En nuestro país febrero se considera el mes del amor y la amistad, en concreto el día 14. Semanas antes empieza el bombardeo de publicidad y la mercadotecnia se pone en práctica. Yo me pregunto: ¿Realmente febrero es el único mes para dar amor, amistad y regalos a los seres que más amamos?
En las tiendas comerciales encontramos ofertas y regalos para nuestra pareja; en las escuelas, los alumnos llevan regalos para intercambiar con su grupo; en el trabajo aparece constantemente el mensaje de: feliz día del amor y la amistad.
Chocolates, osos de peluche, cenas, comidas, flores (cuyo costo sube considerablemente este día), son comunes entre los mexicanos. Unos días antes y en especial el 14, las tiendas y las calles luces abarrotadas de regalos. Muchas personas salen a comprar un detalle para regalarlo a quien consideran que es el amor de su vida y a sus mejores amigos.
No es que yo esté en contra de este día, pero si me cuestiono: ¿entendemos bien la fecha? El amor es el sentimiento más poderoso y puro del ser humano, gracias a él decidimos compartir nuestra vida con otra persona, formamos una familia y brindamos ese amor a los demás: hijos, padres, familiares; somos leales y queremos a nuestros amigos y compañeros de trabajo.
Y en esta fecha lo que más se brinda y se comparte son regalos; quizá sea una manera de expresar el amor, pero lo que sientes por otras personas se puede expresar perfectamente cualquier día del año y no necesariamente con obsequios.
Hablemos del matrimonio, el cual debe cultivarse día tras día: el amor no es estático, crece con el tiempo, o puede disminuir. El amor no es un sentimiento, es un acto de la voluntad, es decir, me levanto todos los días y quiero quererte cada vez más.
Al reflexionar sobre el amor que les tenemos como padres a nuestros hijos, me atrevería a decir que es un amor incondicional. Pase lo que pase durante su vida, o hagan lo que hagan seguiremos amando a nuestros hijos profundamente.
No así, el amor de ellos hacia nosotros; tristemente un hijo puede dejar de amar a su padre o a su madre si lo que ha recibido de parte de ellos ha sido violencia, falta de respeto o abandono.
El amor filial entre hermanos también debe cultivarse. Es una conexión que no se tiene con nadie más. Nuestros papás nos dejan cuando aún somos jóvenes, nuestros esposos e hijos aparecen más tarde. Son nuestros hermanos quienes nos acompañarán durante todo el camino de nuestra vida. Debemos de cuidar y mantener esta relación.
Y al hablar de la amistad, estoy convencida de que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano. No importa cuantos tengas en Facebook o en Instagram, quienes en realidad importan son aquellos que te quieren y aceptan tal y como eres, que están contigo en las buenas y en las malas.
Por lo tanto, si tu eres de los que celebran el 14 de febrero y todo el mes, ¡adelante: disfrútalo!, es una fecha importante para hacer honor al sentimiento más potente que existe. Pero, no te confundas, a veces el mejor regalo para brindar en estas fechas es un momento con esa persona, una carta, o un detalle sin importar su precio.
Aprovecha también para llamar a aquellos amigos o familiares a quienes no ves tan seguido para preguntarles como están y que ha sido de su vida.
Mantente siempre muy cerca de aquellos a quienes amas, y demuéstraselos continuamente.
Recuerda que el amor no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad y de la inteligencia. Por lo que a nuestros seres queridos tenemos que demostrarles nuestro amor con actos y palabras, ya que un amor que no se cultiva, puede terminarse.
¡Feliz día del amor y de la amistad!
Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
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Cada vez vemos a más parejas que se separan o se divorcian. Al acercarte a ellas y preguntarles el porque, la mayoría responden: la cosa no funcionaba…no nos entendimos…mi cónyuge a cambiado…no me dejaba espacio para mi… somos demasiado distintos, o la famosa incompatibilidad de caracteres.
Una de las razones más tristes por la cual un matrimonio fracasa es que ninguno de los cónyuges reconoce su valor hasta que ya es demasiado tarde: al firmar los papeles de divorcio, repartir los bienes, vivir en departamentos separados, realizan lo mucho que han perdido.
