Hay quienes piensan que la ilegalización del aborto va contra el respeto a las democracias, al ir contra lo aprobado por parlamentos que reflejan los deseos de los ciudadanos. Otros afirman que tal ilegalización sería un auténtico atentado a los “derechos humanos” de la mujer, que es la única persona que “decide” sobre lo que ocurre dentro de su cuerpo.
Decir lo anterior supone declarar que la defensa de la vida de los seres humanos no nacidos sería algo ilegal y, por lo tanto, injusto y equivocado. Porque, según algunos, algo se convierte automáticamente en “legal” y “justo” por el simple hecho de ser aprobado por mayorías parlamentarias, por gobiernos o por referéndum.
Sabemos, sin embargo, que ha habido, hay y habrá leyes injustas, leyes que visten de legalidad hechos y actuaciones que dañan o destruyen los bienes o la vida de seres humanos inocentes.
Necesitamos recordar que existe una ley superior, una justicia profunda, que está por encima de las leyes humanas, impuestas a fuerza de votaciones por grupos de poder que hoy, como en el pasado, buscan intereses particulares por encima del respeto de los verdaderos derechos de todos.
Por eso es urgente, hoy como ayer, reconocer que son y serán siempre injustas las leyes que permitan eliminar vidas humanas no nacidas.
Suprimir leyes que permiten el aborto será una señal de progreso cultural y ético, será un signo de coherencia y valor entre quienes combaten contra las discriminaciones basadas en la fuerza de algunos que desean asesinar a los más débiles e indefensos entre los seres humanos: los embriones y fetos.
Son justas sólo aquellas leyes que defienden a los hombres, no las que permiten eliminarlos. No hay legalidad, ni democracia verdadera, ni justicia, allí donde sea permitida cualquier forma de aborto.
Los derechos humanos se hacen realidad cuando el “no” al aborto se convierte en su “sí” decidido para ayudar a toda mujer que ha empezado a ser madre, de forma que pueda acoger y cuidar al hijo que lleva en el seno de sus entrañas. Sólo entonces las leyes cumplen su función de promover y proteger la justicia, para empezar a vivir en una sociedad más humana y más digna.
Fuente: Fernando Pascual
¿Sabes por qué decimos si a la vida?
Decimos si a la vida por que la ciencia, biología molecular, genética y embriología nos demuestra que la vida humana comienza en el momento de la concepción.
Lo que dice la Biología sobre el comienzo de la vida humana individual.
Necesitamos recordarlo una y otra vez. No existe ni puede existir ningún aborto inducido que sea legal.
Porque la ley, si es verdadera ley, no puede permitir un crimen. Porque la ley deja de ser ley cuando viola los derechos humanos fundamentales. Porque una injusticia nunca dejará de serlo por más que esté sostenida por normas, decretos, votaciones parlamentarias, plebiscitos populares.
El aborto provocado es siempre un crimen. Contra el más indefenso de los seres humanos, contra el hijo que vive en su primer hogar: el seno materno.
Hace falta tener valor para mirar al aborto de frente y declarar que un estado pisotea la justicia y los derechos humanos fundamentales cuando despenaliza o legaliza cualquier forma de aborto.
Por eso es injusto e incompleto arrestar y condenar sólo a los médicos o pseudomédicos que practican abortos contra los límites establecidos por la ley. Porque también los mal llamados «abortos legales» son siempre un grave delito contra el derecho básico que debe ser protegido en cualquier sociedad civilizada: el derecho a la vida.
En el pasado hubo hombres y mujeres valientes que supieron combatir y extirpar la enorme injusticia de la esclavitud. También hoy existen y trabajan hombres y mujeres dispuestos a que ninguna mujer sea obligada, presionada, engañada o abandonada en su maternidad, empujada a abortar, a terminar con la vida de su hijo.
El aborto existe allí donde las leyes o las costumbres permiten que los fuertes puedan eliminar a los más débiles. En cambio, el aborto disminuye drásticamente cuando nos comprometemos en la construcción de una sociedad en la que cualquier ser humano, sano o enfermo, microscópico o de más de 2 metros de altura, sea acogido, respetado, tutelado en sus derechos humanos fundamentales. Sobre todo (algo que va mucho más lejos que cualquier ley), cuando sea amado así, sencillamente, en su magnífica y misteriosa riqueza humana, por la que es tan digno y valioso como tú y como yo.
