«Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades
nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera».
Papa Francisco
El Objetivo de Desarrollo Sostenible número 1 es poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo y entre sus metas incluye crear oportunidades para empleos buenos y decentes y asegurar los medios de vida, apoyar prácticas inclusivas y negocios sostenibles y promover mejores políticas gubernamentales e instituciones públicas justas y responsables.
Pero, ¿Qué es la pobreza? La Organización de las Naciones Unidas (ONU) la definió en 1995 como una condición caracterizada por una grave carencia en las necesidades humanas básicas, incluyendo alimentación, agua potable, instalaciones sanitarias, salud, vivienda, educación e información. No sólo depende del ingreso, sino también del acceso a los servicios.
Hace unos días estaba pensando sobre cual tema escribiría mi artículo de este mes para Bioética para Todos, me llegó la idea cuando platicaba con un amigo que tiene 11 años de edad, hijo de una querida amiga. En la conversación el afirmó que los pobres son pobres porque quieren y me expuso sus puntos de vista. Decidí escribir sobre este tema para apoyar la toma de conciencia en cuanto a la pobreza y nuestra corresponsabilidad, conocer la realidad es el primer paso para poder cambiarla.
Los pobres serían los responsables de su pobreza si todos hubiéramos nacido con las mismas oportunidades y en el Estado de bienestar impulsara el crecimiento económico y la cohesión social que garantice el orden, la justicia y el buen funcionamiento de la sociedad.
Los resultados obtenidos en cuanto a la reducción de la pobreza han sido sobresalientes en las últimas décadas. El mundo logró cumplir la meta del primer Objetivo del Milenio, disminuir a la mitad para 2015 la tasa de pobreza registrada en 1990, alcanzándola en 2010, cinco años antes del plazo previsto. Pero aún siendo así la cantidad de personas que viven en condiciones de pobreza extrema en el mundo sigue siendo inaceptablemente alta. La mayoría de las personas pobres del mundo viven en zonas rurales y tienen escasa instrucción, trabajan principalmente en el sector de agricultura y son menores de 18 años.
Si conservamos el rumbo actual está en riesgo alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible, el mundo no será capaz de erradicar la pobreza extrema para 2030, lo cual se debe a que cada vez es más difícil llegar a las personas que viven en la pobreza extrema,
dado que con frecuencia se encuentran en países con continuos conflictos y en zonas remotas. El acceso a la educación, servicios de salud, electricidad, agua potable y otros servicios fundamentales sigue estando fuera del alcance de millones de personas,
frecuentemente por razones socioeconómicas, geográficas, étnicas y de género y si a ello le sumamos el componente de la corrupción de los funcionarios públicos el presupuesto destinado por el Estado para combatir éste flagelo se va por el caño.
No todo es responsabilidad del gobierno, la mano invisible que mueve el mercado debe encontrar su contraparte en una mano visible, humana y generosa que ayude a salir de la condición de pobreza a quienes tenemos la posibilidad de alcanzar, podemos tocar muchas vidas si nos lo proponemos. En este sentido la Biblia nos da un mensaje muy claro en cuanto a elegir la opción por ayudar al pobre: Si alguien no tiene ropa ni comida, y tú no le das lo que necesita para abrigarse y comer bien, de nada le sirve que tú le digas «Que te vaya bien, abrigate y come».
Seguramente te preguntaras como puedes ayudar, pues bien, te dejo estos sencillos consejos que todos podemos practicar.
1 Informate para que no pienses que el pobre es pobre porque quiere, juzgar a la gente por su condición o ignorar la pobreza a tu alrededor no ayuda.
2 Haz donaciones, puedes renunciar a algo especial para ti en este mes como por ejemplo comprarte esa prenda nueva de ropa o comprar el café costoso. El dinero que ahorras puedes donarlo a una organización o directamente a una persona pobre. Además de dinero también puedes donar alimentos, prendas de vestir o medicamentos.
3 Haz trabajo voluntario, no importa que tengas muchos compromisos en la escuela o en el trabajo, siempre disponemos de tiempo. Puedes dedicar 2 o 3 horas a la semana para dar un curso sobre cómo hacer el currículum vitae o desarrollar habilidades computacionales o como crear alguna actividad productiva como producir algún alimento o artículo para vender.
4 Apoya a los legisladores que impulsen leyes o proyectos de ley para ayudar a los pobres.
5 Escribe una columna en algún periódico, revista o blog que contribuya a la toma de conciencia para ayudar a los pobres. También puedes hacerlo en tus redes sociales.
Álvaro Alarcón Tabares es maestro en Derechos Humanos por la CNDH y maestro en Responsabilidad Social por la Universidad Anáhuac.
Twitter: alvaroalarcon_
Instagram: alvaroalarcon_
Algunos piensan que el fenómeno del aborto está relacionado con la pobreza en la que viven tantísimos seres humanos. Nos dicen, mirando especialmente a América Latina, que millones de familias sufren por culpa de crisis económicas y desequilibrios sociales, marginadas por un sistema que genera injusticias y mantiene en la indigencia a pueblos enteros.