Comparto contigo algunas de las causas reales de estas rupturas, que no quiero decir que son justificables, pero suceden a menudo:
- Se busca la propia realización: solo existe la perspectiva del yo, cada uno piensa en sí mismo; se utiliza al cónyuge para realizarse uno mismo, siendo que el matrimonio es la constitución de algo nuevo en donde no cabe el egoísmo.
- No hay conocimiento recíproco: se casan muy jóvenes o con un noviazgo demasiado corto. Falta fundamentar el amor en un conocimiento mutuo, ya que en el matrimonio el hombre y la mujer se van conociendo de una forma mucho más realista.
- Expectativas exageradas: esperar demasiado del matrimonio, pensar que el noviazgo va a durar toda la vida. Imaginar que el cónyuge es perfecto, o bien que el casarse puede solucionar los propios problemas familiares o sociales. Sabemos que la vida en común no es así.
- No tener tiempo para estar juntos: es algo que está sucediendo con las parejas actuales: tienen poco tiempo tranquilo para convivir, dialogar, distraerse, mostrarse afecto. Viven uno al lado del otro, pero como extraños, sus vidas se asemejan a dos líneas paralelas.
- Más hijo/hija que cónyuge: intervienen las familias políticas, la presencia de los suegros es excesiva. No han logrado ser independientes del padre o de la madre y esto provoca molestias, insatisfacción y pleitos, cuando el casarte es formar una nueva familia distinta a las de origen.
- Falta de conciencia de la diversidad del cónyuge: este es uno de los motivos más comunes y profundos: no conocer la forma de ser de un hombre o de una mujer.
- Falta de comunicación: matrimonios que viven juntos, pero no comunican sus pensamientos, emociones, miedos o metas. Hablan superficialmente, pero no llegan a lo profundo de su ser.
- Faltas de respeto: amor y respeto, no existe uno sin el otro: gritos, groserías, ademanes, la relación va perdiendo valor. Si en realidad hay amor, no se hiere a la persona.
- Dinero: falta de estabilidad económica. No me refiero a tener mucho dinero, sino a que exista suficiente para vivir adecuadamente y de una forma constante. De aquí la importancia de contar con un trabajo digno y seguro.
- Pérdida de confianza: celos exagerados, control con los amigos, la familia, el trabajo daña muchísimo a una relación.
- Rutina: hacer siempre lo mismo en diferentes aspectos: vida diaria, conversaciones, vida sexual, diversiones, etc. Un buen matrimonio debe luchar contra la rutina.
- No perdonar: en la convivencia diaria se viven situaciones constantes que requieren del perdón de uno hacia el otro. El que no perdona vive lleno de rencores y resentimientos que pueden acabar con la relación.
- Abandono moral: ya sea por el trabajo, los amigos, la familia política u otras causas se abandona totalmente al cónyuge, la relación se convierte en una total indiferencia.
Ahora bien, hay razones muy fuertes que llevan a un matrimonio a tomar la difícil decisión de divorciarse: infidelidad, violencia, alcoholismo u otra adicción, pero estoy convencida que muchas de las causas mencionadas al principio tienen solución y se puede evitar el rompimiento.
Te invito hoy a preguntarte:
¿Cómo está mi relación en este momento?
¿Soy feliz con él o ella? ¿Es feliz ella o él conmigo?
¿Qué tanto tiempo pasamos juntos?
¿Qué puedo cambiar o mejorar con mi pareja?
Recuerda: ¡todos podemos ser mejores cada día! El amor no es estático, sino está creciendo, implica que va disminuyendo.
Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
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Etiquetas: Bioética, Bioética para todos, divorcio, Ética, matrimonios, Parejas
Es cada vez más el número de parejas que desean ansiosamente tener un hijo y no lo consiguen, que sufren a causa de la esterilidad.
¿Por qué no nacen hijos cuando unos esposos lo desean? Porque una serie de cambios de tipo cultural y económico, unidos a enfermedades más o menos serias y a problemas genéticos, han provocado un fuerte aumento de las tasas de esterilidad y de infertilidad.
Según algunos estudios, la esterilidad afecta a un 15 o un 20 % de las parejas en distintas partes del mundo. Pocos, sin embargo, se atreven a afrontar las causas profundas de este fenómeno, y menos a ofrecer ideas para solucionarlo.