Fuente: Fernando Pascual
Ha ocurrido y ocurre con cierta frecuencia. Una pareja, o una mujer sola, llega a la clínica. Pide un test para conocer el sexo del embrión. Si es niña, solicita inmediatamente el aborto.
El aborto selectivo de niñas suscita en muchos una reacción profunda de repulsa. Querer eliminar a los embriones o fetos simplemente porque son femeninos supone una mentalidad discriminatoria injusta, en la que el deseo de tener un hijo varón lleva a rechazar y abortar a las hijas no deseadas.
No faltarán voces (deberían ser todas) entre los grupos feministas contra este tipo de abortos discriminatorios, orientados precisamente contra la mujer.
Pero aquí surge una pregunta: ¿por qué suscita desdeño y condena el aborto cuando busca eliminar embriones femeninos, y son menos las voces que condenan el aborto “ordinario”, que busca “simplemente” eliminar un embrión sin conocer cuál sea su identidad?
En otras palabras, resultaría sumamente paradójico que el aborto orientado a eliminar a niñas fuese visto como un aborto “peor”, incluso un aborto que debería ser prohibido por la ley y no realizado en los hospitales, y que el aborto “ordinario” fuese visto como “mejor”, porque simplemente elimina al hijo sin saber qué características tenía.
La realidad es que cualquier aborto elimina una vida humana, destruye la existencia de un hijo. Poco importa si el eliminado era varón o mujer, sano o enfermo, blanco o negro, deseado por el padre y rechazado por la madre o al revés.
Las circunstancias en las que se produzca su muerte provocada, ciertamente, muestran hasta qué punto puede llegar la mentalidad de los adultos que deciden acabar con la vida de los más indefensos, los hijos antes de nacer. Pero un aborto no es “peor” si el cirujano introduce sus instrumentos de muerte para matar a alguien de quien sabe que era “femenino”, y empieza a ser “mejor” si no sabe cómo era la víctima de su gesto asesino.
Todo aborto es siempre una injusticia grave, un atentado contra la vida de un hijo inocente. Si queremos defender de verdad los derechos humanos y promover un mundo donde nadie sea marginado o destruido en la etapa más débil y más necesitada de ayuda de la existencia humana, tenemos que trabajar con mucha decisión para que termine el aborto en todas sus formas y variantes.
Lo cual es lo mismo que trabajar para que cualquier mujer sea ayudada y asistida con una medicina de altura y con sociedades solidarias durante los meses magníficos del embarazo y durante los primeros años de vida de cada uno de sus hijos.
Fuente: Fernando Pascual
El embarazo no deseado es, en la gran mayoría de los casos, la consecuencia de una relación sexual en la que faltaba una actitud de apertura hacia la posible llegada de un hijo.
Cuando la sexualidad se vive al margen de la fecundidad o en contra de la misma, como si ser fecundos fuese una “enfermedad”, la llegada de un embarazo es visto por muchos como un problema, un fracaso, incluso un drama.
La realidad, sin embargo, es mucho más fuerte que los miedos, las ideologías y los prejuicios. En cada embarazo no deseado estamos ante la llegada de una vida humana: un hijo ha empezado a existir, y merece respeto simplemente por existir en cuanto ser humano.
Es cierto que quizá sus dos padres no lo esperaban. O que ella, la madre, lo rechaza. O que es el padre quien no quiere hacerse responsable ni de la mujer ni del hijo (de él y de ella, no hay que olvidarlo), como ocurre en muchísimas ocasiones.
Es cierto también que ese hijo ha empezado a vivir en una situación difícil, porque no lo aman, o porque sus padres no están casados, o porque están casados pero no quieren un nuevo hijo en casa.
Es cierto que hay grupos que se autodeclaran feministas, humanistas o promotores de los derechos humanos que defienden el “aborto gratuito” (nunca es gratuito: o lo paga la mujer o lo paga la sociedad) como “solución” para estos casos.