En esas condiciones socioeconómicas, miles de mujeres abortan a sus hijos. Muchísimas veces, nos repiten, en casas o centros carentes de higiene, sin ninguna “seguridad”, con grave peligro para la vida de esas madres.
Por lo mismo, no faltan quienes proponen que se pueda garantizar, al menos por ahora, una asistencia sanitaria adecuada para que estas mujeres puedan tener “abortos seguros”. Más aún, algunos ejercen una fuerte presión para que se despenalice o legalice el aborto en aquellos países latinoamericanos que todavía consideran el aborto como un delito.
Hay que decir, sin embargo, que estos análisis están llenos de errores, y que la “solución” que proponen es completamente injusta y engañosa.
En primer lugar, porque es falsa la ecuación “pobreza = aborto”. Basta con mirar las tristes estadísticas de aborto en el mundo para reconocer que millones de mujeres de los países más desarrollados eliminan a sus hijos antes de nacer. El aborto, por lo tanto, toca a todos: ricos y pobres, personas instruidas y personas sin titulación escolar, adolescentes, jóvenes y mujeres ya adultas, casadas y solteras.
En segundo lugar, porque la verdadera causa del aborto no es la situación económica en la que uno viva, sino la carencia de amor y de principios éticos. Millones de mujeres pobres de todo el mundo que inician el embarazo tienen una gran capacidad de amar y una clara rectitud moral. Gracias a sus principios hacen todo lo posible para proteger y cuidar al hijo antes de nacer, y para darle todo lo que esté a su alcance (a veces muy poco, por culpa de la indiferencia de los más ricos y potentes del planeta) para alimentarlo y cuidarlo una vez nacido.
A la vez, por desgracia, millones de mujeres con un alto nivel de instrucción, incluso con títulos universitarios, con facilidad de acceso a una excelente atención médica, con dinero suficiente para mirar con seguridad hacia el futuro, abortan. Lo hacen porque el amor está herido, porque la esperanza flaquea, porque la vida del hijo es vista no como un don, sino como un obstáculo a otros proyectos o intereses. Como si la vida de un ser humano estuviese sometida a los deseos de otros, como si el hecho de que el hijo aún no haya nacido fuese una especie de licencia para asesinarlo en el seno de su misma madre.
En tercer lugar, es absurdo considerar envidiables a las mujeres de algunos países por tener acceso a un “aborto seguro”, y ver el aborto clandestino o “inseguro” como una injusticia que padecerían las mujeres pobres. Un delito no deja de ser delito si el delincuente lo comete en condiciones de mayor seguridad para su vida física. Terminar con la vida de un hijo es siempre un delito, aunque algunas leyes lo presenten como un “derecho”, aunque se haga en hospitales con excelente instrumental médico y con un alto nivel de higiene. Terminar con la vida de un hijo, en una barraca o en una clínica situada en un barrio de ricos, será siempre una de las mayores desgracias que pueda ocurrir en la vida de una madre.
Frente al fenómeno del aborto no cabe más que una actitud firme y clara a favor de las madres y de sus hijos. La mejor ayuda que podemos ofrecer a las mujeres pobres no es permitirles, mediante leyes o mediante “ayudas” internacionales, un “aborto seguro”, sino un embarazo seguro. No hay verdadero progreso ni verdadera justicia allí donde a las mujeres pueda resultarles más fácil abortar que tener y cuidar dignamente a sus hijos.
Igualmente, hay que promover aquellos principios y valores que tanto sirven para el verdadero crecimiento ético de los pueblos. Donde haya familias sanas y estables, donde haya padres y madres abiertos a la vida, donde haya una actitud profunda de amor y de esperanza ante la llegada del nuevo hijo, no podrá existir el aborto. Esto vale para todos: para los ricos y para los pobres.
En justicia hemos de reconocer, a pesar de la ceguera y de la manipulación de algunos, que millones de mujeres pobres son mucho más “desarrolladas” y humanamente dignas que millones de mujeres de los países ricos que viven un auténtico “subdesarrollo” ético. Porque las primeras saben que lo más hermoso y grande que pueden hacer es amar a sus hijos, aunque no puedan darles todo lo que desearían. Porque las segundas, pudiendo hacer tanto por sus hijos, a veces prefieren los propios proyectos personales que ese mínimo gesto de amor y justicia con el que están llamadas a acoger a cada uno de sus hijos.
El aborto no es un problema ligado a la pobreza, sino al nivel ético de los pueblos. En la medida en que un pueblo sea promotor del amor, de la justicia y de la vida, el número de abortos disminuirá drásticamente. Porque habrá en el mundo muchas más mujeres con ese rostro infinitamente bello que tienen las madres cuando abrazan con cariño a cada uno de sus hijos más pequeños.
Fuente: Fernando Pascual