Entre los factores que llevan a la pérdida de la fecundidad podemos destacar algunos de especial peso. El primero consiste en la escasa educación que se ofrece a los adolescentes y a los jóvenes sobre la belleza de la transmisión de la vida y sobre los comportamientos y situaciones que pueden dañar el buen funcionamiento del sistema reproductivo.
Es cierto que abundan programas de educación sexual, muchos de ellos basados en una información muy parcial y bastante manipulada. Su mensaje, en no pocos casos, se limita a decir a los chicos que disfruten de las experiencias sexuales con un poco de “prudencia”. Una prudencia que consiste en evitar el embarazo y en no contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS).
Este tipo de programas, sin embargo, no ofrecen casi ninguna información sobre el sentido más profundo de la sexualidad humana, sobre su apertura a la vida, sobre las causas que pueden llevar a serios daños o incluso a la pérdida de la propia fecundidad, sobre la responsabilidad que debería acompañar a cada una de nuestras decisiones en este campo.
Resulta, por lo mismo, urgente realizar un fuerte cambio de orientación en muchos de esos programas. Para mejorarlos, habría que ayudar a los jóvenes a apreciar la riqueza de su fecundidad, a reconocer que tal riqueza se puede vivir plenamente y con serenidad sólo desde un amor maduro, desde el respeto a uno mismo y al otro, desde compromisos tan hermosos y tan plenificantes como los que se originan gracias a matrimonios maduros y estables (que existen, aunque algunos piensen que es algo casi utópico).
En relación con lo que acabamos de decir, también es sumamente importante informar a los adolescentes y jóvenes sobre aquellos comportamientos que pueden llevar a una fuerte disminución de la propia fecundidad.
En concreto, el varón puede perder su fecundidad si vive de modo promiscuo y con el peligro de contraer ETS e infecciones en sus órganos sexuales. O si usa pantalones demasiado apretados que llevan a elevar la temperatura de los testículos, lo cual puede dañar la maduración de los espermatozoos. La mujer pone también en peligro su fecundidad si adquiere ETS, si usa algunos métodos anticonceptivos, si llega a cometer uno o varios abortos. Las decisiones de hoy marcan, en no pocas ocasiones, el propio futuro y el de quien será el día del mañana el esposo o la esposa de cada joven.
El segundo factor consiste en el retraso de la edad para iniciar el matrimonio, con lo que es casi segura una menor fecundidad de pareja. Sabemos, en efecto, que la edad óptima (desde el punto de vista biológico) para conseguir un embarazo se sitúa entre los 20 y 24 años. En los años sucesivos, ciertamente, son posibles buenos niveles de fecundidad, pero ésta ha iniciado una parábola descendente. A partir de los 35 años se produce un fuerte descenso de posibilidades para iniciar el embarazo, descenso que se hace cada vez más pronunciado, hasta llegar a la edad (diferente para cada mujer) en la que la incapacidad de concebir es completa.
A pesar de estos datos biológicos, como dijimos, son cada vez más las parejas que retrasan el matrimonio y, dentro del matrimonio, la “decisión” de estar disponibles a concebir el primer hijo. En algunos países del así llamado “primer mundo”, millones de mujeres inician la búsqueda del primer embarazo hacia los 35 años, es decir, a una edad en la que la fecundidad inicia un descenso dramático.
Si son afortunadas y consiguen “pronto” el nacimiento del hijo, suelen esperar dos o tres años para volver a probar un segundo embarazo, lo cual es lo mismo que decir que ya estamos cerca de los 40 años, y que las dificultades son cada vez mayores. No es de extrañar, por lo mismo, que haya países con tasas de fecundidad inferiores a 1,5 hijos por mujer, es decir, países condenadas a un fuerte invierno demográfico en los próximos años.
Hay que recordar que también en países menos ricos, por presiones de diverso tipo y por los cambios sociales que se producen en todas partes, se está dando un fuerte descenso del número de hijos y un aumento del problema de la esterilidad.
