dejan en quienes las consumen, en la esclavización radical con la que destruyen a miles y miles de personas.
Por eso, la lucha contra la droga debe contar no sólo con policías y jueces honestos, sino con padres de familia, educadores, maestros, líderes políticos, pensadores, periodistas, que emprendan una batalla decidida en favor de aquellos valores y principios que aparten a los jóvenes de ese ambiente de vacío espiritual que tanto ha ayudado a difundir la drogadicción.
El mundo necesita ese esfuerzo educativo. Porque queremos el bien de todos, porque buscamos eliminar los males de la droga, y porque sabemos que un hombre y una mujer bien formados, con principios honestos y una disciplina vivida desde convicciones interiores, pueden hacer cosas grandes. Sabrán despreciar la droga, pero sobre todo sabrán comprometer la propia existencia en buenos proyectos, esos que hacen al mundo un poco más justo.
Fuente: Fernando Pascual