Muchos embriones están congelados a temperaturas muy bajas, a unos 190 grados bajo cero. Son embriones “de reserva” o “sobrantes”, producto de la fecundación artificial.
Hoy se discute mucho sobre estos embriones. ¿Qué hacer con ellos? Nos olvidamos que tienen padres, que alguien los hizo, que existen responsables de su vida y de su congelación. No deberían haber sido concebidos así, en una probeta, ni mucho menos ser congelados. Muchos de ellos ahora están abandonados, a merced de los científicos que decidirán sobre su vida o su muerte.
Algunas personas consideran a los embriones abandonados como si fuesen sólo “material” biológico disponible para uso comunitario. Algo así como ocurre en algunos almacenes: sobran productos a punto de caducar, y son dados a casas de beneficencia, o enviados a fábricas de reciclaje.
Nos damos cuenta de que hablar así respecto de embriones humanos nos deja inquietos, al menos nos obliga a alguna reflexión de tipo bioético. Lo primero que debemos tener en cuenta es el origen de esos embriones, la “intención” de quienes los “preparó”. Cada uno de esos embriones se originó con un proyecto muy claro: estaban pensados para ser transferidos en el cuerpo de una mujer. Como no siempre se consigue un embarazo a la primera, es bueno tener embriones “de reserva” para un segundo o un tercer intento. Cuando ya se ha conseguido el embarazo programado, algunos embriones “sobran”. ¿De verdad pueden “sobrar” seres humanos? Es cierto que son muy pequeños, débiles, a veces abandonados u olvidados, pero siguen siendo seres humanos: merecen todo el respeto y cariño que es debido a cada individuo de nuestra especie.
Se ha introducido, además, una sutil distinción entre estos embriones congelados. Unos serían “viables” y otros “no viables”. Sólo que esta distinción puede encerrar muchos engaños. Es verdad que el congelar embriones implica un elevado riesgo de daños: muchos embriones mueren en el proceso de descongelación. Este dato, de por sí, nos ilustra hasta qué punto es injusto permitir que se fecunden embriones humanos fuera del seno de la madre. También es verdad que otros embriones, al ser descongelados, siguen vivos, y pueden continuar su existencia si son acogidos por sus madres naturales o por alguna mujer que quiera darles la oportunidad de vivir. Pero algunos de estos últimos embriones quedan tan dañados que se les da el título de “no viables”: el científico declara que no podrían sobrevivir incluso si se les transfiriese al útero de una mujer.
Distinguir entre unos y otros, viables y no viables, es establecer discriminaciones que van contra los derechos humanos. Algunos científicos piden y obtienen permiso para experimentar con los embriones no viables o con los viables abandonados (al estar abandonados se convertirían, según ellos, en “no viables”). Pero nunca un ser humano puede ser usado como instrumento, como medio, como cosa, ni siquiera para que “progrese” la ciencia. Más aún: no puede haber auténtico progreso científico si una conquista de la ciencia implica dañar o destruir seres humanos, o alterar de un modo salvaje el ambiente, el clima, la naturaleza. La vida humana merece respeto, también cuando podemos prever que un embrión (o un feto, un adulto o un anciano) no vivirá mucho tiempo.
Algunos dicen: “como el embrión morirá de todos modos, mejor usarlo, para que su muerte tenga un sentido, sirva para algo”. Si somos honestos, hemos de decir que todos los hombres, también los científicos, un día moriremos. Esta realidad, sin embargo, no da permiso a nadie para que nos “usen”. Si cada vida humana, aunque esté a pocos días u horas de la muerte, merece nuestro respeto, hemos de tratar de modo justo a los embriones que, tal vez, morirán al ser descongelados o se encuentran totalmente abandonados a su suerte.
Para respetar a un embrión, un niño o un adulto, no tenemos que preguntarnos si es “viable” o “no viable”. Basta que respondamos a la pregunta: ¿es o no es un ser humano? Decir que el embrión no es un ser humano es como afirmar que tú y yo procedemos de algo no humano, de algún ser misterioso que vivió durante un cierto tiempo pero que no éramos ni tú ni yo, y que un día se convirtió en hombre o mujer. Esto es tan absurdo como decir que un embrión de ballena no es ballena: hemos de ser honestos y reconocer que cada embrión humano ya es un individuo humano. Pequeño y débil, cierto, pero precisamente por eso más necesitado de ayuda y protección.
Los embriones no viables son seres humanos. Algunos están congelados, y esperan la atención de la sociedad para que se defienda su dignidad. Aunque en muchos países la ley no reconozca personalidad jurídica a un ser humano hasta el momento del nacimiento, sin embargo los embriones, por ser lo que son, tienen una dignidad, merecen respeto.
Ningún derecho nos viene porque una ley lo defienda, sino por lo que somos. Seremos “viables” o “no viables”, tendremos mayor o menor esperanza de vivir muchos años (sólo esperanza: un accidente puede terminar completamente, en pocos segundos, con toda nuestra “viabilidad”). En una o en otra situación, mereceremos siempre ser respetados, con o sin ley, congelados o muertos de calor en un día de verano. Sólo nos basta una cosa: ser hombres, y no es poca cosa…
Fuente: Fernando Pascual