Pero, ¿es que el crimen de un hijo indefenso puede ser una “solución”? ¿Es que respetamos los derechos humanos cuando pisoteamos el derecho fundamental a la vida? ¿Es que vale menos un hijo antes de nacer que un hijo después de nacer?
El aborto, hay que recordarlo siempre, nunca sirve para “prevenir” embarazos no deseados, pues el embarazo ya ocurrió… Sirve sólo para asesinar a un inocente en el seno de su madre.
El aborto, se llame como se llame (interrupción voluntaria del embarazo, interrupción libre del embarazo, o con otras fórmulas engañosas) nunca podrá ser visto como solución ante un embarazo no deseado. Porque las verdaderas soluciones empiezan cuando la sociedad apoya a las mujeres embarazadas, atiende a la alimentación de sus hijos, tutela el valor irrenunciable de la vida humana de todos, sin discriminaciones.
Un mundo es bueno y justo cuando defiende a los más débiles y necesitados. Cada uno de nosotros pasó cerca de 9 meses en el seno materno. Amados o sin amor, fuimos respetados y pudimos nacer.
Desearíamos para cada hijo todo el amor el mundo. Pero si no hay amor, lo mínimo que podemos ofrecer es un poco de respeto y de justicia hacia ese hijo que ya existe entre nosotros…
Fuente: Fernando Pascual
Sobre el aborto provocado a veces se toman posiciones tan radicales que, al final, algunos prefieren dejar el tema de lado. Conviene, sin embargo, buscar caminos para una discusión serena sobre este problema, porque en cada aborto muere un poco una madre y deja de nacer un hijo, y la cosa tiene su importancia…
No todos defienden el aborto de la misma manera. Unos querrían permitirlo sólo en algunos casos especiales (violación, peligro de la vida de la madre). Otros (seguramente pocos) defienden el aborto totalmente libre y gratuito para cualquier mujer y en cualquier momento, sin que ningún hombre (esposo, amante, familiar) pueda oponerse al derecho absoluto de la mujer sobre su cuerpo y sobre lo que pueda originarse dentro de ella. Hay que reconocer que algunos de los defensores del aborto del primer grupo se autodeclaran antiabortistas, en el sentido de que no quieren un aborto tan libre como el que defienden los del segundo grupo. De todos modos, el hecho de que admitan el aborto en algunos casos los sitúa en el grupo de los que defienden el aborto, si bien de modo restringido.
En el grupo de los que van contra todo tipo de aborto provocado hay una gran unidad en el rechazo del aborto, pero no la hay a la hora de ofrecer los motivos de su postura. Unos dicen que van contra el aborto porque la vida es sagrada desde su concepción. Otros afirman que no sabemos si la vida es o no sagrada, pero en cuanto vida humana merece el respeto y la protección que podamos ofrecer todos, tanto la familia como la sociedad. Otros simplemente respetan cualquier vida biológica (desde las plantas hasta los animales) y creen que la vida del embrión humano, por más pequeña que sea, también es digna de respeto.
Aunque las posiciones sean muy distintas entre unos y otros, podemos encontrar un punto que une normalmente a los dos bandos (abortistas y no abortistas). Todos están convencidos de que nadie tiene el derecho a eliminar ninguna vida humana inocente. En las discusiones sobre el aborto tendríamos que reconocer este aspecto que nos une para evitar dar vueltas sobre el aire. Casi ningún abortista admitiría que al pedir la legalización del aborto pide una excepción a esta regla universal.
Entonces, ¿dónde radica la diferencia de los dos grupos? En que algunos piensan que abortar no significa matar a ningún ser humano inocente, mientras que otros sí creen que en cada aborto se comete un homicidio. Para resolver este problema, deberíamos escuchar lo que nos dice la biología. ¿Cuándo un ser humano empieza a vivir como ser humano?
Los datos son claros: en las especies que recurren a la reproducción sexual, la vida de un nuevo individuo comienza en el momento de la fecundación. Antes de la misma tenemos ante nosotros dos células especializadas, una masculina y otra femenina. Son células que existen preparadas para la unión con la célula opuesta. Cuando se junta una célula reproductiva masculina con su compañera femenina (en el caso del hombre, un óvulo con un espermatozoide), se produce una mezcla de información genética que da lugar a un nuevo individuo. Inicia una nueva vida.