Afrontar esta situación implicaría un cambio realmente revolucionario en muchos ámbitos sociales. Habría que promover un adelantamiento de la edad matrimonial y en la edad en la que se busque el embarazo. Para ello, se haría necesaria una mayor educación para conocer a fondo lo que es propio de la “ecología humana”.
La biología tiene un lenguaje que los hombres y mujeres tenemos que descifrar y respetar. Es absurdo trabajar intensamente por conservar la biodiversidad del planeta, y omitir un conocimiento profundo y respetuoso sobre la riqueza del sistema reproductivo humano. Por lo mismo, una buena educación sobre las variaciones de los niveles de fecundidad según la edad y según los comportamientos será un paso importante para permitir el tomar opciones sobre la vida matrimonial respetuosas del lenguaje natural de nuestro cuerpo.
No basta, sin embargo, con conocer nuestra biología y con decidirse por adelantar la edad para contraer el matrimonio. El retraso del día de bodas es debido a una serie de factores que tienen un enorme peso para las parejas. El sistema educativo ocupa a los jóvenes de hoy muchos más años que en el pasado. Luego, resulta bastante difícil conquistar un puesto de trabajo estable y bien remunerado. Conseguir un departamento para iniciar una nueva familia cuesta mucho y lleva no pocas veces a las parejas a buscar un doble trabajo, a pedir préstamos, a encontrarse con una situación económica llena de dificultades.
Lo anterior hace que el casarse y el permitir la llegada de un hijo sean vistos como algo “para después”, para cuando la situación sea más holgada y serena. Un después que, según vimos, va contra las leyes de la biología y provoca, en muchas parejas, un fuerte drama cuando se descubre que el hijo deseado no llega según los planes de los esposos.
Los gobiernos y los mismos ciudadanos deberían sentir la necesidad de cambiar esta situación drásticamente, de modo que se eliminen o al menos disminuyan notablemente aquellas presiones que impiden a muchos esposos iniciar la aventura de procrear y acoger a uno o varios hijos.
Los cambios, sin embargo, no deben limitarse sólo al ámbito socioeconómico. Aunque se ofrezcan toda una serie de facilidades para la adquisición del piso o para que los jóvenes puedan integrarse rápidamente en el mundo del trabajo, las tasas de fecundidad pueden mantenerse bajas porque el hijo puede ser visto con miedo, o por otros motivos de tipo cultural.
Por eso resulta indicativo encontrar parejas jóvenes con ingresos relativamente bajos que aceptan, con un sano optimismo, la llegada de nuevos hijos desde los primeros años de su vida matrimonial. Estas parejas, tristemente, son vistas por algunos como “irresponsables”, o son estigmatizadas de diversas maneras. En realidad, en muchos casos ofrecen un signo de esperanza en aquellas zonas del planeta donde el “invierno demográfico” amenaza con provocar fuertes crisis sociales. Con su generosidad muestran que la economía no es la última causa para explicar por qué hay esposos que tienen tan pocos hijos.
Muchos jóvenes de hoy serán, si no les ayudamos desde ahora, adultos estériles mañana. Quizá para ese momento buscarán ayuda en las técnicas de reproducción artificial, técnicas que son asequibles sólo a quienes tienen suficiente dinero para afrontar sus elevados costos. A pesar de las técnicas, muchos sufrirán al ver que no consiguen el deseado hijo, además de que habrán aceptado algunos métodos de fecundación que son claramente inmorales (como, por ejemplo, cuando se permite la congelación o la destrucción de “embriones sobrantes”).
Lo más eficaz, y lo más ético, será el trabajo preventivo y la promoción de cambios económicos y culturales no fáciles de conquistar. Ir hoy contra las ideas dominantes en esta temática nos permitirá mañana recuperar ese optimismo y esa dicha que tantos millones de hombres y de mujeres han experimentado, experimentan y experimentarán cuando toman entre sus brazos a su hijo recién nacido. Cuando lo ven como un don que supera en mucho las capacidades de los padres, cuando sienten que ese niño llena de luz y de esperanza a un mundo hambriento de amor y de responsabilidad. También en el ámbito rico y magnífico de la procreación humana, donde los padres se convierten en colaboradores y transmisores del cuidado de la vida de cada uno de sus hijos.
Fuente: Fernando Pascual