El embarazo no deseado es, en la gran mayoría de los casos, la consecuencia de una relación sexual en la que faltaba una actitud de apertura hacia la posible llegada de un hijo.
Cuando la sexualidad se vive al margen de la fecundidad o en contra de la misma, como si ser fecundos fuese una “enfermedad”, la llegada de un embarazo es visto por muchos como un problema, un fracaso, incluso un drama.
La realidad, sin embargo, es mucho más fuerte que los miedos, las ideologías y los prejuicios. En cada embarazo no deseado estamos ante la llegada de una vida humana: un hijo ha empezado a existir, y merece respeto simplemente por existir en cuanto ser humano.
Es cierto que quizá sus dos padres no lo esperaban. O que ella, la madre, lo rechaza. O que es el padre quien no quiere hacerse responsable ni de la mujer ni del hijo (de él y de ella, no hay que olvidarlo), como ocurre en muchísimas ocasiones.
Es cierto también que ese hijo ha empezado a vivir en una situación difícil, porque no lo aman, o porque sus padres no están casados, o porque están casados pero no quieren un nuevo hijo en casa.
Es cierto que hay grupos que se autodeclaran feministas, humanistas o promotores de los derechos humanos que defienden el “aborto gratuito” (nunca es gratuito: o lo paga la mujer o lo paga la sociedad) como “solución” para estos casos.
Pero, ¿es que el crimen de un hijo indefenso puede ser una “solución”? ¿Es que respetamos los derechos humanos cuando pisoteamos el derecho fundamental a la vida? ¿Es que vale menos un hijo antes de nacer que un hijo después de nacer?
El aborto, hay que recordarlo siempre, nunca sirve para “prevenir” embarazos no deseados, pues el embarazo ya ocurrió… Sirve sólo para asesinar a un inocente en el seno de su madre.
El aborto, se llame como se llame (interrupción voluntaria del embarazo, interrupción libre del embarazo, o con otras fórmulas engañosas) nunca podrá ser visto como solución ante un embarazo no deseado. Porque las verdaderas soluciones empiezan cuando la sociedad apoya a las mujeres embarazadas, atiende a la alimentación de sus hijos, tutela el valor irrenunciable de la vida humana de todos, sin discriminaciones.
Un mundo es bueno y justo cuando defiende a los más débiles y necesitados. Cada uno de nosotros pasó cerca de 9 meses en el seno materno. Amados o sin amor, fuimos respetados y pudimos nacer.
Desearíamos para cada hijo todo el amor el mundo. Pero si no hay amor, lo mínimo que podemos ofrecer es un poco de respeto y de justicia hacia ese hijo que ya existe entre nosotros…
Fuente: Fernando Pascual