Hay que reconocer también, como nos dice la biología, que en los primeros momentos de existencia una vida humana puede provocar el inicio de otro (y entonces se producen gemelos o trillizos). Esto, sin embargo, no elimina el dato inicial: empezamos a ser hombres con la fecundación. Todo lo que ocurre después sigue un desarrollo que estaba en parte “fijado” (sobre todo gracias al ADN) en el momento inicial, y en parte depende de la cantidad de aventuras y de encuentros que ocurren al ponernos en contacto con todo lo que nos rodea (desde la concepción hasta el momento en el que nos despedimos de la vida terrena).
Este sencillo razonamiento de la biología debería ser lo suficientemente claro para llevarnos a reconocer que en cada aborto es eliminado un ser humano. Es decir, se comete un homicidio. Muchos abortistas, sin embargo, no aceptan esta conclusión, pues suponen que existen seres humanos “menos humanos” que los demás. Por ejemplo, el embrión hasta el día 14, o hasta el primer mes, o hasta las primeras 12 semanas, no sería plenamente hombre. Si hay algunos que son “menos hombres”, otros serían “más hombres” (porque han crecido más, porque empiezan a tener cerebrito, porque son “viables”, o porque ya les late el corazón). De este modo, se establecen discriminaciones según las cuales unos (los que cumplen ciertas características) pueden ser protegidos, mientras que otros no.
Hay otros defensores del aborto que reconocen que el embrión y el feto son seres humanos. Pero añaden enseguida que estos individuos se encuentran en desarrollo hasta antes de nacer, y así serían menos importantes que un ser humano ya nacido. Para completar este “pero”, deberíamos recordar que estamos en estado de desarrollo hasta los 17-20 años, y entonces ese “pero” puede ser peligroso para los que no han llegado a la edad (no muy precisa) de la plena madurez humana. Además, después de llegar a la plenitud, empezamos todos un proceso de degeneración o decadencia que llevaría a admitir nuevos “peros” sobre las personas que ya están más allá de la frontera de los “perfectos”…
Admitamos la hipótesis según la cual todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte, goza de igual dignidad y merece ser respetado. Incluso en este presupuesto, algunos abortistas podrán decir que existen casos en los que el embrión o feto atenta contra los derechos, la libertad o la salud de la madre. En esos casos, nos dicen, debería ser lícito el aborto como medio para solucionar un “conflicto de intereses” o de derechos. También este argumento parece débil. Es propio de una sociedad progresista y civilizada el resolver los conflictos en el máximo respeto de cada uno de los “contrincantes”. Si un hijo es visto como un problema, si no es amado, es cierto que nadie puede obligar a amar a unos padres, a una madre. Pero lo mínimo que se exige a cualquier persona es que intente proteger el bien de quien pide sólo un poco de paciencia y un mucho de ayuda para poder continuar una vida que ya existe y que no podemos eliminar sin cometer una grave injusticia.
El debate sobre el aborto no debe dejar de lado verdades que nos ofrece el mundo de la ciencia y del derecho. Pero debe integrar, y quizá esto sea lo más importante, esos sentimientos que nacen en casi todas las mujeres que perciben cómo algo nuevo inicia en su seno. Aunque sea adolescente, aunque no esté casada, el instinto materno sabe que lo que “allí” se mueve no es un objeto, sino un hijo. No podemos olvidar esta verdad sin cometer una grave injusticia hacia tantas mujeres que lloran porque se les hizo fácil un aborto que, en el fondo de su corazón, no querían.
Tal vez desde esa experiencia de quien abortó y gime por haber perdido a ese hijo que empezaba a vivir podamos construir un debate sobre el aborto que nos lleve, con serenidad y con justicia, a promover una cultura del amor, de la acogida y del respeto. Una cultura que defienda el lugar de todos, aunque algunos ocupen solamente un poco de espacio en el útero de una mujer necesitada de apoyo y de esperanza.
Fuente: Fernando Pascual
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